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Acerca del derecho humano a la vida en tiempo de los huracanes (o de cuando Fidel Castro no es Gerard Latortue: primer ministro prestadoa Haití)

Fuentes: Cádiz Rebelde

Todas la prensa mundial se volcó en el mes de septiembre en un alud de informaciones y comentarios sobre la ola de huracanes que azotaron despiadadamente las costas del Caribe. El peligro no ha cesado por completo, pues la temporada de huracanes del océano Atlántico, según predicciones de organismos meteorológicos de la zona podría extenderse […]

Todas la prensa mundial se volcó en el mes de septiembre en un alud de informaciones y comentarios sobre la ola de huracanes que azotaron despiadadamente las costas del Caribe. El peligro no ha cesado por completo, pues la temporada de huracanes del océano Atlántico, según predicciones de organismos meteorológicos de la zona podría extenderse hasta el 30 de noviembre.

Haití, azotado por el huracán Jeanne, aparecía en aquellos días aciagos de septiembre como el epicentro de una gran tragedia humana. Y lo era de verdad. Aún hoy continúa la prensa haciéndose eco de los padecimientos y privaciones de miles de haitianos. Pero impactando al mundo con las imágenes horripilantes del siniestro, difundidas descarnadamente y a todo color, ciertamente la prensa burguesa estaba cumpliendo bien su papel eficiente de agente inductor de mero dolor y simple conmiseración humanos, escenarios naturales para el vuelo nupcial de la filantropía y la caridad occidental-cristianas, para catarsis de la clase social por la que escriben y pelechan Y, propio de su estilo y compromiso, el silencio cómplice y encubridor de los actores responsables de esa dantesca dimensión de la tragedia haitiana: el gobierno y la clase dirigente, cuya reputación protegen y «democracia» exaltan.

Haití, el país más mísero del sur americano, así proclamado por las impúdicas encuestas del hemisferio occidental. Hermana siamesa de esa otra porción de la Isla, Santo Domingo. Ambas asaltadas, intervenidas o invadidas secularmente por las potencias imperiales de occidente..

Haití, en donde en mayo más de 1200 personas ya habían muerto por inundaciones causadas por las lluvias torrenciales, era ahora nuevamente sujeto y objeto de relatos e imágenes dantescas, difundidas por todos los medios de información. Escenas terribles de cadáveres revestidos de piltrafas o desnudos, flotando en los litorales o incrustados en las desembocaduras. Enterramientos masivos de cadáveres en descomposición, sin identificar so pretexto de prevenir epidemias por contaminación. Hombres mujeres y niños de todas las edades encaramados en edificios, flotando sobre las aguas o deambulando sobre el barro al pie de sus covachas derruidas, hambrientos, totalmente desorientados y… » que pernoctaban varios días a la intemperie sin alimentos ni abrigo, bebiendo el agua de las inundaciones»; muchedumbres enlodadas y grupos de famélicos desesperados asaltando vehículos repletos de víveres «misericordiosamente» donados por las naciones opulentas. Y, por supuesto, como corolario, lo que no puede faltar en un » Estado de Derecho»: cargas de fusilería para imponer «el orden». Allí, donde la naturaleza desbordada acababa de imponer el caos.

Más de 3000 muertos, más de 1300 desaparecidos, al menos un millar de heridos y un cuarto de millón damnificados. Más de 175.000 humanos sin comida, agua y electricidad.. Cifras al azar e hipócritamente discretas. Y como colofón, el espectáculo de un gobierno servil, inepto y pordiosero, instalado por la conjura global imperialista y apuntalado por brigadas de soldados y policías imperiales trasladados de los centros imperiales o virreinales a sus casernas coloniales de la periferia. Al fin y al cabo, como escribía el expresidente dominicano Bosch, también depuesto por un golpe militar de la CIA en los años sesenta, el Caribe aparece como la frontera de los imperios.

Y en medio de ese infernal desorden, el primer ministro Gerard Latortue, buscando impúdicamente justificaciones para eludir su responsabilidad y la de su gobierno en lo que solo cabe definirse como una auténtica masacre. Una masacre más de las poblaciones pobres, aunque de diferente signo: » La gente no tiene nada que comer», clamaba el singular ministro: «. Todos los artículos de primera necesidad fueron llevados por el agua o están mojados». Caricatura grotesca. Como si no estuvieran secas y repletas las despensas de los ricos de Puerto Príncipe y de sus gobernantes, ahora muy ocupados en perseguir, encarcelar o matar a los seguidores del depuesto Presidente Aristide…

Haití, siempre en el ojo del huracán como Cuba, distantes apenas 77 Km uno del otro; con una superficie territorial de 27.700 Km cuadrados, casi cuatro veces inferior a la extensión de 110.992 Km de Cuba y con una población de 7,527.817 habitantes, menor que los casi 11 millones de habitantes de Cuba..

Dos pueblos ubicados en la misma zona y vapuleados persistentemente por los mismos fenómenos naturales, con historias paralelas de subyugación colonial y agresión imperialista. También de heroicas luchas por su libertad, independencia y dignidad. Cuba triunfante.

En medio de la consternación general que esta hecatombe ha suscitado, no puede uno obviar la comparación entre ambos países, no ya por la magnitud de la devastación, de los desastres materiales que los huracanes suelen dejar a su paso, sino por la abismal diferencia entre uno y otro Estado para enfrentar idénticos fenómenos que por igual periódicamente conmocionan, aterran y desuelan a sus pobladores. Me refiero a la diferente actitud y aptitud de estos dos regímenes antitéticos del Caribe para encarar en trágicas coyunturas semejantes las medidas de previsión y prevención adecuadas y oportunas para salvaguardar las vidas humanas de sus compatriotas y atender a sus contingencias básicas de alimentación, salud y techo.

La magnitud de muertos y desaparecidos en Haití, el espectáculo de abandono, impotencia y miseria de los sobrevivientes en medio de un piélago putrefacto de cadáveres humanos y de desechos de animales en descomposición, de enseres domésticos despedazados y diseminados, no pueden atribuirse a la fatalidad, a los efectos ineluctables de las fuerzas ciegas de la naturaleza, dejando a salvo la responsabilidad criminal de su gobierno y de la clase social dominante que, frente a lo previsible, con menosprecio a la vida de los pobladores pobres de las regiones castigadas por las tormentas, los condena a su suerte, dejándolos a en la más absoluta desorganización y abandono.

Cómo puede haber excusa para la imprevisión, cuando ya desde mediados de mayo pasado, inclusive la Administración Oceánica y Atmosférica, organismo estadounidense que dirige las investigaciones climatológicas, en rueda de prensa en Houston había pronosticado entre 12 y 15 tormentas tropicales entre el 1º de junio y el 30 de noviembre, de las que entre 6 y 8 podrían llegar a convertirse en huracanes, algunas de ellas con capacidad destructiva, llegando a ser dos o cuatro de éstos los de mayor potencia?

También Cuba fue azotada, por la misma época, en menos de un mes, por dos devastadores huracanes: el Charley, que atravesó la isla de sur a norte, dejando enormes pérdidas y el Iván, que finalmente cambió de rumbo hacia otras zonas del Caribe…

Me encontraba en la Habana en vísperas de la irrupción del huracán Charley, que finalmente asoló las provincias de la Habana y Pinar del Río.. Desde que aparecieron los primeros signos amenazadores de las tormentas el gobierno de Cuba actuó en pleno, en contacto directo y permanente con sus compatriotas, mañana, tarde y noche, a través de todos los medios de difusión y utilizando todos los aparatos del partido y del gobierno. Con un óptimo seguimiento del curso del huracán y su potencia en cada momento, y dándolo a conocer permanentemente a toda la nación, movilizando la conciencia y solidaridad nacionales e impartiendo las consignas y orientaciones precisas de cómo prevenir, actuar y colaborar desde sus propios lugares. Se procedió a evacuar a cientos de miles de cubanos de las zonas costaneras en peligro y de las viviendas que por su situación geográfica o por su deterioro de la estructura, arriesgaban la integridad física de sus moradores. En las horas de la noche que precedieron la irrupción del huracán en la Isla, toda la población de la Habana estaba ya preparada, se hallaban ya al abrigo en sus casas, las calles desiertas, transitada solamente por las brigadas de seguridad que pasaban por todos los barrios impartiendo las últimas instrucciones.

Pese a todos los esfuerzos y previsiones, tenían que ser, por supuesto, devastadores los efectos económicos del huracán, tasados en 815 millones de euros. Se produjeron daños en más de 73.000 viviendas, así como cuantiosos lo fueron en la agricultura y en las infraestructuras urbanas. En la provincia de la Habana, el 66% de las plantaciones de cítricos y el 95% de los sembrados de plátano, producto básico de la alimentación cubana, desaparecieron, según agencias de prensa occidentales. Solo cinco víctimas humanas, ajenas a toda previsión. El impacto del huracán originó una severa crisis de fluido eléctrico y suministro de agua en las provincias occidentales, subsanadas urgentemente y de manera ejemplar en el transcurso de días. El agua, si bien racionada, acarreada de mil maneras utilizando todos los medios de tracción disponibles, aún los más rudimentarios, no dejó de llegar hasta los más recónditos lugares afectados, en medio de una gran disciplina social, durante los días subsiguientes de racionamiento. En cualquier otro país del entorno suramericano, la distribución del agua en circunstancias similares se hubiese llevado a cabo en medio de desórdenes tumultuosos y de muertos; habría dado lugar a su acaparamiento por sectores privilegiados, a todo tipo de corruptelas especulativas y no se habría beneficiado gran parte de la población pobre.

Pero el aspecto más relevante y que impone la diferencia entre las dos situaciones contempladas, es haber alcanzado el objetivo fundamental y prioritario de salvaguardar la vida de miles de cubanos, ahorrándole a la nación cubana y al mundo el horror y el dolor vividos en el país hermano.

Escasos días después, cuando aún no habían terminado de recoger todos los escombros dejados por el anterior siniestro, ante una nueva amenaza, la del huracán Iván, que finalmente cambió de rumbo, el gobierno y el pueblo cubano daban un nuevo ejemplo a los vecino países caribeños y al mundo de su capacidad y preparación y de la fuerza de su resistencia, evacuando a 1.300.000 personas y a 7000 turistas, » en una movilización sin precedentes» así tildada por la prensa internacional.

Es que en Cuba, una emergencia de esta naturaleza, que pone en riesgo aunque sea una sola vida en el campo o en la ciudad y que amenaza al conjunto de la economía nacional, se asume de manera colectiva, en cuanto ello afecta al interés de todo el pueblo. Suele acometerse como si de una confrontación bélica se tratara. Un combate por la vida y por la defensa de la economía cubanas. El Comandante y Primer Ministro al frente. Para impedir que ningún cubano expuesto al peligro, en el campo o la ciudad, por falta de previsión y asistencia oportunos, pierda la vida o le falte alimento, abrigo, salud y techo. En emergencias semejantes, ha sido posible siempre disminuir los riesgos y aminorar al máximo los daños materiales, simplemente poniendo a disposición todos los medios materiales técnicos y operativos con que cuenta el país, concentrando todos los esfuerzos y movilizando a todo el pueblo en la defensa del último ciudadano cubano y de los bienes y recursos naturales propiedad de todo el pueblo. Ante todo y por sobre todo la vida y la integridad física y personal de los cubanos.. Como prioritario objetivo Como el principal Derecho Humano a defender.. Ese que, por contraposición, ha sido menospreciado en Haití por sus gobernantes y aún no ha tenido asiento plenamente en el resto del hemisferio sur americano. He ahí el sentimiento y el sentido de la sociedad cubana bajo el régimen revolucionario. Esa su principal preocupación y objetivo desde el inicio de la lucha implacable contra la tiranía de Batista, desde el día siguiente al triunfo de la rebelión el 1º de enero de 1959, desde la heroica defensa de la revolución en los días de la invasión imperialista de Playa de Girón en 1961, y la de todos los días enfrentados y desafiando los atentados terroristas y el bloqueo económico y político criminales de los Estados Unidos con la complicidad aleve de la Unión Europea y de los gobiernos lacayos de Sudamérica. Cuba siempre en defensa de su libertad, de su independencia, de su soberanía y de su dignidad; del derecho a escoger libre y soberanamente el tipo de sociedad y de gobierno que vienen garantizando en menos de cinco décadas a todo el pueblo: blanco, negro y mulato, los bienes de la salud, la educación, el techo y la cultura, como ningún otro régimen o sistema de gobierno de Suramérica a sus pueblos a lo largo de toda su historia republicana de dos siglos. En pie de guerra siempre. Inclusive frente a la naturaleza, como en estos aciagos episodios de convulsión telúrica.

De paso una anécdota: Cuentan que cuando el terremoto en Caracas, en vísperas del inicio de la campaña libertadora, en medio de los escombros de la catedral, Simón Bolívar gritó: » Nada nos detendrá. Y si la naturaleza se opone, lucharemos contra la naturaleza».

En ese combate contra la naturaleza, no cabe la menor duda de que la voluntad y el acierto del régimen socialista de Cuba y de su gobierno en el objetivo fundamental de preservar la vida de sus compatriotas, así como de aminorar los riesgos y los daños y sobreponerse con prontitud y eficacia a los estragos materiales, son el resultado de una concepción profundamente humana de la vida y del bienestar del pueblo que preside todas las actuaciones de su gobierno. Expresan a cabalidad la identidad de intereses de sus dirigentes y su pueblo. La disciplina y la solidaridad del pueblo cubano, manifestadas en esta emergencia nacional, son el fruto de la educación socialista impartida por la revolución en escasos lustros de construcción de una sociedad más humana, más justa y más digna que la de toda su historia anterior a la revolución, de subyugación colonial, miseria e indignidad

Pero para los enemigos del régimen revolucionario de Cuba nada vale. Del vecindario se escuchan los ladridos de los perros.