Nuestra reacción natural ante cualquier ataque estadounidense a cualquier país del Sur Global es condenarlo, y ésta es la postura correcta. Los ataques estadounidenses contra Yemen no son una excepción, tanto más cuanto que van acompañados del cese de la ayuda humanitaria a una gran parte de este pobre y afligido país. Esto es totalmente coherente con el curso imperialista seguido por Estados Unidos en el Oriente Árabe en particular, que se ha intensificado bruscamente desde la agonía de la Unión Soviética y su posterior colapso. Desde entonces, hemos sido testigos de una primera guerra contra Iraq, seguida de una guerra de baja intensidad junto con el estrangulamiento del país mediante un embargo criminal, que ha afectado sobre todo a la población civil, y finalmente la ocupación y sus nefastas consecuencias, que Iraq sigue sufriendo. A esto hay que añadir las posteriores operaciones de bombardeo que han convertido a Irak, Yemen y Siria en un campo de tiro para las fuerzas armadas estadounidenses, que bombardean a quien quieren, cuando quieren y como quieren con sus aviones, misiles y drones.
Todo lo anterior entra dentro de la naturaleza de las cosas, ya que estamos hablando del comportamiento de un Estado imperialista que es la potencia militar más poderosa del mundo. Por esta misma razón, los regímenes que se oponen a esta superpotencia deben evitar todo lo que pueda servirle de pretexto para un ataque militar, incluso cuando son objeto de diversos abusos por su parte. Por ejemplo, Cuba lleva décadas sometida a un embargo criminal, pero su gobierno es demasiado inteligente como para emprender acciones que darían a Washington un pretexto para lanzar un ataque militar contra la isla, lo que agravaría gravemente su crisis económica. Imaginemos, por ejemplo, que Cuba decidiera bombardear los barcos estadounidenses en su zona marítima en respuesta al estrangulamiento de Washington. Tal comportamiento sería completamente legítimo desde el punto de vista del derecho, pero muy temerario desde un punto de vista práctico, dados los males que inevitablemente acarrearía a la isla.
Desde este punto de vista, el comportamiento de los hutíes al bombardear barcos estadounidenses en el Mar Rojo es similar a la hipótesis anterior. Es legítimo desde el punto de vista moral: la solidaridad con el pueblo de Gaza no sólo es legítima, sino un deber. Sin embargo, atacar los barcos de una superpotencia en un paso marítimo internacional es un comportamiento temerario por sus posibles consecuencias. Está destinado a traer calamidades al pueblo de Yemen, que ciertamente no las necesita, dado todo lo que ha soportado durante una guerra devastadora que comenzó hace diez años y aún no ha terminado, y la extrema pobreza y hambruna que abundan en ese país.
Mientras que Estados Unidos no ha sufrido ningún daño significativo por las acciones de los hutíes, e Israel sólo ha sufrido un daño menor, la principal víctima ha sido Egipto, cuyos ingresos por el transporte marítimo a través del Canal de Suez disminuyeron un 60 por ciento en 2024 en comparación con el año anterior, una pérdida de 7.000 millones de dólares, lo que supone un enorme perjuicio para un país que lucha contra una crisis económica cada vez más grave. De hecho, un amplio sector del pueblo yemení ve las acciones de los hutíes de forma muy diferente a quienes aplauden sus acciones desde el extranjero como si fueran actos heroicos. En la otra mitad de Yemen, hay quienes ven el comportamiento de los hutíes como una maniobra política del gobierno de Saná en su conflicto sectario y político con ellos, del mismo modo que aprovecha la oportunidad de atizar los sentimientos de la población del norte para encubrir su gran fracaso económico.
La verdad es que el régimen hutí, conocido oficialmente como «Ansar Allah» (Partidarios de Dios), es de una naturaleza social y política profundamente reaccionaria, impregnada de oscurantismo, y se asemeja al gobierno de los talibanes en Afganistán. Es el resultado de un golpe reaccionario contra el acuerdo democrático legítimo surgido del levantamiento popular de 2011. Se llevó a cabo a través de una breve alianza con el derrocado presidente Ali Abdullah Saleh, que no compartía nada con los hutíes, salvo su afiliación sectaria. El régimen hutí aprovechó el ambiente de movilización creado por sus acciones en el Mar Rojo para endurecer su control represivo sobre la sociedad, atacando incluso a las organizaciones de ayuda al estilo de los talibanes, deteniendo a más de 100 de sus miembros en un momento en que Yemen necesita desesperadamente ayuda y socorro internacionales.
La escalada de los ataques militares estadounidenses contra las zonas controladas por los hutíes parece haberse producido incluso a instancias de los gobernantes de la otra mitad de Yemen. Washington se ha contentado hasta ahora con ataques limitados, ya que las acciones de los hutíes no han supuesto una amenaza significativa. De hecho, todos los ataques de los hutíes contra buques de guerra estadounidenses con misiles balísticos y aviones no tripulados han sido frustrados debido a su tecnología inferior (en realidad, esto es afortunado, ya que si los hutíes hubieran alcanzado uno de estos buques y matado a parte de su tripulación, su territorio se habría visto sometido a un ataque mucho más destructivo que el que hemos presenciado hasta ahora).
Hace dos meses, el diario londinense The Guardian citaba a Aidarous al-Zubaidi, viceprimer ministro del gobierno yemení reconocido internacionalmente y jefe del Consejo de Transición del Sur, pidiendo al nuevo presidente estadounidense que intensificara el ataque contra los hutíes, al tiempo que criticaba a la administración anterior por su falta de firmeza a la hora de enfrentarse a ellos. Al-Zubaidi también pidió la coordinación entre los ataques estadounidenses y los ataques terrestres de las fuerzas gubernamentales yemeníes, algo de lo que podríamos ser testigos en breve. Si esto ocurriera, las acciones de los hutíes habrían allanado el camino para una guerra renovada en Yemen, esta vez con la intervención militar directa de Estados Unidos. Esto sería coherente con la hostilidad de la administración Trump hacia Irán, el patrocinador de los hutíes, que supera con creces la de la administración Biden.
Durante el primer mandato de Donald Trump, una mayoría del Senado votó en 2019 a favor de poner fin al apoyo estadounidense a la intervención saudí en Yemen. La resolución fue iniciada por Bernie Sanders. Trump la anuló con un veto presidencial. Cuando Joe Biden le sucedió en la Casa Blanca, una de sus primeras decisiones fue congelar la venta de armas al reino saudí y a los Emiratos Árabes Unidos (nótese la diferencia entre esto y la actitud de Biden hacia el Estado sionista). Ahora que Trump ha regresado a la Casa Blanca con mucha mayor arrogancia que durante su primer mandato, la posibilidad de que se recrudezca la guerra en Yemen con la participación directa de Estados Unidos se ha vuelto muy real, como parte de la presión estadounidense sobre Teherán y la amenaza de Trump de una agresión militar directa contra el propio territorio iraní.
Traducido por César Ayala de la versión en inglés publicada en https://gilbert-achcar.net/yemen-on-the-brink. El original árabe fue publicado en Al-Quds al-Arabi el 18 de marzo de 2025.