Traducido por S. Seguí y Manuel Talens. Ilustración de Ben Heine.
En ciertos contextos, la memoria puede ser subversiva; en otros, puede proteger el statu quo. Cuando las personas y las comunidades se ven investidas con la memoria como una forma de la identidad y de diferenciación, otro sufrimiento amenaza con reemplazar la primordialidad de nuestra experiencia. En vez de un vínculo solidario con otros seres que sufren en el presente, el sufrimiento en el pasado puede llegar a ser una coraza que nos protege de los desafíos que tenemos ante nosotros. Entonces nuestro testigo, originalmente sólido y capaz de cuestionar a Dios y al poder, se diluye, puede parecer falso, afectado, incluso intencionadamente. Una industria crece entonces en torno a uno, lo enaltece y al mismo tiempo utiliza su testimonio para otras razones. El resultado final es una confusión tanto externa como interna, hasta que el propio testigo es incapaz de diferenciar entre el mundo de la interpretación que él mismo ayudó a articular y el mundo que ahora habla en su nombre. ¿Es esto lo que le sucedió a Wiesel o es exacto el análisis más mordaz de Finkelstein? [1]
La judeidad es un término bastante amplio. Hace referencia a una cultura con muchas caras, grupos distintivos, creencias diferentes, posiciones políticas enfrentadas, clases distintas e identidades étnicas diversas. Sin embargo, la conexión entre esas multitudes que se identifican a sí mismas como judías es algo enigmático. En los párrafos que siguen, trataré de adentrarme en la búsqueda de la noción de judeidad. Intentaré seguir la huella del vínculo intelectual, espiritual y mitológico que convierte a la judeidad en una sólida identidad.
Es evidente que la judeidad no es una categoría racial ni étnica. A pesar de que la identidad judía está orientada racial y étnicamente, el pueblo judío no es un grupo homogéneo. No hay en él ninguna continuidad racial o étnica. Algunos pueden considerar la judeidad como una continuación del judaísmo. Yo afirmaría que esto no es necesariamente así. Aunque la judeidad toma prestados algunos elementos judaicos fundamentales, no es el judaísmo e incluso es categóricamente distinta de éste. Además, como sabemos, más de unos pocos de quienes se definen orgullosamente como judíos desconocen casi todo del judaísmo, muchos son ateos, no religiosos y se oponen abiertamente al judaísmo o a cualquier otra religión. Muchos de esos judíos opuestos al judaísmo mantienen su identidad judía y están sumamente satisfechos de ésta [2]. Dicha oposición al judaísmo incluye obviamente al sionismo (al menos en su versión inicial), pero es también la base de buena parte del socialismo socialista judío antisionista.
Incluso si la judeidad es diferente del judaísmo uno todavía se pregunta qué constituye la judeidad: si es una nueva forma de religión, una ideología o sólo un «estado de ánimo».
Si la judeidad es, efectivamente, una religión, las siguientes preguntas que deben plantearse son: ¿Qué clase de religión? ¿Qué implica esa religión? ¿En qué creen sus seguidores? Si se trata de una religión, uno podría preguntarse si es posible divorciarse de ella como lo es del cristianismo o el Islam.
Si la judeidad es una ideología, entonces las preguntas que hay que hacer son: ¿Qué pretende esta ideología? ¿Constituye un discurso? ¿Es un discurso monolítico? ¿Representa un nuevo orden mundial? ¿Busca la paz o la violencia? ¿Es portadora de un mensaje universal para la humanidad o es sólo otra manifestación de algunos preceptos tribales?
Si la judeidad es un estado de ánimo, entonces la pregunta a plantearse es si es racional o irracional. ¿Está dentro de lo expresable o de lo inefable?
Llegados a este punto, puedo sugerir la remota posibilidad de que la judeidad sea un híbrido extraño, todas esas cosas a la vez, es decir, una religión, una ideología y un estado de ánimo.
La religión del Holocausto
El filósofo Yeshayahu Leibowitz, que era un judío ortodoxo creyente, me dijo una vez: «La religión judía murió hace 200 años. Ahora lo que unifica a los judíos del mundo es el Holocausto». (Uri Avnery) [3]
El filósofo Yeshayahu Leibowitz, catedrático de la Hebrew University nacido en Alemania, fue probablemente el primero en sugerir que el Holocausto se haya convertido en la nueva religión judía. El Holocausto es mucho más que un relato histórico, contiene la mayoría de los elementos religiosos esenciales: sacerdotes (Simon Wiesenthal, Elie Wiesel, Deborah Lipstadt, etc.), profetas (Shimon Peres, Benjamin Netanyahu y aquellos que avisan del judeocidio iraní que está por venir); mandamientos y dogmas («nunca más», «seis millones», etc.; rituales (días conmemorativos, peregrinación a Auschwitz etc.); establece un orden simbólico esotérico (kapos [3a], cámaras de gas, chimeneas, polvo, Musselmann [3b], etc.); santuarios y templos (Yad Vashem, el Museo del Holocausto y, ahora, la ONU). Por si no fuera bastante, la religión del Holocausto también está mantenida por una enorme red económica e infraestructuras financieras mundiales (la industria del Holocausto, tal como la expuso Norman Finkelstein). Lo más curioso es que la religión del Holocausto es tan coherente que define a los nuevos «anticristos» (los negacionistas) y tan poderosa que los persigue (mediante las leyes contra la negación del Holocausto).
Los eruditos críticos que refutan la noción de «religión del Holocausto» sugieren que aunque la nueva y cada vez más importante religión parece conservar muchas características de una religión organizada, no establece una figura divina externa a la que señalar, venerar o adorar. Yo estoy en total desacuerdo con esto. Insisto en que la religión del Holocausto expresa la esencia de la cosmovisión democrática liberal. Está ahí para ofrecer una nueva forma de culto. Se transfiguró en una creencia dogmática a través de la cual el creyente se venera a sí mismo. En la nueva religión los judíos veneran al «judío». Su objeto es el «Yo», el sujeto del sufrimiento interminable que logra la redención.
Sin embargo, bastantes eruditos judíos en Israel y en el extranjero aceptan la observación de Leibowitz. Entre ellos, Marc Ellis, el ilustre teólogo judío que sugiere una reveladora nueva introspección respecto en la dialéctica de la nueva religión. «La teología del Holocausto», señala, «produce tres temas que coexisten en tensión dialéctica: el sufrimiento y la obtención del poder, la inocencia y la redención, el carácter especial y la normalización» [4].
Aunque la religión del Holocausto no reemplazó al judaísmo, sí que le ha dado un nuevo significado a la judeidad. Establece un discurso moderno que inserta al sujeto judío en un proyecto donde tiene asignado un papel principal dentro de su propio universo, en el que constituye el centro. Tanto el «sufridor» como el «inocente» avanzan en él hacia la «redención» y el «poder». Dios, obviamente, está fuera del juego, expulsado, puesto que fracasó en su misión histórica, que era la de salvar a los judíos. Dentro de la nueva religión, el judío se convierte en el nuevo Dios de «los judíos», un Dios que se redime a sí mismo.
El judío devoto de la religión del Holocausto idealiza la condición de su existencia. Establece entonces el método de una futura lucha por el reconocimiento. Para el devoto sionista de la nueva religión, las implicaciones parecen ser relativamente duraderas: está ahí para «atraer» a todos los judíos del mundo a Sión a expensas del pueblo palestino originario. Para el judío socialista, el proyecto es algo más complicado. Para él (o ella), la redención implica el establecimiento de un nuevo orden mundial, a saber, un refugio socialista. Un mundo dominado por la política dogmática de la clase obrera en la que los judíos serían sólo una minoría entre muchos. Para el creyente humanista, la religión del Holocausto significa que los judíos deben situarse al frente de la lucha contra el racismo, la opresión y el mal en general. Aunque esto suena prometedor, es problemático por razones obvias: en el orden mundial actual Israel y USA están a la cabeza de la opresión. El esperar que los judíos se pongan al frente de la lucha humanista enfrenta a este grupo de creyentes tanto a sus hermanos como a su única superpotencia amiga. Sin embargo, está claro que las tres iglesias del Holocausto asignan un proyecto muy importante con algunas implicancias mundiales a los judíos.
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Como puede verse, el Holocausto funciona como una interfaz ideológica. Le proporciona un logos a su feligresía. En el ámbito de la conciencia, sugiere una visión puramente analítica del pasado y del presente, pero no se queda ahí, ya que también define la lucha futura. Define una visión de un futuro judío. No obstante, como consecuencia satura el inconsciente del sujeto judío con la ansiedad definitiva: la destrucción del «Yo».
Huelga decir que una fe que estimula la conciencia (la ideología) y controla el inconsciente (el espíritu) es una muy buena receta para el éxito de una religión. Este vínculo estructural de la ideología y el espíritu es fundamental para la tradición judaica. El vínculo entre la claridad legal del halacah (la ideología) y el carácter misterioso de Yahvé o incluso de la kabala (el espíritu) convierte al judaísmo en una totalidad, un universo en sí mismo. El bolchevismo -el movimiento de masas, no la teoría política- está construido sobre la misma estructura: la lucidez del materialismo pseudocientífico junto con el miedo del apetito capitalista. La política neoconservadora del miedo se basa asimismo en bloquear al sujeto en el abismo entre la supuesta lucidez forense de las armas de destrucción masiva y la pesadilla inefable del «terror futuro».
Este vínculo mismo entre lo consciente y lo inconsciente recuerda la noción lacaniana de lo «real». Lo «real» es lo que no se puede simbolizar, es decir, expresar con palabras. Lo real es lo «inefable», lo inaccesible. En palabras de Zizek, «lo real es imposible», «lo real es el trauma». Sin embargo, es este trauma lo que da forma al orden simbólico. Es el trauma lo que constituye nuestra realidad.
La religión del Holocausto se ajusta al modelo lacaniano. Su núcleo espiritual está profundamente arraigado en lo inefable. Su predicación enseña a ver en todo una amenaza. Es la conjunción final entre la ideología y el espíritu que se ha materializado en puro pragmatismo.
Lo curioso es que la religión del Holocausto va más allá del discurso interno judío. De hecho, la nueva religión funciona como una misión. Establece santuarios en regiones lejanas. Como podemos ver, la nueva religión ya se está convirtiendo en un nuevo orden mundial. Es el Holocausto lo que ahora se utiliza como coartada para bombardear con armas nucleares a Irán [5]. Evidentemente, la religión del Holocausto le sirve tanto al discurso político judío de derechas como de izquierdas, pero también les resulta atractiva a los goyim [5a], sobre todo a aquellos comprometidos en matanzas despiadadas en nombre de la libertad [6]. Hasta cierto punto, todos estamos sometidos a esta religión, algunos somos fieles, otros sólo están sometidos a su poder. Curiosamente, aquellos que niegan el Holocausto también están sometidos a abuso por parte de los sumos sacerdotes de esta religión. La religión del Holocausto constituye lo «real» de Occidente. No se nos permite tocarla o investigarla, igual que les sucedía a los israelitas, que podían obedecer a su Dios, pero nunca cuestionarlo.
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Los eruditos comprometidos en el estudio de la religión del Holocausto (teología, ideología e historicidad) trabajan con formulaciones estructurales, sus significados, su retórica y su interpretación histórica. Algunos investigan la dialéctica teológica (Marc Ellis), otros formulan mandamientos (Adi Ofir), otros aprenden su evolución histórica (Lenni Brenner), otros sacan a la luz su infraestructura económica (Finkelstein). Curiosamente, la mayoría de los eruditos cuyo objeto de estudio es la religión del Holocausto investigan una lista de acontecimientos que ocurrieron entre los años 1933 y 1945. La mayoría de ellos, si no todos, son fieles practicantes ortodoxos. Aunque pueden ser críticos con diferentes aspectos de la explotación del Holocausto, aceptan la validez del judeocidio nazi y tanto sus implicaciones como sus interpretaciones dominantes. La mayoría de ellos, si no todos, no ponen en entredicho el discurso sionista, concretamente el judeocidio nazi, si bien no son pocos los que critican la manera en que los institutos judíos y sionistas utilizan el Holocausto. Incluso si algunos pueden refutar las cifras (Shraga Elam) y otros cuestionar la validez de la memoria (Ellis, Finkelstein), ninguno llega hasta el revisionismo, ni uno solo de los eruditos de la religión del Holocausto se atreve a entablar un diálogo con los denominados «negacionistas» para discutir de su visión de los acontecimientos o de cualquier otra erudición revisionista.
Lo que resulta mucho más interesante es el hecho de que ninguno de los eruditos de la religión del Holocausto se haya preocupado por estudiar el papel del Holocausto en el devenir judío. A partir de aquí, sostendré la tesis de que la religión del Holocausto estaba bien establecida mucho antes de la Solución Final (1942), antes de la Kristalnacht (1938) [6a], antes de las leyes de Nuremberg (1936), antes de que la primer ley antijudía fuera anunciada por la Alemania nazi, antes de que el Congreso judío usamericano (American Jewish Congress) declarase una guerra económica contra la Alemania nazi (1933) e incluso antes de que Hitler naciera (1889). La religión del Holocausto es probablemente tan vieja como los judíos.
Arquetipos judíos
En un trabajo previo he definido la noción de «Síndrome de estrés pretraumático» [7]. En dicho síndrome, el estrés se debe a un episodio imaginario fantasmático situado en el futuro, es decir, a un acontecimiento que nunca ha tenido lugar. A diferencia del Síndrome de estrés postraumático, en el que el estrés es la reacción directa a un acontecimiento que (puede) haber tenido lugar en el pasado, en el Síndrome de estrés pretraumático el estrés nace de un acontecimiento imaginario potencial, esto es, una ilusión se adelanta a los acontecimientos y la fantasía del terror futuro da forma a la realidad actual.
Al parecer, la dialéctica del miedo domina la existencia y la manera de ser de los judíos desde hace más tiempo del que estamos dispuestos a admitir. Aunque los líderes étnicos judíos han explotado políticamente el terror desde los primeros días de la emancipación, la dialéctica del miedo es mucho más antigua que la historia judía moderna. De hecho, la herencia del Tanach (la Biblia hebrea) está ahí para sumir al judío en un estado pretraumático. Es la Biblia hebrea la que establece un entramado binario de inocencia/sufrimiento y de persecución/poder. En particular, el miedo al judeocidio está inmerso en el espíritu, en la cultura y en la literatura de los judíos.
Me atrevo a afirmar aquí que la religión del Holocausto estaba ahí para transformar a los antiguos israelitas en judíos.
El antropólogo usamericano Glenn Bowman, que se especializó en el estudio de las identidades del exilio, nos ofrece una introspección fundamental en el tema del miedo y su contribución a la política de la identidad. El «antagonismo», dice Bowman, «es fundamental para el proceso de fetichización que subyace a la identidad, porque uno tiende precisamente a hablar de quién o de qué es cuando se siente en peligro. Empiezo a considerarme verbalmente como tal o cual persona o como tal o cual representante de una comunidad imaginada en el momento en que algo parece amenazar con rechazar al ser que representa el nombre que hablo. Los términos de identidad entran en uso precisamente en el momento en que por alguna razón uno empieza a sentir que significan un ser o una entidad que uno debe luchar por defender.» [8]
En pocas palabras, Bowman hace hincapié en que es el miedo lo que materializa la noción de la identidad. Sin embargo, una vez que el miedo ha madurado en un estado de estrés pretraumático colectivo la identidad se moldea. En lo tocante a los judíos, la Biblia está ahí para sumirlos en un estado de estrés pretraumático. Es la Biblia la que inicia el miedo al judeocidio.
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Cada vez hay más eruditos de la Biblia que refutan su historicidad. En su libro The Canaanites and Their Land [Los cananeos y su tierra], Niels Lechme afirma que la mayor parte de la Biblia fue «escrita después del exilio babilónico y que tales escrituras reescribieron (y en gran medida inventaron) la historia israelita anterior con el propósito de reflejar y reiterar las experiencias de los que regresaron del exilio babilónico» [9].
En otras palabras, al haber sido redactada por quienes regresaban al hogar, la Biblia incluye parte del núcleo de la ideología del exilio en un relato histórico, lo cual es algo muy parecido a lo que sucedió en el caso del ideólogo sionista inicial, que consideraba la asimilación como una amenaza de muerte: «Las comunidades que se unieron bajo el liderazgo del sacerdocio de Yahwehist (en la época del exilio babilónico) vieron la asimilación y la apostasía no sólo como la muerte social para sí mismos como judeos, sino también como un intento de deicidio. Resolvieron mantener un compromiso total y exclusivo con Yahvé, pues estaban seguros de que los conduciría de regreso a la tierra de la que habían sido expulsados. Prescribieron la pureza de sangre como medio de mantener las fronteras de la comunidad nacional y, por lo tanto, prohibieron el matrimonio fuera de ésta. También establecieron una serie de rituales exclusivos que los aislaban de sus vecinos y que no sólo incluían una forma sustitutiva de culto al templo, sino también un calendario distinto que de manera ritual les permitió existir en uno tiempo diferente al las comunidades con las que compartían el territorio. Todos estos dispositivos de diacríticos les sirvieron para marcar y mantener la diferencia, pero no les impedían comerciar y poder así sobrevivir entre los babilonios.»
La espectacular lectura que Bowman y Lechme hacen de la Biblia y del discurso judaico como manifestación una identidad marginal y del exilio puede explicar el hecho de que la judeidad florezca en el exilio, pero pierda bastante de su incentivo cuanto se convierte en una aventura nacional. Puesto que la judeidad se centra en una ideología de la supervivencia colectiva del emigrado, sus seguidores prosperan en el exilio. Sin embargo, lo que mantiene la identidad colectiva judía es el miedo. Al igual que sucede en el caso de la religión del Holocausto, la judeidad inserta el miedo al judeocidio en el centro de la psique judía, pero ofrece asimismo las medidas espirituales, ideológicas y pragmáticas para combatir dicho miedo.
El Libro de Ester
La celebración del Purim, que es probablemente la fiesta judía más gozosa, se basa en el relato bíblico del Libro de Ester, que cuenta la historia de un intento de judeocidio, pero también cuenta una historia en la que los judíos logran cambiar su destino. En dicho libro, los judíos se las arreglan para rescatarse a sí mismos e incluso para vengarse.
Sucede en el tercer año de Asuero, durante el reinado de un rey persa a quien se suele identificar con Jerjes I. Es la historia de una conspiración palaciega, un intento de judeocidio y una hermosa y valiente reina judía (Ester) que consigue salvar a su pueblo en el último momento.
En este relato, el rey Asuero está casado con Vasti, a la que repudia cuando ésta rechaza su invitación a visitarlo durante una fiesta. Ester es entonces la candidata elegida para convertirse en su nueva esposa. A medida que avanza la historia, el primer ministro de Asuero, Hamán, conspira para que el rey ordene matar a todos los judíos, sin saber que Ester es una de ellos. En el relato, ésta, junto a su primo Mordecai, consigue al final salvar a su pueblo, a riesgo de poner en peligro su propia seguridad, Ester previene a Asuero de la sangrienta conspiración antijudia de Hamán, que será ahorcado junto a sus hijos en los cincuenta cadalsos que había preparado en un primer momento para Mordecai. Más tarde, Mordecai toma el puesto de Hamán y se convierte en el primer ministro. Sin embargo, el edicto de Asuero en el que decreta el asesinato de los judíos no puede ser revocado, por lo que dicta otro que permite a los judíos tomar las armas y acabar con sus enemigos, lo que llevan a cabo.
La moraleja de la historia está bastante clara. Si los judíos desean sobrevivir deben contar con aliados introducidos en los vericuetos del poder. Teniendo en cuenta la historia de Ester, Mordecai y el Purim, el AIPAC [9a] y el concepto de «poder judío» aparecen como una materialización de una ideología bíblica y cultural profundamente enraizada.
Sin embargo, hay un matiz interesante. Si bien esta historia está considerada como un relato histórico, la mayor parte de los estudiosos modernos de la Biblia consideran muy discutible su realidad histórica. Lo que se conoce de Historia persa, en sus fuentes clásicas, no confirma los hechos narrados en el Libro de Ester, por lo que la mayoría de los eruditos han llegado a la conclusión de que buena parte de ella, si no en su totalidad, es ficción.
En otras palabras, si bien la moraleja es evidente, el supuesto intento de genocidio es ficticio. Aparentemente, el Libro de Ester coloca a sus seguidores en un «trastorno de estrés pretraumático» colectivo. Transforma una fantasía de destrucción en una ideología de supervivencia. No cabe duda de que algunos ven en el texto una alegoría de los judíos perfectamente asimilados que descubren que son objetivo deantisemitismo, pero que a la vez están situación de salvarse a sí mismos y a su raza.
La lectura de Bowman puede aportar alguna luz. El Libro de Ester está ahí para formar la identidad del exilio e imponer el estrés existencial: es la introducción a la religión del Holocausto. Establece las condiciones que transforman el Holocausto en realidad.
Es interesante destacar que el Libro de Ester (en su versión hebrea) es uno de los dos libros de la Biblia que no menciona directamente a Dios (el otro es el Cantar de los Cantares). En el Libro de Ester los judíos confían en sí mismos, en su poder, en su unicidad, en su sofisticación, en su habilidad conspiratoria, en su capacidad para apoderarse del reino, en su capacidad para salvarse. El Libro de Ester trata, todo él, del poder y de los judíos que confían en sus propias fuerzas.
De la fiesta del Purim a Birkenau
En un artículo titulado «A Purim Lesson: Lobbying Against Genocide, Then and Now » [10], el doctor Rafael Medoff comparte con sus lectores lo que considera la lección aprendida por los judíos en el Libro de Ester. Concretamente, si lo que Ester y Mordecai nos enseñan en él es el arte del cabildeo, Medoff afirma que «la fiesta del Purim celebra el exitoso empeño de prominentes judíos en el Capitolio de la antigua Persia, que impidieron el genocidio del pueblo judío». Pero Medoff no se detiene ahí. Este ejercicio concreto de lo que algunos llaman «poder judío» se prolonga en el tiempo y ha sido llevado a cabo por modernos judíos emancipados: «Lo que no es tan conocido es que una campaña de cabildeo comparable tuvo lugar en nuestra época, en Washington DC, en el momento culminante del Holocausto».
En su artículo, Medoff analiza las similitudes existentes entre el cabildeo de Ester en Persia y el de sus modernos hermanos ante el gobierno de Franklin Delano Roosevelt, en el momento culminante de la Segunda Guerra Mundial. «La Ester del Washington de los años cuarenta fue Henry Morgenthau Jr.» afirma Medoff, «un judío de origen alemán rico e integrado, que -como más tarde afirmaría su hijo- deseaba a toda costa ser considerado usamericano al cien por cien. Disimulando su judeidad, Morgenthau pasó de ser amigo y consejero de Roosevelt a secretario del Tesoro de su gobierno.»
Evidentemente, Medoff ha localizado también al moderno Mordecai, «un joven emisario sionista de Jerusalén, Peter Bergson (nombre real: Hillel Kook), que dirigió una serie de campañas de protesta para promover el rescate de los judíos de manos de Hitler por parte de USA. La publicidad del periódico del grupo de Bergson y sus actos públicos contribuyeron a llevar el Holocausto al conocimiento del público, en particular con la marcha organizada de más de 400 rabinos ante la puerta principal de la Casa Blanca antes del Yom Kippur de 1943.»
La lectura que realiza Medoff del Libro de Ester nos proporciona una iluminadora visión del código interno de la dinamica de supervivencia colectiva de los judíos, en la cual la asimilada (Ester) y el practicante (Mordecai) unen sus fuerzas, teniendo claramente presentes los intereses judíos.
Según Medoff, las similitudes son realmente chocantes. «La insistencia de Mordecai convenció finalmente a Ester para que se dirigiese al rey; la insistencia de los ayudantes de Morgenthau convencieron a esté para que se dirigiera al Presidente, armado con un incisivo informe de 18 páginas titulado Report to the Secretary on the Acquiescence of This Government in the Murder of the Jews [Informe al secretario sobre la aquiescencia de este Gobierno en el asesinato de los judíos].
Medoff está ya preparado para sacar sus conclusiones históricas: «El cabildeo de Ester tuvo éxito, Asuero derogó el decreto de genocidio y ejecutó a Hamán y a sus seguidores. El cabildeo de Morgenthau también tuvo éxito. Una resolución del Congreso pidiendo medidas de rescate obtuvo rápidamente la aprobación del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, lo que le permitió a Morgenthau decirle a Roosevelt que tenía ‘que actuar con mucha rapidez, de lo contrario lo haría en su lugar el Congreso de USA’. Diez meses antes de las elecciones, la última cosa que necesitaba el presidente era un comprometedor escándalo público en relación con el asunto de los refugiados. En pocos días, Roosevelt hizo lo que se le pedía en la resolución del Congreso: emitió una orden ejecutiva por la que se creaba la War Refugee Board [Junta de Refugiados de Guerra], agencia gubernamental destinada al rescate de refugiados de Hitler.»
Resulta muy evidente que Medoff considera el Libro de Ester como el manual de instrucciones para un futuro judío próspero. Medoff termina así su trabajo: «La afirmación de que nada podía hacerse para ayudar a los judíos de Europa fue demolida por otros judíos, despojados éstos de sus miedos y dispuestos a abogar por su pueblo… en la antigua Persia como en el moderno Washington.» En otras palabras, los judíos pueden y deben actuar de manera autónoma en su propio beneficio. Ésta es sin duda la moraleja del Libro de Ester, así como de la religión del Holocausto.
Lo que los judíos deber ían hacer por sí mismos es sin duda una cuestión abierta: las respuestas dependen de cada judío. Los neocon están a favor de arrastrar a USA y Occidente todo a una guerra sin fin contra el Islam. Emmanuel Levinas, por contra, cree que los judíos deberían liderar la lucha contra la opresión y la injusticia. De hecho, el poder judío es sólo una idea entre muchas, aunque sin duda es una idea importante y sin duda peligrosa. Es particularmente peligrosa en un momento en que el American Jewish Committee [Comité Judeo-usamericano – AJC] actúa como un Mordecai de nuestros días y está comprometido públicamente en una amplia campaña de guerra contra Irán.
Cuando analizamos las operaciones y la influencia del AIPAC en la política usamericana, es el Libro de Ester el elemento que debemos tener en cuenta. El AIPAC es algo más que un simple grupo político de presión; el AIPAC es un moderno Mordecai. Y ambos, junto al AJC, siguen las directrices de la escuela de pensamiento hebreo bíblico. No obstante, mientras que los Mordecai son relativamente fáciles de detectar, las Ester, es decir, quienes actúan a favor de Israel entre bastidores, son algo más difíciles de identificar.
Considero que una vez adoptado el punto de vista de observación del cabildeo judío en los parámetros establecidos en el Libro de Ester y la religión del Holocausto, nos podemos permitir tomar a Ahmadinejah por la figura actual correspondiente a Haman/Hitler. El AJC es Mordecai, Bush is, evidentemente, Asuero, pero Ester puede ser cualquiera, desde el último neocon hasta Cheney y otros.
Brenner y Prinz
En el primer párrafo de este estudio me pregunto qué viene a significar hoy la judeidad. Si bien acepto la complejidad del concepto, tendería a aceptar también la contribución de Leibowitz al respecto: el Holocausto es la nueva religión judía. No obstante, a lo largo de mi trabajo me tomo la libertad de ampliar el concepto de Holocausto. En lugar de limitarme a referirme exclusivamente a la Shoah, es decir al judeocidio nazi, afirmo que el Holocausto está realmente grabado en el discurso y el espíritu judíos. El Holocausto es la esencia del trastorno de estrés pretraumático colectivo y antecede a la Shoah. Ser judío significa ver al «Otro» como una amenaza y no como a un hermano. Ser judío consiste en estar en alerta constante. Ser judío supone haber internalizado el mensaje del Libro de Ester. Es dirigir los esfuerzos hacia las más influyentes articulaciones de la hegemonía. Ser judío es colaborar con el poder.
El historiador marxista usamericano Lenni Brenner está fascinado por la colaboración entre sionismo y nazismo. En su libro Zionism in the Age of Dictators incluye fragmentos del libro del rabino Joachim Prinz, publicado en 1937, después de la salida del rabino de Alemania hacia USA.
«Todo el mundo en Alemania sabía que únicamente los sionistas podían representar responsablemente a los judíos en las conversaciones con el gobierno nazi. Todos dábamos por seguro que un día el gobierno organizaría una conferencia de mesa redonda con los judíos, en la que -una vez concluidas las algaradas y atrocidades de la revolución- se estudiaría el nuevo estatuto de los judíos alemanes. ¡Era nuestro sueño sionista! Nosotros nunca negamos la existencia de la cuestión judía. ¿Segregación? ¡Era lo que pedíamos!… En un manifiesto notable por su orgullo y dignidad, pedíamos una conferencia.» [11]
A continuación, Brenner incluye fragmentos de un memorándum enviado al Partido Nazi por el grupo sionista alemán ZVfD el 21 de junio de 1933: «El sionismo no se hace ilusiones respecto a la dificultad de la condición judía, que consiste ante todo en un patrón ocupacional anormal y en la culpa de una postura moral e intelectual sin raíces en nuestra propia tradición (…)
En las bases del nuevo Estado, que ha establecido el principio de raza, deseamos insertar nuestra comunidad en la estructura global de manera que también para nosotros, en el ámbito que se nos asigne, sea posible una fructífera actividad en beneficio de la Patria.
Nuestro reconocimiento de la nacionalidad judía proporciona una relación clara y sincera con el pueblo alemán y sus realidades nacionales y raciales. Precisamente porque no deseamos falsear estos fundamentos, es por lo que también nosotros nos oponemos a los casamientos mixtos y deseamos mantener la pureza del grupo judío […]
Creemos en la posibilidad de mantener una honrada relación de lealtad entre una judería consciente de sí misma como grupo y el Estado alemán […]» [12]
Brenner desaprueba tanto la postura de Prinz como la iniciativa sionista. Lleno de desprecio, añade: «Este documento, una traición de los judíos a Alemania, fue escrito siguiendo los clichés sionistas habituales: ‘patrón ocupacional anormal’, ‘intelectuales desarraigados necesitados absolutamente de una regeneración moral’, etc. El documento recoge la calculada colaboración que los sionistas alemanes ofrecieron a los nazis, santificada por el objetivo de un Estado judío. Viene a decir: no batallaremos contra ti, sino contra los que se te resistan.»
Lamentablemente, Brenner, aprisionado por el dogmatismo obrerista y sin la necesaria práctica académica de examen histórico transcultural, deja de ver lo evidente: el rabino Joachim Prinz y el ZVfD no eran traidores, sino que actuaban como auténticos judíos. Seguían precisamente el código cultural judío. Seguían el Libro de Ester, adoptaban el papel de Mordecai. Intentaban hallar un medio de colaboración con lo que correctamente identificaban con un poder emergente de amplio alcance. En 1969, Prinz confesó que en todo momento «desde el asesinato de Walther Rathenau en 1922 no nos cabía ninguna duda de que la evolución en Alemanía conducía a un régimen totalitario antisemita. Cuando Hitler comenzó a azuzar, a ‘despertar’ según él, en la nación alemana la conciencia racial y la superioridad racial, no nos cupo duda alguna de que este hombre, más tarde o más temprano, se convertiría en jefe de la nación alemana.» [13]
Aunque disguste a Brenner, o a cualquier otro, el rabino Joachim Prinz demustra ser un auténtico líder judío, demuestra poseer algún tipo de radar de supervivencia altamente sofisticado que se ajusta pefectamente a la ideología del exilio. En 1981 Lenni Brenner entrevistó a Joachim Prinz: he aquí lo que dijo sobre el colaboracionista rabino:
«(Prinz) evolucionó visiblemente en los 44 años siguientes a su expulsión de Alemania. Me dijo, off the record, que pronto se dio cuenta de que nada de lo que había defendido tenía sentido en USA. Aquí se convirtió en un progresista a la manera usamericana. En su momento, se le pidió que, como jefe del American Jewish Congress, marchase junto a Martin Luther King, lo que hizo.»
Una vez más, Brenner deja de ver lo evidente: Prinz no había cambiado en absoluto, no había evolucionado en esos 44 años. Fue y seguía siendo un judío auténticamente genuino y, además, inteligente hasta la desmesura. Era un hombre que había internalizado la esencia de la filosofía del emigrante judío: en Alemania sé alemán, en USA, usamericano. Sé flexible, adáptate y adopta un relativismo ético. Prinz era un devoto seguidor y Mordecai y, como tal, entendía que todo lo que sea bueno para un judío es sencillamente bueno.
Me interesé y profundicé en las valiosas entrevistas de Brenner con Prinz que hay en la Red [14]. Me chocó bastante darme cuenta de que, en realidad, Prinz presenta su postura de una manera elocuente. Es Prinz, no Brenner, quien nos ofrece una visión de la ideología judía y de su interacción con la realidad circundante. Es Prinz, no Brenner, quien realmente entiende al volk alemán y sus aspiraciones. Prinz presenta su actividad pasada como un judío orgulloso. Desde su punto de vista, colaborar con Hitler era sin duda lo que había que hacer. En este punto, seguía a Mordecai, a la espera, probablemente, de la llegada de una Ester. Así, lo más natural es que más tarde el rabino Joachim Prinz se convirtiese en presidente de Jewish American Congress. Se convirtió en un destacado líder usamericano, a pesar de su ‘colaboración con Hitler’. Y ello por una sencilla razón: desde el punto de vista de la ideología, era lo que tenía que hacer.»
A modo de colofón sobre el sionismo
Una vez que hayamos decidido contemplar la judeidad como una cultura del exilio, como incorporación del «otro definitivo» podremos comprender la citada judeidad como una continuidad colectiva enraizado en una fantasía del horror. La judeidad es la materialización de la política del miedo en un programa pragmático. En esto consiste la religión del Holocausto, tan vieja sin duda como los propios judíos. El rabino Joachim Prinz pudo prever el Holocausto; tanto él como el ZVfD pudieron anticipar el judeocidio. Así, desde un punto de vista ideológico actuaron adecuadamente. Estaban comprometidos con su esotérica ética en el seno de un discurso cultural esotérico.
El sionismo era, sin duda, una gran promesa; su objeto: convertir a los judíos en israelíes. Quería convertir a los judíos en un pueblo como cualquier otro. Se proponía identificar y combatir la Galut (Diáspora), rasgo de exilio en el pueblo judío y su cultura. Sin embargo, el sionismo estaba destinado al fracaso por una razón obvia: en una cultura metafísicamente enraizada en la ideología del exilio, la última cosa que puede esperarse conseguir es un hogar real. Para cumplir su promesa, el sionismo tenía que liberarse de la ideología judía del exilio, de la religión del Holocausto. Pero es eso, exactamente, lo que no ha logrado realizar. Con el exilio en la sangre, el sionismo tenía que convertirse en antagonismo con los palestinos originarios a fin de mantener su fetiche de la identidad judía.
Dado que el sionismo no ha conseguido desvincularse de la ideología judía del émigré, ha perdido su oportunidad de evolucionar hacia otra forma de cultura nacional. Por consiguiente, la cultura y la política israelíes constituyen una extraña amalgama de indecisiones: mezcla de poder colonial y de mentalidad victimaria de la Galut. El sionismo es un producto secular de la ideología del exilio que no puede evolucionar hasta convertirse en una percepción propia auténtica.
Notas
[*] La fiesta judía del Purim se refiere al relato bíblico descrito en el Libro de Ester ( 8, 3-7). Se conmemora en el mes de adar, último de los doce meses del calendario judío, que corresponde aproximadamente a los meses de febrero y marzo. (N. de los T.)
[1] Marc Ellis, Marc Ellis on Finkelstein ( http://www.normanfinkelstein.com/article.php?pg=3&ar=21 )
[2] http://www.counterpunch.org/atzmon01202007.html
[3] http://www.ramallahonline.com/modules.php?name=News&file=article&sid=2133
[3a] Kapo era el nombre que se les daba a los prisioneros judíos con cierta autoridad sobre sus propios compañeros en los campos de exterminio nazis. (N. de los T.)
[3b] Musselmann es un concepto antropológico de difícil traducción que describe a un ser humano totalmente degradado por sus congéneres pero que sigue siendo humano. Primo Levi describe al Musselman como «aquel que ha visto al Gorgón», es decir, aquel que ha sucumbido a la ignominia más profunda (véase, en inglés, http://www.brynmawr.edu/bmrcl/Fall2002/Agamben.html).
[4] Marc H. Ellis, Beyond Innocence & Redemption – Confronting The Holocaust And Israeli Power, Creating a Moral Future for the Jewish People (San Francisco: Harper & Row, 1990).
[5] http://peacepalestine.blogspot.com/2007/01/gilad-atzmon-brave-new-world-war.html
[5a] Goyim, en yiddish, apelativo despectivo que se les da a los no judíos, es decir, los gentiles. (N. de los T.)
[6a] Kristalnacht, la noche de los cristales, en 1938, cuando Hitler envió pandillas nazis a romper los vidrios de los comercios, sinagogas y hogares judíos. (N. de los T.)
[7] http://www.imemc.org/article/21744 (véase, en español, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=44869)
[8] Glenn Bowman-Migrant Labour: Constructing Homeland in the Exilic Imagination, Anthropological Theory II:4. December 2002 pp 447-468.
[9] Ibid.
[9a] AIPAC (American-Israeli Public Affaires Committee), es decir, Comité usamericano-israelí de asuntos públicos. (N. de los T.)
[10] http://www.wymaninstitute.org/articles/2004-03-purim.php
[11] http://www.marxists.de/middleast/brenner/ch05.htm
[12] Ibid.
[13] http://www.marxists.de/middleast/brenner/ch03.htm
[14] http://cosmos.ucc.ie/cs1064/jabowen/IPSC/php/clip.php?cid=512
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Fuente: http://www.counterpunch.org/atzmon03032007.html
Gilad Atzmon es un músico, escritor y activista ex judío que eligió el exilio lejos de su nativo Israel para combatir el sionismo y defender la liberación del pueblo palestino desde una posición universal y ajena a la judeidad. Vive en Gran Bretaña. Su sitio web es http://www.gilad.co.uk/
S. Seguí, Manuel Talens y Ben Heine pertenecen a Rebelión y Cubadebate. Talens y Heine también son miembros de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. URL de esta página: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=47667