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Entrevista a Rita Segato, antropóloga feminista

«Gaza es un parteaguas de la historia, un cambio de era… hoy el poder de muerte es la ley»

Fuentes: IRGAC

Rita Segato establece conexiones entre el genocidio en Gaza y los feminicidios en Ciudad Juárez, entendiendo ambos como espectáculos de violencia, entrelazados con el poder patriarcal. Reflexiona sobre el pandillismo y el actual giro fascista en el marco del colonialismo y el racismo.

La antropóloga feminista argentina Rita Segato (Buenos Aires, 1951) es conocida por su innovador trabajo sobre la violencia contra las mujeres (La guerra contra las mujeres, 2016), como pensadora crítica de la relación entre género, racismo y colonialidad (La crítica de la colonialidad en ocho ensayos, 2021), y como una de las voces feministas más lúcidas de América Latina.

En esta entrevista, establece conexiones entre el genocidio en Gaza y los feminicidios que estudió en Ciudad Juárez, entendiendo ambos como espectáculos de violencia, entrelazados con el poder patriarcal. Segato reflexiona sobre el pandillismo y el actual giro fascista, y cómo algunas de sus ideas claves sobre la colonialidad, la raza y la violencia nos ayudan a descifrarlos. Y analiza lo que esto significa para lo que ella denomina una política de cuño femenino: “Hay un fin, un vaciamiento de las consignas y de todas las formas en que pensamos la historia. Es necesario generar nuevas retóricas para las aspiraciones de la gente”. Debemos desminorizar las aspiraciones de las mujeres, argumenta: “Son aspiraciones para la historia colectiva. No son para la historia de las mujeres, sino para la historia de toda la humanidad”.

Gaza como espectáculo de la violencia

Recientemente, mencionó en una entrevista que cada vez le resulta más difícil ser feliz. Y, en una conferencia reciente, se declaró “exhumana” y dijo que no quiere pertenecer a “esta siniestra especie humana”. ¿Qué le causa tanta desesperación?

Vivimos una situación de dolor insoportable. A mí, lo de Gaza, lo de Argentina, el mundo en general, me causan un sentimiento de desesperación y desesperanza muy grande. Yo veo la situación del mundo en una absoluta calamidad. Y eso no empezó el 7 de octubre, sino mucho antes. Lo argumento ya en un texto mío sobre Palestina de hace años, que se llama “El grito inaudible”. ¿Y por qué ese grito es inaudible? Porque no hay más gramática jurídica, porque no hay más, una gramática que organice las relaciones interpersonales, sociales. Por supuesto, el derecho, incluyendo los derechos humanos, siempre fue una ficción. Pero era una ficción en la que creíamos, era una ficción sagrada, como dice el filósofo Giorgio Agamben. Esa ficción jurídica ahora cayó. Hoy, el derecho es la ley del poder de muerte.

Es, quizás, una síntesis de lo que estoy diciendo siempre, porque es mi conclusión sobre el presente: una diferencia entre el Holocausto y Gaza, una diferencia muy grande para mí, es que, si bien había algunas noticias, cuando se entra en los Lager [campos de concentración], hay sorpresa. Hoy no. Hoy, lo que pasa en lo que va a ser, a partir de ahora, el gueto de Gaza, está exhibido al mundo. Se nos está diciendo: miren, esto se puede hacer, porque la ley no existe más, no hay un derecho. Ahora, la ley es el poder de muerte, y quien lo tiene es la ley.

Por eso digo que Palestina somos todos. Para cualquier persona que todavía conserve una sensibilidad frente al sufrimiento de los otros, Palestina es una tortura diaria. Están matando nuestra esperanza de vivir, una esperanza de un mundo aceptable.

Una parte muy importante de su trabajo se desarrolla alrededor de la violencia, en específico, la violencia patriarcal, los feminicidios, la impunidad. ¿Piensa que son categorías que nos sirven para comprender la lógica del genocidio en Gaza?

Pienso que lo que estamos viendo en Gaza tiene que ver con mi modelo de comprensión de la violencia patriarcal. Y esa violencia patriarcal tiene que ver con lo que llamo la violencia expresiva: la violencia machista la considero no una violencia instrumental, sino una violencia de espectáculo. El hombre necesita exhibir su capacidad de dominación para ser hombre.

Esa idea la comencé a desarrollar en 1993, cuando mi universidad me pidió una investigación sobre las violaciones en las calles de Brasil. Nunca había estudiado violencia. Fui con mis estudiantes a entrevistar a los hombres condenados por violación, y allí empecé a entender que lo que habían hecho era una exhibición de su capacidad de dominación a través de la violación. No tiene que ver con el deseo, con la sexualidad. Lo que está de fondo es un deseo narcísico, autorreferido, que tiene que ver con su presentación ante los otros ojos, sobre todo los otros hombres.

Yo creo que hay un elemento patriarcal muy fuerte en la historia del presente, que tiene que ver con la exhibición del poder, como estrategia poderosísima de dominación. Y que tiene que ver con esa exhibición del poder que es basal en la vida de los hombres desde chiquitos, en la manera en que está formateada la masculinidad. Me parece que el caso de Trump es un caso típico del exhibicionismo del poder como estrategia. Es la última gran encarnación de un poder patriarcal.

Hacia un totalitarismo capitalista

Estoy de acuerdo, en Gaza presenciamos un espectáculo de la violencia y del poder. Pero quizás veo una diferencia con sus escritos sobre, por ejemplo, los feminicidios en Ciudad Juárez. Y es que hoy, una parte importante de las sociedades lo aplaude y apoya abiertamente. ¿Cómo entiende ese festejo –yo diría fascista– del poder ilimitado y de la crueldad?

Yo refiero a Hannah Arendt y su estudio sobre Los orígenes del totalitarismo [1952] para explicar esto. Arendt argumenta que, cuando surge el nazismo, hay un momento en que se separan las leyes del comportamiento individual de las personas y la ley de la historia. O sea, la historia misma pasa a tener un derecho, y el objetivo y el derecho de la historia es producir el hombre perfecto, la raza aria, la imposición de un pueblo sobre los demás. Y todo lo que es disfuncional a ese objetivo y derecho de la historia, que es separado del derecho de las personas, debe ser eliminado.

En el caso del estalinismo, la estructura es la misma, pero en torno a algo que yo venía criticando de nuestra militancia de los años 70 en América Latina, que es la idea de una utopía como un futuro obligatorio. La idea de que podemos saber cómo debe ser el futuro es una estupidez suprema e

inevitablemente lleva a formas de autoritarismo insoportables. Entonces, en el estalinismo, la historia y los derechos de las personas pasan a no tener la menor importancia. Lo que pasa a tener importancia es el derecho de la historia de dirigirse a una utopía, a un cuadrito del futuro de igualdad.

Hoy, estamos en una situación y una estructura de conciencia igual. En el caso de hoy, la historia se dirige a la acumulación y concentración, y es para aquellos funcionales a ella. Hoy, la historia “legítima”, la que se debe defender, es la que apunta en la dirección del capital: de lo competitivo, de lo productivo, de la generación de lucro, de la acumulación y la concentración. Y todo lo que es disfuncional a eso no duele que desaparezca. Es la misma estructura de un camino obligatorio, donde la historia tiene sus valores y derechos, y las personas no.

¿Diría que esta lógica está impuesta por el capital o la imponen las propias personas, aquellas que, en última instancia, dejarán de tener valor?

Tengo dos ejemplos etnográficos que serían cómicos si no fueran tan trágicos. Hace poco, estaba en el aeropuerto de Madrid, y al lado había una señora burguesa de unos 80 años con su hijo, de unos 50 años, también muy bien vestido. Pasó un mendigo pidiendo una limosna para comprarse un sándwich, y escuché que el hombre daba un grito a su madre: “¡Eres débil!, ¡eres débil!”, porque su mamá estaba buscando en su cartera unas monedas para darle al mendigo. Entonces le digo al hombre: “No, escúcheme, su madre no es débil, es buena”. Me miró con tanto odio que salí corriendo.

Entonces, le cuento eso a un amigo, y me dijo que le pasó lo mismo. Estaba en una reunión de condominio de su edificio, que convocaron porque querían despedir a la portera, que trabajó y vivió en su edificio durante 20 años. La querían despedir un año antes de que se jubilara para evitarse los gastos de la jubilación. Entonces, mi amigo protestó y dijo que eso estaba mal. Pero los condóminos lo reprocharon, diciéndole que “eso es buenismo”. ¿Qué decís a esto? Otros valores están ahí, otra moral. Como en el nazismo, llegó otra moral. Como en el estalinismo, llegó otra moral. Y entre nosotros ha llegado otra moral. Y las personas piensan que lo inútil debe desaparecer, debe ser exterminado.

¿Por qué esa gente común adhiere, tan pública y expresivamente, a esa crueldad capitalista?

Creo que las personas están respondiendo, poniéndose un uniforme. Se están uniformando de esta ideología y de este camino ético y moral también. Por eso lo expresan, por eso afirman su simpatía. Se están poniendo el uniforme: o nazi, o estalinista, o capitalista, y así están mostrando que pertenecen a esa historia. Entonces, lo que quiero es enfatizar la importancia de esta expresividad, pero sin negar que se dirige a un fin. En el caso de la violación común de calle, el fin es la reproducción de la posición patriarcal de ser hombre. Y, para los ejemplos que di, el fin es el título de pertenecer, de adherirse a esa historia, de vestir el uniforme de esa historia. Una historia en la cual muchos de esos uniformados van a salir sacrificados, también. Pero no lo perciben.

“La raza es ser una partícula de un continente racializado”

Quisiera discutir algunas categorías y perspectivas que propone, porque me parece que nos ayudan a comprender nuestro presente violento y sus interconexiones globales. En el fondo, está quizás la pregunta: ¿qué líneas podemos trazar entre las violencias pandilleras en América Latina, la guerra contra les migrantes en Estados Unidos y Europa, y lo que pasa en Gaza? Cuando miro estos –y otros– ejemplos, veo sobre todo tres ideas suyas que permiten hacer esa conexión: primero, la cuestión de la dimensión instrumental y la dimensión expresiva de la violencia; segundo, el tema de la colonialidad y la producción de la “raza” para organizar las violencias; y tercero, lo que llamas la “conquista permanente”, o sea, los procesos de desposesión y acumulación.

Lo que veo en Gaza es la absoluta ausencia de pudor frente al uso de la crueldad y la defensa descarada de la acumulación y concentración como una virtud histórica. Yo enfatizo el aspecto del espectáculo, porque creo que está presente, pero no porque crea que detrás de esto no hay una finalidad. Hay una finalidad, y esa finalidad es el poder.

Quiero enfatizar la expresividad en eso, porque es una diferencia que tiene con la Conquista. La Conquista no se hizo de acuerdo con la Ley de Indias, con tribunales y las grandes guerras de los ejércitos españoles contra Moctezuma y Atahualpa, como nos enseñaron. Nuestro continente se fundó por pandillas. Fueron grupos de hombres que salieron al campo a matar, todo lo que encontraban en su camino. Entonces, el pandillismo que nos aflige ahora en América Latina no lo entiendo solo a través de la cuestión económica, del lucro del tráfico de drogas, sino como un golpe político. El pandillismo es un golpe a la posibilidad de una gestión democrática. Se trata de una nueva forma de golpe de Estado. En México lo vemos claramente, y de allí se está extendiendo hacia el sur, alcanzando a Ecuador y a Perú. Esa mafialización del continente no es solamente económica, está alimentada políticamente. Es una forma de dominación y de imposibilitar la gestión democrática.

En todo eso, son cuerpos específicos, racializados, los que son el blanco primario de esas violencias. ¿Cómo piensa la relación entre la Conquista y la raza?

La Conquista inventa y racializa los pueblos y los paisajes, los cuerpos que vienen. ¿Qué es la raza? La raza no está en el cuerpo, es una relación leída en un cuerpo por un ojo que conoce la historia de ese cuerpo, de cómo se mueve, de cómo se expresa. La racialización es una de paisajes, de espacios, de arraigo de los cuerpos.

Yo, por ejemplo, tengo cuatro abuelos europeos, pero yo no soy blanca; soy una partícula, una emanación de un paisaje colonial. Soy un Fanon. Todos somos [Frantz] Fanon cuando llegamos a París [expresión usada por Segato como modelo ideal de blanquitud]. Hay diferencias de fenotipos, pero el continente del cual somos una emanación está marcado en nuestra conducta. ¿Viste las imágenes de los palestinos? Muchísimos son rubios. El niño sirio que murió en el mar, que causó tanto dolor, era rubio. ¿Qué es la raza? La raza es ser una partícula de un continente racializado, colonizado. Los franceses lo definieron perfectamente bien cuando hablaron de los pieds-noirs: aunque hubiera nacido en el centro de Francia, quien fuera a administrar Argelia no era más francés cuando volvió, era pied-noir. Porque le había pegado a la planta del pie, el suelo, la tierra africana lo había ennegrecido.

La racialización es una forma de producir cuerpos de los cuales se puede extraer una plusvalía mucho más perenne que de la clase

La raza es un instrumento; la racialización es una forma de poder, de producir cuerpos de los cuales se puede extraer una plusvalía mucho más perenne que de la clase. Porque no hay ascensión social, es mucho más difícil que el cuerpo marcado por algunos trazos que llamamos raciales ascienda. Y en esa relación, la conquistualidad es permanente. Todo eso se enreda hoy en una estructura de un mundo cuyo valor se dirige a la acumulación y concentración, y todo lo que molesta a esa finalidad histórica, no llega a destino.

Renovar las retóricas políticas: la politicidad de cuño femenino

Junto con la “raza” y sus derivados más contemporáneos, lo que está hoy por hoy en el centro de los discursos de la derecha autoritaria es el cuerpo de las mujeres, y en general las cuestiones de género. Al mismo tiempo, en todo el mundo, los movimientos feministas son muchas veces los grupos más movilizados y capaces para responder a la política de muerte. En ese panorama que nos pinta, ¿por qué la centralidad de la cuestión de género en las luchas?

El esfuerzo que ponen todas las facciones políticas que convergen en la defensa de la acumulación y concentración para derrumbar las reivindicaciones de las mujeres demuestra cuánto los amenazamos. Para mí es una razón de júbilo.

Pero la pregunta es: ¿en qué le molesta a un poderoso dueño de corporación, a un Elon Musk, que una mujer haga un aborto? La respuesta que me dan es: “Porque quieren que haya sobrante en el mercado laboral para que el trabajo sea barato”. Pero no, ¡el problema en este momento es que hay un sobrante de humanidad! No se necesita mano de obra, al contrario. ¿Para qué, entonces? No es fácil responder a esa pregunta.

Pues la amenaza es la soberanía sobre el propio cuerpo, la desobediencia de las mujeres al ejercer soberanía sobre su propio cuerpo. La autonomía, esa es la amenaza; es una amenaza que muestra que es posible conducir la historia en otra dirección. Ellos muestran su miedo frente a lo que podría emerger en el mundo como una conducción femenina de la historia –lo que yo llamo una politicidad de cuño femenino–, que viene de una acumulación de experiencias de gestión que vienen de lo doméstico, pero que están pasando a lo público. Viene de una gestión de la vida que tiene otras reglas, otros propósitos, otros valores y otras estrategias de gestión, y viene de otra historia, que es la historia de las mujeres.

En los últimos años, hemos visto una enorme acumulación de fuerzas de los movimientos feministas a nivel global, una expansión impresionante con marchas millonarias, la huelga feminista, etc. Pero, en América Latina, igual que en Europa, el movimiento parece haber llegado a otro momento de su historia. ¿En qué momento ve el feminismo actualmente?

Siempre el feminismo tuvo momentos de flujo y reflujo en la calle. La salida al espacio público, las marchas, fueron momentos. Y después hay una recogida. Pero el pensamiento, de una perspectiva de mundo y de política, a partir de la experiencia de las mujeres, eso no se detuvo jamás. Son dos cosas diferentes y no se puede juzgar el tránsito del feminismo solo por los momentos de las salidas a la calle. El pensamiento feminista no se repliega; sigue con mucha fuerza.

Lo que hay que pensar es el tema de la relación entre el pensamiento feminista y la política en general, lo que llamo: lo político. Porque la propuesta de las mujeres se dirige a hacer un impacto universal, a todas las personas, cambiar el mundo. Es un movimiento para un cambio de rumbo histórico. Y, por eso, hay que hacer un esfuerzo muy grande de renovar las retóricas políticas.

Pienso que hay un fin, un momento de caída, un vaciamiento de las consignas y de todas las formas en que pensamos la historia. Yo realmente creo que lo de Gaza es una parteaguas de la historia, un cambio de era. Entonces, creo que lo que llamamos las izquierdas van hacia atrás. ¿Por qué la gente en mi país, en Argentina, no se está levantando contra Milei como se levantó en el 2001? Porque la gente no quiere una vuelta atrás. Quiere que, cuando haya una salida, vaya hacia adelante. ¿Qué quiere decir? Nuevas consignas, nuevas ideas, nuevas palabras. Es necesario formular nuevos nombres para la política, nuevas metas, nuevas concepciones. Es un esfuerzo enorme de imaginación, intelectual, colectivo. Porque todo lo que hemos usado hasta el momento llegó a su punto final, caducó. No es que haya que olvidar los autores, no hablo de eso, pero es necesario tener claro que la historia de acá para frente hay que inventarla, hay que crearla.

Por eso, es necesario generar nuevas retóricas para las aspiraciones de la gente. Y las aspiraciones de las mujeres son un camino importante para la historia colectiva. Hay que desminorizarlas: son aspiraciones para la historia colectiva. Eso lo resume de la forma más perfecta. No son para la historia de las mujeres, sino para la historia de toda la humanidad.

Esta entrevista se publicó originalmente en inglés en IRGAC .

Fuente de la traducción: https://ctxt.es/es/20250901/Politica/50318/rita-segato-gaza-violencia-patriarcal-raza-feminismo.htm