Periodista: «¿No encuentra un poco vil el utilizar los cestos y los bolsos de sus mujeres para transportar los explosivos que matan a tantos inocentes».
Larbi Ben M’Hidi (líder nacionalista detenido y esposad para una rueda de prensa): «¿Y a usted no le parece más vil acaso lanzar sobre los pueblos indefensos las bombas de napalm que hacen mil veces más víctimas inocentes? Claro, si tuviéramos unos aeroplanos nosotros… Deme sus bombarderos y nosotros les dejaremos nuestros cestos». La batalla de Argel, Gillo Pontecorvo.
La resolución 1514 (1960) de Naciones Unidas, o Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales, declara en su punto 6 que «todo intento encaminado a quebrantar la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas». Es evidente que ni a Israel ni a su guardaespaldas, Estados Unidos, les importan las resoluciones ni el aparato normativo de Naciones Unidas, pues las desprecian y se ríen de ellos continuamente. El mapa de la evolución de los territorios de Israel y Palestina muestra el quebranto de la integridad territorial palestina bien gráficamente:
Imagen tomada de https://www.france24.com/es/medio-oriente/20231013-conflicto-palestino-israel%C3%AD-d%C3%A9cadas-de-frustraciones-y-diplomacia-internacional-fallida
Ante este brutal expolio territorial por parte de Israel, acompañado de los crímenes de apartheid y agresión, al menos, la única comunidad internacional legítima, representada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, se ha pronunciado en diversas resoluciones que no han hecho la mínima mella en el comportamiento abusador de la potencia.
Ya sabemos que la Organización de Naciones Unidas es un ente sin eficacia, pero esto no debería motivar un desprecio hacia ella, sino una exigencia de denuncia por parte de organizaciones sociales, de derechos humanos, pacifistas, etc. de las potencias que lo obstruyen al no estar interesadas en su buen funcionamiento. ¿Interesa a los pueblos que las Naciones Unidas no funcionen, o interesa a mafias y a estados gansteriles?, ¿a quién benefician los déficits democráticos?, ¿qué interesa a los pueblos, una comunidad internacional con una normativa y unos órganos que puedan dirimir conflictos, o un difuso “orden basado en reglas” que pregona el estado matón del planeta y que se refiere a unas reglas hechas a la medida de sus intereses?
En una entrevista de la BBC al embajador palestino en Reino Unido, Husam Zomlot, el entrevistador, Lewis Vaughan, comenzaba preguntando al embajador si condenaba a Hamas por matar civiles. El embajador contestaba (traducción aproximada): «Toda pérdida de vidas es lamentable, por supuesto, y trágica, absolutamente […] ¿Cuántas veces ha entrevistado a funcionarios israelíes, Lewis? Cientos de veces, cientos de veces. ¿Cuántas veces Israel ha cometido crímenes de guerra, en vivo, ante sus propias cámaras? ¿Usted comienza pidiéndoles que se condenen a sí mismos?, ¿lo hace? ¿Sabe por qué me niego a responder a su pregunta? Porque rechazo su premisa de partida, porque en el fondo hay una tergiversación de todo el asunto. Porque siempre se espera que sean los palestinos los que se condenen a sí mismos. […] Nos traen aquí cada vez que hay israelíes asesinados, ¿me trajo aquí para hablar de muchos palestinos asesinados en Cisjordania, más de doscientos en los últimos meses?»
El derecho a la resistencia o a la rebelión ha sido reconocido en declaraciones desde hace siglos, pero dentro del nuestro hay una referencia fundamental en el preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos, al afirmar la necesidad de proteger los derechos humanos «a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión». Palestina está ocupada por un país casi infinitamente más poderoso económica y militarmente, y tiene que soportar unas condiciones de sometimiento al ocupante que, desde la Nakba de 1948 –con la expulsión y huida de más de 700.000 palestinos y la despoblación y destrucción de más de 500 pueblos- incluyen humillaciones cotidianas como tener que acreditarse en numerosos puntos de control (check-points), asfixia económica, asesinatos cotidianos, arrasamiento de medios de subsistencia como confiscación de terrenos y destrucción de cultivos (miles de olivos destruidos, base de subsistencia de muchas familias), un muro de separación de más de 700 kilómetros –recuérdese lo intolerable que se consideraba un muro veinte veces menor en Alemania-; bombardeos indiscriminados frecuentes con numerosas muertes de civiles, con un alto número de niños y mujeres, etc. No pretendo en esta reflexión aportar exhaustivamente cifras que están a golpe de clic en internet, prefiero centrarme en argumentos.
¿Cómo debemos interpretar la legitimidad del “supremo recurso a la rebelión con la tiranía y la opresión”, ¿qué podía significar esa frase en 1948, en plena época de descolonización? Desde luego, no se trataba de mandar instancias a las autoridades coloniales. Podría ser efectiva la resistencia pasiva, como ocurrió en el caso de la India con Gandhi, pero la resistencia colonial fue masivamente armada, sin que los resistentes fueran reconocidos nunca más que como terroristas, o con otros términos igualmente descalificadores antes de que se utilizara masivamente el término terrorista. La resistencia de los argelinos en los años cincuenta fue retratada en La Batalla de Argel, de Pontecorvo; la resistencia de los ciudadanos españoles en la España ocupada por los franceses en 1808, aun teniendo un ejército, ¿cómo podía ser? Es en este contexto donde nace el término “guerrilla”, cuyo diminutivo se refiere a la desigual fuerza entre civiles y soldados regulares. Parece que el caso español no es el único, se extendieron las guerrillas en muchos países para enfrentarse a ejércitos invasores o a ejércitos golpistas. ¿Quiénes fueron los héroes del 8 de mayo? El pueblo español levantado en armas (navajas, macetas, agujas, cuchillos, escopetas…) contra el ocupante francés, y esta rebelión, que solo podía ser calificada de terrorista por el ocupante, es reconocida actualmente en placas y monumentos. Un caso notable, en este caso contra la España de la época, es el de la figura del médico filipino José Rizal, un nacionalista independentista que se rebeló contra España y fue juzgado por ello y fusilado el 30 de diciembre de 1896; no obstante, es actualmente reconocido por nuestro país con una estatua que lo ensalza en la estación de metro de Islas Filipinas en Madrid. Los ejemplos de resistencia armada al ocupante son numerosos.
Y llegamos a la resolución de Naciones Unidas más significativa, la resolución A/RES/37/43, que dice:
[la Asamblea General de Naciones Unidas] 2. Reafirma la legitimidad de la lucha de los pueblos por la independencia, la integridad territorial, la unidad nacional y la liberación de la dominación colonial y extranjera y de la ocupación foránea por todos los medios a su alcance, incluida la lucha armada; 3. Reafirma el derecho inalienable del pueblo de Namibia, del pueblo palestino y de todos los pueblos bajo dominación extranjera y colonial a la libre determinación, a la independencia nacional, a la integridad territorial, a la unidad nacional y a la soberanía sin injerencia extranjera.
Si el preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos nos parece ambiguo o etéreo en lo que se refiere al recurso a la resistencia y los casos vistos más arriba nos parecen exagerados porque en la Declaración no aparece la expresión “lucha armada”, en esta resolución se habla de cualquier medio “incluida la lucha armada”, una lucha armada que los pueblos ocupados solo pueden llevar a cabo con los recursos que tienen a mano, que siempre serán calificados de terroristas; al parecer, un tanque o un bombardero no son terroristas, solo lo son los indigentes que se oponen a ellos. Y a partir de aquí el ocupante se ve en posición de invocar un presunto derecho a la defensa, precisamente de quien ocupa violentamente un territorio. Un derecho que cree que le permite someter con mil tropelías a los ocupados privándoles de alimentos, agua, equipos médicos, comodidades básicas y, en definitiva, seguridad vital mínima.
Israel espera que cada vez que hay una respuesta violenta por parte de Palestina, el mundo condene sin matices ni fisuras a los palestinos, ignorando todo este contexto, contexto de muchas décadas al que se refería Antonio Guterres en sus declaraciones de octubre de 2023, recibiendo un furibundo ataque en tromba por parte del estado israelí.
Si Israel pretende que miremos el dedo en vez de la luna, tenemos que intentar no caer en trampas dialécticas señalando el mal menor para tapar el mayor, no dejarnos atrapar en la condena del pueblo que se defiende olvidando al estado ocupante, que insiste en su “derecho a la defensa”. Es Palestina quien tiene derecho a defenderse, es Palestina quien ha sido menospreciada y humillada hasta el punto de que el sionismo pretende que había “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, una premisa colonialista, supremacista y racista inaceptable ya en el siglo XX e intolerable en los tiempos que corren. Una premisa de partida que justifica, según Israel, los crímenes de genocidio y de lesa humanidad descritos en el artículo 7 del Estatuto de Roma, que regula el funcionamiento de la Corte Penal Internacional. Crímenes que se están cometiendo a ojos de todo el mundo, sin siquiera pretender ocultarlos.
Toda muerte es de lamentar, pero negarse a condenar el mal menor (terrorismo) ante un mal mucho mayor (genocidio, apartheid, deportaciones masivas…) no es dar por buena ninguna muerte, es negarse a aceptar el chantaje de partida que encubre la hipocresía de ignorar el mal mayor, como ponía en evidencia el embajador palestino ante el entrevistador de la BBC; es negarse a aceptar un proyecto político impuesto a través de una limpieza étnica de origen (Nakba de 1948), otra limpieza étnica en esta última operación, innumerables asentamientos ilegales por parte de los colonos, un muro monstruoso inaceptable en cualquier otra parte del mundo y la imposición de una vida indigna para cualquiera.
Ya advertía Malcom X del peligro de los medios, que hacen que millones de personas odien al oprimido y amen al opresor.
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