Sin saber siquiera por qué Felipe VI no se levantó, como muestran algunas imágenes, al paso de la espada de Simón Bolívar durante la toma de posesión de Gustavo Petro como presidente de Colombia, al mitificado Libertador ya le han empezado a caer adjetivos no demasiado amables desde los medios derechistas españoles. Cuatro ejemplos: «sádico», «sanguinario», «traidor» y «genocida».
Es más, el vendaval se ha desatado cuando hay imágenes, como la publicada por La Vanguardia, que parecen mostrar que aunque no se levantó a la entrada de la espada, sí lo hizo a la salida. Mirada con lupa, es curiosa tanta inquina contra Bolívar. ¿Y por qué es curiosa? Porque Bolívar ha sido, aunque ahora pueda sorprender, una figura histórica especialmente mimada por los recientes borbones y hasta por el franquismo que devolvió a la familia al trono.
Si ni la Casa Real ni el Ministerio de Exteriores hacen una aclaración, no podremos saber por qué el rey permaneció sentado ante la entrada de la afilada reliquia. Lo que sí sabemos es que el gesto pone el foco en una figura histórica, Simón Bolívar (Caracas, Venezuela, 1783; Santa Marta, Colombia, 1830), a la que el padre de Felipe VI, Juan Carlos I, dedicó múltiples parabienes y ante cuyos restos en Caracas llegó a poner flores al menos en dos ocasiones hace más de 40 años y a participar en al menos tres homenajes. Se trata de un personaje del que el propio Felipe, siendo príncipe de Asturias, exaltó su «gran sueño», el de la «unidad iberoamericana». Un personaje –es curioso– hoy repudiado por buena parte de la derecha española pero que sí recibió un trato privilegiado, como figura histórica, durante el franquismo.
El gesto de Felipe VI –deliberado o no, protocolario o no, malinterpretado o no–, al margen de su contenido per se, pone en perspectiva, por las reacciones provocadas, la evolución de la mirada de España hacia América Latina. El imaginario de hermandad pierde terreno. El historiador y periodista Pablo Batalla, investigador sobre las manifestaciones políticas, sociales y culturales del nacionalismo español, cree que lo relevante no es el gesto de Felipe VI, que ve imputable a un «despiste». «No se caracteriza por ser una persona atolondrada. Sabe que la monarquía requiere hilar muy fino y no le veo insultando alegremente a Colombia», afirma. «Lo interesante –añade– no son tanto las motivaciones del rey como la ola de entusiasmo que está despertando en toda la derecha y ese ala del PSOE de [Javier] Lambán y compañía, que revela que hay todo un magma ahí incluso aunque [el gesto] no sea deliberado».
Estos tuits de responsables del PP (Rafael Hernando), Vox (Juan Luis Steegman), Cs (Daniel Pérez) y PSOE (Javier Lambán) dan idea del «magma» del que habla Batalla.
Estaría todavía manchada de sangre de españoles, o de colombianos asesinados por la guerrilla. Es cuestión de tener buena vista. Y memoria. https://t.co/suZCwwRDyl— Juan Luis Steegmann Olmedillas (@jlsteeg) August 8, 2022
Elogios y flores del rey y el príncipe
15 de octubre de 1976. Palabras de Su Majestad el Rey, Juan Carlos I, con motivo de un homenaje a Bolívar en Caracas (Venezuela): «Con profunda emoción dejo aquí esta ofrenda [floral] como símbolo del respeto de España hacia Simón Bolívar, figura eminente de nuestra raza. Tanto los Conquistadores de América como los Libertadores son nuestros y vuestros; unos y otros nos pertenecen a todos […]. Nos queda como herencia colectiva su gran esperanza comunitaria, el ideal de unidad de todos los pueblos hispánicos al que rindo homenaje con profunda reverencia».
También hay material suculento en el archivo de RTVE, concretamente en la cobertura del inicio de la gira de los reyes, Juan Carlos y Sofía, por Venezuela, Guatemala, Honduras, El Salvador, Costa Rica y Panamá en septiembre de 1977. La crónica, tras arrancar con el «caluroso recibimiento» de Caracas –primer destino– a los monarcas, se detiene en la «ofrenda de flores» realizada «en el panteón donde se conservan los restos del Libertador». Segunda ofrenda floral del rey a Bolívar en menos de un año. Y añade el locutor: «Este homenaje a Simón Bolívar revistió especial solemnidad […]. En la Plaza de Simón Bolívar, Don Juan Carlos fue condecorado con la Orden del Libertador». [El vídeo a continuación no se corresponde con la crónica de TVE, que sí puede verse aquí].
Por su parte, Carlos Andrés Pérez, presidente venezolano, recibió del rey español el Gran Collar de la Orden de Isabel La Católica. Es fue el intercambio: Simón Bolívar por Isabel la Católica. No era época de hurgar en posibles contradicciones simbólicas. Lo prioritario eran los acuerdos comerciales en juego, a los que la crónica de TVE hace somera referencia. Luego tocó banquete en honor en la residencia presidencial La Casona, donde Pérez se refirió a España como «madre patria». Eran otros tiempos, cuando sería impensable un «¡por qué no te callas» como el del rey a Hugo Chávez en 2007.
Más palabras de Juan Carlos I sobre Bolívar, antes de que su figura fuera reivindicada por el líder «bolivariano» Chávez, llegado al poder en 1999. Esta vez el discurso del rey es de 1983, de nuevo ante el panteón de Bolívar en Caracas, con motivo del segundo centenario de su nacimiento. «Cuando la obra de un hombre trasciende en dos siglos a los años en que vivió, podemos afirmar que esa obra es ya definitivamente histórica e histórica es, efectivamente, la obra de Bolívar». Para Juan Carlos I, Bolívar fue de Caracas «el más ilustre de sus hijos», como dejó dicho en 1986, con motivo de una visita a Madrid del presidente de Venezuela, Jaime Lusinchi. «Simón Bolívar levantó su voz en favor de la integración y no regateó desvelos y esfuerzos para preservar la unidad continental y hacer de Sudamérica, según su ideal, ‘una nación de repúblicas», proclamó el, honrado de haber recibido en 1983 el Premio Internacional Simón Bolívar de la Unesco. Aquel año también lo recibió Nelson Mandela.
No es ninguna exageración: el nombre de Bolívar va unido al de Juan Carlos I.
No sólo Juan Carlos I, sino también su hijo, el que fuera príncipe de Asturias y hoy rey de España, Felipe VI, se ha referido elogiosamente a Simón Bolívar. Así se expresó Felipe, siendo príncipe, en septiembre de 1991 durante una cena ofrecida por el presidente de Bolivia: «Simón Bolívar, que tanto amó a esta tierra a la que dejó su nombre y que fue pionero de la preocupación por la cultura, la educación, la moral, y el medio ambiente puso también los cimientos de un gran sueño, el sueño de la unidad iberoamericana. […] Me llena de satisfacción comprobar cómo estamos cada vez más cerca del mensaje integrador de aquel hombre que hiciera aquel discurso vibrante y de libertad [en] 1826″.
Estatuas antes y después de la democracia
Hay huellas de reconocimiento y devoción franquista a la figura de Bolívar. El periodista Antonio Maestre rescataba este martes, al hilo de la polémica por la actitud de Felipe VI, la crónica de un homenaje a Bolívar en Madrid durante la «Semana Bolivariana», en 1970. La crónica del Nodo informa del «tributo de admiración y cariño al Libertador de América», con la inauguración de la estatua de Bolívar en el Parque del Oeste como acto más destacado. Altas autoridades del Estado, desde el Gobierno hasta las Cortes, participaron en el homenaje. El narrador explica cómo el ministro de Exteriores, Gregorio López-Bravo, «puso de relieve la dimensión histórica de la figura de Bolívar, gloria no sólo de América, sino también de España». Cerró el acto un «brillante desfile militar» con participación de soldados de Ecuador, Colombia y Venezuela.
La de Madrid no es la única estatua a Bolívar en España. Hay más. Y plazas y calles y hasta avenidas, como en Málaga capital. La estatua ecuestre de Cádiz del Libertador data de 1974, regalo de la presidencia de Venezuela, y en su placa frontal dice: «Simón Bolívar, héroe de la raza». La estatua de Sevilla, también regalo de Venezuela, fue inaugurada en 1981 por –¿quién si no?– el rey Juan Carlos I, en una jornada marcada por el atrevimiento de un parado que intentó entregarle una carta al monarca, como contaba El País.
«Criminal», «traidor» y «genocida»
No es objeto de este artículo sentar cátedra sobre Bolívar, ni enjuiciar sus actos. Como ocurre con los personajes de extraordinario relieve, sus actos dan para múltiples lecturas, dependiendo muchas veces del lado de frontera y de la historia que a uno le toque. Lo indudable es su colosal importancia histórica y significado político. Bolívar es más que un político, más que un militar. Como líder de los procesos de independencia de las actuales naciones americanas de Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Bolivia, país al que dio nombre, Bolívar es un hombre-mito, algo que puede decirse también de Napoleón o George Washington. En el balance más luminoso de su legado, se suele destacar su intento de unión de todas las naciones de la América española bajo un sistema constitucional. Sus detractores, sobre todo en España, ponen el foco en el «Decreto de Guerra a Muerte» firmado en Trujillo (Venezuela) en 1813, que suponía una condena a muerte de los españoles que no se unieran a su causa. «Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América», decretó.
Dejando al margen el enjuiciamiento de Bolívar, lo que sí tenemos por seguro es que hoy es difícil encontrar en la institucionalidad española un tratamiento al personaje de la solemne dignidad que se le daba en el franquismo, la transición o el primer periodo democrático. Su decaimiento como referente afecta con claridad al campo conservador. En paralelo, es común en la izquierda una entusiasta reivindicación de Bolívar, observable en cómo Podemos ha reaccionado a la actitud de Felipe VI.
Un vistazo a la prensa derechista, para pulsar el ánimo sobre el Libertador. «El verdadero Simón Bolívar: mal estratega militar, sádico con sus enemigos y mujeriego hasta el final», titulaba Okdiario su perfil al hilo de la polémica en la toma de posesión de Petro. En el programa matinal de la Cope, Antonio Herraiz, que sustituye en agosto a Carlos Herrera, se refería a Bolívar como un «sanguinario personaje» responsable del «genocidio español». La espada es, dijo, un símbolo «contra España». Libertad Digital titulaba: «La izquierda rabia contra Felipe VI por no levantarse ante la espada del genocida Bolívar». Tuiteros derechistas con decenas de miles de seguidores no ahorraban adjetivos, el más frecuente el de «traidor», ya que Bolívar descendía de una familia española instalada en Venezuela. La plataforma policial Jusapol publicaba este mensaje: «S.M. el Rey de España, Felipe VI, no se levanta al paso de la supuesta espada de Simón Bolivar, un criminal genocida. Orgullosos de nuestro rey». Son múltiples los mensajes de este tenor.
Para encontrar soflamas contra Bolívar no ha hecho falta ir a esta polémica. Hace tiempo que el Libertador –llamado así por sus defensores– salió del bando de los buenos por mucha «raza» que los españoles puedan compartir con él. La Asociación Tercios Viejos Españoles, un colectivo nostálgico y tradicionalista, suele reclamar la retirada de las estatuas de Simón Bolívar alegando que fue un «asesino». ABC es el medio que más le atiza, emparentándolo en «antiespañolismo» con Hugo Chávez (febrero de 2021) o publicando la carta suya de 1815 que estaría en el origen del «odio actual de Venezuela a España» (febrero de 2021). «Traición y dictadura del auténtico Simón Bolívar: el ‘millonario español’ que se hizo revolucionario», titulaba el rotativo católico en junio de 2018. La Razón publicaba en diciembre de 2021 un artículo sobre la «inmensa crueldad» de Bolívar.
«Es divertido buscar en la hemeroteca de ABC las semblanzas de Bolívar en los años 20 y ahora. Entonces, a conveniencia de las relaciones del régimen de Primo de Rivera, se lo presentaba como un hijo insigne de la Hispanidad. Ahora, se lo demoniza como traidor a la madre patria, pero esa demonización es en realidad una demonización de cierto presente: el chavismo y Podemos», explicaba el historiador y periodista Pablo Batalla, autor del ensayo Los nuevos odres del nacionalismo español(Trea, 2021), en una entrevista con infoLibre en noviembre del año pasado.
Un cambio de visión
¿Qué ha pasado para este cambio? Encontramos claves para la respuesta en el trabajo sobre el rearme del nacionalismo español del ya citado Batalla, que en su entrevista con este periódico repasaba la evolución de la visión sobre Latinoamérica desde la hermandad hasta el «imaginario de cruzada y conquista». «En 1992 –explicaba–, el lema del V Centenario era el ‘encuentro entre dos mundos’ […] En el 92, la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre acuñaba monedas en honor a Bolívar, San Martín… Se exaltaba a los libertadores. Y no era algo nuevo. Incluso el franquismo les erigió estatuas. Fraga decía que admiraba a Fidel Castro, más allá de sus diferencias con él, porque encarnaba el orgullo del espíritu hispano frente al mundo anglosajón».
Siguiendo a Batalla, la emergencia de los Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa, con una reivindicación desde la izquierda soberanista del legado de Bolívar, desestabilizó el relato hegemónico sobre el hombre-mito, una narración basada en el encuentro armonioso entre culturas, donde era posible presentar al Libertador como una figura defendible a un lado y otro del Atlántico. Es lo que hacía Juan Carlos I en 1983, en un discurso en el panteón de Bolívar en el que lo presentaba por dos veces como «un hombre de su tiempo» y un luchador por la «libertad», causa que trascendía fronteras. «Impresiona –decía el rey– leer estas palabras de Bolívar a Fernando VII, escritas en 1821: ‘Es nuestra ambición ofrecer a los españoles una segunda patria, pero erguida, no abrumada de cadenas'».
¿Cosecharía hoy este discurso armonizador aplausos de la bancada rojigualda? El humor del nacionalismo español ha cambiado con respecto a hace 40 años, cuando arrastraba el complejo del franquismo. El revisionismo sobre la Guerra Civil que encumbró a pseudohistoriadores como Pío Moa –y es ya moneda corriente en la derecha española– se ha extendido a la época colonial en Latinoamérica, fenómeno cebado por un boom editorial y audiovisual que explota la nostalgia imperial y la negación de la «leyenda negra». María Elvira Roca Barea es la autora de referencia. Lógicamente, si el boom cultural se ha convertido en fenómeno popular, la política acompaña. Y es ahí donde hay que inscribir posiciones como las de Isabel Díaz Ayuso mostrando su enfado con el papa Francisco por pedir perdón «por los errores del pasado» en América Latina, cuando el legado de España es «el catolicismo y por lo tanto la civilización y la libertad». También Pablo Casado es –era– un entusiasta de la «Hispanidad», noción lingüística y cultural que remite al pasado imperial y es a su juicio «el mayor hito de la Humanidad después de Roma». Y por supuesto ahí hay que inscribir la noción de Iberoesfera de Vox. En todos estos discurso tiene difícil cabida la reivindicación de la figura de Simón Bolívar, no digamos llevarle flores.
No es posible saber con exactitud qué pretendía Felipe VI al no levantarse, y es opinable si debía o no hacerlo. Sí resulta evidente a qué visión sobre América Latina complace, y a qué enfoque sobre el pasado colonial.