I En poco tiempo hemos pasado de la euforia al desconcierto, de ver como coaliciones alternativas pasaban a gestionar los ayuntamientos de muchas grandes ciudades a ser testigos de como una coalición derechista tomaba el poder en Andalucía (y amenazaba en las encuestas con extenderse por todo el país). Y cuando la amenaza de un […]
En poco tiempo hemos pasado de la euforia al desconcierto, de ver como coaliciones alternativas pasaban a gestionar los ayuntamientos de muchas grandes ciudades a ser testigos de como una coalición derechista tomaba el poder en Andalucía (y amenazaba en las encuestas con extenderse por todo el país). Y cuando la amenaza de un nuevo «cuatrienio negro» parece cobrar fuerza, estalla la nueva crisis, la enésima, de Podemos en Madrid. Una crisis que puede leerse como un mero choque de egos, pero que es también el reflejo de problemas solapados a los que hay que prestar atención. De cómo se resuelva esta crisis puede depender el futuro electoral a corto plazo. Pero, sin plantear los problemas de fondo que subyacen a esta, es difícil que pueda consolidarse un espacio alternativo de largo recorrido. No hay una respuesta fácil a lo que hay que hacer, pero detectar dónde están los problemas puede ayudar a buscar soluciones.
II
Lo más obvio es considerar que en la disputa de Podemos hay un problema de personalismos. No solo entre Íñigo Errejón y Pablo Iglesias, sino también entre Manuela Carmena y sus socios. Cualquiera que esté implicado de algún modo en el espacio de la izquierda detecta el excesivo peso que tienen los egos de algunas personas en la generación de conflictos. Siempre ha sido así, pero ahora tienen aún más recorrido por diversas razones. Por un lado, las estructuras sociales dominantes potencian el individualismo, el narcisismo; algo bastante perceptible en el sistema educativo, en el mensaje -visible y subliminal- de los medios de comunicación, en el deporte. Por otro, está el cambio en los propios modelos de organización política de la izquierda. En el pasado eran mucho más verticales y sometían a la mayoría de los militantes a una disciplina con poca voz. Conectaban con los viejos modelos de organización social, con la tradición de las organizaciones religiosas, con el funcionamiento de las colectividades locales en que las personas están sometidas a un continuo escrutinio social. Hoy muchos de estos mecanismos sociales no funcionan, especialmente en las grandes ciudades, y no es posible pensar en organizaciones tan estructuradas como en el pasado. No hay tampoco que añorarlas, pero es obvio que adoptar formas más abiertas genera otros problemas. En las viejas organizaciones se tendía a ahogar la voz disidente en beneficio de la disciplina. En las actuales, a menudo el exceso de voz genera confusión. Albert Hirschman nos proporcionó valiosas reflexiones sobre los mecanismos de voz, salida y lealtad que articulan las organizaciones humanas, y hoy parece más necesario que nunca volver a dichas reflexiones a la hora de construir organizaciones sociales vivas y estables.
Podemos nació de un impulso de gente joven, con mucha voluntad pero quizá también con bastante inexperiencia. A la gente de mi generación siempre nos ha parecido que muchos de estos nuevos activistas tendían a pensar que el mundo alternativo había empezado con ellos, que ignoraban la experiencia anterior, con todos sus altibajos. Y que el modelo organizativo adoptado pecaba de muchos problemas. Hoy estos son claramente visibles y abocan al peligro de una implosión. No han conseguido desarrollar una buena modulación de los egos ni generar un sentimiento lo bastante fuerte de cohesión y lealtad. Y, sin un equilibrio entre capacidad de voz individual y el sentimiento de colectivo, es imposible desarrollar una actividad organizativa permanente.
III
Reducir el problema de Madrid a un asunto de comportamientos personales es trivializar la cuestión. Hay temas de debate cruciales que afectan tanto a la configuración de las candidaturas como al proyecto sociopolítico.
En el primer campo el debate es entre una elección militante, refrendaria, de los componentes de las candidaturas y la formación de un equipo en torno a la persona que lidera el proyecto. Algunos lo plantean como un conflicto entre democracia y autoritarismo, pero esta es una forma maniquea de presentar la cuestión.
En todas las organizaciones, los movimientos sociales y en la sociedad en su conjunto, existen personas con capacidades, aptitudes y disponibilidades diferentes. Una buena organización es la que consigue que cada cual dé lo mejor de sí mismo, encuentre el espacio idóneo para proyectar su potencial y lograr que todo el proceso funcione. Conseguirlo siempre es algo difícil y que requiere una continua capacidad de revisar los procesos. En concreto, no se requieren las mismas aptitudes para hacer agitación social, para estudiar una cuestión o para participar en un debate que para gestionar un ayuntamiento. Y por esto hay que entender que las soluciones organizativas que son buenas para una cosa no lo son para la otra. No es lo mismo votar un programa o una propuesta tras un debate bien organizado que elegir por votación directa a todas las personas para ocupar un determinado espacio electoral. Y no es lo mismo porque en las elecciones personales se mezclan a menudo muchos aspectos: la popularidad de la persona, la pertenencia a una determinada camarilla o fracción, etc., que poco tienen que ver con su capacidad real para desempeñar una tarea concreta. Creo que bastante de ello hay en el conflicto entre Carmena y sus socios (una pugna que también está presente en los espacios de los Comuns). Es una disputa que puede ser enrevesada, pues a menudo se mezclan el mayor o menor personalismo del líder con la mayor o menor competencia de las personas de su equipo. Y no hay que perder de vista que en todas las organizaciones que conozco pulula una fauna de individuos dedicados «profesionalmente» a conseguir cargos, a figurar, pero en general poco eficaces para lo realmente importante (son los «sillas calientes» de todos los tiempos, que suelen ser especialistas en magnificar los problemas en beneficio propio). No existe una solución sencilla, pero me parece obvio que la única forma de salir de este atolladero es adoptar soluciones de compromiso, ver cómo funcionan y revisarlas al cabo del tiempo. En aquellos espacios donde lo crucial es la gestión, lo más sensato seguramente sea dejar que se constituya un equipo alrededor de la persona que va a liderar y evaluar su actuación al final del mandato. Ello no impide que, si se ha elegido mal al líder o este se ha rodeado de incompetentes, la cosa sea un fracaso, pero al menos se evita que el conflicto permanente y la falta de una orientación común bloqueen la gestión. En el caso de los organismos de mera representación se puede optar por un sistema más abierto, garantizando la existencia de un núcleo cohesionado. Y, en todo caso, este es un terreno donde lo peor son los fundamentalismos.
La otra cuestión es indudablemente política y ha estado presente en toda la trayectoria de Podemos: la elección entre una definición de izquierdas (en la línea de Unidos Podemos) y una apuesta «populista de izquierdas» en que prime el ofrecimiento de honestidad y responsabilidad con lo público. El movimiento de Errejón y Carmena se explica porque interpretan que el fracaso de Unidos Podemos en Andalucía es atribuible al hecho de haber abandonado la segunda opción en aras de la confluencia de Podemos con Izquierda Unida. Algo que resulta discutible por varias cuestiones.
Cuando emergió Podemos, en pleno desbarajuste socialista y en plena crisis, era factible que una nueva izquierda con un discurso reformista llegara a ocupar buena parte del espacio social que el PSOE había dejado abandonado y hasta captara audiencia entre votantes de centroderecha cabreados por los recortes, las preferentes o la corrupción. La coyuntura actual es diferente. Por una parte el PSOE de Pedro Sánchez, con todas sus limitaciones, ha recobrado algo de fuerza. Por otra, Podemos y sus aliados han sido ubicados nítidamente a la izquierda mediante campañas mediáticas masivas. Lo vivimos a diario en Barcelona, donde las campañas de las grandes empresas (especialmente Agbar), de los grupos de intereses (el sector turístico, el inmobiliario, el del coche) y de la mayoría de los medios locales tratan de describir la política de Ada Colau y su gente como un experimento irresponsable de izquierdismo. No somos nosotros quienes elegimos cómo definir nuestro espacio. Y, por otro lado, el campo de batalla se plantea en términos muy diferentes: la coyuntura económica y laboral ha cambiado, la cuestión catalana ha irrumpido en el centro del debate, la nueva ultraderecha auspiciada internacionalmente ha cobrado fuerza y las demandas sociales emergentes -tanto en el ámbito del género como en el ambiental- suponen nuevos espacios de confrontación con la derecha. Una cosa es adecuar el discurso, plantear respuestas realistas, y otra es olvidar que casi todos los grandes temas que tiene planteados el país conducen a una confrontación de ideas y proyectos que podemos situar en el eje izquierda-derecha.
IV
En la crisis de la izquierda en la general, y en la específica de Unidos Podemos, persisten otros muchos problemas que se acaban expresando en conflictos como el que estoy aquí tratando de entender.
En el núcleo del problema está sin duda la transformación que ha experimentado la sociedad, y que afecta a los tradicionales puntos de anclaje de las políticas de izquierdas. Los cambios son múltiples y variados, mutaciones en la estructura social propiciados por el propio desarrollo capitalista y las políticas públicas. Nunca ha existido la mera división de una sociedad entre una minoría capitalista y una masa proletaria, pues en la mayoría de los países persistía una enorme masa de campesinos, artesanos y pequeñas empresas familiares. Ahora que estos tres últimos sectores tienden a desaparecer, la población asalariada está asimismo segmentada en diversas capas que tienen, en general, unas condiciones materiales, una formación cultural y una experiencia vital diversas. Cambios en la organización de la producción, en su contenido y en su despliegue espacial; cambios en el propio funcionamiento del sector público; cambios en las formas de vida y de consumo que tienen impacto sobre la vida cotidiana, la experiencia vital y las formas de relación; cambios en las formas de socialización a partir de la eclosión de los medios de comunicación de masas (y también del desarrollo de toda una estrategia de marketing económico, político y social que consume ingentes recursos); cuestionamiento de las estructuras patriarcales y mayor alcance de los conflictos en torno al género; emergencia cada vez más visible de la crisis ecológica; cambios en la esfera institucional que restringen la capacidad de intervención de los poderes públicos a escala local o nacional, y, por si fuera poco, fallidas experiencias de los intentos de construcción de sociedades no capitalistas que han generado un enorme escepticismo acerca de cualquier intento de transformación radical. Cambios, en suma, que hacen difícil elaborar respuestas sencillas, que son advertidos con desigual intensidad y conceptualizados de forma diferente por cada persona, por cada colectivo, y que generan la necesidad de respuestas complejas difíciles de desarrollar y transmitir.
Reducir toda la cuestión, como se hace en uno de los debates actuales, a que se trata de un problema de identidades es erróneo. Es cierto que proliferan las identidades parciales, fragmentarias, pero su aparición es en buena medida el resultado de la dificultad de aprehender de forma sencilla una realidad compleja y de construir una alternativa que sepa desarrollar un enfoque integrador de los problemas y las respuestas a la situación actual. Ello sin contar el papel disruptor que juega la cuestión nacional en nuestro país; una cuestión en gran parte ajena a los problemas fundamentales de la especie humana (los que deben constituir el núcleo de cualquier proyecto transformador serio), pero que está ahí y genera unos movimientos que hacen aún más difíciles las respuestas.
Asimismo, la ausencia de esta visión explica también los problemas organizativos y políticos de la izquierda actual, en particular de Unidos Podemos y las confluencias. Ahí persisten diferencias de visión, tanto de la naturaleza de los problemas como de la forma de abordarlos. Diferencias que tienen también que ver con cuestiones tan triviales o sentimentales como la adscripción a unos símbolos o la mayor o menor simpatía hacia procesos sociales del pasado o de otros países. Diferencias que tienen que ver también con lo que se piensa que se puede hacer. Dichas diferencias explican por qué una parte del electorado es reticente a votar a unas u otras siglas, explican también muchos de los debates más enconados dentro de las organizaciones, y son fuente de rupturas y de continuos bloqueos organizativos. Y todo ello ocurre con «el enemigo a las puertas», con el ascenso de fuerzas políticas que amenazan con institucionalizar la barbarie, como ya está ocurriendo en Brasil, Estados Unidos, Italia…
Hay que tratar de manejar estos problemas. En el plano analítico y de las propuestas políticas, se trata de desarrollar un marco de referencia que permita situar la complejidad y traducirla en una propuesta de acción comprensible. En el plano organizativo, se trata de buscar las fórmulas que permitan ser respetuosos con todo el mundo pero que sean compatibles con la concreción de una propuesta común. Que todo el mundo tome conciencia del peligro que entraña la «nueva derecha» y de que nuestros errores, nuestro sectarismo y nuestra indolencia los vamos a pagar muy caros.
V
Como estamos en tiempo de urgencias y hay que tomar decisiones, acabaré el comentario con alguna propuesta, la primera de ellas sobre el tema electoral. A nivel municipal creo que no hay otra alternativa que apoyar a los «ayuntamientos del cambio» (que en muchos casos lo han hecho aceptablemente bien), y pienso que tienen razón en construirse en base a equipos cohesionados. En todo caso, lo que habría que negociar es una fórmula de evaluación de su gestión hacia el final del mandato. En los otros planos, lo primero es pedir a todas las partes, a Podemos, Izquierda Unida, Llamazares y Errejón (e incluso apelar a los nacionalistas periféricos), que trabajen para evitar lo peor, esto es, que encuentren una fórmula de actuación electoral común, que cuando lo hagan sean capaces de explicarlo a sus respectivas bases, sean capaces de mostrar a esta parte de la masa social progresista, solidaria y sensible, que padece la situación pero no se moviliza, que se trata realmente de una situación peligrosa, de que realmente todo el mundo está dispuesto a impedir lo peor, que los proyectos son más importantes que las siglas y las personas. Y, después, que empiecen a organizar espacios para que la gente, la que está organizada y la que no lo está, pueda pensar tranquilamente sobre la complejidad del momento y pueda empezar a construir colectivamente, aunque sea de forma fragmentaria, alguna línea realista de transformación. Quizá sea pedir mucho. Pero tal vez sea lo mínimo que podemos hacer.
Fuente: http://www.mientrastanto.org/boletin-176/notas/adonde-vamos