Traducción del árabe para Rebelión de Antonio Martínez Castro
Santidad,
Dadas las circunstancias concretas que atraviesa el mundo en general, y Oriente en particular, deseo expresarle en mi calidad de sacerdote árabe católico de Siria parte de lo que llevo en el corazón. Y lo hago al hilo de la invitación que dirigió hace pocos meses a los responsables de las Iglesias Orientales Católicas para reunirse y preparar el simposio sobre la situación de los cristianos árabes y no árabes en Oriente que tendrá lugar el próximo mes de octubre en Roma.
Hay tres puntos que quiero comentarle, al igual que un hijo habla con su padre. El primero tiene relación con la mencionada invitación al simposio. Tengo la absoluta certeza de que todos aquellos que recibieron la invitación han elogiado la iniciativa pero ¿acaso le ha dicho alguno que llega con mucho retraso?
También abrigo la absoluta certeza de que de les sorprendió el informe que acompañaba las invitaciones. ¿Acaso le ha dicho alguno que ese informe no refleja en absoluto la realidad de Oriente, pasada y presente, más que desde el punto de vista de Occidente y de lo que Occidente quiere que vea el resto de habitantes de la tierra, quieran o no?
También tengo la absoluta certeza de que el Vaticano dispone de expertos y de embajadores en Oriente que intentan transmitirle con fidelidad lo que aquí sucede. ¿Acaso le ha dicho alguno de los reunidos que dichos expertos y embajadores no ven, por lo general, más que lo que los responsables de las Iglesias Orientales les dejan ver o lo que los límites de su responsabilidad les permite ver?
Por último, y sin que sea éste el final, tengo la absoluta certeza de que los reunidos han descubierto muchos puntos peligrosos en el importante informe. ¿Acaso le ha dicho alguno, bien a usted personalmente o públicamente en las reuniones, que hay puntos que el Vaticano pasa por alto e ignora siguiendo las indicaciones de su mayor o menor cantidad de expertos de Occidente y ante la ausencia o presencia simbólica de expertos árabes y orientales?
El segundo punto toca a los invitados a los seminarios anteriores y al próximo simposio. Se sabe que los invitados son los patriarcas, obispos y los presidentes generales de las distintas congregaciones.
Me pregunto: ¿Está Vuestra Santidad convencida de que la lista de invitados representa, en lo bueno y lo malo, al cristianismo oriental en esta peligrosa y determinante etapa? Porque me temo que la mayor parte de ellos no cuadra dentro de las expectativas que tiene Oriente, musulmanes y cristianos por igual, a juzgar por la falta de firmeza a la hora de hacer declaraciones debido al peso de sus cargos y a razones morales y materiales conocidas por todos.
He dicho que este simposio llega tarde, muy tarde. Y temo que se presente ante el mundo con exordios rimbombantes, declaraciones de intenciones y disposiciones de aplicación inmediata cuya puesta en práctica se retrasará mucho por su enorme carga de nuevas y pesadas desilusiones, después de lo ya de por sí agotado que está Oriente a causa de avatares históricos, políticas occidentales injustas y choques internos desconcertantes, y a veces ignominiosos.
Por eso considero conveniente proponer que las invitaciones de la Santa Sede se extiendan e incluyan voces valientes e influyentes de todos los sectores cristianos, en primer lugar, incluyendo a laicos y religiosos ortodoxos y católicos, y de los diversos sectores islámicos, en segundo lugar. Como la mayoría de la población de Oriente es musulmana, este simposio debe tomarla en cuenta a la hora de pronunciarse pues le incumbe del mismo modo que a los cristianos.
El tercer punto es saber la parte de responsabilidad de las Iglesias Occidentales, con el Vaticano a la cabeza, en lo que sucede en el mundo en general y en el Oriente árabe y no árabe en particular.
Mi primera pregunta: ¿Me aparto de la verdad si afirmo que la inmensa mayoría de lo que sucede en el mundo y en Oriente es producto de Occidente, entendido como los siguientes países: EEUU, Europa, Rusia, Canadá y Australia que monopolizan las riquezas de la tierra con sus ejércitos?
Mi segunda pregunta: ¿Me aparto de la verdad si afirmo que la inmensa mayoría de lo que sucede en el mundo árabe islámico es una reacción a la injusticia de Occidente? En un principio fueron casos improvisados y sangrientos que evolucionaron hasta convertirse en dos modelos de movimientos armados; el primero es el de la resistencia legítima en la Palestina ocupada, representada por partidos palestinos que injustamente la UE ha incluido en septiembre de 2002 en la lista de grupos terroristas; y el segundo modelo es el de la resistencia integrista, representada por al Qaeda y los Talibanes, que luchó primero contra los soviéticos en Afganistán y después contra los estadounidenses en el mismo escenario, además de en Iraq y Pakistán.
¿Acaso alguien ignora que estas dos organizaciones son un producto de los EEUU?
En cuanto a lo que ocurre en el corazón del mundo árabe, exactamente en Palestina, la Palestina a la que en las Iglesias de Occidente ahora sólo os referís como «Tierra Santa», no es más que un delito flagrante y una ocupación militar que viola todos los derechos: asesina, encarcela, tortura, embarga, asedia y expulsa a todo el pueblo palestino, indistintamente de que sea cristiano o musulmán. Todo esto acontece bajo los ojos y oídos del todo mundo, con apoyo absoluto de Occidente hasta el punto de que la Señora Hilary Clinton dijo: «Bombardear Israel equivale a bombardear San Diego o cualquier otra ciudad de EEUU»; también la cancillera alemana, Angela Merkel, dijo sin sonrojarse: «Bombardear Tel Aviv es como bombardear Alemania»
¿Y qué pasa con el pueblo palestino que desde hace más de sesenta años vive bajo la ocupación israelí? ¿Dónde están los Derechos del Hombre de los acuerdos internacionales, especialmente la Convención de Ginebra, y las decenas de resoluciones del Consejo de Seguridad y de la Asamblea general de la ONU? ¿Se ha vuelto Occidente esclavo de los sionistas para seguir esa descarada dualidad en su trato con el Estado de Israel por un lado, y con la mayoría de los pueblos de la tierra, pobres y empobrecidos por otro?
Pasa todo esto y las Iglesias de Occidente guardan silencio. Todas. Empezando por el Vaticano que desde la defunción del Papa Juan Pablo II no ha vuelto a pronunciarse sobre el tema, a excepción del valiente cardenal de Boston, Bernard Law.
Desde hace años leo atentamente y con regularidad la prensa oficial del Vaticano y he observado que desde su toma de posesión a la cabeza de la Santa Sede el lenguaje de L’Osservatore Romano se ha vuelto más superficial y parcial en todo lo relativo al conflicto árabe israelí y a las consecuencias de las guerras, el hambre, las enfermedades, la pobreza, la explotación y el saqueo programado cuya salvaje devastación del mundo se agudiza día tras día.
Tristemente todo esto se me ha hecho patente a raíz de su visita a la Palestina ocupada. Esperaba de Vuestra Santidad una declaración que igualase en valentía y sinceridad a la de su predecesor Juan Pablo II cuando de visita a Siria en 2001 exigió que se aplicasen las resoluciones de la ONU para lograr una solución justa y completa en el conflicto árabe israelí.
Del mismo modo que esperaba de Vuestra Santidad palabras de afecto, fuertes y sinceras, con el pueblo palestino que está sometido por los sionistas, con apoyo absoluto de Occidente, a un horrible e implacable holocausto desde hace más de sesenta años. Esperaba palabras que compensasen, al menos un poco, el afecto exagerado que Vuestra Santidad había mostrado al pueblo judío en su visita a EEUU el 12/2/2009, o al recibir en el Vaticano a una delegación de rabinos israelíes el 12/3/2009, o lo que dijo el miércoles 27/1/2010, en el aniversario del Holocausto, en la segunda página del L’Osservatore Romano. Mientras que lo que ocurre en lo que queda de Palestina, Gaza y Cisjordania, desde hace más de sesenta años, no merece nunca alusión suya.
Me da mucha lástima añadir al silencio de las Iglesias de Occidente las desafortunadas declaraciones firmadas por algunos obispos católicos de Francia, Alemania y Canadá que durante su visita a «Tierra Santa» equipararon la víctima árabe al verdugo israelí. Del mismo modo que mostraron su profundo malestar por el «dolor» que se interpone entre ambos pueblos, y en este sentido conminaban a sus conciudadanos a rezar por la «paz» y ayudar económicamente a la «Tierra Santa».
Parece que hayan perdido los ojos, pues ya no ven, y que se hayan quedado sin memoria, pues no recuerdan la historia de Palestina, país de Jesús, ni están al tanto de los cambios radicales de su historia, ni de los asesinatos, exterminación y desplazamiento que padece a diario la población original palestina.
Santidad,
Para terminar tengo seis preguntas que estimo necesario dirigir a Vuestra Santidad:
La primera: ¿El antisemitismo que ha practicado el pueblo, la Iglesia y el poder en Occidente a lo largo de cientos de años contra los judíos justifica que hoy se vierta la sangre de los pueblos árabes y no árabes de Oriente? ¿Justifica el antisemitismo que las Iglesias de Occidente guarden silencio frente a esta injusticia mientras no dejan de transmitir su arrepentimiento y solicitar el perdón por haber sido antisemitas, sólo ellos, porque nunca lo fueron árabes ni musulmanes?
La segunda: ¿No es evidente para Vuestra Santidad que de la postura de Occidente y de las Iglesias de Occidente se desprenden dos males terribles y fatales de los que no veo remedio posible: El primer mal es convertir al pueblo judío en una banda de asesinos; y el segundo mal es vaciar Oriente, rápidamente y para siempre, de los cristianos originales.
La tercera: ¿No encuentra, como encuentro yo, una terrorífica y vergonzosa similitud entre lo que hace Occidente hoy en el mundo, especialmente en el mundo árabe e islámico, y la brutal aniquilación de más de cuarenta millones de nativos que perpetró Europa al conquistar América, según estimaciones de los investigadores occidentales?
La cuarta: Frente a todos estos crímenes contra la humanidad, ¿Cree que a Occidente le basta con designar un nuevo papa, dentro de cuatrocientos años, que recorra todo el mundo pidiendo perdón a los pueblos, como hizo el valiente Papa Juan Pablo II, para que digamos que la Iglesia ha hecho lo que tenía que hacer?
La quinta: ¿No deberían las Iglesias de Occidente, hoy mejor que mañana, salir de la cárcel de silencio y pregonar el Evangelio para defender con él a los oprimidos, pobres, hambrientos, enfermos y presos? Eso hizo Jesús con todo su amor y, como dice el Evangelio de Mateo; «no son individuos sino pueblos que pueblan toda la superficie de la tierra».
La sexta pregunta podría escucharla de su boca, de la misma forma que me la han hecho muchos obispos y sacerdotes occidentales: ¿Alguien escucha? Ahora digo a Vuestra Santidad y a las Iglesias de Occidente: «No sois mejores que Jesús, que fue a su gente y su gente no lo aceptó, y aún así les habló y lo que dijo Jesús no lo ha dicho ni lo dirá nadie.
¿Algo más que decir?
Sí, lo último.
Santidad,
En tanto que hijo suyo y sacerdote católico de Siria le suplico con todo afecto y tesón que tenga la iniciativa de invitar a los responsables de las Iglesias de Occidente, religiosos y laicos, para que debatan en el simposio que tendrá lugar en octubre, con los responsables de las Iglesias orientales y los representantes musulmanes, hasta qué punto Occidente es responsable de lo que pasa hoy en Oriente para que se tomen las medidas sinceras y necesarias antes de que sea demasiado tarde.
Ha pasado mucho tiempo y los días venideros presagian nuevas catástrofes que nadie desea.
El mundo de Dios es ancho, tanto como el corazón de Dios, y deseo que su corazón escuche mi ruego.
Santidad,
Le pido una oración por todos mis hermanos de Oriente, musulmanes, cristianos y judíos y le expreso mi más sincero afecto y respeto filial,
El padre Elias Zahlawi.
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