Traducido patra Rebelión por LB
En un artículo publicado recientemente , la «shoáloga» Deborah Lipstadt intenta restablecer su argumento en contra del revisionismo histórico.
Lipstadt se pronuncia claramente en contra de los negadores del Holocausto, a los que califica además como antisemitas, pero se abstiene de definirnos lo que significa exactamente el negacionismo. También se queda corta cuando se trata de explicarnos qué significa el antisemitismo. Supongo que para Lipstadt son ‘negacionistas’ aquellos que insisten en que nuestro pasado debe ser revisado, analizado y contado desde diferentes puntos de vista. A las personas que creen tal cosa normalmente se los llama revisionistas históricos o simplemente historiadores. Sin embargo, a los revisionistas históricos Lipstadt los percibe claramente como antisemitas. Supongo que para Lipstadt aquellos que se atreven a tocar o jugar con el pasado judío son enemigos.
Según Lipstdat, los ‘negacionistas’ constituyen un movimiento activo que trabaja denodadamente para «distorsionar la historia e inculcar el antisemitismo». Sin embargo, dista lejos de estar claro cómo alguien puede «distorsionar la historia», habida cuenta de que la historia no es un conjunto singular de hechos establecidos y dictados exclusivamente por un grupo determinado de personas. La historia es más bien un intento de transformar el pasado en una historia que aspira a constituir una narración lo más completa posible, elaborada a partir de tantos puntos de vista como sea posible y en base a un cuerpo de investigación tan amplio como esté disponible. En ese sentido, la historia es un intento de construir una narrativa. Todo el mundo debería tener derecho a mantener diferentes perspectivas sobre su pasado.
Al parecer, a Lipstdat todo eso no le hace la más mínima gracia. Ella quiere que el capítulo conocido como Holocausto se convierta en un relato meta-histórico impenetrable. No está claro ni para mí ni para un número creciente de académicos, artistas y gente corriente por qué los académicos y las instituciones judías tienen tanto miedo a que se examine y discuta libremente este capítulo concreto de la historia.
Por alguna razón peculiar Lipstadt se considera a sí misma como «académica», pero la forma como aborda el asunto dista mucho de tener una orientación académica. Su lectura de la era nazi es absolutamente sonrojante. Por ejemplo, dice que «si el mundo se hubiera tomado más en serio el antisemitismo nazi desde el principio del ascenso del Tercer Reich, la tragedia posterior podría haber sido muy diferente».
Sin embargo, da la impresión de que el mundo sí reaccionó muy seriamente al antisemitismo nazi, pues, básicamente, se atuvo al programa nazi. EEUU y Gran Bretaña cerraron sus puertas a los judíos y abandonaron a su suerte a los refugiados judíos europeos. Ni siquiera los sionistas hicieron gran cosa para salvar a sus hermanos y hermanas europeos. Está claro también que los nazis no habrían tenido éxito en su proyecto de limpieza étnica si no hubieran contado con la ayuda de comunidades y gobiernos europeos e incluso de las instituciones judías. No parece que los nazis fueran «los únicos antisemitas»; simplemente, eran antisemitas sin tapujos.
La ignorancia de Lipstadt no conoce límites. Prosigue: «en los años 1930 y 1940, por supuesto, los observadores –y las víctimas potenciales– no podían comprender hasta dónde podía conducir el antisemitismo de Hitler y sus cohortes». Supongo que la «historiadora» judía [Lipstadt] en realidad ignora que en los años 1930 y principios de 1940 «Hitler y sus cohortes» tampoco sabían hacia dónde se dirigían’. Sabemos que querían una Alemania libre de judíos, algo que es de por sí, en efecto, altamente escandaloso. Sin embargo, [ese objetivo] no es tan diferente del de la gran mayoría de los israelíes, que quieren una Palestina libre de palestinos.
Lipstadt está convencida de que los ‘negacionistas’ están motivados por «odio a los judíos y por deseos de hacerles daño». Pero la verdad del asunto resulta más bien embarazosa: el revisionismo histórico es un creciente cuerpo de conocimiento. No pretende abordar «la cuestión judía» ni defiende ninguna agenda política, y tampoco postula que se haga daño a los judíos. Sin embargo, el caso es que con demasiada frecuencia nos encontramos con llamamientos institucionales judíos reclamando dañar e incluso destruir a los árabes y musulmanes. En esas circunstancias uno esperaría que Lipstadt fuera coherente y se enfrentara a las inclinaciones genocidas de sus propios hermanos y hermanas. Pero está claro que la integridad no es algo que deba esperarse de una profesora de Estudios Modernos Judíos y Holocáusticos.
Cuando se hace evidente que Lipstadt no tiene nada inteligente que decir sobre este asunto (o quizá sobre ningún asunto), entonces se saca un conejo de la chistera o, mejor dicho, se saca a Ahmadinejad de la peluca. «Durante los últimos cinco años hemos visto cómo una corriente de negación del Holocausto, de antisemitismo abierto y de amenazas contra Israel emanaba de la boca del presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad (…) la negación del Holocausto que hace Ahmadinejad está directamente relacionada con su hostilidad hacia Israel».
Y aquí es donde pasado, presente y futuro judíos se entrelazan en un sentido colectivo que parece totalmente impermeable a la razón, la ética y la humanidad. Es evidente que quienes se oponen a la barbarie israelí pueden en cierto momento someter a escrutinio la raison d’être del sionismo, es decir, el holocausto. Evidentemente, es natural que aquellos que detestan las mentiras de Israel se paren a examinar todos y cada uno de los relatos israelíes o judíos. La pregunta es: ¿Y qué hay de malo en ello? ¿Por qué los judíos, o al menos algunos judíos, se horrorizan ante la idea de que otros pudieran recelar de algunos aspectos de sus relatos históricos? ¿Por qué es tan difícil para Lipstadt aceptar que Ahmadinejad está en contra de Israel y ponga en cuestión además algunos aspectos del pasado judío?
«En el año 2009», dice Lipstadt, «después de cuestionar la existencia del Holocausto, [Ahmadinejad] declaró que [el Holocausto] fue una artimaña que emplearon los judíos para conseguir que Occidente apoyara la creación del Estado de Israel». Una vez más, ¿acaso el argumento expuesto por Ahmadinejad no es una cuestión académica legítima? ¿Acaso el holocausto y la fundación del Estado judío no están ligados inextricablemente?
Pero no se preocupen, no es Ahmadinejad la única persona a la que odia nuestra académica de yeshiva. «El egipcio Gamal Abdel Nasser habló de `la mentira de los seis millones de judíos’ (…) Los portavoces de Hamás también han practicado la negación del Holocausto. Negaciones del Holocausto se pueden encontrar en los periódicos de muchas partes del mundo árabe, incluidos los de Jordania, Egipto y Líbano».
Incluso Mahmud Abbas era un «negacionista» de acuerdo con esta lumbrera de la Shoá: «cuando era un joven estudiante, [Abbas] escribió una tesis que era puro negacionismo». Pero, ¿a que no lo adivinan? Abbas no tiene por qué preocuparse: Lipsdat ya lo ha perdonado. Él [Abbas] «posteriormente repudió su punto de vista» y Lipstadt «cree firmemente en su retractación». Por lo menos Lipstadt es lo suficientemente flexible como para modificar sus puntos de vista «académicos» de modo que se adapten a la actual agenda política israelí.
Supongo que es razonable sostener que Lipstadt continúa luchando por lo que ya es una batalla perdida. Nuestro pasado no es propiedad judía. Cuando leo la diatriba pseudoacadémica de Lipstadt me convenzo aún más de que hay aspectos de la visión sionista de la historia que deben seguir siendo analizados y debatidos, porque la historia no puede ser manipulada o censurada por ninguna variedad de intelectual de yeshiva, pues la ideología de la yeshiva es todo lo contrario al espíritu occidental, al debate intelectual y a la apertura.
Lipstadt afirma: «Hace setenta años la gente tenía motivos fundados para decir: ‘Nunca pudimos imaginar que Hitler hablara en serio’. Hoy ya no podemos permitirnos ese lujo. Como mínimo estamos obligados a tomarnos en serio a Ahmadinejad y a los líderes musulmanes y creadores de opinión que le secundan».
Aquí parece que Lipstadt está instando a los líderes occidentales a desmantelar Irán y otros países musulmanes en el nombre de la misma historia que ella no les permite revisar o examinar. Creo que en aras de la paz mundial es necesario desenmascarar a gente como Lipstadt y su cohorte.
En su párrafo final Lipstadt parece descubrir qué hay de malo en los revisionistas: «su negación del Holocausto forma parte de su agenda política contemporánea».
En términos psicológicos a lo anterior se lo suele definir como proyección: Lipstadt proyecta sus propios síntomas sobre los revisionistas históricos. Es evidente que el «evangelismo holocáustico’ de Lipstadt tiene la finalidad de servir a su propia agenda política siocéntrica.
Llegados a este punto, la pregunta que tal vez le interese a usted formular es la siguiente: ¿Durante cuánto tiempo vamos a permitir que la ideología supremacista de la yeshiva determine la visión que tenemos de nuestro pasado? Yo mismo creo que ha llegado la hora de decir NO a la ideología y política judías. La gota ya ha colmado el vaso.
Fuente: http://www.gilad.co.uk/