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¿Qué aporta la inmigración?: mira los andamios

Fuentes: Nueva Tribuna

Los llamaban Dembelé, Diallo (Alfa) y Jorge. Tres trabajadores de la construcción, y Laura, arquitecta técnica encargada de la obra, han fallecido esta semana en el derrumbe de un edificio en obras en el centro de Madrid. El origen —Mali, Guinea y Ecuador— de estos tres trabajadores bastaría para que, en otros contextos, fueran mencionados en un debate televisivo como parte de “el problema de la inmigración”. Pero su vida, y su muerte, dicen justo lo contrario. Desmienten, desde la realidad más simple, la caricatura que se ha construido sobre la inmigración: la de una amenaza, una carga o una invasión.

Vivimos un tiempo en el que la mentira sobre la inmigración se ha convertido en argumento político rentable. Cada día se repite el mismo guion: los inmigrantes colapsan los servicios públicos, saturan las ayudas sociales, alteran la convivencia. Y mientras los altavoces del miedo fabrican esas ficciones, miles de personas inmigrantes trabajan, pagan impuestos, cuidan a nuestros mayores, limpian nuestras calles, cultivan nuestros alimentos o levantan nuestras casas. Lo hacen con una discreción que no busca reconocimiento, solo un lugar en la sociedad que sostienen.

España es, desde hace dos décadas, un país que ha sobrevivido en gran parte gracias al trabajo inmigrante. Sin ellos la sanidad, la agricultura, la hostelería o la construcción no funcionarían. La inmigración no es un fallo del sistema: es la base invisible que permite hoy su equilibrio. Pero el relato de algunos sectores de la sociedad prefiere ocultarlo, ignorarlo o distorsionarlo para incentivar sus mezquinos intereses. Resulta más eficaz, electoralmente, alentar el miedo y, para ello, presentar al inmigrante como un enemigo antes que reconocerlo como un aliado necesario.

Los tres obreros que murieron en Madrid no protagonizaban titulares hasta ahora. No estaban en las estadísticas del paro ni en las listas de morosos, sino en los andamios, bajo el sol, trabajando. Sus nombres, su esfuerzo y su discreción son una impugnación ética de ese discurso que los convierte en sospechosos. Representan la inmigración real, la cotidiana, la absolutamente mayoritaria. 

Sabemos que los inmigrantes en España representan alrededor del 15% de la población y aportan más al sistema de lo que reciben. Sabemos que sus cotizaciones ayudan, y mucho, a sostener el equilibrio de la Seguridad Social, con el de las pensiones de forma destacada. Sabemos también que el saldo fiscal neto de la inmigración es positivo. Aun así hay quienes, por interés, quieren seguir presentándolos como unos aprovechados, unos beneficiarios pasivos a los que les hacemos un favor al permitirles vivir aquí.

Pero, si queremos responder a quienes se preguntan ¿qué aporta la inmigración?, la respuesta está en la calle, no en las estadísticas. Aporta lo que ninguna máquina puede reemplazar: el cuidado, la resistencia, el sacrificio, la esperanza. Y también nos devuelve algo que no pocas veces olvidamos porque no aparece en la actualidad, en las series de televisión, en los reportajes o en las películas: el sentido real de ganarse la vida arriesgándola. Eso es lo que nos demuestran Dambelé, Diallo y Jorge: tres hombres que trabajaban sin estridencias, sin cámaras, sin discursos. No necesitaban justificar su presencia en el país: la legitimaban con su esfuerzo.

Por eso conviene recordar sus nombres. Porque cada vez que un político o un tertuliano habla de “invasión”, de “marea”, de “efecto llamada” o de “reemplazo”, conviene oponerles la realidad: tres obreros inmigrantes trabajando en el centro de Madrid. No venían a colapsar nada; venían a construir para todos, y a buscar un futuro mejor para sus hijos. Y pagaron con sus vidas. 

La inmigración no es una excepción en la historia. Es la historia misma del ser humano moviéndose en busca de dignidad. No hay que dramatizar ni idealizar. Los inmigrantes no son santos ni héroes: son trabajadores, personas que sostienen con su esfuerzo silencioso —como el resto de los trabajadores y trabajadoras nacidos en nuestro país— nuestra economía. Eso debería bastar para respetarlos.

Por eso sus nombres importan. Dambelé. Diallo. Jorge. Tres personas inmigrantes que no necesitaban discursos. Aunque hoy podría ser muy útil que se conocieran sus biografías: de dónde venían, qué esperanzas los movieron a emigrar a nuestro país, qué dejaron allí, cómo fue su travesía, en qué han trabajado, dónde y en qué condiciones vivían, cuánto cobraban y cuánto enviaban a sus familias. Quizá ya lo esté pensando —debería— la Televisión Autonómica de Madrid y sino cualquier otra: producir y emitir ese documental para avergonzar a quienes atacan y denigran a los inmigrantes.

Fuente: https://www.nuevatribuna.es/articulo/actualidad/siniestralidad-laboral-precariedad-inmigracion-mira-andamios/20251009232325243079.html