Una vez más la alianza coyuntural entre la corporación militar egipcia, auto-denominada Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), y un vasto sector de la población, derrocó a un Presidente. A diferencia de la caída de su predecesor, Mohamed Morsi había sido electo democráticamente. De hecho, su propia elección había sido producto de las manifestaciones […]
Una vez más la alianza coyuntural entre la corporación militar egipcia, auto-denominada Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), y un vasto sector de la población, derrocó a un Presidente. A diferencia de la caída de su predecesor, Mohamed Morsi había sido electo democráticamente. De hecho, su propia elección había sido producto de las manifestaciones populares que signaron el fin de 30 años de gobierno de Hosni Mubarak.
El puntapié final para la salida de este último fue dado por el ejército, institución que tomó el poder el 11 de febrero de 2011. Hasta marzo de dicho año, el CSFA sostuvo el mismo aparato político-partidario que había apoyado al entonces ex Presidente egipcio. Pero el 3 de marzo, alentado por los referentes políticos nucleados en un comité encargado de negociar con los militares, nombró como Primer Ministro a Essam Sharaf. En un claro giro con lo que venía aconteciendo en las semanas anteriores, el flamante premier se presentó al día siguiente ante los manifestantes de la Plaza Tahrir, flanqueado por uno de los líderes de la Hermandad Musulmana, Mohammed el-Beltagy. Ya en ese momento, dicha organización política se perfilaba como la mejor preparada para enfrentar un proceso eleccionario. Existió aquí una novedad, pues hasta el momento, la Hermandad Musulmana había sido hecha a un lado por los sucesivos referentes occidentales (entre ellos el entonces Primer Ministro británico, David Cameron, el enviado de Washington a El Cairo, Frank Wisner, y los congresistas estadounidenses Lieberman y McCain) que se habían reunido con distintos referentes de la oposición, pero no con ellos.
El ejército egipcio cumple un rol de fundamental importancia en el país. Subsidiado por Washington con 1300 millones de dólares anuales, sus miembros constituyen una élite que continúa demostrando que maneja las riendas del poder económico y político. Esto quedó en evidencia a través del ultimátum que el CSFA dio al gobierno de Morsi para que lograra la pacificación de Egipto. De lo contrario, afirmó en el mismo, entraría al juego. Dados los acontecimientos de público conocimiento y vistas las repercusiones positivas que tuvo el mismo por parte del opositor Movimiento 30 de junio y, más específicamente, dentro de éste, del Tamarod (cuyo principal referente es el ex titular de la Agencia Internacional de Energía Atómica, Mohamed El-Baradei), es posible afirmar retrospectivamente que el ejército nunca había salido del juego. Esto a pesar de que la reestructuración llevada a cabo por Morsi en agosto del año pasado pareció presentar lo contrario. En efecto, ésta supuso la destitución del entonces Ministro de Defensa y entonces jefe del CSFA, Hussein Tantawi, y su remplazo por el actual jefe de la corporación militar, Abdel Fatah Al-Sissi. Sin embargo, fue este último el encargado de transmitir el ultimátum referido y el que nombró como Presidente «interino» al Titular del Tribunal Supremo Constitucional, Adly Mansur. Tal como observara Robert Fisk, el término de presidente «interino» ayuda a dar la idea de que Egipto aún se encuentra en el «camino de la democracia».
El Presidente electo no pudo manejar los múltiples problemas, heredados y creados, del frente interno. La profunda crisis económica que habían dejado las políticas neoliberales de su predecesor, así como las exigencias requeridas por los organismos de crédito internacionales que prometían altos niveles de desacuerdo por parte de la población, resultaron en la continuación del crecimiento del desempleo y en el estancamiento del crecimiento del país. Las medidas de islamización del Estado y de la sociedad, por su parte, fueron insignificantes (lo que le valió la retirada del apoyo por parte de sus aliados salafistas del Partido al-Nour). En cuanto a su rol social, el Presidente no pudo tranquilizar a un país dividido, ni siquiera a los miembros de su propio partido. Tampoco pudo ponerse de su lado a los medios de comunicación que le jugaron en contra. Por otra parte, en el plano externo, no construyó alianzas firmes ni con unos ni con otros, lo que explica que la mayor parte de los países de la región y extra-regionales se hayan pronunciado como neutrales en el conflicto.
La impaciencia de grandes sectores de la población (algunos de los cuales, incluso habían votado por el gobierno) ante los nulos avances en términos económicos, políticos y sociales, sumada a la experiencia exitosa acumulada, hicieron que la población se levantara nuevamente, esta vez contra quien fue acusado (entre otras cosas) de no haber cumplido sus promesas. El ejército, una vez más, se colocó del «lado del pueblo», llamando a resolver el conflicto a través de una «hoja de ruta» impuesta por dicha institución. A tal fin, se reunió con los principales referentes de la oposición, dejando poco lugar a la refutación de la afirmación repetida por la Hermandad Musulmana de que se trata de un golpe de Estado en Egipto. El apoyo de la población no lo exime de dicho nombre ni le quita veracidad a dicha aseveración.
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