Mondariz-Balneario se volcó en atender en 2024 a dos centenares de personas procedentes del África Subsahariana, dándoles techo y formación. La relación con quienes fueron sus vecinos se mantiene hoy.
“¡Sois gente muy amábele , sois agradábeles , gracias Mandariz! ”. En el impresionante marco decimonónico de los jardines del Balneario de Mondariz acababa de finalizar lo que los carteles que lo convocaban llamaban “acto solidario con los migrantes del CEMAR”, y media docena de ellos habían ido a buscar a no se sabe dónde un par de tambores para improvisar de forma similar su agradecimiento a los organizadores, al centenar de asistentes ya la población en general. Ese mismo día acababa el proceso de acogida allí de más de doscientos migrantes africanos, la mayoría de Mali. El Ministerio del Interior denegó sus peticiones de protección internacional humanitaria o de asilo y los solicitantes tuvieron que desperdigarse por toda Galicia y pasaron a engrosar ese limbo legal de los que no pueden tener permiso de trabajo y tienen que vivir dos años en España para solicitar la residencia por arraigo. Pero los vecinos de la comarca tejieron una red solidaria que todavía se mantiene. El argumento falaz de “si tanto te gustan, por qué no los metes en tu casa” aquí tiene una respuesta real.
Mondariz-Balneario (perderá oficialmente el guion en breve, y es simplemente “O Balneario” para sus vecinos, no confundir con Mondariz a secas) es uno de los ayuntamientos menos habitados de Galicia (711 censados, aunque de ellos ni la mitad son residentes fijos), a pesar de estar a treinta kilómetros de la ciudad más populosa, Vigo. También el de menor extensión (dos y pico kilómetros cuadrados). En realidad, es ayuntamiento porque se lo trabajaron hace un siglo precisamente los que hicieron del lugar un balneario de referencia internacional, entre ellos el empresario galleguista y compromisario del Frente Popular en 1936 Enrique Peinador (sí, el cercano aeropuerto de Vigo se llama así porque se construyó en terrenos que le expropiaron). Así que una cosa municipal es Mondariz Balneario, que conserva bastante el aspecto de los centros termales centroeuropeos (con casi tantas plazas hosteleras como población real. Precio medio de un apartamento el año pasado, según Fotocasa, 136.667 euros) y otra Mondariz (o “Mondariz de arriba”, 4.425 habitantes).
A Mondariz Balneario llegaron en agosto de 2024 los subsaharianos, con destino en el Centro de Estudios Marcote (CEMAR), una institución privada con actividad hostelera. No fue un caso único. En la misma época 120 personas procedentes de la misma región africana fueron acogidas en un hotel de Monterroso (Lugo), una localidad del centro de Galicia (3.600 habitantes para un total de 136 núcleos de población), circunstancia que tuvo una cierta repercusión mediática, sobre todo por la reacción de la población. Incluso el equipo de fútbol, la SD Monterroso, emitió un comunicado de solidaridad : “Recordamos que nadie huye de su hogar por elección, sino por un motivo de supervivencia y de mejorar las condiciones de vida. No es cuestión de caridad, sino de posibilitar oportunidades”. Pero lo de Balneario apenas tuvo eco. A principios de año, Suso Iglesias, un amigo desde los tiempos de la facultad, propuso en el comité de redacción de Luzes hacer un reportaje. Al revés de lo que en ocasiones sucede, el texto resultó mucho más revelador de lo que parecía la propuesta. Tanto, que decidimos hacer allí una presentación del número y organizarlo como un acto solidario .
Durante los dos primeros meses, la reacción de la población ante la llegada masiva –e imprevista; el alcalde, César Gil (BNG), fue avisado la antevíspera– fue de indiferencia. No en vano, era agosto, y en esa época hay más convocatorias festivas que días para atenderlas. Hasta que, al reanudarse el curso, la madre de uno de los alumnos del instituto Marcote difundió en las redes sociales un vídeo “alertando” de la situación, la convivencia entre los jóvenes estudiantes y “los negros”. “Lo hizo alguien que ni siquiera es de aquí”, indicaba el reportaje en Luzes (la xenofobia es de lo primero que se transmite, a veces como un bumerán). La vecindad se dio por alertada, pero en el sentido contrario al pretendido. Una docena y pico de mujeres (no es algo nuevo, en 1983 una candidatura municipal íntegramente femenina obtuvo el 43% de los votos) se movilizó para darles la asistencia social y emocional que ni el Gobierno central ni el autonómico les facilitaban. Desde clases de castellano hasta participación en actividades lúdicas.
Una de esas mujeres, Xulia Vaz Porto, profesora de instituto ya jubilada, reconoce riendo que, después de décadas de dar clases a niños y adultos, la experiencia con los migrantes le hizo darse cuenta de que tenía una vocación de enseñante que creía no tener. “Me llamó la atención lo educados y atentos que eran. Y agradecidos. Al finalizar las clases siempre decían: ‘Gracias, profesora’. No se parecían mucho a los alumnos que siempre tuve”, ríe de nuevo. La progresiva interacción migrantes-residentes cambió poco a poco la cotidianeidad de la comarca a la que pertenece Mondariz Balneario.
El reportaje señalaba, por ejemplo, la resurrección del extinto fenómeno del autoestop, “como no se veía desde los años dorados del hipismo”. Eso fue después de que los africanos se enterasen de que no bastaba aguardar pacientemente en las rotondas, sino que había que levantar el pulgar para que los conductores supiesen lo que se esperaba de ellos. En Galicia, el transporte público es más o menos un problema en las ciudades, pero una quimera en cuanto se sale de ellas.
No es una cuestión menor. Algunos inmigrantes tuvieron que interrumpir su asistencia a cursos formativos del INEM porque no podían trasladarse hasta la población donde se impartían. Tuvo más suerte Mamadou. La pareja que lo acogió en su casa cuando la Administración le denegó la petición de refugio y, por lo tanto, el alojamiento, se encargó de llevarlo y traerlo de A Cañiza, donde estaba siguiendo un curso de mecánica de automóvil. Ese oficio, o el de camionero, es el sueño de la mayoría. También, además del fútbol, el de Lamine, un joven senegalés de 19 años (con ese nombre y esa afición estaba condenado a ser conocido como “Lamine Yamal”). Lamine, que jugaba en un equipo juvenil en su país, fue invitado a probarse en un club vecino, el Barciademera FC. El chaval recorría andando diez kilómetros para asistir a las sesiones de entrenamiento.
Claro que las travesías no les asustan. En un primer intento para saltar a Europa, Lamine, después de recorrer 4.500 kilómetros a través de varias fronteras norteafricanas, fue capturado por la policía en Túnez y devuelto a su país. Una ONG le regaló una moto como argumento de disuasión para que cejara en su empeño, pero él vendió la moto para pagar un hueco en un cayuco con el que logró llegar a Lanzarote. Lo peor fue la travesía por mar. Para todos. La de Mamadou, que dejó familia en Guinea Conakry, fueron nueve días de terror en los que vio cómo las olas se llevaban a un amigo gambiano. Madou Gayé, que estuvo cinco meses en Mondariz aprendiendo mecánica, perdió a sus dos hermanos en el viaje. Ahora, agotados los dos años de acogida, tiene que buscarse la vida de forma irregular.
Como cuenta Suso Iglesias, “la práctica del autoestop dejó multitud de historias, de esas que ayudan a cerrar heridas”. Por ejemplo, la de Isabel Barros. Vive en Vigo, pero se acerca a Mondariz para ayudar a su hermano en un restaurante. Llevó a dos inmigrantes que no superaban los veinte años, Baba y Daudá, en su coche y les invitó a comer en el establecimiento familiar. Varias veces. Cuando los dos migrantes se vieron impelidos a abandonar Mondariz Balneario, Isabel, como le confesó al autor del reportaje, “hizo algo que nunca había pensado hacer”: entró en la habitación de su hijo fallecido en un accidente, que no había tocado en cinco años, abrió las ventanas y sacó toda la ropa del armario para dársela a sus nuevos amigos. Desde entonces, Isabel recibe cada semana desde Allariz (Ourense), donde viven Baba y Daudá, una foto de ambos.
Los que se fueron han dejado huella. Después del acto, organizadores, intervinientes y músicos, guiados por Xulia Vaz, caminamos a un merendero a la orilla del río Tea (en la margen derecha, es decir, ya en territorio de Mondariz de Arriba). Se llama Lodelrío no por su posición, sino porque –aclara Iván, el dueño, un hostelero peculiar– él se apellida Del Río. Iván y su mujer, Esther, que es la que trajina en la cocina mientras él hace relaciones sociales y entretiene a la clientela, entablaron amistad con unos chavales que acostumbraban a ir al río-frontera municipal a bañarse. Recuerda con nostalgia a uno de ellos, Abdoul, al que Esther enseñaba a leer y escribir (e Iván a cantar Mi carro, por si tenía que demostrar arraigo). “Una vez le pregunté por su familia. ‘Madre murió. Padre malo’, me dijo y se quitó el gorro: tenía en la cabeza una enorme cicatriz, de un machete o un hacha”.
Aunque Iván y Esther quisieran emplear a Abdoul, no podrían. Una vez rechazada la petición de protección humanitaria, tienen que transcurrir dos años, sin contar el tiempo que lleven viviendo en España, hasta que puedan conseguir la residencia por arraigo, laboral o familiar. Hay casos como el de Oumar Ndao, un senegalés licenciado en lenguas románicas y especializado en español, que consiguió superar esa yincana de trámites y sumar dos años de residencia y ahora tiene el ansiado permiso de trabajo (lo que no significa que tenga trabajo, y si no lo tiene, será una residencia ilegal). Las peticiones de asilo o refugio, salvo que el solicitante proceda de zonas en guerra declarada (como Ucrania), se suelen denegar. Mali sí. Camerún, Senegal, Guinea Conakry… no.
Claro que, en la mayoría de los países de origen, o bien existen guerras y conflictos que no por desconocidos dejan de existir, o basta con manifestarse contra el gobierno de turno para necesitar exiliarse. Hay otros métodos. “Di que eres gay”, le aconsejó, desesperada por la negación inminente, una vecina a un senegalés. El aconsejado la miró estupefacto. “Sé lo que es” –le aclaró a la aconsejadora– “los hay en Guinea Conakry, donde hacen eso y toman alcohol, pero yo no”.
Xulia Vaz reconoce ahora que, al principio, “había gente que tenía miedo, porque eran todos hombres y jóvenes, y temían que fuesen delincuentes. Después, lo que algunos tenían era envidia”. En su intervención en el acto solidario, la profesora jubilada reprochó que “haya quien critica que les den alojamiento y dinero, o que tengan móviles, cuando es su único medio de contacto con su familia”. El dinero que recibe (hasta la resolución de la petición de asilo) son 50 euros mensuales. Claro que eso, en su lugar de origen, es una fortuna. Suso Iglesias recuerda cómo acompañó a Lamine a una oficina de Western Union para que pudiese mandar 60 euros a su abuela, y los saltos de júbilo cuando descubrió que se convertirían en nada menos que 42.960 francos CFA.
La acogida tiene luces y sombras. El dueño del CEMAR, confiesan los vecinos, ahora conduce un Maserati. Sus conflictos con la primera ONG que gestionaba el acogimiento, ACCEM, con resultados satisfactorios según las personas voluntarias de Mondariz Balneario, determinaron que fuese sustituida por otra, Rescate Internacional. La actual ONG (la presidenta es Flavia Hohenlohe Medina, miembro del Patronato de la Fundación Casa Ducal de Medinaceli y expresidenta de honor de Sotheby’s España) más bien concita las críticas de los vecinos (y de algunos de sus propios empleados). Una de las razones es que, dice Xulia Vaz, “gente que ahora está en otras localidades, como Padrón o Monterroso, se quejan de que no tienen opciones de formación”.
Porque la gente de Mondariz Balneario sigue teniendo relación con quienes fueron sus vecinos. Y les sigue ayudando. Han creado la asociación Red TEAyudo, que dispone de un piso en el que residen varios migrantes, y les asiste en lo que puede. Otras personas socorren a familias en los países de origen. El alcalde, César Gil, asegura que ha sido la cercanía con los vecinos, posible en un pueblo pequeño, lo que ha facilitado la integración, y teme que la Administración opte por concentrarlos en grandes centros en el extrarradio de las ciudades. “Será entonces cuando nos demos cuenta de lo necesarios que son”, concluye Suso Iglesias en el reportaje. “No sólo para trabajar, sino para que como seres humanos seamos mejores”.