ANTECEDENTES: LA 1ª GUERRA MUNDIAL
En enero de 1918, más de medio año después de haber desembarcado en Europa con su cuerpo expedicionario norteamericano, el general Pershing, a cargo de esas tropas, decide poner a disposición de Pétain cuatro de sus regimientos, compuestos de negros -al fin y al cabo, los gabachos ya tenían experiencia con los soldados senegaleses-, dirigidos por oficiales blancos. Se trataba de un gesto insólito en el general Pershing, firme defensor de la autonomía total del ejército americano que había ido a Europa a combatir. Pero tras este ‘gesto’ se escondía la embarazosa cuestión de la segregación, obligatoria en numerosos estados de la Unión y extensible al ejército en todo lo que no eran actividades secundarias de retaguardia (conducir tiros de caballos y vehículos, cocinas, etc… Es decir sirviendo a sus amos blancos, no se me ocurre mejor metáfora).
La utilización de tropas negras de choque despierta mucho recelo entre los estadounidenses. No solo entre la dividida población, también entre los mandos del ejército, que no los quieren en primera línea. No era este uno de los objetivos de los dirigentes de la comunidad negra cuando se sumaron al esfuerzo bélico: esperaban que el negro no quedara relegado a las tareas de retaguardia sino que actuara como combatiente, aunque fuera en unidades diferentes de las blancas, y que pudieran ascender a oficiales, esperanza –que no exigencia, porque los negros USA eran conscientes de sus limitaciones- que encuentra una enconada resistencia. Hay mandos y líderes de opinión que se oponen tercamente al nombramiento de oficiales negros. (“La raza negra no tiene la costumbre del mando y, por tanto, no puede proporcionar jefes”, argumentaban). Así pues, se trataba de hacer algo. Pero los responsables militares no se ponían de acuerdo. Unos defendían que los negros tenían cualidades más físicas que morales y que eran buenos combatientes. Otros señalaban su falta de valor y de combatividad, su incapacidad de resistir bajo el fuego enemigo; mejor que se quedaran en retaguardia como cocineros o manejando tiros de mulas y camiones, tarea en la que sobresalían.
La opinión pública de gran parte de la población USA temía, por su parte, que los combatientes negros, una vez licenciados y conscientes de sus derechos adquiridos por las armas, reclamasen la abolición de la segregación y la libertad política, lo que significaría todo un cambio radical de la sociedad USA. Esgrimían: “Su presencia bajo las banderas es ante todo un medio para avanzar en la causa racial más que defender valores generosos o patrióticos.” Que era un poco también lo que esperaban los líderes negros tras el conflicto, que cambiaran en EE UU las actitudes y prejuicios raciales en su contra.
Ante este delicado problema, Pershing intenta servirse de regimientos negros, aun cuando tiene, y no lo oculta, muchas reservas en cuanto al valor de los oficiales “de color”. Por ello se los cede al ejército francés, que los equiparía y armaría con material francés. Ante su asombro, demostrarían gran valor en primera línea de fuego, ganando por ello numerosas condecoraciones.
Uno de ellos fue la 92ª división de infantería, que destacaría en la ofensiva de Mosa-Argonne y que también lucharía en la Segunda Guerra Mundial, en la Línea Gótica. La división se organizó en octubre de 1917, en Camp Funston, Kansas, con soldados afroamericanos de todos los estados que fueron entrenados primero a nivel de regimiento y después, ya desembarcada la unidad en Europa, se les preparó debidamente para su despliegue en trincheras. Todos eran reclutas negros bajo las órdenes de oficiales y suboficiales negros que fueron entrenados en un “campamento para oficiales negros” en Des Moines, Iowa. (También dispusieron de una “zona negra” especial para todos en Camp Fuston, con “lugares de diversión e intercambios separados”).
Pershing se vio un poco entre la espada y la pared, con sus tormentas mentales y presionado por unos y por otros (tanto la principal Fuerza Expedicionaria Estadounidense o AEF como la expedicionaria británica se habían negado a tener soldados afroamericanos bajo su mando). Pero a aquellos hombres, deseosos de entrar en combate, había que darles una utilidad en el frente, y los franceses, como habían demostrados con sus tropas coloniales, tenían menos escrúpulos. Pershing no tuvo otra opción que cedérselos.
EL PARÉNTESIS DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
Hasta que llegó la Guerra Civil española, una guerra que tuvo mucho de cruzada romántica. Sobre todo para los extranjeros más comprometidos e idealistas, que se apuntaron en masa a las Brigadas Internacionales, bajo mando comunista, para defender la República. EE UU no fue una excepción.
Allí la guerra civil española se vivió de extremo a extremo. El conflicto dividió tanto a la sociedad americana como el tratamiento que merecía la población negra, pero fue más un asunto de élites versus algunos intelectuales y el pueblo llano (aunque el presidente Roosevelt se arrepentiría tiempo después de no haber apoyado a la II República).
En la Brigada Lincoln -que así se conoció a la aportación voluntaria de tropas USA- había de todo: trabajadores, líderes estudiantiles comunistas, jóvenes adinerados idealistas…Y negros, cómo no. Entre estos voluntarios que dejaron los EE UU, hombres y mujeres, había 2.800 y alrededor de 90 de ellos, incluyendo dos mujeres, eran afroamericanos. Todos sin excepción luchaban por un mundo nuevo.
Como decía uno de ellos, Canute Frankson, a un amigo suyo en una carta desde España en julio de 1937: “¿Por qué yo, un negro* (en español en el original, término muy despectivo en inglés), que ha peleado todos estos años por los derechos de mi gente, estoy hoy en España? Porque si aplastamos el fascismo aquí, construiremos una nueva sociedad, una sociedad de paz y abundancia. No habrá una cola negra que hacer aparte, ni trenes segregados siguiendo las leyes de Jim Crow (en el original: Jim-crow trains), ni linchamientos. Eso es, querido mío, por lo que estoy en España”.
En este panorama represor, la guerra civil española supuso un soplo de aire fresco. Sobre todo si eras comunista: el comunismo preconizaba la igualdad de todos los seres humanos, independientemente del color de la piel. Acostumbrados al racismo descarado y a la segregación flagrante que experimentaron tanto combatiendo en la primera guerra mundial como más tarde en la segunda, la guerra civil supuso para ellos dejar esos absurdos prejuicios atrás, reconocer sus méritos y valía como soldados que luchaban en primera línea de fuego y ser ascendidos a oficiales sin problema. Por primera vez en su vida, los negros combatían en igualdad de condiciones, sin oposición, sin recelos y, sobre todo, sin prejuicios estúpidos.
De hecho, un afroamericano veterano del ejército estadounidense, Oliver Law, estuvo a cargo de la brigada por un periodo breve, hasta que desgraciadamente fue abatido en la batalla de Brunete. El propio Oliver comentó: “Puedo ascender por mis méritos, no por mi color”. El historiador norteamericano Adam Hochschild, autor de España en el corazón –una historia precisamente de la Brigada Lincoln-, observa al respecto que “fue la primera vez que un negro estaba al mando de una unidad militar integrada por estadounidenses en combate”.
Otros, como James Yates, originario de Mississsipi, no fueron ascendidos a oficiales; condujeron camiones, a veces en escenarios de auténtico peligro y su destino le permitió conocer a otros norteamericanos voluntarios y negros como él, la mayoría llegados de Ohio donde había una larga tradición de negros emancipados. Pero en palabras de Julián Olivares, traductor y editor de sus memorias, De Mississipi a Madrid, aunque en la guerra civil solo pasó diez meses, “en este corto periodo de tiempo él y sus camaradas negros experimentaron una transformación existencial”. La ilusión, no obstante, duró poco: al regresar a su país natal, volvían a ser ciudadanos de segunda. James Yates, sin ir más lejos, es detenido por el FBI al poner el pie en Nueva York y vuelve a sufrir racismo, agravado en la era McCarthy por su militancia comunista.
En España, los voluntarios afroamericanos se encontraron con una actitud bien distinta a la de su tierra de origen. Como rememoraba Marion Noble, un brigadista de Detroit, “las mujeres españolas nos cubrían con flores y sonrisas a los negros” cuando desfilaban. Y otro, Luchell McDaniels decía: “Nunca me sentí más hombre que en España”, donde se ganó el apodo (en español) de El Fantástico. Lo decía positivamente, con otro sentido: como ser humano. Y por su parte Tom Page le confesaba al citado James Yates: “España fue el primer lugar donde me sentí un hombre libre. Si no le gustabas a alguien, te lo decía a la cara. No tenía nada que ver con el color de tu piel”.
Desde meros soldados a oficiales, la Brigada Lincoln fue la primera unidad del ejército americano, aunque en especiales circunstancias y por supuesto de manera no oficial, en integrar plenamente blancos y negros. Por primera vez, la ideología, la lucha por un objetivo común, se imponía a los prejuicios. Más aun, comunistas en posiciones relevantes como Steve Nelson, decidieron que los afroamericanos debían tener oportunidad de demostrar sus habilidades (para el combate, para cualquier tarea) y dotes de mando. De hecho se sentían tan plenos como seres humanos, tan libres de espíritu, tan a salvo de prejuicios y discriminaciones sin sentido que llamaron su unidad de artillería y ametralladoras, respectivamente, Frederick Douglass, eminente abolicionista, y John Brown, mártir de la causa anti-esclavista.
España causó un fuerte impacto en los voluntarios afroamericanos, como la enfermera Salaria Kea, que descubrió “que las divisiones de raza, credo y nacionalidad perdían importancia cuando se topaban con un objetivo común: hacer de España la tumba del fascismo”. Y añade: “Vi mi destino, el destino de la raza negra, inseparablemente unido a su destino”, el del pueblo español. Una de las muchas tragedias que compartió con ellos fue el bombardeo de las colonias infantiles cerca de Barcelona y el ataque a su hospital de campaña o “de sangre”, como se les llamaba entonces. Tanto sacrificio no sirvió de nada: para el 1 de abril, Franco, con el valioso apoyo de la Italia de Mussolini y la Alemania nazi, había vencido.
REGRESO AL PASADO
El bocado de realidad, la de siempre, llegó con la Segunda Guerra Mundial. La historia, tristemente, se repitió: la 92ª división, de la que ya hemos hablado, fue la única división afroamericana que tomó parte en los combates durante la campaña italiana, como parte del Quinto Ejército de los EE UU. No hubo soldados negros que levantaran la bandera en la cumbre de Iwo Jima; las instrucciones eran claras: su presencia estaba estrictamente prohibida. La victoria en el Pacífico fue una gesta esencialmente blanquita. Tampoco había soldados negros en ninguna de las famosas once fotos que tomó Robert Capa durante la primera oleada del desembarco de Normandía. La paradoja sangrante de un ejército racista luchando contra regímenes racistas.
Los prejuicios llegan hasta hoy. La ausencia de tropa negra se hace evidente en películas como Salvar al soldado Ryan o en series como Hermanos de sangre; son los grandes ausentes (o reproducen fielmente lo que fue una dolorosa realidad). Pero los combatientes afroamericanos estuvieron bien presentes. Segregados, luchando por su lado, en un conflicto paralelo, pero bien presentes: más de un millón sirvieron en el ejército de EE UU durante la Segunda Guerra Mundial, pero lo hicieron en un ejército en el que la segregación racial era tan estricta como en los estados sureños. Como en la 1ª Guerra Mundial, los negros fueron destinados a labores de retaguardia: cocinar, limpiar, reparar y conducir vehículos… Los pocos que combatieron lo hicieron en unidades donde solo había negros. Y al puñado escaso que alcanzó el grado de oficial se le prohibió terminantemente mandar sobre un blanco, aunque fuera un simple recluta, no lo fuera a “desmoralizar”.
Pero fueron ellos, los veteranos negros de la Segunda Guerra Mundial, los que en buena parte iniciaron el movimiento por los derechos civiles que puso fin a la segregación en su país en los años 60, apoyados por ex brigadistas como Luchell McDaniels, El Fantástico.