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A los profesionales de la memoria, atentamente

Fuentes: Gara

Traducido para Rebelión por Daniel Escribano

Lo omití, con algo de malicia, en la columna de hace quince días, al considerar que daría lo mismo sacarlo antes o después del aniversario. Quería ver si alguien, por su cuenta, traía a la memoria aquel 23 de julio de 1980. Últimamente, hay en este país una miríada de profesionales de la memoria y me pareció que el recuerdo de ese suceso entraba de lleno en el oficio de algunos. ¡Que va! Nadie ha dicho nada, al menos que yo haya podido oír. Habrá quien diga que ha sido por la masacre de Noruega. No creo que la razón sea esa.

Como quienes estáis fuera de esa profesión memorialística y, sobre todo, los lectores que en aquella época no habíais nacido o erais niños no tenéis obligación y, al parecer, tampoco muchas posibilidades de recordar aquello a lo que me estoy refiriendo, habrá que dar, primero, las explicaciones básicas. En la tarde del miércoles 23 de julio de 1980, estalló una bomba en la plaza Amezola de Bilbao, colocada en un contenedor que había junto a una guardería gestionada por una persona de la izquierda abertzale. Según parece, María y Antonio Contreras Gabarra, dos hermanos gitanos de 17 y 12 años, que buscaban entre las basuras como modo de vida, tocaron el artefacto y éste explotó; ambos murieron allí mismo al instante. Además, un cristal roto por la explosión hirió gravemente a Anastasio Leal Serradillo, limpiador de 59 años; murió horas después. Con todo, para contabilizar el resultado de la masacre, debe recordarse que María Contreras estaba embarazada y el feto quedó muerto separado del cadáver de la madre; no obstante, en el país en que tanto gusta empecinarse en discutir cuándo se empieza a ser humano y los derechos que de ello se derivan, un juez resolvió sin discusión que el asesinato de la madre y el feto debía considerarse como uno solo…

Fueran tres o cuatro las víctimas de la masacre de la plaza de Amezola, la verdadera injusticia de ese crimen es posterior. Jamás se ha esclarecido; aun menos castigado y reparado. Puede decirse que lo poco que sabemos se lo «debemos» a los asesinos: dos días después, un desconocido realizó una llamada, lamentó los asesinatos y los reivindicó en nombre de la AAA. Y punto: nunca se ha investigado ni interrogado a nadie, no digamos detenido o condenado, como responsable de esa acción. Junto con el caso de otros cuatro ciudadanos muertos en la taberna Aldana de Alonsotegi seis meses antes, (1) es la acción más grave de nuestro pasado político reciente que ha quedado impune. Como deberían saber los profesionales de la memoria. Pero los asesinatos de Amezola y su impunidad siguen siendo tabú.

Un amigo que habla con más elegancia que yo llama a esto «la invisibilidad de las víctimas de la violencia del estado». Yo lo llamo «el dominio de los cuneteros». Es lo que puede esperarse en un lugar en que durante muchos años ni siquiera ha habido la humanidad de recoger y enterrar los cadáveres de mucha gente.

Nota:

(1) Bar frecuentado por miembros del PNV. El 20 de enero de 1980, explotó una bomba colocada junto a la puerta, que causó la muerte de cuatro personas. La autoría del atentado fue reivindicada por unos llamados Grupos Armados Españoles. (N. del t.)

 Fuente: Gara, 27 de julio de 2011. http://www.gara.net/paperezkoa/20110727/281332/es/Oroitzapenaren-profesionalei-adeitasunez