Vivimos estos días el tercer aniversario de la gloriosa revolución, y no hay ninguna persona revolucionaria que no esté sufriendo rabia y dolorosa tristeza por las derrotas y tribulaciones por las que está pasando la revolución, especialmente desde la caída del asesino Mohamed Morsi, por la acción de las masas. Cuando, en lugar de que […]
Vivimos estos días el tercer aniversario de la gloriosa revolución, y no hay ninguna persona revolucionaria que no esté sufriendo rabia y dolorosa tristeza por las derrotas y tribulaciones por las que está pasando la revolución, especialmente desde la caída del asesino Mohamed Morsi, por la acción de las masas.
Cuando, en lugar de que su caída haya significado el último capítulo de la revolución, el antiguo régimen ha vuelto a asumir de nuevo el gobierno con su terrible rostro, bajo un gorro militar. Ahora entramos en un nuevo capítulo, el del enfrentamiento con la contrarrevolución, bajo el liderazgo de Abdel Fatah el-Sisi, el que fue presidente del espionaje militar del asesino Hosni Mubarak, miembro del criminal Consejo Militar y ministro de Defensa del otro criminal, Mohamed Morsi.
Pero, en primer lugar, es necesario revisar las razones que motivaron el estallido de la revolución, para que se pueda debatir objetivamente si el «Bonaparte egipcio», el general Sisi, puede acabar con la revolución y erradicar las causas por las que ésta comenzó y así establecer su nuevo (antiguo) régimen.
Las revoluciones estallan cuando el sistema político y económico es incapaz de satisfacer las necesidades fundamentales de la mayoría de las masas, es decir, cuando el principal obstáculo para la evolución histórica de la sociedad es el régimen en sí mismo. Entonces estallan las revoluciones y las intifadas continuas en una cadena de revueltas que puede llegar a derrocar ese régimen, para que las masas puedan fundar su propio sistema que permita la evolución de la sociedad.
En nuestro caso, el pueblo egipcio se levantó en una poderosa revolución el 25 de enero de 2011, tras décadas de humillación del régimen policial que protegía al sistema político y económico con puño de hierro, un régimen que no ha sido más que un instrumento al servicio de una banda de ladrones corruptos hasta que se levantó el pueblo revolucionario. En ese momento al régimen no le quedó más remedio que la retirada táctica y el otorgamiento de unas pocas concesiones formales, como fue quitar al asesino Mubarak y a sus símbolos odiados por el pueblo.
El régimen encontró un socio adecuado para esa nueva etapa en un partido político traidor y oportunista (los Hermanos Musulmanes), a quien entregó el gobierno, con excepción de los puestos más poderosos, que siguió controlando (el ejército, la policía, la justicia y los medios de comunicación). Nuevos ladrones ocuparon los puestos de otros ladrones anteriores, continuando con la misma política de saqueo y robo. Sin embargo, las esperanzas de las masas en conseguir un Estado justo e igualitario tras una ola revolucionaria se vieron frustradas con la llegada de los Hermanos Musulmanes al poder y sus compromisos, al descubrir la falsedad de su discurso y su verdadera y terrible cara, que no era nada diferente de la del régimen anterior, con las mismas políticas de saqueo y traición, la misma opresión y tiranía. Así como antes sintió esperanza, el pueblo también sintió la ira, y empezaron a crecer las protestas laborales y políticas, hasta que llegaron a su cima durante la intifada del 30 de junio, la que pudo haber hecho caer no solo a este partido traidor, sino al sistema mismo.
No obstante, la espontaneidad de las masas y la ausencia de un partido revolucionario que pudiera organizarlas para ganar la batalla y recuperar el poder de las manos de la contrarrevolución por parte de la clase dominante, así como la traición y la connivencia de los partidos políticos afines al régimen con el mantenimiento de los puestos de poder que éste conservó (el ejército, la policía, la justicia y los medios de comunicación), allanaron el camino para recuperar el poder, a través del ascenso del general Sisi como «salvador del pueblo».
Hoy, teniendo en cuenta la presencia del mismo sistema político y económico que representa Sisi y su nuevo (antiguo) régimen, aunque el pueblo haya sido víctima del engaño y la desinformación, se puede decir sin ninguna duda que esta situación no va a durar mucho, y al igual que las masas descubrieron el engaño y la falsedad de los Hermanos Musulmanes, van a descubrir la de Sisi y su régimen. La idea de engañar al pueblo hambriento con falsos lemas como que «Egipto es la madre del mundo y lo va seguir siendo» no va a funcionar, porque tal y como dice un dicho, se puede engañar a toda la gente durante algún tiempo, también se puede engañar a alguna gente durante todo el tiempo, pero jamás se podrá engañar a toda la gente durante todo el tiempo. No existe ninguna diferencia entre el gobierno de Hazem Bablaui y el gobierno interior, en el sentido de que sigue las mismas políticas neoliberales que sirven solamente al interés de los capitalistas y los empresarios, y que inevitablemente conducirán a los mismos resultados a los que llegaron los gobiernos anteriores, desde el gobierno de Ahmed Nadif hasta el de Hicham Kandil: protestas, intifadas y revoluciones.
Pero, esta vez, cuando las masas descubran la verdad sobre lo que representa Sisi y su falsa presentación como «salvador del pueblo», la ira y la rabia van a reemplazar las esperanzas, y las masas van a quitar del medio a quienquiera que sea, para eliminar el obstáculo material que representa el sistema político y económico saqueador, para establecer su autoridad y el sistema socialista revolucionario, a través de un partido revolucionario que exprese sus intereses y aspiraciones. E inevitablemente triunfará la revolución,e inevitablemente triunfará la lucha del pueblo revolucionario.
Hassan Mustafa (@RevSocMe) es activista de Socialistas Revolucionarios y Revolucionarias en Egipto.
Artículo traducido por Ahmed Salec.
Original en árabe aquí.
Fuente original: http://enlucha.org/articulos/