Desde que la resistencia palestina se fue trasladando de las organizaciones políticas y políticomilitares de las décadas de los ’60 y ’70, que habían tomado la dirección de esa lucha, nuevamente hacia la sociedad, se ha expresado en múltiples manifestaciones civiles como la campaña Boicot, Desinversión y Sanciones que ha tomado vuelo internacional y nos […]
Desde que la resistencia palestina se fue trasladando de las organizaciones políticas y políticomilitares de las décadas de los ’60 y ’70, que habían tomado la dirección de esa lucha, nuevamente hacia la sociedad, se ha expresado en múltiples manifestaciones civiles como la campaña Boicot, Desinversión y Sanciones que ha tomado vuelo internacional y nos hace acordar a la campaña contra el racismo sudafricano en la década de los ’90; los encuentros semanales en la aldea palestina de Bil’in que se han venido sosteniendo desde hace por lo diez o quince años repudiando la permanente ocupación de tierras; estallidos llamados intifadas ─como la histórica de 1936 contra la creciente ocupación sionista y el poder político colonizador de entonces (el Reino Unido), como el ‘levantamiento de las piedras’ de 1987 o la de Al Aqsa, del 2000; los movimientos de resistencia de judíos y palestinos contra la demolición de casas palestinas y otra larga lista de actos contra el dominio absolutista y asfixiante de Israel siempre «justificado» con los más aviesos argumentos.
Un estado… para todos (más bien casi todos)
Podemos repasar, muy grosso modo, dos tipos de «solución» al «problema palestino»: el defendido por las redes y organizaciones palestinas reclamando la recuperación de su tierra, despojada en etapas sucesivas, en 1948 y 1967, admitiendo en su seno a los judíos que, como los cristianos y los musulmanes, acuerden vivir allí; la solución de un estado laico, pluriétnico, multiconfesional.
Frente a ello, el sionismo, movimiento político en expansión, surgido a fines del s XIX, victorioso adueñándose del 78% de la Palestina histórica en 1948/1949, no ha estado nunca interesado en ceder tales «avances» y conquistas. La solución israelo-sionista ha sido siempre (salvo repliegues puramente tácticos): todo para sí; constituir Eretz Ysrael.
La solución de dos estados. ¿Solución?
Entre ciertos políticos, falsos mediadores como los de EE.UU. [1] , entre progresistas de izquierda tratando de ganar algo antes de perderlo todo, e incluso entre israelíes que compartían el plan de colonización sionista pero que admitían entreparar la conquista para dar un resuello a la maltratada sociedad palestina, se fue abriendo paso otra «solución»: constituir un «estado palestino». El interrogante principal ha sido siempre saber si queda algo fuera de la colonizaciòn sionista para habilitar semejante proyecto. En algún momento, se lo comparó a una entelequia con el peso de una cabina telefónica. Pero el proyecto, realista o imaginario, ha tenido amplia difusión bajo la denominación «la solución de dos estados».
Veamos cómo se ubican diversos actores ante esta realidad en movimiento. Un artículo de Glenn Greenwald reseña como durante años el Establishment sionista estuvo saboteando «la solución de dos estados» con su política de pacman colonizando cada año, cada día, nuevos territorios palestinos, alejando así del horizonte hasta la visión de dicha «solución» (la solución de un estado como el que reseñamos es sencillamente ignorada por el sionismo; atenta contra su propio sentido). Y Greenwald registra como a esta altura de la peripecia palestina «el apoyo incondicional al apartheid de Israel es prácticamente el consenso inquebrantable entre las élites políticas de EE.UU.» [2]
Queda claro que «la solución del apartheid» implica el abandono radical de toda conversación sobre la solución de dos estados (en rigor, la posibilidad de su concreción se perdió hace décadas; lo que fue quedando con las conquistas sionistas ha sido un no-tejido de aldeas o municipios palestinos sin contigüidad, por eso denominado «archipiélago»).
La pretensión de deglutir «el archipiélago palestino» habla a las claras de los avances colonialistas y el apoyo o mejor dicho la identificación creciente de los titulares del poder económico, financiero y mediático estadounidense con las respectivas elites israelíes. Algo que con Trump parece pronunciarse.
Esta «solución», un verdadero revés para los derechos de los pueblos en general y del palestino en particular, reverdece el sentido de lo que fue una vieja alianza entre Israel y la Sudáfrica del apartheid, que en su momento fue extraordinariamente intensa; África del Sur, racista, supremacista, fue el padrino anterior que tuvo Israel, y su dirección política la desechó con presteza y oportunismo cuando entrevió la crisis identitaria y el aislamiento internacional creciente que sufrió el esclavismo «de nuevo tipo» patentado en Sudáfrica. Israel, entonces, olvidando la estrecha alianza que había urdido con los supremacistas blancos sudafricanos, se volcó de lleno a buscar la protección de EE.UU.
Quienes se desmarcan «por izquierda» del estado sionista único, a años luz de una solución como la que mencionáramos inicialmente, parecen volcarse con renovados bríos a la averiada «solución de dos estados».
Examinemos la presentación de Hagai El-Ad. Escribe una nota en la revista +972, fundada por escritores y periodistas atentos al drama palestino-israelí titulada «La ocupación se sostiene porque el mundo se niega a actuar» que expresa la carga crítica contra la desesperada situación provocada por la ocupación sionista. [3]
El-Ad, que es el director ejecutivo de la organización B’Tselem, [4] le ha entregado al Consejo de Seguridad de la ONU un circunstanciado escrito reclamando la instauración de «un estado palestino» al lado del Estado de Israel. Y se preocupa porque estamos a punto de cumplir medio siglo de ocupación (1967-2017).
¿Por qué dicha ocupación es oprobiosa y la iniciada en 1948 ni se menciona, está legitimada, sacralizada? Basta preguntarle a cualquier palestino y te dirá que tiene un abuelo asesinado en 1948 o que perdió su vivienda en ese año, o que derribaron su aldea entonces y que en 1967 perdió un hermano, u otra vivienda u otra aldea. Las plurigeneracionales familias palestinas no distinguen la exacción de 1948 de la de 1967 o posteriores.
Pero para la ONU, flamante en 1948, hay una diferencia. Aquel establecimiento de Israel fue legitimado desde la ONU. Mejor dicho, con la penosa posguerra luego de las atrocidades nazis nadie quería discutir derechos judíos. Pero, en rigor, lo que la ONU propuso en 1947 −pasando por encima de la voluntad de los habitantes históricos de Palestina− fue repartirla, un 52% para el sionismo, un 43% para «un estado árabe», y Jerusalén como un área bajo control internacional. Cuando los judíos sionistas se adueñaron, guerreando [5] de un 22 o 25% más de territorio del propuesto por la ONU, como botín de guerra, nadie, «en las alturas», chistó.
El-Ad se queja que los israelíes reservan «una democracia» para sí. Y algo más: que tengan otra entre colonos «más allá de las fronteras de su país».
El-Ad ha percibido claramente el vaciamiento de todo sentido democrático a través de argucias precisamente legales: «La ocupación ha perfeccionado muy bien el arte de diluir el derecho internacional humanitario y las leyes de derechos humanos hasta despojarlos prácticamente de sentido. Una vez que los abogados militares, los abogados del Estado y los jueces de la Corte Suprema cincelan con maestría sus opiniones legales, todo lo que queda es una cruda injusticia.» (ibíd.) Lo que no aclara El-Ad es que esos mismos artilugios son los que ha usado permanentemente el Establishment israelí para despojar y hacer la vida imposible a los palestinos, musulmanes, cristianos o agnósticos, que viven en el territorio conquistado no ya desde 1967 sino desde 1948, y que basados en la ideología sionista sus integrantes asesinaron más palestinos en 1948 que en 1967.
El-Ad pone un ejemplo de esa puntillosidad legalista que es un taparrabos de la política de negación, saqueo y consunción de la sociedad palestina: «Muéstrenme una parcela de tierra palestina que deseen tomar y la Administración Civil llegará con el mecanismo legal adecuado a la medida −¡por supuesto todo debe ser legal!− para lograr ese fin: zonas militares de entrenamiento, reservas naturales, sitios arqueológicos y, sobre todo, la declaración de miles de acres como «tierra del Estado», ¿qué «Estado» exactamente? Todo esto se utiliza con éxito para desplazar por la fuerza a los palestinos y justificar que se les niegue el acceso al agua o a la red de energía.» (ibíd.).
El-Ad describe la enorme gama de recursos empleados por el Establishment sionista para la ‘legalización sistemática de violaciones a los derechos humanos en los territorios ocupados’ con los que «encubre […] cientos de casos de asesinatos o maltrato de palestinos«. Da cifras: «Israel ha declarado el 20% de Cisjordania ‘Tierras del Estado’. Israel ‘generosamente’ permite a los palestinos construir en la mitad del 1% [¡del uno por ciento!] de la zona C, el 60% de Cisjordania está ‘temporalmente’ bajo control israelí […].» Esto último se refiere, obviamente, a una «temporalidad» permanente.
Lo grave de las certeras críticas de El-Ad es que se extienden a la historia total, permanente, sin fisuras, del Estado de Israel. No desde 1967, como alega, sino desde 1948.
«B’Tselem actúa fundamentalmente para cambiar la política del gobierno israelí en los Territorios Ocupados«, nos explica Wikipedia. Da así por sentada y legitimada la existencia del Estado de Israel. Su propósito es metamorfosear un estado étnico en un estado democrático. ¿Garantiza tal conversión algo valioso? Suena tarea ímproba a juzgar por los antecedentes. Hay que ver si con el proceso inicial de colonización, que implica, ha implicado siempre, abuso, arbitrariedad, falsificaciones y matanzas, se puede llegar a buen puerto.
Algunos términos que usa el sionismo trasuntan más de lo que preferirían explicitar; la idea de «limpieza étnica» patentiza en su mera formulación la idea de suciedad de las etnias que hay que desplazar, eliminar (hacer desaparecer). Y «transferencia» no es sino el escamoteo del robo, la apropiación de tierra de otro (bajo razones «bíblicas», carentes de toda racionalidad y consenso y más absurdas al ser reclamadas por un movimiento que no se presenta como confesional ni de ortodoxia religiosa). [6]
En resumen, vemos que «la solución de dos estados» es impracticable y en realidad funciona como un recurso de mínima para alguna dirección palestina que procurar conservar así una cuota, no ya de poder sino de privilegios, y para algunos judíos como un consuelo al no aceptar la acción de halcones tipo Kahane, Lieberman, Goldstein o Netanyahu (partidarios de un genocidio, pero con fundamentos bíblicos).
Falso retorno: una nueva solución de un estado…
A mi modo de ver «la solución de dos estados» siempre ha sido una «solución» teórica ─porque la colonización sionista no se ha detenido nunca, ni con palomas ni con halcones israelíes─ pero diversos políticos, periodistas, militantes, intelectuales, han procurado impulsarla. Evitando mirar hacia atrás, legitimando el despojo pasado y el arrasamiento de lo palestino, para que no llegue a ser total.
Los años pasan; el sionismo se afianza haciendo aun más teórica y fantasmagórica «la solución de dos estados» y forjando una realidad, alimentada con el paso del tiempo, que hace a su vez cada vez más irreal aquella vieja ‘solución de un estado’, el «pluri», el «multi» de las reivindicaciones sesentistas y setentistas.
Pero este mismo desarrollo; el ahogo y despedazamiento de la sociedad palestina, la impunidad con que cuenta el sionismo con sus apoyos cada vez más pesantes, parece gozar de viento en popa: a fines de 2016, el gobierno de EE.UU. obsequió, por enésima vez, 38 mil millones de dólares a desembolsar en 10 años a un estado como el israelí, que era ya desde antes el principal receptor de «las ayudas» de EE.UU. en el mundo entero y que tiene además enorme poder financiero, económico, militar propios─ y ahora, apenas iniciado 2017 con el flamante Trump, si algo se puede esperar es que aumente y mucho la «ayuda» que el reluctante Kerry brindaba. Tanto es así que se visualiza cada vez más una nueva «solución de un estado». Que es exactamente la opuesta de la que recordáramos al inicio.
Se trata de un nuevo proceso de mímesis del Estado de Israel con EE.UU. mediante el cual se va configurando un archipiélago de miniterritorios, inspirados en las Indian Reservations.
Porque en EE.UU. luego de las matanzas y abusos constantes entre los siglos XVII y XIX, con los avances de la modernidad, la legislación social y los desarrollos democráticos, y un sentirse saciados porque The Union se había extendido a la inmensa mayoría de los territorios norteamericanos entre Canadá y México (al que había despojado la mitad; una superficie medible en millones de km2), el sistema de poder de la Gran Democracia del Norte fue ingresando a una fase de coexistencia con los remanentes poblacionales originarios, admitiendo que los nativoamericanos tenían algún derecho a vivir. Descubrimiento significativo para una sociedad de piadosos cristianos, austeros y supremacistas raciales que desde el origen en la Constitución de EE.UU. establecieron el valor 0 para los originarios y el valor 0,6 para los afros esclavizados respecto de la unidad de valor para los blancos wasp. [7]
El destino de tales Reservations, un símil miniatura de la vieja vida en las praderas de las naciones indígenas norteamericanas, justamente por su carácter falso, teatral, mediatizado, ha resultado pavoroso para la sobrevivencia, tanto cultural como física, de sus miembros. Pese a intentos de distintas etnias norteamericanas que han luchado por su dignidad, como fue el caso con una red «paraguas», el AIM (American Indian Movement, Movimiento Indígena estadounidense). [8]
Para los sionistas que buscan una identificación siempre mayor con EE.UU., un Israel que funciona como quincuagésimoprimer estado de The Union, bien puede incorporar bantustanes en su seno, ensanchándose hasta los confines de la Palestina histórica. Cálculo seguro de sionistas, los bantustanes a deglutir carecen del rango de soberanía de un estado común y silvestre y se irán adaptando a las necesidades territoriales del estado patrón.
Pero aquí tenemos tres dificultades al menos:
1 ) La del colonialismo, que es un enorme proceso histórico que, ciñéndonos apenas a los marcos de la globalización moderna, la que arranca con el descubrimiento europeo del «Nuevo Continente», siglos XV y XVI, ha plasmado una serie de naciones modernas, o mejor dicho modernizadas en cuyo seno perdura la huella de aquellas infamias originarias. La inmensa mayoría de los estados y las sociedades resultantes portan la impronta de dominadores y dominados configurando naciones las más de las veces escindidas. Pensemos en México, Venezuela, Honduras, India, Nigeria y por qué no, sociedades aparentemente más o mejor «blanqueadas», como Argentina o Uruguay…
2 ) Hay otra dificultad mayor, si cabe: cuando comienza la globalización moderna, los europeos se daban el gusto de arrasar aldeas y exterminar a menudo a sus habitantes, hombres, mujeres, niños, ancianos, y sus cabras, conejos o gallinas (muchas veces inspirados en episodios bíblicos). En muchos casos, adueñarse de las mujeres jóvenes y repartírselas como botín (siguiendo también preceptos bíblicos).
Naciones «mestizas» de Abya Yala/América presentan el resultado de tales «políticas».
Pero eran tiempos en que se proclamaba, hasta doctoralmente, la superioridad de «la raza blanca». La idea de «reducir» indios fue una constante durante la larga noche de la Conquista y la Colonización, y las Indian Reservations constituyen la versión anglo de tales reducciones. Esos métodos perduraron hasta mediados del s XX.
Baste recordar en Argentina las masacres de Napalpí (Chaco) en 1924 o la de Rincón Bomba en pleno peronismo (1947), en que los militares ametrallan y dan muerte a hombres, mujeres y niños de una etnia de las sobrevivientes al establecimiento del estado argentino moderno y su «Conquista del Desierto». En 1924 los militares masacrarán a unos 200 qom y mocovíes. En 1947 Miguel Ortiz, delegado formoseño de la Dirección Nacional del Aborigen, le contestará al jefe del escuadrón que le pidiera explicaciones sobre el mal estado de los alimentos llegados de Buenos Aires para ser distribuidos entre miembros hambreados de la etnia pilagá: «Qué tanto se preocupa si al final son indios».
«La indiada» estaba virtualmente muerta de hambre porque los propietarios de los establecimientos rurales que aprovechaban la leva de población indígena para la zafra, los habían despedido sin paga. El pago final ante la digna reacción por comida en mal estado resultó una matanza generalizada que se estima acabó con la vida de más del 80% de la etnia (entre 700 y 800 seres humanos).
Todavía se podía escuchar una respuesta «espontánea» como la del burócrata Ortiz.
Pero tras la noche nazi, el racismo perdió el status aristocrático que había conservado en casi todas las sociedades colonizadoras. El racismo puro y duro dejó de ser de buen tono.
En la primera mitad del siglo XX, en Argentina y en Brasil, se usaba todavía «el ardid» que ya usaran los protestantes recién llegados a la América del Norte en el s XVII, de envenenar o contaminar comida o ropas para «deshacerse» de la población aborigen.
Hasta mediados del siglo XX, en los países nórdicos, Noruega, Suecia, p or ejemplo, donde el culto racial, el estado de bienestar y la confianza ciega en «la ciencia» corrían parejas, se emplearon diversos recursos tecnocientíficos para esterilizar o lobotomizar población «inferior». Y en la Alemania nazi, esos recursos llevaron a la muerte a muchos «inferiores».
Con la llegada de la segunda mitad del s XX y el reconocimiento de las atrocidades cometidas hasta y durante la 2ª.GM (en la Alemania nazi; hubo otros contendientes con comportamientos a su vez monstruosos que quedaron en penumbra), en la ONU se firmaron documentos como la «Convención para la Prevención y la Sanción del delito de Genocidio» (9/12/1948), haciendo difícil seguir con el mismo estilo para el tratamiento de poblaciones.
Ya no alcanza la cobertura de «la superioridad racial» para las atrocidades. Ya no se cubren de gloria, sino de oprobio.
El opresor procura hoy descargar «los muertos» sobre las espaldas del oprimido, como vemos desde hace años, bajo «la indiferencia del mundo» con la población de la Franja de Gaza, una Numancia del s XXI.
Para seguir ejerciendo el dominio racista o etnicista, se ha ido haciendo imprescindible apelar a otras armas, más sofisticadas, más indirectas. Los qom en la Argentina de comienzos del s XXI no han podido ser tratados como sus antecesores en 1924 o como los pilagás en 1947; en todo caso, en territorios del gobernador Gildo Insfrán, provincia de Formosa (actualmente argentina), asiento territorial de los qom, han sobrevenido sucesivos «accidentes» carreteros donde algunos qom han sido heridos o muertos (o matados).
Análogamente, no registramos al día de hoy linchamientos populares a manos del Ku Klux Klan en el sur de EE.UU. que campearon en la segunda mitad del s XIX y en la primera del s XX… En todo caso, la cantidad sobrecogedora de afros estadounidenses que han muerto recientemente a manos de la policía (blanca) resultan siempre fruto de algún afán de orden ligeramente excedido, de encuentros fortuitos, captados y socializados por los métodos de registro hipersensibles y omnipresentes hoy vigentes.
Tampoco resulta fácil «salir a matar» indios o palestinos en grandes batidas y en todo caso, se opta por lo que ya señalamos con Israel en la Franja de Gaza: un cerco que vaya provocando un desquicio social, nutricional, habitacional, psíquico racionando alimentos, medicamentos y hasta agua. Si en Gaza sobreviene un ataque militar del ejército de «Defensa» israelí estará «justificado» por alguna «provocación» del fanatismo islámico o similar. [9]
3 ) Hay además un «detalle» demográfico que echa aún más por tierra la pretensión de reeditar «la solución»: los EE.UU. de Norteamérica, con una población total de algo más de 300 millones de habitantes, no tienen ni el 1% de nativoamericanos (por supuesto que la comparativamente exigua población nativa proviene de las atroces persecuciones sufridas pero también de su propia densidad muchísima menor que la de la población europea). En Palestina/Israel los palestinos cuentan con una población aproximadamente del mismo caudal que los israelíes de origen judío, grosso modo 50% y 50%.
El-Ad trata de unir dos moscas por el rabo: «La ocupación es sostenible a nivel internacional […] porque hasta el momento el mundo se niega a tomar una acción efectiva.» Y luego de reconocer así la impunidad de Israel, prácticamente desde su inicio, siempre fijada en su rol de víctima que la exonera de sanciones al infringir tantos tratados y acuerdos internacionales (negarse a que se le revise y controle sus instalaciones militares nucleares; arrebatar suelo palestino violando acuerdos; restricciones de derecho para población milenariamente establecida en el territorio, etcétera), afirma: «Israel es un país soberano establecido a través de la legitimidad internacional otorgada por una decisión histórica de esta misma institución en 1947″ (ibíd.).
Ya explicamos la delgadez extrema de esa legitimidad [10] y ya vimos cómo Israel se adueñó de un territorio mayor al acordado por la ONU (que a su vez había dispuesto del territorio contra la voluntad de sus habitantes).
Avigail Abarbanel, [11] no solo judía sino criada en Israel desde niña, explica su abandono de la comunidad que la fue configurando y da dos motivos esclarecedores: la «historia de persecución es tan inseparable de su identidad [de los judíos] que no pueden ver más allá de ella […]. En la psicología humana, una vez que has sido objeto de abuso sientes que ya no eres igual que los demás. Pero cualquiera que sufrió abusos y está traumatizado tiene el deber de ser mejor y de no permitir que el miedo y la victimización se conviertan en su identidad.» Y enfatiza: «No sólo has permitido que el trauma se convierta en tu propia identidad, sino que lo has glorificado y lo estás adorando como a un dios.» ¡Aprecie el lector la identidad de este pasaje con el de Atzmon (n. 6)! Y si bien ésta es una crítica fuerte porque habla de la formación de un carácter social, Abarbanel avanza a otro aspecto que considera aún más significativo: «El segundo y más importante asunto que me molesta es el crimen que se ha cometido y se sigue cometiendo [… los sionistas] han optado por crear un gueto judío que lo imaginan un refugio seguro, en una tierra que estaba totalmente poblada.» Esta segunda objeción de Abarbanel focaliza en el crimen de la colonización que arrasa sociedades preexistentes. Basados en la pura fuerza. [12] Rechaza pasar de la condición de cordero a la de lobo que postula Netanyahu y cumplen tan amplios sectores de la sociedad israelí.
El imaginario social de fines del s XX y actual s XXI nos indica que no hay viabilidad para construir Palestinian Reservations como se hicieran hace siglo y medio las estadounidenses.
Notas
[1] Véase Naseer Aruri, El mediador deshonesto, Editorial Canaán, Buenos Aires, 2006.
[2] Greenwald, G., «EE.UU. admite que Israel marcha hacia un régimen de apartheid permanente después de darle 38.000 millones de dólares, The Intercept, octubre 2016.
[3] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=218113&titular=la-ocupaci%F3n-se-sostiene-porque-el-mundo-se-niega-a-actuar-
[4] B’Tselem es una organización israelí de origen judío que procura conciliar el universalismo de la «Declaración Universal de los Derechos Humanos», ONU, 1948, con el Estado de Israel fundado sobre bases etnicistas, de un pueblo con su dios. En su propia presentación, B’Tselem declara su empeño en «crear una cultura de derechos humanos en Israel.» (http://www.btselem.org/about_btselem). Lo cual nos hace pensar que no debe ser mucha su existencia.
[5] Guerra judeo-árabe de 1948.
[6] Gilad Atzmon, quien ha roto con su origen y/o perfil judío ofrece una jugosa interpretación del judaísmo: que en Israel se ha ido gestando una nueva religión (etimológicamente, ligazón) que ya no pasa por un dios sino por el dolor judío universalizado en la figura de El Holocausto, que permite erigir al propio judío en dios.
[7] No cualquier blanco tampoco. Latinos, irlandeses, eslavos no se incluían entre los aceptables habitantes del nuevo estado en el Nuevo Continente. Observe el lector que el rango señalado, esa magnitud para «los indios», el cero, expresa aritméticamente la idea de genocidio. A la población afro, en cambio, se la estimaba como servidumbre.
[8] El AIM procuró cierta autonomía en las Indian Reservations como la de Lakota Pine Ridge; las autoridades policiales trataron de «sujetar a la tropa» como habitualmente y en una refriega hubo dos policías muertos: por tal hecho se acusó a Leonard Peltier, lakota, y ha sido encarcelado desde 1976, ininterrumpidamente, 41 años. Se le acaba de denegar, una vez más, la libertad.
[9] I. L. Peretz, judío, visionario, a mediados del s.XX, se ponía en guardia ante el sionismo, ese «gato virtuoso» que ahoga a sus víctimas sin hacer correr la sangre…
[10] «El establecimiento de Israel en Palestina. 1948. El testimonio de Jorge García Granados, de la comisión de la ONU», 29 jul 2013. www.rebelion.org ‘ Palestina y Oriente Próximo.
[11] «Por qué abandoné el culto»,
[12] Ilan Pappe, historiador de origen judío, que también ha roto con «el culto» a lo judío, ha escrito una estremecedora investigación, La limpieza étnica de Palestina.
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