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Khalid Amayreh y Gilad Atzmon, dos pesos pesados del activismo intelectual propalestino intervienen en la polémica entre Santiago Alba Rico y Raúl Sánchez Cedillo sobre la responsabilidad histórica del Estado de Israel

Ajustando cuentas con el sionismo: cuatro perspectivas

Fuentes: Diagonal

Traducción e introducción de Manuel Talens


Un palestino, un ex israelí, un europeo y un europeo pan-arabista debaten sobre la cuestión definitiva de la legitimidad de Israel: ¿Hay vida después del sionismo?

Introducción: Remachando el clavo

Por Manuel Talens

Como soy de los que piensan que el sionismo es una forma de racismo y me niego a aceptar la falsa deducción de que cualquier ataque contra los aparatos institucionales del estado de Israel tenga que ver con el antisemitismo (y sí con la política), los textos materialistas de Santiago Alba Rico sobre el conflicto israelopalestino suelen gustarme, y ello no sólo por el verbo límpido y certero que lo caracteriza, sino también por afinidad ideológica. Me gustó, por lo tanto, su Israel es el peligro [Diagonal, N.º 35, 19-07-2006]. Varias semanas después, leí con desasosiego la réplica de Raúl Sánchez Cedillo, El peligro es la guerra (infinita), y el fanatismo [Diagonal, N.º 38, 14-09-2006], compendio de cantinelas criptosionistas de esa izquierda descafeinada que termina siempre por llevar el agua al molino de sus sofismas. El enfrentamiento dialéctico de ambos pensadores merecía un debate de altura, me dije, y sin pensarlo mucho solicité la colaboración de dos personajes importantes en el ámbito teórico de la resistencia palestina: uno de ellos es Gilad Atzmon -ex judío, músico, escritor y enemigo feroz del sionismo desde una posición no marxista- y el otro Khalid Amayreh, respetado escritor y periodista palestino, colaborador habitual en Middle East Internacional y Al-Ahram. Ambos aceptaron encantados, de manera que puse en marcha el motor de Tlaxcala -la red de traductores por la diversidad lingüística, de la que formo parte-, traduje al inglés los textos de Alba Rico y Sánchez Cedillo para hacerlos accesibles a mis invitados y más tarde al español las reflexiones que estos últimos me remitieron. Además, otros compañeros están traduciendo todo el conjunto al francés, al italiano y al alemán (otras lenguas seguirán) para que en breves días la versión multilingüe del debate pueda consultarse íntegramente en www.tlaxcala.es, así como en otros sitios alternativos. Cedo, pues, la palabra a Khalid Amayreh y Gilad Atzmon para que remachen el clavo de una defensa incondicional y necesaria del pueblo palestino, sin trabas sionistas, es decir, racistas. El debate está servido. Pasa e infórmate, lector amigo, y participa si así lo deseas.


Israel es el peligro

Por Santiago Alba Rico

Desde hace al menos 60 años, Occidente viene haciendo un esfuerzo sin precedentes, en armas, dólares y palabras, para ocultar dos ideas sencillas y terribles que, indisociables entre sí, deberían hacernos temblar. La primera es que Palestina constituye la grieta moral del mundo globalizado, el punto vertebral por el que se está rompiendo ya la humanidad entera. El segundo es que Israel constituye la máxima amenaza, no ya para la vida y la dignidad de los palestinos, sino para cualquier esperanza de paz y estabilidad en nuestro planeta.

El pueblo palestino no es quizás el pueblo más castigado de la tierra, pero es el pueblo más públicamente castigado de la tierra; no es tal vez el pueblo que más ha sufrido pero es aquél cuyos sufrimientos nos son más ininterrumpidamente visibles. Paradójicamente esta visibilidad (más allá de las mentiras) hace aún más vulnerables a las víctimas; confiere a la agresión una especie de dimensión bíblica, la autoridad estrepitosa de una intervención divina, y frente a ella el objeto de la cólera de Dios se degrada moral y ontológicamente. Cuanto más brutales son las agresiones de Israel más culpables nos parecen sus víctimas. Cuanto más públicamente contrarias a Derecho, más injusta y condenable se revela, no ya la resistencia, sino la existencia misma de los palestinos. La legítima captura de un soldado invasor aparece a los ojos del mundo como un crimen monstruoso y originario a la luz precisamente de la respuesta monstruosa de Israel, que amenaza de muerte a 1.200.000 personas y a dos países soberanos; eso que eufemísticamente llaman los cobardes «uso desproporcionado de la fuerza» es la fuente de legitimación religiosa del sionismo: toda defensa frente a la Ocupación es respondida con una plaga, y la «desproporción» misma del castigo prueba al mismo tiempo la existencia de Yahvé y la abyección de la víctima. Ningún Auschwitz albergó nunca 1.200.000 prisioneros; Gaza sí. Ningún Auschwitz fue celebrado o aceptado públicamente; Gaza sí. Lo que los nazis ocultaron, sacralizando así a sus víctimas, los israelíes lo exhiben sin vergüenza, sacralizando de esta manera su agresión. La publicidad del crimen alimenta la fuente religiosa, extrajurídica, de la legitimidad sionista. El mundo quizás pueda soportar sin inmutarse la agresión a los palestinos, pero no podrá soportar indefinidamente esta agresión religiosa al espacio público sin rebelarse o sin romperse.

Israel no es quizás el Estado más injusto y criminal de la historia, pero sí es quizás el que lo ha sido durante más tiempo y con más impunidad. Nace con un crimen y cada minuto de normalidad de sus ciudadanos es contemporáneo de un nuevo crimen. Tiene permanentemente, por así decirlo, su origen delante de los ojos y vive sin descanso en la violencia ampliada del origen, como en una maldición griega. Ariel Sharon, en una entrevista de 1984, se decía dispuesto a matar un millón o dos de árabes para conseguir que Israel fuera, después de eso, un «país normal», con un pasado inmoral y un presente limpio y decente, como todos. Los palestinos, venía a decir, son nuestros «indios», nuestros «moriscos», nuestros «judíos». Pero no, mientras vuestros «judíos» palestinos resistan, estaréis condenados a vivir siempre en el origen (y a contraponerle el otro origen, ya desgraciadamente «mitológico»: el holocausto); y tendréis que violar todas las leyes, matar niños en sus camas, derribar casas, arrancar árboles, levantar muros, secuestrar mujeres, bombardear mezquitas, encerrar a millones en ghettos y lager a cielo abierto, matar a miles de hambre y sed y, enloquecidos por esta hybris de Yahvé, mandar también vuestras plagas al Líbano, a Siria, tal vez a Irán. Vuestra ley implica necesariamente esta alternativa mortal: o Dominio o Apocalipsis.

Israel reúne en su fragua el desprecio por la vida de Al-Qaeda, el «fundamentalismo» de Irán, el racismo de la antigua Sudáfrica, el arsenal nuclear de Corea del Norte, el nacionalismo colonial de la antigua Bélgica y la fuerza militar de China. Esta concentración sin igual de peligros, incrustada en la zona más frágil y codiciada del planeta, es apoyada económica, militar y políticamente por EEUU, potencia imperialista desencadenada, y consentida por la UE y la mayor parte de los gobiernos del planeta, incluidos los tiránicos y despreciables regímenes árabes. Los que no vean al menos el peligro, están llamando a gritos al Ángel Exterminador.

Este artículo apareció originalmente en el periódico quincenal español Diagonal, n.º 35 (19 de julio de 2006). Véase asimismo en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=35073


El peligro es la guerra (infinita), y el fanatismo

Por Raúl Sánchez Cedillo

En el DIAGONAL nº 35 (pág. 5), publicábamos Israel es el peligro, de Santiago Alba Rico. Este autor afirmaba que «desde hace 60 años, Occidente viene haciendo un esfuerzo […] para ocultar dos ideas: […] que Palestina constituye la grieta moral del mundo globalizado. La segunda es que Israel constituye la máxima amenaza para cualquier esperanza de paz y estabilidad en nuestro planeta». Aportamos ahora una respuesta a dicho texto.

Quisiera ir al grano directamente, pese a la dificultad de la cuestión: la tesis de Santiago Alba Rico, expuesta en el título y remachada a lo largo del texto, nos es conocida, porque forma parte de la guerra de enunciados que acompaña desde principios del siglo XX la disputa territorial entre árabes palestinos y judíos (desde 1948 israelíes), pero lo inquietante es que la contribución de un occidental, simpatizante de la causa palestina (y, por lo tanto, panarabista), no sólo no aporte ideas, argumentos, propuestas, nuevas exposiciones de problemas, sino que contribuya, más aún si cabe, a consolidar, en nuestras disposiciones éticas, en nuestra indignación ante la guerra infinita en la que hoy se inserta el conflicto palestino-israelí, y en nuestra desesperación ante el continuo sufrimiento de la población de Oriente Medio, el odio y el fanatismo que habrán de impedirnos decir, hacer algo valioso como «occidentales», algo distinto de sumar nuestra ansia de venganza y nuestra obcecación a un conflicto que hace mucho tiempo dejó de ser un conflicto regional y que, como justamente señala Alba Rico, se encamina a pasos de gigante hacia una catástrofe que destruye nuestra capacidad de resistencia racional y colectiva -y que, dicho sea de paso, difícilmente nos evitará nuestra cuota de horror y muerte. Sin embargo, para la brújula enloquecida de este «antiimperialismo» parece haber unas catástrofes más aceptables que otras.

Comparaciones

No escatima Alba Rico en su alegato recursos retóricos para ahondar en la llaga del sufrimiento y convertirla en acicate del furor antiisraelí. Sin embargo, sólo en los textos revisionistas habíamos encontrado las virtudes heurísticas de la comparación llevada al extremo, por ejemplo, de sopesar las respectivas capacidades de albergar prisioneros de Gaza y… Auschwitz -y por supuesto el primer «campo» es mucho peor. Sin detenernos en que podría pensar al respecto el célebre revisionista militante Mahmoud Ahmadinejad, preguntémonos lo siguiente: ¿qué puede haber llevado a escritores de izquierda a semejante desprecio del significado histórico y ético de la Shoah, y de la invención humana llamada Vernichtungslager , campo de exterminio? ¿A semejante e indigna contabilidad comparada, que es lo contrario del ejercicio de la memoria y el pensamiento de lo más terrible de nuestra historia contemporánea? De aquello que, como escribiera Primo Levi, nos ha impreso indeleblemente en la piel «la vergüenza de ser hombres». Una parte de la izquierda occidental, que se considera «antiimperialista», ha enfermado de fanatismo y de impostura ante una realidad que ya no comprende y se aferra a unos mitos que ya no reciben refrendo de los seres humanos reales ni de (las causas de) su sufrimiento inconmensurable.

Una nueva exposición

Nada impedirá que los (muchos) halcones israelíes lleven a su país al desastre, ni que los apóstoles de la yihad de varias confesiones hundan para siempre la causa y la existencia del pueblo palestino en tanto que sujeto colectivo si no somos capaces, de entrada, de hacer un da capo , una nueva exposición del problema de Oriente Medio y del conflicto palestino-israelí que nos permita pensar y practicar una resistencia que conduzca a la paz en la región (y, un poco más cerca, en el mundo) y a una justicia que no pase por la aniquilación del enemigo, del otro radical. Para ello es preciso someter a crítica todos los relatos que fijan los términos de una guerra entre pueblos y estados. No puede haber justificación histórica ni de la conquista, el «gran Israel», ni de la «gran venganza», que se cifra, desde la fundación del Estado de Israel en el lema de «echar a los judíos al mar».

Nacionalismos

Para ello es preciso el rigor, la inversión y perversión de la perspectiva, esa Umkehrung en la que el mejor Nietzsche cifrara su batalla solitaria contra la rabies nationalis , contra los «sentimientos de venganza y resentimiento» que se concentraban ya a finales del siglo XIX en los apóstoles de una reciente acuñación propia, el «antisemitismo». El denostado «sionismo» es hijo de la rabies nationalis que asola la primera mitad del siglo XX europeo y que causa a la judería europea el mayor sufrimiento de toda su historia como comunidad. El sionismo es el nacionalismo, la voluntad colectiva de tener un Estado, de quienes nunca lo tuvieron desde la diáspora. ¿Es peor el sionismo que otros nacionalismos, sobre todo desde que el contenido progresista de la «liberación nacional» haya desaparecido (con su corolario, en la extraordinaria conjetura de Lenin y otros): la revolución socialista? Desde este punto de vista, es tan portador de violencia como lo es, inevitablemente, toda nation building . Sin embargo, se le achaca un «crimen»: haberse constituido como Estado en 1948, justo después de que la ONU se lavara las manos con una resolución que establecía la partición del territorio colonial de Palestina, que los responsables políticos árabes y palestinos no aceptaron, declarando la guerra al recién nacido Estado de Israel. ¿O fue acaso el crimen la migración progresiva de pioneros judíos desde principios del siglo XX a Palestina para asentarse, comprar tierras, y construir una comunidad política, y un futuro Estado judío? La nakba [catástrofe] palestina comenzó entonces, cuando el rechazo de lo irreversible por parte de las elites panarabistas se tradujo en una derrota política y militar que no ha dejado de profundizarse. Ésta es la tragedia permanente. Jalonada de guerra, resistencia, e innumerables desastres políticos y diplomáticos de la dirigencia palestina y de los Estados panarabistas, desde la Guerra de los Seis Días a la autoaniquilación de la OLP después de Oslo. Nadie puede ocultar los terribles crímenes presentes y pasados del Estado de Israel, las limpiezas étnicas perpetradas por el Irgun y la Haganah durante la guerra de 1948, y que hoy conocemos fundamentalmente gracias a los «nuevos historiadores» israelíes, ni la locura que encarnan las elites israelíes desde hace tiempo. Y sin embargo ello no puede poner en tela de juicio la existencia de Israel, al menos como punto de partida de una perspectiva de paz y justicia. Una idea «demente» consideraba Jean-Paul Sartre en 1968 la atribución del papel de «agresor» al Estado de Israel en la guerra de 1948. El uso embriagador de la cantinela del «complot sionista e imperialista» en la fundación de Israel ha contribuido desde entonces a hacer imposible el objetivo histórico del pueblo palestino, esto es, un Estado viable y democrático en la zona.

Este artículo apareció originalmente en el periódico quincenal español Diagonal, n.º 38 (14-27 de septiembre de 2006). Véase asimismo en: http://www.rebelion.org/docs/37997.pdf


Hay que disolver el sionismo para alcanzar la paz

Por Khalid Amayreh (desde Al-Khalil, Palestina ocupada)

Como palestino que ha estado viviendo bajo el yugo de la ocupación militar israelí durante más de 39 años y que perdió a tres tíos inocentes bajo las balas de la ocupación, no se me hace cuesta arriba comparar a Israel con la Alemania nazi.

Es verdad que Israel no ha instalado cámaras de gas en ciudades y pueblos palestinos. Sin embargo, no ha cesado de asesinar y atormentar palestinos de diferentes maneras, cuya brutalidad e infamia absoluta no difieren en esencia del comportamiento nazi.

Además, es necesario recordar que el holocausto alemán no empezó con Auschwitz y Bergen Belsen, sino con una idea, con un libro y una Kristalnacht, ese tipo de cosas hoy tan endémicas en el pensamiento colectivo de Israel conforme la sociedad judía israelí se deja arrastrar hacia el fascismo religioso y patriotero.

No es que el sionismo liberal esté cediendo el paso al sionismo religioso, tal como pretenden algunos apologistas proisraelíes. Sionismo liberal o sionismo democrático son conceptos inexistentes, términos contradictorios entre sí.

El sionismo, se nos dice, busca «la construcción una patria nacional para los judíos». Sin embargo, para millones de sus víctimas el sionismo busca la extirpación, la expulsión y la dispersión de la mayoría del pueblo palestino lejos de su patria ancestral, por los cuatro rincones del mundo, mediante el terror organizado y la violencia. Ése es el lado atroz del sionismo, que buena parte de Occidente se niega a ver.

En efecto, desde el principio el sionismo consideró Palestina como una nación sin pueblo para un pueblo sin nación. Esta arrogante negación de la existencia de mi pueblo no se originó en la ignorancia de la realidad. Fue más bien una expresión de racismo violento y virulento, muy parecida a la de aquellos bárbaros europeos blancos que exterminaron a seis millones de nativos americanos y denominaron al genocidio «deber del mundo desarrollado».

Los sionistas sabían que Palestina estaba habitada por cientos de miles de cristianos y musulmanes. En 1898, una delegación sionista que visitó Palestina para evaluar la viabilidad de convertirla en un estado judío, envió un significativo telegrama que resumía la situación. «La novia es hermosa, pero está casada con otro hombre». Sin embargo, con determinación inmutable el movimiento sionista siguió insistiendo en arrebatarle la novia a su legítimo esposo.

Fue una auténtica violación, todavía sigue siéndolo y siempre lo será, por mucho que se glorifique a los mitómanos y se reverencien los mitos.

De hecho, a pesar de que han pasado cincuenta años desde la creación del «Estado judío», el objetivo no declarado pero final de Israel sigue siendo la expulsión de la mayoría o de todos los palestinos de la zona que se extiende entre el río Jordán y el mar Mediterráneo.

En efecto, cualquier observador informal de los medios israelíes se enfrenta casi a diario con comentarios y declaraciones de funcionarios israelíes -incluso de miembros de la Knesset y ministros del gobierno- que exigen el «traslado» de los palestinos, no sólo de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este, sino también de Israel.

El «traslado» no es un término inocente. Se trata de un eufemismo de genocidio, al menos de un genocidio parcial, puesto que es casi imposible llevar a cabo la expulsión y la limpieza étnica de millones de personas lejos de su patria sin recurrir al asesinato en serie y al terror masivo.

¿Acaso no fue este el método generosamente utilizado por las legiones del sionismo para forzar a la mayor parte del pueblo palestino a huir de sus ciudades y pueblos natales en 1948? ¿Acaso Menachem Begin no se refirió en su libro The Revolt [La sublevación] a la masacre de Deir Yassin como un milagro porque logró que cientos de miles de palestinos huyesen aterrorizados?

Es imperativo que llamemos al crimen por su nombre, sobre todo cuando lo cometen nuestros sepultureros. Los sionistas son comparables a los nazis porque sus acciones y su comportamiento son comparables y similares a las acciones y al comportamiento de los nazis.

Porque al igual que los nazis trataron de arrasar a los judíos como pueblo, los sionistas han estado tratando de arrasar a los palestinos como pueblo. Se trata de algo más que de Golda Meir diciendo con desdén, «¿qué palestinos?» o de algunos funcionarios israelíes refiriéndose altivamente a nosotros como «los sin tierra». La destrucción sistemática de aproximadamente 460 ciudades y pueblos palestinos por parte de Israel (1948-52) fue un acto nazi en su más alto grado. Expresaba la total indiferencia y negación del «otro», sobre la única base de que las víctimas no eran judías. (Los restos de algunos de aquellos pueblos todavía están a la vista incluso hoy y se hallan meticulosamente documentados en la obra monumental de Walid Khalidi All That Remains [Todo lo que queda]).

Por desgracia, este modus operandi de racismo aborrecible y de terror sigue siendo la política central de Israel hacia el pueblo palestino. No existe prueba más diáfana de las intenciones maliciosas de Israel que la construcción intensiva de centenares de asentamientos sólo para judíos en territorios ocupados. Sí, todo en ellos es «sólo para judíos». Asentamientos sólo para judíos, carreteras sólo para judíos, piscinas sólo para judíos, incluso derechos sólo para judíos, puesto que una fracción cada vez mayor de los judíos israelíes consideran a quienes no lo son como hijos de un Dios inferior o incluso como animales.

Y ahora tenemos ese maldito muro gigantesco, cuyo objetivo oficial es impedir que las guerrillas palestinas se infiltren en Israel, si bien su verdadero propósito es dividir y robar la mayor cantidad de tierra palestina posible.

En 2004, el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya dictaminó que el muro era ilegal y debía ser derribado. Sin embargo, con el apoyo de USA, su tutor y aliado, Israel desafió el fallo de manera arrogante y acusó implícitamente al tribunal y a sus jueces de antisemitismo.

Además de los asentamientos, donde viven los judíos más violentos y racistas del mundo entero, Israel ha tratado de hacerles la vida insoportable a los palestinos con la intención de obligarlos a emigrar para siempre.

Con este fin, los sucesivos gobiernos israelíes (tanto los laboristas como el Likud) han utilizado cualquier truco legal concebible, incluida la introducción de un doble sistema de justicia, uno liberal para judíos y uno riguroso para quienes no lo son.

Una expresión de este apartheid judicial es el encarcelamiento indefinido, sin cargos ni juicio, de miles de activistas palestinos, estudiantes, profesionales y profesores universitarios, así como políticos, diputados y ministros. (Desde 1967, Israel ha detenido a más de 800.000 palestinos).

Cuando el sistema notoriamente insidioso de represión institucionalizada fracasó en su intento de hacer que una cantidad importante de palestinos emigrase, Israel recurrió a la fuerza sin pudor, aterrorizando y asesinando palestinos ante la menor «provocación», exactamente de la misma manera que los nazis de Hitler en la Europa ocupada hace más de sesenta años.

Huelga decir que las batidas e incursiones israelíes de «pacificación» terminan con muchos niños y mujeres muertos, casas destruidas, granjas pulverizadas, muebles destrozados y caminos e infraestructuras totalmente aniquilados con bulldozers. En pocas palabras, esa institución de atributos nazis comete cualquier crimen concebible bajo la excusa de luchar contra el terror. Y, luego, buena parte de los medios occidentales repiten como papagayos la versión israelí, como si los portavoces del ejército israelí fuesen dechados de veracidad y honradez.

A fin de cuentas, cuando los judíos (o cualquiera) se comportan como nazis deben ser comparados con los nazis. En efecto, un país que envía sus cazabombarderos F-16 en medio de la noche a arrojar toneladas de bombas sobre edificios de apartamentos donde duermen niños y mujeres no está moralmente muy lejos de la mentalidad de la Gestapo.

Además, un ejército cuyos soldados asesinan alegremente a un niño que va camino de la escuela y luego se aseguran de que está muerto disparándole veinte balas más en la cabeza -como ocurrió con Iman al-Hamas en Rafah hace casi tres años- y luego el soldado queda exonerado y recibe compensación económica, no es realmente un ejército de soldados profesionales, sino de gángsteres, matones y delincuentes. Es un ejército que se diferencia muy poco del Wehrmacht.

Sí, kamikazes palestinos han llevado a cabo ataques contra civiles israelíes y han matado israelíes inocentes, a menudo como represalia por el asesinato de niños palestinos por parte del ejército israelí y de grupos paramilitares de colonos judíos. Por mi parte, condeno totalmente y sin vacilación estos crímenes suicidas contra israelíes inocentes.

Dicho lo cual, Israel no puede empujar a los palestinos hasta el límite del exterminio físico y la desaparición nacional y gritar al mismo tiempo que Hamas representa el terror y los ataques suicidas.

El poeta usamericano Auden escribió:

Todos sabemos,
Eso que los niños aprenden en la escuela,
Las víctimas del mal,
Responden con el mal.

En verdad, después de cincuenta y nueve años de una opresión que recuerda a los nazis y que trasciende la realidad ¿qué haría cualquier persona? ¿Qué haría si se viese forzada a escoger entre la muerte en el matadero judío y la muerte como kamikaze suicida?

Israel afirma que no mata deliberadamente niños y civiles palestinos. Ésa es una falsedad absoluta. Los errores ocurren una vez, dos, diez veces. Pero cuando el asesinato de civiles se repite casi a diario es que se trata de una táctica política. Al fin y al cabo, matar a sabiendas es matar deliberadamente.

Hoy Israel, al igual que hizo la Gestapo con los habitantes del gueto de Varsovia, está impidiendo que millones de palestinos tengan acceso a alimentos y trabajo. En Gaza, bajo el pretexto de liberar a un soldado israelí hecho prisionero, Israel ha bombardeado o destruido la mayor parte de la infraestructura civil, incluidas escuelas, universidades, calles, puentes, organizaciones benéficas y miles de casas. También ha destruido la única central de energía eléctrica, forzando a 1,4 millones de ciudadanos de Gaza a vivir en una oscuridad total o parcial.

Se trata del mismo Israel cuyo ejército acaba de destruir gran parte de Líbano y de arrojar un millón y medio de bombas de racimo en el sur del país.

Un millón y medio de bombas pueden matar al menos a un millón y medio de niños.

Sé que los apologistas profesionales proisraelíes, incluso los que se autoproclaman seguidores de las nobles tradiciones izquierdistas contra la opresión, gustan de establecer una cierta simetría moral entre Israel y los palestinos.

Pero, sinceramente, cabe preguntar qué simetría puede haber entre el violador y su víctima, entre la fuerza de ocupación y el pueblo ocupado, entre el colono fanático armado y el aterrorizado labrador palestino que depende de los pacifistas voluntarios occidentales para protegerse del vandalismo y la brutalidad de los colonos.

¿Cabe la esperanza de una solución pacífica en este amargo y perdurable conflicto? Sin duda alguna, y se basa en el desmantelamiento del sionismo y la creación de un estado único, cívico y democrático en Palestina-Israel, donde judíos y árabes vivan como ciudadanos iguales, tal como muchos judíos y árabes están viviendo hoy en Europa.

Afirmo que el sionismo debe ser disuelto porque el concepto de «Estado judío» implica necesariamente el racismo intrínseco contra quienes no son judíos.

Por fortuna, hay judíos con conciencia y buena voluntad que estarían de acuerdo con esta solución. Ellos son nuestros aliados naturales para alcanzar la paz.


El peligro es la manipulación

Por Gilad Atzmon (desde Londres)

A pesar de que los debates intelectuales y las disputas ideológicas son supuestamente lances instructivos, a lo largo de los años he aprendido que la mayoría de las veces aburren al más pintado. Por eso, una manera de sazonar un debate de poca altura consiste en exponer los diferentes métodos y tácticas de los contendientes. En otras palabras, más que tratar de valorar o comprender un argumento sobre la base de lo que revela, uno puede tratar de desenmascarar lo que oculta.

En un reciente artículo publicado por Diagonal [«Israel es el peligro»], Santiago Alba Rico sostiene que Israel es la mayor amenaza para la paz del mundo. Alba Rico parece sacar una nueva conclusión ética de la última fase de la brutalidad israelí. En efecto, si se considera el grado de la agresión perpetrada este verano por Israel en Líbano y Gaza, dicha conclusión es indudable. Israel es una ruina moral.

Pero a pesar de que Alba Rico presenta un argumento correcto, consecuente, agudo, breve y diáfano, su premisa es en cierto modo obvia. Simplemente acusa de homicidio al asesino. En ello reside, sin embargo, la mayor fuerza de Alba Rico. Los pensadores insignes hacen que lo complejo parezca simple en retrospectiva. Son ellos quienes gritan que el rey está desnudo antes de que otros lo hagan. Los grandes filósofos no necesitan razonamientos históricos. Se las arreglan de maravilla sin pruebas forenses. Viven felices sin referencias bibliográficas y sin citas interminables. Únicamente comunican con la razón, aplicando la inferencia. Los filósofos que se internan en cuestiones morales tienden a corresponder con las mentes éticas libres. Esto es exactamente lo que Alba Rico hace con sumo éxito.

Alba Rico no es un político, no está tratando de sugerir una solución para el conflicto, no hace un llamamiento para «arrojar al mar a los judíos». Sólo señala que Israel nos está dirigiendo a todos hacia una catástrofe inmanente.

La tarea de Alba Rico parece fácil; acusa al matarife de ser un asesino. Por otro lado, Sánchez Cedillo pretende lo imposible. En un artículo publicado en Diagonal [«El peligro es la guerra (infinita), y el fanatismo»], trata de refutar a Alba Rico defendiendo el caso de Israel.

La tarea de Sánchez Cedillo es increíblemente difícil, pues se sitúa a sí mismo en un terreno que incluso los sionistas tratan hace tiempo de evitar. De hecho, los sionistas han abandonado el «discurso de la justificación». Apoyados por los usamericanos y con cientos de bombas nucleares a su disposición, el derecho a la existencia de Israel se mantiene con la espada o, para ser más específicos, con millones de bombas de racimo listas para ser lanzadas.

La decisión de Sánchez Cedillo de presentar un argumento a favor del derecho a la existencia del «estado sólo para judíos» es una tarea heroica, porque después de Jenin, Gaza y Beirut es difícil otorgarle a Israel una defensa moral. Sánchez Cedillo trata de hacerlo con todas sus fuerzas y por eso es importante proceder a un escrutinio minucioso de su argumentación, que permita vislumbrar lo excluido del «discurso sionista de la justificación».

Manipular

Es un hecho bastante establecido que en el discurso democrático liberal de la posguerra quien controla los «significados» es quien establece la realidad. En otras palabras, si uno quiere ganar debe aprender a manipular. Manipular es dictar significados. Manipular es hacer que las personas dejen de pensar de manera independiente y ética. Manipular es desviar la atención de la gente, alejarla de la realidad, separar a las personas de sí mismas, hacerlas ciegas a sus intuiciones primarias.

1. Nombre en clave: «Israel»

Los sionistas tienen tendencia a ocultar el hecho de que Israel es sólo un nombre en clave para un Estado nacional expansionista y racialmente motivado. Israel es básicamente el nombre en clave del «Estado sólo para judíos». Israel no es sólo un inocente estado nacional como Sánchez Cedillo trata de retratarlo, sino más bien un estado racialmente orientado con leyes discriminatorias que, tal como Hanna Arendt ya señaló a comienzos de los años sesenta, no son categóricamente distintas de las infames leyes de Nuremberg.

Una vez que se cae en la cuenta de que el «significante» Israel no es más que una «manipulación» que está ahí para ocultar el siniestro plan racista del sionismo, es lícito reemplazar la supuestamente cándida palabra «Israel» por su verdadero significado, esto es, «el Estado sólo para judíos».

En su comentario, Sánchez Cedillo sugiere que «la existencia de Israel no se puede poner en tela de juicio, al menos como punto de partida de una perspectiva de paz y justicia». A primera vista, esta cita parece una declaración inocente y legítima. Sin embargo, en cuanto reemplazamos la palabra «Israel» por su auténtico significado ideológico nos encontramos con: «El Estado sólo para judíos no se puede poner en tela de juicio, al menos como punto de partida de una perspectiva de paz y justicia».

Es evidente que desde un punto de vista ético la cita modificada no se tiene en pie. Es obvio que el concepto de «Estado sólo para judíos» debe ser puesto en entredicho antes de iniciar cualquier discusión que se ocupe de «paz» o de «justicia». Lo preocupante es que Sánchez Cedillo sabe esto a la perfección, pero en vez de razonar con sus lectores prefiere manipular, desviar su atención, ganar un debate mientras oculta la verdad.

2. No hay mejor negocio que el negocio de la Shoah

En su refutación, Sánchez Cedillo descarta cualquier comparación entre Auschwitz y Gaza. Su razonamiento parece legítimo a primera vista: mientras que Auschwitz es un «campo de concentración», Gaza es «sólo» una cárcel gigantesca con más de un millón de presos hambrientos bombardeados y ametrallados a diario por el todopoderoso ejército del «Estado sólo para judíos», si bien, concedámoslo, los presos todavía respiran. Cabe la posibilidad de admitir que se trata de un argumento de peso, pero sólo si uno posee una mentalidad intelectual, emocional o físicamente circuncidada. De hecho, tanto los sionistas como sus apologistas son incapaces de entender por qué el razonamiento de aquí arriba no logra abrirse paso a través de las paredes del gueto judío y del discurso sio-centrista.

Trataré de ayudarlos. Dado que son los sionistas y sus apologistas quienes bloquean categóricamente cualquier posible proceso de reconsideración y revisionismo que tenga algo que ver con la Segunda guerra mundial y el judeocidio nazi, la Shoah se está convirtiendo rápidamente en una manipulación política, no en una vívida y genuina ilustración ética. En vez de afrontar críticamente el holocausto, los europeos están ahora sujetos a leyes que determinan la verdad de Auschwitz. En vez de afrontar éticamente Auschwitz como seres libres, los europeos están condenados a aceptar un extraordinariamente estricto relato con implicaciones morales y políticas precisas, por no hablar de su interpretación. En otras palabras, es la hegemonía sionista sobre el discurso histórico lo que ha transformado Auschwitz en un árido hecho aislado que pierde su relevancia conforme escribo estas líneas.

Por otra parte, la verdad de Gaza, Jenin, Bint Jabel y la zona sur de Beirut es el resultado de una genuina reacción ética surgida de mentes y espíritus libres. Compadecerse de los palestinos es el mero resultado directo de estar en el mundo. Es por eso por lo que adopta tantas formas y maneras. Mientras que Auschwitz se ha convertido en una parte esencial de la política occidental contemporánea y está intrínsecamente relacionado con todo lo que detestamos en el discurso político occidental, compadecerse de los palestinos es reclamar el humanismo, unirse a David para derrotar a Goliat.

Mención presuntuosa de un nombre importante

Al final de su refutación, Sánchez Cedillo insiste en que «la existencia de Israel no se puede poner en tela de juicio». En caso de que uno pueda preguntar exactamente por qué, Sánchez Cedillo se apresura a responder. «Una idea ‘demente’ consideraba Jean-Paul Sartre en 1968 la atribución del papel de ‘agresor’ al Estado de Israel en la guerra de 1948 «. De lo cual puede deducirse que «al Estado sólo para judíos» se le debe otorgar un derecho incondicional e ilimitado a la existencia sólo porque el gran Jean-Paul Sartre estaba mal informado o intelectualmente paralítico en 1968.

Me permito sugerir que si es ésta la mejor manipulación retórica que los defensores de Israel son capaces de inventar, más valdría que Israel y el sionismo confiaran únicamente en la espada, pues desde el punto de vista intelectual el derecho a la existencia del «Estado sólo para judíos» parece insoportable.

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Una versión abreviada de las colaboraciones de Khalid Amayreh y Gilad Atzmon ha aparecido en Diagonal, n.º 40 (26 de octubre de 2006):

 Amayreh
 Atzmon    

El filósofo español Santiago Alba Rico ha escrito numerosos ensayos y libros sobre Antropología, Filosofía y Política. Vive en el mundo árabe desde hace diecinueve años y ha traducido al español al poeta egipcio Naguib Surur y al escritor iraquí Mohamed Judayr.

Raúl Sánchez Cedillo es miembro de la Universidad Nómada.

Khalid Amayreh es escritor y periodista palestino.

Gilad Atzmon es jazzman, escritor y activista ex israelí. Su sitio web es http://www.gilad.co.uk/

Textos en lengua inglesa traducidos al español por Manuel Talens, escritor español y miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Este trabajo puede reproducirse libremente con fines no lucrativos, a condición de respetar su integridad y mencionar a sus autores y la fuente.

¡Larga vida al pueblo palestino!

Otras versiones

En español: Tlaxcala
En francés: Tlaxcala,
Quibla
En inglés: Tlaxcala, Axis of Logic, Uruknet, PeacePalestine
En italiano (parcial): Tlaxcala