Recomiendo:
0

Abajo el muro de Sharon

Fuentes: Gara

Una gran paradoja de nuestros tiempos es que la misma clase política nos vende por una parte las virtudes del libre comercio y por la otra defiende la necesidad de construir muros y barreras para impedir el movimiento de las personas. El otro día George Bush, ese gran guerrero de la libertad, firmó una ley […]

Una gran paradoja de nuestros tiempos es que la misma clase política nos vende por una parte las virtudes del libre comercio y por la otra defiende la necesidad de construir muros y barreras para impedir el movimiento de las personas.

El otro día George Bush, ese gran guerrero de la libertad, firmó una ley autorizando la construcción de un muro para cerrar la frontera sur de los EEUU a indígenas y mestizos, pobres e indocumentados. Hace poco, el Gobierno Zapatero gastó millones de euros en fondos europeos para levantar en las costas magrebíes vallas virtuales y electrificadas para cerrar el paso a Europa a africanos, pobres e indocumentados.

En realidad, no funcionan estos muros porque el ingenio humano siempre encuentra la forma de franquearlos aunque mucha gente tenga que morir en el intento. Pero sí sirven como monumentos a la hipocresía de nuestra civilización occidental que pregona la libertad y practica la exclusión.

Hay un muro que se está construyendo en otra frontera occidental que tiene funciones aún mas perversas y malignas: el muro de apartheid que el Gobierno israelí está levantando en Palestina con el beneplácito de Europa y EEUU.

Dicen sus defensores que este muro es necesario para proteger a Israel de los ataques suicidas. Pero la resistencia libanesa demostró este verano que toda la tecnología en el mundo es insuficiente para blindar a Israel de las consecuencias de las acciones ilegales de su Gobierno.

Este muro no está para defender ni sólo para excluir. Sus 770 kilómetros de hormigón y metal son, en realidad, un intento de estrangular un pueblo y un estado. Cuando esté todo terminado, cuatro millones de personas estarán confinadas en tres guetos (si se incluye la franja de Gaza), privadas de un país, privadas de libertad de movimiento, sirviendo de blanco a la represión tele-dirigida del Ejército sionista.

El Estado de Israel no ha escatimado recursos en crear este monstruo que serpentea por las tierras palestinas, robando tierras de cultivo aquí, expropiando fuentes de agua allá, aislando ciudades, dividiendo pueblos, calles y familias. Para cruzar de un lado a otro de la muralla de ocho metros hay un sistema de control tan friamente eficiente que recuerda la Alemania nazi o una pesadilla orweliana. Estrechos pasillos de hormigón alumbrados con lu- ces de neón. Máquinas de rayos-x, no para maletas sino para personas. Ojos invisibles que observan. Voces despersonalizadas que ladran órdenes y, si quieren, niegan el paso sin dar explicación.

Cinco años han pasado desde que Ariel Sharon puso en marcha la construcción del muro, su solución final al problema palestino. Son dos años desde que la Corte Internacional de La Haya lo declaró ilegal. Tiempo suficiente para que nuestros gobernantes y representantes electos pudieran denunciar esta obsce- nidad y exigir su derribo.

Pero nada de nada. Mientras el muro se extiende kilómetro a kilómetro, Simon Peres toma té en Londres con Blair; mientras el Ejército israelí mata a madres desarmadas, Ehud Olmert es recibido con honores en la Casa Blanca; mientras el nuevo ministro Lieberman llama a la expulsión de toda la población palestina, Moratinos elogia la vocación de paz del Gobierno israelí.

Desde su óptica invertida nuestros gobernantes ven en el Estado racista de Israel (y en su muro del apartheid) un baluarte de los valores de la civilización, pero ven en la población palestina de Cisjordania y Gaza una amenaza. Occidente escoge el pueblo encarcelado, bombardeado, sin agua ni luz ni salida para aplicarle el palo, a los carceleros les dan la zanahoria. Castigada durante décadas por el sionismo que le endilgó Oc- cidente, ahora Palestina es castigada un poco más por eligir democráticamente a un Gobierno no dispuesto a rendirse a las exigencias indignantes del Estado sionista.

Es hora de rectificar esta tremenda injusticia. La campaña palestina Stop the Wall (Parar el Muro), en representación de toda la sociedad civil y política palestina, ha declarado el dia 9 de noviembre como jornada internacional contra el muro. Cada año más personas en más países participan este día en acciones de solidaridad con el pueblo palestino y en apoyo a la aplicación de un boicot económico, deportivo y cultural contra el Estado de Israel y sus representantes, hasta que el muro dezaparezca y el pueblo palestino recupere sus derechos a la libertad y a la tierra.