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Abbas en la encrucijada

Fuentes:

Traducido para Rebelión por Pilar Salamanca

Desde el punto de vista de Sharon, el trato está cerrado. Israel ha conseguido resolver su viejo conflicto con los palestinos. Controlando el paisaje – no sólo el físico sino también el político – el primer ministro israelí ha dado fin a la tarea que le fue encomendada por Menachem Bejín hace 38 años: asegurar el control permanente de Israel sobre todo el territorio ocupado al tiempo suprimiendo, al mismo tiempo, de un plumazo la viabilidad de un estado palestino.

Con ilimitados recursos a su disposición, Sharon puso manos a la obra y estableció sobre el terreno una política de hechos consumados e irreversibles destinada, desde el principio, a suprimir cualquier atisbo de negociaciones. Apoyado por el Likud pero también por los Laboristas, supervisó personalmente la construcción de 200 asentamientos (casi 400 si incluimos los ilegales) en tierras expropiadas a los palestinos del West Bank (la Cisjordania ocupada), Jerusalem oriental y Gaza. Hoy, casi medio millón de Israelíes viven al otro lado de la frontera de 1967. Con la ayuda financiera de la administración Clinton, Sharon construyó una red de 29 autopistas que atraviesan los territorios ocupados y que permiten incorporar así los nuevos asentamientos dentro de las fronteras reconocidas a Israel. Entretanto, 96 % de los palestinos se han visto encerrados en lo que Sharon denomina «cantones», docenas de minúsculos enclaves, privados del derecho de moverse con libertad y ahora, literalmente, encerrados detrás de un muro dos veces asalto que el muro de Berlín y, además, electrificado. Aunque constituyen, la mitad de la población de las tierras comprendidas entre el Mediterráneo y el río Jordán, los palestinos, incluyendo a aquellos que tienen ciudadanía israelí (de segunda clase) se han visto confinados a un escaso 15% del total del territorio.

Con el fin de asegurarse un control permanente, la política de Israel necesita, sin embargo, ser legitimada y pasar así de ser un»hecho consumado» a un «hecho político». La ley internacional define cualquier ocupación como una situación temporal que habrá de ser resuelta, sólo, por las negociaciones. Prohíbe al ocupante tomar decisiones que pudieran convertir esa ocupación en algo permanente, y en concreto, prohíbe también la transferencia de ciudadanos del país ocupante al país ocupado así como y la construcción de asentamientos. La ley internacional sostiene asimismo que el país ocupante es responsable del bienestar de la población civil durante el tiempo que esta permanezca bajo su control. Ahora bien, para torear las decisiones del Derecho Internacional, Israel cuenta con la venia de Estados Unidos lo que le convierte, no solo en el único arbitro del conflicto sino que, a mayores, ratifica y consolida su objetivo de convertir la ocupación en una realidad permanente.

En abril del 2004, la administración Bush reconoció formalmente los asentamientos ilegales eufemísticamente denominados «centros de población mayores» privando así a los palestinos del 20 al 30% del ya muy maltrecho terreno que les correspondía y en el que, a pesar de las dificultades pretendían instalar una estado propio. La decisión fue aprobada en el Congreso por 407 votos contra 9 y en el Senado por 95 votos contra 3.

Y sin embargo, Israel sigue necesitando un Estado Palestino. Aunque la anexión de «facto» permite a Israel un completo control de todo el país entre el Mediterráneo y el río Jordan necesita librarse de casi 4 millones de palestinos que viven en los Territorios Ocupados y a los que ni puede conceder la ciudadanía ni puede seguir manteniendo en un estado de toque de queda permanente. Lo que Sharon busca, y Bush apoya, es la creación de un mini-estado, un Bantustan, un estado-prisión en el 10 o en el 15 % de suelo que queda de manera que Israel pueda librarse así de la responsabilidad de controlar a esa población al tiempo que mantiene el control de toda la tierra y sus recursos. En pocas palabras, nos guste o no, esta solución equivaldría a un apartheid en toda regla, es decir, a la permanente e institucionalizada dominación de un pueblo por otro.

Habiendo creado «de facto» una serie de hechos irreversibles y habiendo obtenido, de paso, el reconocimiento político por parte de los americanos para su Gran Israel, a Sharon sólo le falta encajar una pequeña pieza: lo que Sharon necesitaría es la firma de un presidente palestino debilitado que estuviera de acuerdo en aceptar ese mini-estado propuesto o en su defecto, cualquier excusa que le permitiera salirse con la suya de forma unilateral. Arafat rehusó jugar a ese juego, ahora le toca a Mahmoud Abbas. Cuando la semana pasada el consejero de Ariel Sharon en cuestiones de Estrategia, Eyal Arad suscitó la posibilidad de transformar la salida unilateral de Gaza en una estrategia que permitiera a Israel ampliar sus fronteras, el mensaje lanzado a Abbas se hacía, si cabe, aún más claro: o cooperas, se le decía, o a partir de ahora no tendrás ni siquiera la oportunidad de hacer oír tu opinión.

En resumidas cuentas, Sharon, esta preparando a Abbas para su próxima y «generosa» oferta. Si a Barak le sirvió, ¿por qué no intentarlo de nuevo y esta vez con todo el lote?¿Qué diría Abbas si Sharon le ofreciese Gaza, el 70-80 por ciento del West Bank y una presencia más o menos simbólica en Jerusalem Oriental? Cierto no es una solución viable, ni siquiera justa. Los palestinos se verían confinados a cinco o seis cantones en el 15% de lo que antes del 67 era su dolorido país, no podrían controlar sus fronteras, ni su agua, ni su espacio aéreo. Jerusalem, rodeada ahora de cemento y encastrada en el Gran Israel» les sería del todo prohibida, suprimiéndose de esa manera el corazón político, cultural, religioso y económico del estado palestino. Israel, por supuesto, conservaría sus asentamientos y el 80 de sus colonos dentro del susodicho mini-estado. La generosa oferta de Sharon «luciría» bien sobre el mapa y, de todas formas, según él, el concepto de «viabilidad» resulta un poco complicado para la mayoría de la gente.

Para Abbas sin embargo, la cosa no resulta tan fácil y, decida lo que decida lleva las de perder. Si dice que sí, porque se convertiría en el líder-botarate que Israel ha estado intentando fabricar durante todos estos años. Si dice que no, Sharon podrá clamar su conocido «¿no os lo decía yo? Los palestinos han rehusado aceptar otra generosa oferta de las mías. Esta claro que no quieren la paz.» E Israel, una vez más auto-justificada podría expandirse y controlar lo que queda de los territorios ocupados por los siglos de los siglos mientras su buena conciencia se siente confortada por sus amigos americanos.

Lo cierto es que el unilateralismo israelí significa sólo una cosa: no tiene nada que ofrecer a los Palestinos, es decir, nada que merezca la pena negociar. La hoja de Ruta defiende el principio de que sólo el verdadero fin de la ocupación y el establecimiento de un estado palestino viable pondrán fin a este conflicto. Ahora, la solución de dos estados parece arruinada víctima, una vez más del expansionismo israelí. Por otra parte, una solución de dos estados basada en los principios del apartheid no puede ser una alternativa aceptada por ninguno de los dos bandos. Sin embargo, el apartheid vuelve a arrojar su sombra por encima de nuestras cabezas. Sharon habrá de actuar con rapidez si quiere dejar las cosas bien atadas antes del fin de su mandato que expira el año próximo. Y ese es el quid del asunto. No podemos permitirnos ninguna distracción, ni prestar atención a ningún otro problema por muy importante que pueda parecernos. Se trata de que tengamos ahora una solución justa y viable o el nuevo apartheid nos aprestará a la lucha diez años después de que acabáramos con el de Sud-Africa. Quedan solo seis meses para comprobarlo.

* Jeff Harper es antropólogo y director del ICAHD (Israeli Committee Against House Demolitions)
Pilar Salamanca es periodista y escritora.