Me siento a escribir este texto con una mezcla de vergüenza, pena y asco, pero consciente de que el silencio de quienes podemos hablar es una forma de complicidad. Lo hago, también, movido por la necesidad de poner en orden mis ideas y de intentar explicar lo que ocurre en Torre Pacheco, en primer lugar, a mí mismo. Tres hechos condicionan mis argumentos y mis opiniones: mi formación como antropólogo social; mi relación con el pueblo —nací en Torre-Pacheco en una familia de emigrantes andaluces, viví allí hasta los 18 años, mis amigos y mi familia son de allí, lo visito frecuentemente y lo sigo considerando mi pueblo; y mi militancia durante muchos años en Izquierda Unida-Verdes Torre Pacheco.
En primer lugar, debemos dejar claro que los altercados que se han producido desde el viernes por la tarde, las agresiones y los enfrentamientos violentos son responsabilidad exclusiva de grupos nazis con los que algunos vecinos del pueblo están colaborando. Especialmente responsable es el partido fascista Vox y sus dirigentes locales, autonómicos y estatales con sus discursos de odio hacia la población migrante y la identificación directa entre delincuencia e inmigración. En esto, qué duda cabe, el Partido Popular también colabora usando una frecuencia ligeramente diferente para emitir sus mensajes. Pretender equiparar o repartir responsabilidades entre escuadras fascistas organizadas y grupos de vecinos de origen magrebí dispuestos a enfrentarse a quienes dicen salir a cazarlos, no solo es injusto, sino que legitima y blanquea a esas organizaciones. Muchos medios de comunicación deberían tomar nota antes de que sea demasiado tarde.
La excusa para que diferentes grupos nazis con el apoyo de algunos vecinos del pueblo hayan desatado su odio, su intolerancia y su violencia contra vecinos de origen magrebí parte de un hecho real, la agresión que un vecino del municipio sufrió el miércoles 9 de julio a primera hora de la mañana. Pero ha sido la manipulación de este hecho lo que ha permitido poner a Torre Pacheco en el foco mediático, encender los ánimos y movilizar a la patulea de nazis que recorren sus calles desde el viernes. Esta manipulación tiene su origen en cuentas nazis de redes sociales, con una intencionalidad muy clara, pero se ha beneficiado de la falta de comprobación periodística y del sensacionalismo de los medios de comunicación tradicionales, de hecho, muchos siguen repitiendo falsedades ya sea por interés, ya sea por incompetencia.
Me explico, la agresión nunca fue grabada, se ha repetido hasta la saciedad un video que se corresponde con otra agresión en otro lugar. Hubo un único agresor, no fue un grupo, aunque otros dos individuos puedan ser encubridores. Lo que es seguro es que no hay un video de la paliza y por lo tanto tampoco hay un reto viral entre jóvenes de origen magrebí para pegar a personas mayores como se repitió desde cuentas nazis y medios incompetentes o sensacionalistas. Sin embargo, este relato fue el que convirtió una agresión deplorable pero anecdótica en el casus belli de algo que se parece demasiado a un pogromo racista.
No obstante, las principales preguntas siguen en el aire, ¿qué pasa en Torre Pacheco?, ¿por qué los grupos nazis vieron en esta noticia una oportunidad para visibilizarse y legitimarse?, ¿por qué algunos vecinos del pueblo han participado o apoyado estos actos de agresión fascista?, ¿por qué Vox viene cosechando resultados electorales espectaculares en el municipio, especialmente en las elecciones generales y autonómicas? Un texto de este tipo es insuficiente para dar respuesta a estas preguntas y otras relacionadas, para ello se requeriría un trabajo y una extensión mucho mayor, pero intentaré ordenar aquí algunas ideas, hechos históricos y anécdotas que creo que pueden arrojar algo de luz. Vaya por delante que no creo que Torre Pacheco sea un municipio fascista ni racista, pero sí que estas ideas y actitudes están presentes de un modo más o menos articulado en la cabeza de un número importante, pero no mayoritario, de sus vecinos.
En Torre Pacheco el otro siempre ha estado relacionado con el trabajo en el campo, primero los manchegos, calificativo con el que se designaba a todos los que llegaban a trabajar viniesen de La Mancha, de Andalucía o de cualquier otro sitio, hoy ya totalmente asimilados como pachequeros; después los moros; más adelante los latinos o los indios. De nuevo contenedores semánticos usados de manera más o menos despectiva para referirse a gentes muy diversas. Todos han compartido condiciones de trabajo muy duras y salarios bajos que han permitido que las grandes empresas que controlan la agroindustria, y algunos pequeños y medianos propietarios, sean competitivas en el mercado internacional de productos hortofrutícolas, obteniendo enormes beneficios. A los emigrantes se les ha acusado de precarizar las condiciones laborales, pero quien precariza es el explotador, no el explotado. También han compartido un trato que va de la frialdad al rechazo, pasando por el miedo. Cualquier vecino que hable con sinceridad reconocerá que sabe de la existencia de actitudes racistas, del disgusto de muchos por ver a los migrantes en las calles o en las plazas, de locales en los que no se atiende o se trata de malas maneras a los vecinos migrantes. Hasta no hace muchos años en la principal plaza del pueblo un establecimiento montaba una terraza en la que todas las mesas estaban reservadas, era un secreto a voces que si un vecino de origen magrebí intentaba sentarse se le echaba con la excusa de la reserva, nunca se le retiró la licencia, nunca hubo una inspección. Por no hablar de los comentarios que en 2019 suscitó la inclusión de varias personas migrantes, incluido un vecino de origen magrebí en las listas electorales de IU-Verdes Torre Pacheco.
Este racismo, llamémoslo de “baja intensidad”, no se ha combatido a través de ningún tipo de política o iniciativa local ni autonómica, más bien al contrario, se ha utilizado y azuzado como arma política, al principio de manera velada, con el tiempo más abiertamente, de forma descarada y fascistoide desde la aparición de Vox. Podríamos hablar, entre otras muchas cuestiones, de la ausencia de políticas de vivienda o de actuaciones totalmente equivocadas cuando se han intentado, de los precios abusivos del alquiler, de las infraviviendas, de la falta de perspectiva a largo plazo de las políticas culturales, de la privatización de las actividades deportivas infantiles, todas afectan especialmente a la población más pobre y vulnerable del municipio, sin importar su origen, pero nos centraremos, como hecho ilustrativo, en la construcción del sistema educativo local.
Cuando a comienzos de los 2000 abrió el primer centro concertado desde Izquierda Unida-Verdes se denunciaron las maneras en que se regalaron los terrenos y se concedieron los permisos, de hecho, años después se ganó la batalla judicial, pero se decidió no solicitar la ejecución de la sentencia, que hubiera implicado la demolición del centro, para evitar males mayores. Pero, sobre todo, se denunciaron las implicaciones que este tendría sobre la calidad y los recursos de la educación pública y sobre la convivencia entre nuevos y viejos vecinos. La apertura de un segundo centro de la cooperativa Virgen del Pasico no hizo sino aumentar el problema. Quienes pueden permitírselo (no olvidemos la existencia de cuotas encubiertas, pero también de barreras burocráticas) mandan a sus hijos a los centros concertados, estos además aplican una selección cuidadosa (posiblemente ilegal en la mayoría de los casos). Mientras, los colegios de Fontes y San Antonio se han convertido progresivamente en centros guetizados, sin recursos suficientes para afrontar los retos que supone la diversidad y los problemas socio-familiares de algunos de sus estudiantes y sin la fuerza y el apoyo de asociaciones de madres y padres con tiempo, conocimientos e influencia. Por su parte, el tercer centro público del pueblo, el Virgen del Rosario, se ha beneficiado de su situación central en la localidad y de políticas de admisión similares a las de los concertados para reducir la presencia de estudiantes con orígenes extranjeros. El resultado es un pueblo dual: quienes tienen recursos se agrupan en unos centros y en unos barrios (¿cuántos jóvenes pachequeros se han mudado a los resorts de los alrededores y por qué?), quienes no, en otros. Para los últimos el fracaso escolar (con muchas y muy meritorias excepciones) y la falta de perspectivas vitales es la tónica. Que en estas circunstancias aparezcan conductas delictivas y violentas, en ocasiones más magnificadas que numerosas, no debería causar sorpresa, pero debemos apuntar a sus raíces, no a sus víctimas.
En última instancia lo que vemos ahora con crudeza en Torre Pacheco, pero se repite en muchos otros lugares, tiene su origen en la explotación laboral y la enorme desigualdad que esta ha creado, que afecta a locales y a foráneos. La agroindustria del campo de Cartagena estuvo durante muchos años marcada por la economía sumergida y por salarios casi de miseria y sin protección social. Aunque la situación ha mejorado mucho, los trabajos sin contrato y otras formas de explotación extrema no han desaparecido por completo y sobre todo para muchos trabajadores y trabajadoras las condiciones y los salarios están lejos de considerarse justos. Esto ha sido posible en buena medida por la represión y persecución de la actividad sindical, que ha sufrido con especial dureza el colectivo migrante. Que nadie dude de que estos episodios acabarán beneficiando a los explotadores de siempre, los enfrentamientos entre el último y el penúltimo no solo evitan que estos se unan para defender intereses comunes, sino que permiten que quienes los explotan puedan seguir haciéndolo con impunidad. ¿Quién puede estar más interesado en que su mano de obra tenga miedo y no se sienta bienvenida, o en que sus intentos de organizarse se presenten como sospechosos? ¿Quién se beneficia de que los trabajadores locales identifiquen como el origen de sus problemas a otros trabajadores, aún más explotados que ellos, y no a los empresarios y las políticas que velan por sus intereses?
Para afrontar estos problemas desde una perspectiva de izquierdas se está poniendo sobre la mesa la necesidad de regularizar y dar papeles a quienes ya son nuestros vecinos, ciertamente esto reduciría la marginación de muchas personas y les posibilitaría su integración económica y legal, dificultaría su explotación extrema e incluso facilitaría el trabajo de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado contra la delincuencia. Pero incluso desde el más estricto posibilismo esta me parece una medida insuficiente, la regularización debería implicar el reconocimiento del derecho al voto, al menos en las elecciones municipales, para todos los ciudadanos sin importar su origen. Constituidos como cuerpo electoral los partidos locales, también los de derechas, se verían obligados a tener en cuenta los intereses de estos vecinos. Es cierto que de esto no se desprende automáticamente una mejora en las políticas de vivienda, educación, salud, cultura, servicios sociales, etc., pero al menos se cuidarían de señalarlos como sospechosos habituales de todos los males que quienes se encuentran en los escalones más bajos de la estructura social comparten.
El odio que vemos estos días anida en Torre Pacheco. Negarlo sería mentir, pero no habría llegado a esos extremos si no hubiera sido azuzado desde fuera. Lo peor es que lo ocurrido se quedará en la memoria de todos y alimentará la desconfianza y el miedo mutuos. El único comportamiento democrático y responsable es apuntar y actuar sobre las causas del problema, la alternativa está en nuestras calles gritando vivas a Franco y amenazas de muerte a quienes no son como ellos.
Raúl Travé Molero es profesor de antropología social y cultural en la UCM.
Fuente: https://mundoobrero.es/2025/07/16/torre-pacheco-causas-y-consecuencias/