Introducción
La celebración, el 12 de octubre, de la Fiesta Nacional me ha llevado a pensar la españolidad. Una identidad cuya controversia histórica aún nos acompaña. A veces, se presenta como una esencia milenaria. Sin embargo, aquí, guiados por la Crítica de la Economía Política, defenderemos que se trata de un producto histórico-social.
La nación española cuaja cuando el capitalismo crea el mercado nacional (bienes y servicios, tierra, dinero y trabajo). Un proceso mediado por la acción de las clases sociales, con el Estado como tejedor de la circulación global de las mercancías hasta convertirla en una experiencia común, española (símbolos, rituales, lengua, educación, conscripción e impuestos). Tras el “ser español” hay un contenido político con una base económica. El proceso histórico que lo originó se inicia en el siglo XIX.
Te propongo lo siguiente. Primero, vemos cómo nos orientan los científicos sociales. Luego nos centramos en la base económica del proceso. Finalmente, conectamos con la idea de la nación española como identidad contradictoria, que llega hasta nuestros días.
Marco
A lo largo de dos milenios, el mismo espacio fue Iberia, Hispania (Bética + Lusitania + Tarraconense), Hesperie, al-Ándalus, los Reyes Católicos “unifican” las coronas de Castilla y Aragón, Sefarad, “las Españas”, y Espagnia/Spain/España, esto último en la diplomacia europea del siglo XVII. Nombres que designaron un territorio y monarquías; pero no la nación española en sentido moderno.
Siguiendo al historiador Hobsbawm, la nación moderna, capitalista, requiere una serie de ingredientes: Estado administrativo con capacidad territorial (ley, hacienda, ejército, escuela); ciudadanía y política de masas; mercado integrado (infraestructura, moneda, crédito); cultura común estandarizada (lengua, currículo, prensa); y símbolos/rituales que naturalizan la pertenencia.
Por otra parte, Marx nos encamina hacia el rastro de lo económico oculto tras las construcciones políticas e ideológicas. En este caso, la nacionalización (creación de la nación) española tiene como contenido económico el mercado nacional (tierra, dinero, bienes y servicios y trabajo). Detengámonos en esto.
Nacionalización de la mercancía tierra
El Antiguo Régimen anclaba la tierra a vínculos personales que habrán de ir desapareciendo (abolición de señoríos en 1811; desvinculación de mayorazgos en 1836; desamortización eclesiástica de Mendizábal en 1836-37; desamortización civil de Madoz, con venta de propios y comunales, en 1855; la Ley Hipotecaria y del Registro de la Propiedad de 1861) ante el avance del capital que reclama la tierra como una mercancía más, que se privatiza, se inscribe, se vende y se hipoteca, en la misma moneda con seguridad jurídica homogénea. Un proceso no exento de conflictos en el que los beneficiarios son la burguesía y la nobleza compradoras, mientras las clases populares acrecentarían su proletarización y la Iglesia obtiene las dotaciones estatales al clero.
El dinero, forma general del valor nacional
La existencia de monedas provinciales y la dispersión de la emisión suponían trabas a la integración de precios así como a la confianza fiduciaria a escala nacional. Así, los hitos principales son: la creación del mercado de capitales, la Bolsa de Madrid (1831) a la que seguirían Barcelona y Bilbao; el establecimiento de la moneda única, la peseta (1868); el monopolio de la emisión se otorga al Banco de España (1874). No solo se trataba de que circularan las mercancías, también los capitales que financiarían ferrocarriles, teléfonos, minas y fábricas, bajo un lenguaje de precios común, un medio de pago fiable y aceptado, y una información nacional (prensa y publicación de cotizaciones).
Unidad nacional del mercado de bienes y servicios
La circulación general de las mercancías de manera homogénea en todo el territorio nacional, permitiendo ver todo el territorio como una unidad económica, exigió derribar las barreras locales. Desde mercantiles con la promulgación del Código de Comercio (1829 y 1885) unificando contratos, facturas, sociedades hasta administrativas (división territorial en provincias de 1833). Pasando por garantizar la seguridad en los caminos (Guardia Civil en 1844), la reforma fiscal de 1845 (Mon-Santillán) que unifica tributos, el despliegue de los transportes como el ferrocarril (1848) y las comunicaciones (teléfono en 1880s), la unificación de tarifas de correos (el primer sello nacional data de 1850), la eliminación de los portazgos y los pontazgos (1868). Se trata de eliminar costes de transacción (aranceles), alinear mercados facilitando la convergencia de precios y la fluidez de la información, creando la imagen de unidad nacional de mercado que da: mismo contrato, misma moneda, misma factura, mismo juez.
La fuerza de trabajo como mercancía nacional
La transformación de la fuerza de trabajo en una mercancía de ámbito nacional requiere además la abolición de los gremios (1830s), la obligatoriedad del servicio militar que mezcla los reemplazos regionales, facilitar la movilidad interior campo-ciudad (1880–1930) y la exterior masiva hacia América y Europa. Además, la Ley de Asociaciones (1887), el Instituto de Reformas Sociales (1903), el Instituto Nacional de Previsión (1908) y la jornada de Ocho horas (1919) cimentan un lenguaje nacional de derechos y conflictos: huelgas, carestía, convenios, seguros… El obrero local empieza a pensarse en términos “nacionales” de convenio, salario, y derechos; en tanto la prensa multiplica esta conciencia compartida.
A través, y a la vez, de la constitución de esta unidad de mercado vemos que va emergiendo la nación española, en su materialidad y en su espiritualidad (conciencia nacional), dejando de ser una mera retórica para ir aterrizando en un modo de vivir en esta sociedad, una forma de trabajar, comprar, pagar, estudiar, viajar, opinar y hasta pelear, en común.
Conclusión
La Crítica de la Economía Política nos invita a ver la nación española como una comunidad política (o pueblo soberano con derechos y deberes) resultado de la acción de las clases, en su unidad y lucha, con gran protagonismo del Estado, encargado de organizar, fiscalizar y ritualizar la construcción del mercado nacional.
La nación española se acompaña de la conciencia nacional española, que apela al sentimiento de pertenencia e identidad que tienen los individuos que integran la comunidad, y se sirve de los símbolos (bandera, escudo, himno, la selección o la Fiesta Nacional,…) para vincular lo material y lo emocional; cuando ondea la bandera (Carlos III en 1785) no es sólo estética o territorialidad, es también derechos y obligaciones.
Como proceso en construcción y en continua disputa, la nación española se reconfigura. El desarrollo del capitalismo español va imponiendo sus particularidades a través de la interacción de las clases sociales: definiendo su marco (Constitución de 1978); integrándose en el mercado europeo con su moneda y políticas; reordenando la tierra a través de la PAC y la transición energética; o redefiniendo el trabajo y la circulación de la información mediante la robotización, la digitalización y la Inteligencia Artificial. Podemos seguir llamándola España: pero, aun con los mismos símbolos, su contenido político, las relaciones sociales y el catálogo de derechos y deberes cambian.
Pedro Andrés González Ruiz, autor del blog Criticonomia
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.