El comunista cubano Julio Antonio Mella, nieto del General «del ímpetu», como calificara José Martí al héroe Ramón Matías Mella, prócer de la independencia del pueblo dominicano, nació el 25 de marzo de 1903. En sólo 26 años de vida marcó con su ineludible presencia, todo el Siglo XX cubano, y sin lugar a dudas […]
El comunista cubano Julio Antonio Mella, nieto del General «del ímpetu», como calificara José Martí al héroe Ramón Matías Mella, prócer de la independencia del pueblo dominicano, nació el 25 de marzo de 1903. En sólo 26 años de vida marcó con su ineludible presencia, todo el Siglo XX cubano, y sin lugar a dudas su figura histórica, trascenderá también en esta aurora del nuevo milenio.
Mella lleva en si la historia grande y maravillosa que escriben y sueñan millones de mujeres y hombres, todos los días, a todas horas, en ese acto indescriptible que llamamos Revolución. Una y mil interpretaciones siempre serán insuficientes para intentar aprehenderlo en el estrecho marco que pueda «fabricar» el mejor de todos los historiadores, y por ello sostengo lo positivo de plantearnos nuevas búsquedas y acercamientos. Sin embargo pienso que no por ello podemos eludir consensos que nacen de hechos irrefutables, mucho menos nos está permitido desconocer esos hechos, tergiversarlos, e intentar una malograda e irrespetuosa caricatura de la Historia. Y en este criterio considero importante compartir algunos de los comentarios que me motivan el artículo «¡Julio Antonio!..»Hasta después de muerto»…, que publicó Rebelión el pasado 16 de enero, en recordación del complot y asesinato contra el joven, realizado en México por esbirros al servicio del imperialismo norteamericano, el 10 de enero de 1929.
Tengo varias objeciones por errores históricos, pero afortunadamente tales lunares pueden resolverse en cualquier libro elemental de Historia de Cuba, algo similar ocurre con las especulaciones sobre un José Martí afiliado al «primer Partido Comunista de Cuba, más bien la sección Cuba de la III Internacional» algo que recuerda un momento de lecturas voluntaristas y dogmáticas afortunadamente superado, por el que transitaron en el pasado inmediato de los setenta y los ochenta del pasado siglo algunos compañeros. Si me referiré a tres temas historiográficos sustanciales que recorren el artículo, y que en mi criterio, reclaman una particular atención por su trascendencia política e ideológica. Por ese Mella que «Hasta después de muerto», nos sigue convocando a la acción:
Primero: Considero que la vida y la obra del joven paladín es tan grande y meritoria que el adjudicarle lo que no hizo es una forma infantil de irrespetarla. Esto ocurre cuando en el artículo al referirse al acto fundacional del primer Partido Comunista de Cuba se afirma que «Mella nos integró al Partido de Lenin…. tan temprano como en 1925 el proletariado cubano participaba del mejor acontecimiento del mundo por intermedio de la voluntad y la pasión de un jovencito de 22 años».
Sería oportuno recordar la existencia en Cuba de un incipiente movimiento socialista y marxista desde antes que naciera el propio Mella. Este movimiento se unió «al Partido de Lenin» en julio de 1922 cuando la Agrupación Socialista de la Habana acordó romper con la II internacional y asumir las Veintiuna Condiciones de la III Internacional.
Darle a Mella el protagonismo que no tiene, es desconocer a quien si fue el genuino protagonista y al que, no por casualidad, el propio Mella reconoció como maestro: Carlos Baliño, veterano marxista que está junto a José Martí en la fundación Partido Revolucionario Cubano en 1892, creador del Club de Propaganda Socialista en 1903 -cuando el niño «ilegítimo» Nicanor, que luego tomaría en acto reivindicatorio el apellido del padre y los nombres guerreros de Julio Antonio, solo tenía siete meses de nacido-. Baliño trabajó sin descanso por la difusión del leninismo entre los círculos socialistas cubanos y fue el articulador por excelencia del surgimiento de los primeros grupos de comunistas que se inspiraban en la experiencia política de los bolcheviques. Mella, además, se vincula a Alfredo López, el líder sindical más importante del país, que con certera conducción política y sólidos principios ideológicos, guiaba la consolidación del naciente movimiento obrero cubano en una organización nacional.
Como prueban sus propios escritos de entonces, antes del contacto con el movimiento obrero y comunista, Mella ya era un martiano convencido, un antimperialista, pero no comprendía en toda su dimensión, la protesta de los trabajadores, no podía hacerlo desde los arranques vitalistas de revolucionarismo juvenil. Entonces creía en la necesidad de una élite, preferentemente de jóvenes, que destruyera mediante su acción las lacras neocoloniales y las ominosas diferencias sociales.
El eje López – Baliño sería definitivo en la formación del joven líder. Junto a Alfredo y Baliño, en el fragor de la lucha política, el joven Mella precisa el sentido de su vida como servicio patriótico e internacionalista a la causa de la liberación nacional, al antimperialismo y la Revolución Socialista. «¿La Revolución?» -le había confiado José Martí a su amigo Baliño– «La revolución no es la que vamos a iniciar en las maniguas, sino la que vamos a desarrollar en la República», y ese diálogo histórico fue una herencia trascendental, que el pionero del socialismo científico en Cuba, transmitió a su joven discípulo. Por eso, sin abandonar las aulas universitarias y la lucha estudiantil, Julio Antonio se incorpora a los primeros grupos leninistas desde 1923, crea ese año la Universidad Popular «José Martí», apoya a Alfredo López en los avatares de la central obrera, y está como alumno aventajado de Baliño, entre los fundadores y dirigentes del primer Partido Comunista de Cuba.
Segundo: Mella fue separado de las filas del Partido Comunista de Cuba a principios de 1926, como consecuencia de incomunicaciones, dogmatismos y miserias humanas de algunas figuras que lideraban el Comité Central en aquella época. Este ya es un hecho suficientemente esclarecido por la historiografía y sobre el que afortunadamente existe la documentación de la época. Pero esa misma historiografía y esos mismos documentos prueban como la dirección de la Internacional, al conocer el hecho y evaluarlo, consideró errónea la decisión del Partido cubano y a menos de un año, orientó reintegrar a las filas al joven revolucionario. La disciplina de la Internacional funcionó esta vez para fortuna y restablecimiento de lo justo. ¿Por qué se obvia este dato tan importante? ¿Por qué no recordar que junto a Mella en la Asociación Nacional de Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC) estaban también los militantes comunistas cubanos que se encontraban en el exilio, algunos incluso que habían participado, de una u otra manera, en su separación del Partido?¿Por qué no apuntar que en la Cuba de 1928 su entrañable amigo Rubén Martínez Villena, al frente del Partido compartía y secundaba sus criterios tácticos y estratégicos a contrapelo de la «orientación» de la Internacional?.
Se recuerda en el artículo que refiero a Sandalio Junco como uno de los compañeros de Mella y se nos exhorta a conocer su historia. Recomiendo a quien se anime a estudiar la historia de Junco, leer las actas de la primera Conferencia de los Partidos Comunistas de 1929 en Buenos Aires. Allí Sandalio representó al Partido Comunista de Cuba, en particular a quienes seguían la línea de liberación nacional y amplitud de alianzas de Mella en México. Les adelanto que fue muy pobre su defensa de las tesis del camarada recién asesinado, y el final infeliz fue su subordinación y aceptación de la crítica de la Internacional.
Tampoco debe faltar en este acercamiento a Sandalio Junco las críticas de Rubén Martínez Villena, cuando inescrupulosamente le cambió el sentido y la redacción del Informe que el primero había realizado para la II Conferencia de los Partidos Comunistas Latinoamericanos de 1930 en Moscú. Sandalio es responsable de la pérdida del documento original de Villena, y llama mucho la atención que «los cambios» que se abrogó hacer estaban en la dirección de mediatizar, de «aflojar» las posiciones teóricas independientes que sostenía el entrañable amigo de Mella, lo que significaba de hecho «un servicio» a la línea «stalinista» de la dirección de la Internacional.
Sin lugar a dudas los últimos meses de Mella en el seno del Partido Comunista Mexicano fueron tormentosos, ya se abría con fuerza creciente el clima de intolerancias, intrigas y oportunismos que minó la Internacional después del VI Congreso de la Internacional, que concluyó en septiembre de 1928. Y existe evidencia concreta de su resistencia a cumplir las orientaciones erróneas que llegaban desde Moscú: Mella no renuncia a crear una amplia central sindical mexicana. Mella no renuncia a sus vínculos y solidaridad militante con un Augusto César Sandino acusado de «pequeñoburgués» o «traidor». Mella continúa su proyecto de la ANERC.
La virtual guerra política entre Stalin y Trotski, y la definitiva colocación de este último, en una posición de completa beligerancia frente al Partido y al proyecto soviético; selló el debilitamiento del movimiento revolucionarios de la época, y fue caldo de cultivo para el oportunismo y la traición de una y otra parte. En el seno de los partidos comunistas se producirían lacerantes procesos internos cuyas secuelas aún nos acompañan. Faltó en repetidas ocasiones la mesura y el respeto por revolucionarios que, dentro de las posiciones marxistas y leninistas o fuera de ellas, defendían otros puntos de vista.
La recién desaparecida figura de Mella, necesariamente se mantuvo en el centro del debate y como señalé, sus posiciones -junto con las de José Carlos Mariátegui -, fueron plato fuerte de la crítica de la dirección de la Internacional en la Conferencia de Buenos Aires, a solo cinco meses de su muerte. Por demás, toda la obra y acción del joven líder cubano era demostrativa de una concepción teórica y política completamente opuesta al stalinismo. No faltaron entonces quienes intentaron alinear a Mella con el trotskismo, y en consecuencia separarlo y expulsarlo deshonrosamente de las filas comunistas. Basta como muestra significativa la justa ira de Rubén Martínez Villena cuando, de regreso de la URSS, en 1932, en Nueva York, impide que se publique en Mundo Obrero, órgano del Buró Latinoamericano de la Internacional Comunista, un artículo insultante sobre su entrañable amigo. A juicio de Rubén de haberse consumado, aquella publicación hubiera sido el «segundo asesinato de Julio Antonio Mella».
A diferencia de quienes dentro de la Internacional traban de calumniarlo, los revolucionarios mexicanos que se alinearon a favor de Trotski veían con toda legitimidad a Mella «como el iniciador de la corriente que más tarde conformó la Oposición de Izquierda en el PCM (Partido Comunista Mexicano)». Para muchos de ellos Mella marcó el inicio de las diferencias que luego desafortunadamente se harían irreconciliables.
Las apreciaciones sobre el trotskismo de Mella se refuerzan además en el hecho evidente de que el joven revolucionario sintió admiración y respeto por el brillante bolchevique. Conoce la censura a que han sido sometidas las tesis de Trotski -por ser pública luego de la XIII Conferencia del Partido Comunista soviético en enero de 1924-, y no le puede ser ajena la marcada diferencia de este dirigente con Stalin, ya convertido tras la muerte de Lenin, en el máximo jefe del Partido y el Estado soviéticos. No obstante el martiano Mella, porque lo cree digno, alaba la precisión de Trotski sobre la importancia de la contabilidad en la empresa socialista contenida en su trabajo «¿Hacia dónde va Rusia?. Y esto lo hace públicamente en El Machete, órgano central de los comunistas mexicanos, en junio de 1927.
El que los trotskistas mexicanos crean y defiendan a Mella como uno de sus «iniciadores», y que tal apreciación tenga legitimidad desde la perspectiva de la historia de su movimiento político; no prueba sin embargo que realmente Julio Antonio Mella haya sido trotskista. La lectura que acreditamos demuestra que Julio Antonio Mella, admiró el genio de Trotsky cuando este «supo matar hasta el último rescoldo de individualismo» y asumió la disciplina y la labor colectiva del Partido de los bolcheviques, para criticarlo definitivamente cuando promovió la división y la ruptura de la unidad. Todo acto de divisionismo encuentra en Mella un rechazo tajante. «Los partidos comunistas no pueden ser un mosaico de colores y tendencias«, escribe el 5 de enero de 1929 en El Machete, cinco días antes de caer asesinado.
¿Por qué ver un Mella trotskista, cuando lo que existe de manera irrefutable, es un Mella martiano y leninista?. Y precisamente por martiano y leninista Mella puede ser asumido por trotskistas, mariateguistas, sandinistas, gramscianos… Es que el pensamiento de Mella fundamenta como desde el nacimiento del socialismo cubano existió un substrato original, en función de las necesidades y esencias criollas, y sobre todo, permeado de la espiritualidad y la riqueza conceptual que le venía directamente de José Martí, Mella halla el camino de articulación -continuidad y ruptura dialéctica- que Baliño vislumbró, por el que transitarían los más preclaros revolucionarios cubanos: de Martí a Marx y Lenin; de Marx y Lenin, con más pasión aún, a Martí.
Tercero: He tenido la oportunidad de sentir el horror por lo que llegó a ser el stalinismo, al detener el tiempo e imaginarme, en el silencio imponente del despacho de Trotski en Michoacán, qué convirtió a un ser humano que llegó como amigo, en la bestia que luego clavó en la célebre cabeza la picota asesina. No puede existir justificación para mentir, reprimir brutalmente y asesinar a nombre del socialismo.
Pienso también que el stalinismo como fenómeno histórico aún precisa de estudios desprejuiciados. Del honor para aquellos héroes que, enarbolando el nombre de quien asumían como su líder, se lanzaban sobre un nido de ametralladoras nazis, y al precio de veinte millones de vidas salvaron al mundo del fascismo. De qué pasó después de Stalin en el Partido, el Estado y los pueblos del multinacional país, para que la Revolución Soviética jamás pudiera recuperarse de aquel trauma. Y este ejercicio nunca será un vano intento de «erudición» es una necesitad imperiosa para quienes desde el estudio de la Historia como práctica y compromiso, queramos aportar a la revolución actual.
El estudio y el debate serio nos permitirá corroborar si existe o no como afirma el artículo un «estalinismo remanente». O quizás nos ayudará a comprender que más allá de los inadmisibles episodios del stalinismo, enfrentamos un fenómeno mucho más complejo. Que no puede resolverse con solo enarbolar la tradición del pensamiento revolucionario «sin mucho esfuerzo». Necesitamos descubrir donde están las fuentes de un tipo particular de enajenación que como la escoria al acero, acompaña los procesos de liberación, y se metamorfosea en dogmatismos, autoritarismos, sectarismos, y voluntarismos, que no siempre peinan canas. La historia de la época del stalinismo precisa además, de su estudio en cada circunstancia nacional.
El documento afirma que a Mella: » No lo mató el estalinismo… parece ser, pero no dudaría que el Partido Comunista Cubano le haya explicado a Vidali o Contreras lo inoportuno que era este joven para los tenebrosos planes del partido». Este argumento es desde todo punto de vista desacertado. Los puntos suspensivos y el «parece ser», dejan espacio al infundio exhaustivamente desmentido con una montaña de documentos y pruebas, sobre la pretendida autoría comunista del asesinato, que fue precisamente el argumento de los criminales en el intento de ocultar su culpabilidad. Pero la «duda» es aún más desafortunada.
¿Puede existir alguna duda de cuál era la posición del Partido Comunista de Cuba en los momentos en que cae Mella? ¿Y sobre Rubén Martínez Villena el amigo entrañable, quien como lo prueban sus cartas íntimas, compartió con Mella hasta sus mismos enemigos en el seno de la Internacional?¿Y quiénes rescataron para los cubanos de todos los tiempos las cenizas de Mella y fueron masacrados por la soldadesca batistiana cuando rendían el postrer tributo al hermano caído en combate el 29 de septiembre de 1934?.
El artículo afirma que el primer Partido Comunista de Cuba se convirtió «en una especie de Saturno comiéndose a sus propios hijos», aprecio que se refiera a varios episodios de separaciones y expulsiones de militantes y dirigentes. Pero cuidado!!!: A los lectores de Rebelión que conocen lo que sucedió en otros partidos de la época, hay que precisarles cómo en Cuba no prosperó el asesinato político, que en Cuba los muertos comunistas fueron los héroes que cayeron en plena lucha frontal contra los esbirros del imperio.
El artículo se refiere además a «los tenebrosos planes» del Partido Comunista de Cuba. Por más delicado que se quiera ser en el ejercicio de la crítica, «es necesario dar un alto!!!» -como diría Mella- ante afirmaciones que son inadmisibles por calumniosas, grotescas y falsas.
Los comunistas como tantos otros revolucionarios cubanos, como los revolucionarios en cualquier parte del mundo, fueron hombres en lucha, sujetos -como lo somos nosotros hoy- de pasiones y objetos de las más contradictorias circunstancias, fueron certeros y también se equivocaron. ¿Quién que hace historia puede librarse de tales juicios?.
A los comunistas los afectó el sectarismo y el dogmatismo ¿pero acaso fueron los únicos sectarios y los únicos dogmáticos? ¿Cuánto hubo de anticomunismos, exclusiones y aislacionismos también sectarios, cuánto de dogmatismo seudodemocrático y liberaloide, cuánto de prejuicios sembrados por el enemigo común? Reconocer lo uno y negar lo otro no es serio, y sobre todo no ayuda a comprender el presente desde el pasado. ¿Y qué partido se sostuvo más tiempo en la historia contemporánea de Cuba? ¿Qué partido soportó más represiones, más asesinatos, más campañas de calumnias? Olvidarse de que fueron los comunistas tampoco ayuda a un balance certero.
Del Mella de 1926, maltratado y calumniado por sus compañeros de Partido, no pudo obtener el enemigo una sola diatriba para su siempre atenta campaña divisionista. ¿Entonces hacemos hoy honor a Mella cuando se siembra más que la reflexión, un ataque visceral, unilateral e infundado contra el primer Partido de los comunistas cubanos?
Hay un punto básico que no se toca en el artículo y sin embargo fue el nervio central de toda la vida y actividad de Mella: La unidad en los principios como centralidad de la unidad política: «La lucha contra el imperialismo de todas las fuerzas y tendencias es la lucha más importante…», proclamaba Mella. Ese fue el camino de Rubén Martínez Villena y Pablo de la Torriente Brau y, cuando Antonio Guiteras ya avanzaba a paso firme por él, fue asesinado.
Con Mella, Rubén, Pablo y Guiteras en sus banderas, con toda la experiencia y el heroísmo acumulado por comunistas, nacionalistas, socialistas y patriotas de los más diversos o imprecisos credos, se empinó por la misma cuesta Fidel Castro, la Generación del Centenario de Martí en el 1953, el pueblo rebelde de la Sierra y el Llano que triunfó en 1959, y el crisol de vanguardias -incluída la del primer partido marxista y leninista -, que forjarían el actual Partido Comunista de Cuba a partir de 1961, al calor de los combates de Playa Girón y de las luces cientos de miles de faroles que alumbraron con la campaña de alfabetización, la consolidación de la cultura nacional socialista.
«En las Glosas al pensamiento de José Martí», trabajo que se cita en el artículo que discrepo, Mella nos lega una clave definitiva para «aquilatar los acontecimientos históricos»: Ni «estériles emuladores de la mujer de Lot» , ni «pedazos de lava ambulante»: ¿Quienes somos para creernos jueces y «perdonar» o no a la maravillosa Tina Modotti, como tan desacertadamente se hace en el artículo? ¿Es esta la manera de ver la historia «libre de prejuicios y compenetrada con la clase revolucionaria de hoy» que solicitaba Mella en sus Glosas?
Con ese Mella que en las Glosas se nos revela también como mentor historiográfico, hay que avanzar el imprescindible balance enriquecedor de la historia, en tanto esta es acicate y reflexión de lo que fuimos y somos, como llegamos -en que acertamos y en qué nos equivocamos- y sobre todo qué no podemos renunciar a ser: ¿Se imaginan cuanto hubo que ceder, conciliar, postergar, reevaluar, estrechar, unir y fundir: CRECER, para llegar al Partido Comunista de Cuba de hoy? ¿Cuánta obra de amor y entrega nos legaron todos y cada uno en esa victoria maravillosa que supo tejer el Martí y el Mella que creció en Fidel? ¡Cuánta belleza tenemos que preservar y desarrollar!
Los juicios y debates alrededor de la figura y el pensamiento de Mella nos han acompañado desde el día en que el enemigo le arrebató la vida. Al redactar estas opiniones no pude sustraerme de recordar varias de esas polémicas, y en particular la que hace ya casi treinta años me marcó con una trascendente enseñanza de dialéctica histórico política y sobre todo de ética. Conocí entonces a un recién graduado de maestro e historiador que publicaba «su libro» sobre Julio Antonio Mella. Era sin dudas el primer libro que la generación inmediata al triunfo de la Revolución dedicaba al joven paladín revolucionario. Pero aquel hecho afortunado casi termina en un episodio dramático. El autor fue acusado de «revisionista» y «diversionista», por algunos de sus camaradas de la juventud comunista. Nada más y nada menos que había tenido la osadía de fijar en su estudio el hecho ineludible y «raro» de que Mella nunca había hablado de Stalin, y que sin embargo si lo había hecho de Trotski. Ramón Nicolau, «un viejo comunista», salió en defensa del cuestionado autor, con ganada autoridad persuadió, explicó, educó: «Cada generación – demostraba Nicolau- debe tener su propia lectura sobre Mella, ah! pero eso sí: Debe saber sostenerla con los hechos del propio Mella, con responsabilidad y conciencia de lo que Cuba se juega en cada momento!!!».
Nicolau ya no está entre nosotros, sin grandes ni pequeñas conmemoraciones el pasado año fue el de su centenario, pero sin dudas su preclara visión puede continuar librándonos de fantasmas, petulancias, nuevos y viejos dogmas, irresponsabilidades. Convocándonos con Julio Antonio Mella al combate necesario y en el caso que nos ocupa al estudio veraz y consecuente.
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