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Al-Quds y el “Acuerdo del Siglo”

Fuentes: Rebelión

En conmemoración al «Día Mundial de al-Quds», instituido por Ruhollah Jomeini en 1979 tras el triunfo de la Revolución Islámica en Irán, en el último viernes del mes bendito de Ramadán (mes del ayuno islámico) para tomar conciencia de su importancia.

Posterior al anuncio del pomposamente pregonado como “acuerdo del siglo” (una actitud muy mercadológica para atraer la atención) la mayoría de comentaristas, analistas y dueños de la opinión pública se centraron primero en el mensaje escrito y, luego, en el mensaje político ofrecido en la conferencia de prensa. Se ha discutido sobre su viabilidad o inviabilidad, sobre los alcances y las limitaciones; sin embargo, todo gira en torno a la política de “hechos consumados”, es decir, su punto de partida inicia sin cuestionar la legalidad y legitimidad del establecimiento del régimen pretendido israelí sobre la tierra de Palestina y, sobre todo, la población histórico-autóctona.

1- En este escrito no pretendo introducirme al juego de los analistas sino, más bien, hacer una revisión propiamente del plan trazado y de cómo impacta esto en la percepción que se tiene sobre Palestina, los palestinos y la situación de los habitantes actuales del territorio ocupado en cuatro resumidos puntos. Señalar primeramente que no es un acuerdo sino más bien un documento que traza una idea personalísima sobre un tema, así lo revela su nombre oficial: A Vision to Improve the Lives of the Palestinian and Israeli People, y en los anuncios mediáticos se dijo que era la “visión de Trump”, es decir, la idea de una persona que pretende conocer un conflicto de larga duración que el mismo orden internacional de la segunda post-guerra no ha sabido lidiar. Es la idea de una persona que observa las naciones como si fueran empresas y a la población como mercancía para usufructo. En el ánimo de verse como un líder de escala internacional, el Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sale a negociar, en el sentido de hacer negocios, no de pactar en términos políticos o diplomáticos. Es una visión cuadrada, pragmática, comercialista, simplista.

2- La “visión de Trump” parte de la existencia de un Estado jurídicamente conformado y reconocido por algunos miembros de la comunidad internacional, en cuya situación no se cuestiona su existencia ni bajo qué condiciones ha llegado a serlo. Desde su origen, la cuestión de la legitimidad es una asignatura pendiente a la que se le ha decidido ignorar.

Dentro de un grupo de la comunidad judía europea del siglo XIX, surgió un movimiento político de corte nacionalista que buscaba darle al “pueblo judío” un territorio cuyos lazos históricos, alegaron, era la tierra de Palestina. Dicho movimiento, conocido desde entonces como sionismo (seguidores de Sion, en alusión al nombre de una montaña cerca de al-Quds), fue fraguando la idea, sus composiciones y sus retos para materializarla. Tres estrategias fueron claras:

  1. Una postura ideológica político-religiosa que establecía con claridad su meta: el establecimiento de un Estado con población judía en ánimo creciente de convertirse en un Estado plenamente judío en la Tierra de Palestina. Asimismo, acapara la idea de que el sionismo habla en nombre de los judíos y, por lo tanto, de manera automática se hacían sinónimos, pretendía que había unanimidad y que todos se dirigían al mismo objetivo.
  2. Un criterio táctico: creación de instituciones de carácter multinacional que aglutinara a las diferentes comunidades y sectores sociales, dentro del ámbito judío, por aquél momento, en la diáspora. Posteriormente, la inyección de fondos económicos para su sostenimiento, operación y logro de la meta a través de la compra de tierras a pequeña y gran escala –para repartirlas comunitariamente entre ellos- dentro de la provincia palestina, en ese momento parte integral del imperio turco-otomano (se debe destacar que dentro del imperio se permitía la existencia, sin conflictos, de diversas comunidades religiosas bajo la institución de los millet).  
  3. Búsqueda de complicidades con las grandes potencias europeas, aprovechando la rivalidad entre ellas, para generar simpatías frente a un enemigo común: el imperio turco-otomano. Sin dejar de mencionar que las propias potencias tenían su juego político y sus razones de apoyo. Un ejemplo es el apoyo británico tanto al movimiento sionista, para asentarse en el territorio otomano como a los árabes, quienes comenzaban a enarbolar sentimientos nacionalistas, los tres con interés de debilitar al imperio.

Haciendo acopio de estas estrategias sumadas a las coyunturas políticas internacionales de principios del siglo XX, lograron colocar en la agenda de las naciones su meta de “la creación de un Estado judío en la Tierra de Palestina”. Con el fin de la 2GM y con la imposición del orden internacional –vigente hasta la actualidad- surgido de esa conflagración, la recién creada Organización de las Naciones Unidas (ONU) creo una comisión que resolvió –en una tónica muy similar a la “visión de Trump”- que el territorio debería ser partido en dos estados, dicha partición elaborada en mapas y oficinas, quitaba territorio a un pueblo originario asentado y le daba tierra a una cantidad de pobladores de otras naciones que habían llegado con un sueño que les habían vendido, abandonando las tierras a las que pertenecían.

Desde entonces, con los mismos criterios pero con herramientas más sofisticadas, han ido avanzando en el proceso de ocupación de la tierra Palestina a través de un proceso de “limpieza étnica” para eliminar todos los restos de la población autóctona y poblarla con migrantes de todas partes del mundo cuya condición debería ser su “judeidad”.   

3- Lo que en el fondo pretende el plan de Trump, como en su momento lo fue el plan de partición de las Naciones Unidas,  es darle legalidad y legitimidad al atropello histórico más grande del último siglo. Si desde el inicio las Naciones Unidas erraron al proponer la partición del territorio en el ánimo de resolver la disputa bajo un plano pacífico y legal, las subsecuentes resoluciones han servido para que el régimen ocupante se expanda y viole toda la legalidad, no se nos debe olvidar que las decisiones de este organismo no son vinculantes salvo lo que se imponga en el interior del Consejo de Seguridad (los vencedores de la II Guerra Mundial). El problema tiene su origen aquí: un orden mundial que se impone a través de instituciones y mecanismos jurídicos que buscan mediar y acaban por apoyar una hegemonía afín.

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El régimen sionista que busca borrar del mapa a Palestina cuenta con la complicidad de los Estados Unidos desde el inicio del proyecto, esta complicidad juega un papel relevante pues toda una hegemonía se impone a la comunidad internacional, sus órganos legales, sus instituciones y las naciones vasallas, pasando por las imposiciones de orden económico, cultural, ideológicos hasta querer imponer su falsa moralidad. La forma en la que Estados Unidos ha actuado (en todas sus administraciones)  ha llegado al clímax con el esquema de la “visión de Trump” demostrando de qué está hecho el sistema de dominación mundial: homogeneizar, desplazar y no permitir ningún tipo de resistencia que cuestione los modelos.  Es una actitud de arrogancia, donde la potencia habla por un lado de la “igualdad de las Naciones” y por otro, inmediatamente, se comporta como “imperio”: subyuga, obstruye, compra, amenaza, impone.

 El documento de la “visión de Trump”, desde la falsa moral, intenta “consensuar” imponiendo sus criterios en una tierra que no le pertenece. Olvida que al-Quds no sólo pertenece a los creyentes de las religiones celestiales sino a todos los oprimidos del mundo, a los desposeídos, a los que buscan la libertad y la justicia. Como señaló el líder de la Revolución Islámica de Irán, Ruhollah Jomeini,  cuando instauró el Día Mundial de al-Quds: “es el día de hacer frente a los opresores de los pobres. Es el día en el que los oprimidos tienen que  prepararse  ante los imperialistas. Es el día de hacer frente a las  naciones que están bajo presión de Estados Unidos y de otros países occidentales”.