Pensé que los acuerdos de paz de hace 20 años atrás podían ser efectivos, pero Israel las utilizó como tapadera de su proyecto colonial en Palestina. Shimon Peres, el ministro de Asuntos Exteriores israelí, firma los acuerdos de Oslo en la Casa Blanca el 13 de septiembre de 1993. Los espectadores son, el PM, Yitzhak […]
Pensé que los acuerdos de paz de hace 20 años atrás podían ser efectivos, pero Israel las utilizó como tapadera de su proyecto colonial en Palestina.
Shimon Peres, el ministro de Asuntos Exteriores israelí, firma los acuerdos de Oslo en la Casa Blanca el 13 de septiembre de 1993. Los espectadores son, el PM, Yitzhak Rabin, Bill Clinton, Yasser Arafat de la OLP y Mahmoud Abbas. Fotografía: David J AKE / AFP
Han pasado exactamente 20 años desde que se firmaron los Acuerdos de Oslo en la Casa Blanca. A pesar de sus deficiencias y ambigüedades, los Acuerdos constituyen un avance histórico en el centenario conflicto entre judíos y árabes en Palestina. Fue el primer acuerdo de paz entre las dos partes principales del conflicto: israelíes y palestinos.
Los Acuerdos representan un progreso real en tres frentes: la Organización para la Liberación de Palestina reconoció el estado de Israel, Israel reconoció a la OLP como representante del pueblo palestino y ambas partes acordaron resolver sus diferencias por medios pacíficos. El reconocimiento mutuo reemplazó el rechazo mutuo. En definitiva se prometió, al menos en el comienzo, una reconciliación entre dos movimientos nacionales amargamente antagónicos. Y los indecisos apretones de manos entre Yitzhak Rabin y Yasser Arafat lograron el compromiso histórico.
Una de las críticas a la arquitectura de Oslo es la idea de las etapas. El texto no señaló ninguna clave para las diferentes etapas: Jerusalén, el derecho al retorno de los refugiados de 1948, el estado legal de los asentamientos judíos construidos en tierras palestinas ocupadas o las fronteras de la entidad palestina. Todas las cuestiones acerca del «estatuto permanente» se aplazaron a negociaciones hacia el final del período de transición de cinco años. Básicamente se trataba de un modesto experimento de autogobierno palestino a partir de la Franja de Gaza y la ciudad cisjordana de Jericó.
El texto no promete, ni siquiera menciona, un Estado palestino independiente al final del período de transición. Los palestinos creían que a cambio de renunciar a su derecho al 78% de la Palestina histórica, ganarían un Estado independiente en el 22% restante, con la capital en Jerusalén. Iban a resultar amargamente decepcionados.
La controversia rodeó Oslo desde el momento que vio la luz. En la edición del 21 de octubre de 1993, el London Review of Books publicó dos artículos; Edward Said puso el primer caso en contra. Llamó al acuerdo «un instrumento de rendición de Palestina, el Versalles palestino«, argumentando que deja de lado la legalidad internacional y pone en peligro los derechos nacionales fundamentales del pueblo palestino. No es posible avanzar en la genuina autodeterminación palestina porque eso significaba la libertad, la soberanía y la igualdad, en lugar de sumisión perpetua a Israel.
En un artículo mío expuse el caso de Oslo. Pensaba que se iba a poner en marcha un proceso gradual pero irreversible de la retirada israelí de los territorios ocupados y que allanaría el camino a un Estado palestino. Desde la perspectiva de hoy, 20 años después, es evidente que Edward Said tenía razón en su análisis y que yo estaba equivocado.
En el año 2000 el proceso de paz de Oslo se rompió tras el fracaso de la cumbre de Camp David y el estallido de la Segunda Intifada. ¿Por qué? Los israelíes afirman que los palestinos hicieron una elección estratégica para volver a la violencia y por lo tanto no había socio palestino para la paz. Creo que la violencia palestina fue un factor que contibuyó, pero no la causa principal. La razón fundamental es que Israel no cumplió su parte del trato.
Por desgracia, el fanático judío que asesinó a Rabin en 1995 logró su objetivo más amplio de descarrilar el tren de la paz. En 1996, el derechista Likud volvió al poder bajo el liderazgo de Binyamin Netanyahu. No hizo ningún esfuerzo para ocultar su profundo antagonismo hacia Oslo, denunciándolo como incompatible con el derecho de Israel a la seguridad y con el derecho histórico del pueblo judío a toda la tierra de Israel. Y pasó sus primeros tres años de primer ministro intentando con gran éxito detener, socavar y subvertir los acuerdos firmados por sus predecesores laboristas.
Particularmente destructiva para el proyecto de paz fue la política de expansión de los asentamientos israelíes en el territorio palestino ocupado. Estos asentamientos son ilegales según el derecho internacional y constituyen un gran obstáculo para la paz. Construir asentamientos civiles más allá de la Línea Verde no viola la letra de los acuerdos de Oslo, pero decididamente viola su espíritu. Como resultado de la expansión de los asentamientos, la zona disponible para un Estado palestino se ha ido reduciendo hasta el punto que la solución de dos estados ya es apenas imaginable.
El llamado muro de seguridad que Israel ha estado construyendo en la Ribera Occidental desde 2002 invade aún más la tierra palestina. La apropiación de tierras y la construcción de la paz no van de la mano: es una o la otra. Oslo es esencialmente una negociación de tierras a cambio de paz. Con la expansión de los asentamientos todos los gobiernos israelíes, tanto los laboristas como el Likud, han contribuido enormemente a su colapso.
La tasa de crecimiento de los asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Este anexado por Israel es asombrosa. A finales de 1993 había 115.700 colonos israelíes en los territorios ocupados. Su número se duplicó en la década siguiente.
Hoy los colonos israelíes en Cisjordania pasan de 350.000. Hay un adicional de 300.000 judíos que viven en asentamientos en la frontera anterior a 1967 en el este de Jerusalén. Hay miles de viviendas más en proyecto o en construcción. A pesar de sus grandes esfuerzos el secretario de Estado de EE.UU. no pudo conseguir que el gobierno de Netanyahu aceptase congelar los asentamientos como condición previa para renovar las conversaciones de paz suspendidas en 2010. Mientras Netanyahu sigua en el poder es una apuesta segura que no se logrará ningún avance en la nueva ronda de negociaciones. Es el moroso por excelencia, el primer ministro de doble cara que pretende negociar la partición de la pizza y engullirla entera.
Los acuerdos de Oslo tenían muchos defectos, el principal el hecho de que no se abolía la expansión de asentamientos, mientras las conversaciones de paz estaban en marcha. Pero el acuerdo no estaba condenado al fracaso desde el principio, como alegan sus críticos. Oslo se tambaleó y finalmente se vino abajo porque los gobiernos del Likud negociaron de mala fe. El resultado fue que el proceso de paz tan cacareado resultó una farsa. De hecho, era peor que una farsa: dio a Israel la cobertura que estaba buscando para proseguir impunemente su proyecto colonial ilegal y agresivo en Cisjordania.
rCR