La expresión Desarrollo Sustentable, creada en 1972 por el Informe Brundtland de las Naciones Unidas, ha sido asumida por todos los organismos internacionales y por las políticas gubernamentales en todo el mundo. Desde el comienzo, sin embargo, la expresión fue blanco de críticas debido a la contradicción entre sus dos términos. La categoría desarollo proviene […]
La expresión Desarrollo Sustentable, creada en 1972 por el Informe Brundtland de las Naciones Unidas, ha sido asumida por todos los organismos internacionales y por las políticas gubernamentales en todo el mundo.
Desde el comienzo, sin embargo, la expresión fue blanco de críticas debido a la contradicción entre sus dos términos. La categoría desarollo proviene de la economía realmente existente -la capitalista-, organizada por los mercados, que hoy en día están artículados a escala mundial. La lógica interna de esta economía es la explotación sistemática e ilimitada de todos los recursos terrestres para alcanzar tres objetivos fundamentales: aumentar la producción, expandir el consumo y generar riqueza.
Esta lógica implica un lento pero progresivo agotamiento de los recursos naturales, la devastación de los ecosistemas y una considerable extinción de las especies, en el orden de 3.000 anuales, diez veces más que en un normal proceso evolutivo. En términos sociales crea desigualdades crecientes ya que sustituye a la cooperación y a la solidaridad con una feroz competencia. Más de la mitad de la humanidad vive en la pobreza.
Este modelo supone la creencia en dos infinitos. El primero presume que la Tierra posee ilimitados recursos. El segundo, que el crecimiento económico puede ser infinito. Los dos infinitos son ilusorios. La Tierra no es infinita porque es un planeta pequeño, con recursos limitados, muchos de ellos no renovables. Y si quisiéramos universalizar este tipo de crecimiento necesitaríamos el triple de los recursos que contiene nuestro planeta. Hoy nos damos cuenta de que el planeta Tierra ya no soporta la voracidad y la violencia de este modo de producción y de consumo.
Pese a las críticas, el concepto Desarrollo Sustentable puede ser útil para calificar un tipo de desarrollo en regiones delimitadas y en ecosistemas definidos. Postula la posibilidad de preservar el capital natural, priorizar el uso racional de los recursos y mantener la capacidad de regeneración de todo el sistema. Es posible, por ejemplo, una utilización de las riquezas naturales de la floresta amazónica de manera que conserve su integridad y permanezca abierta a las demandas de las generaciones presentes y futuras.
Pero en términos de estrategias globales que abarcan todo el planeta con sus ecosistemas el paradigma utilitario, devastador y consumista imperante produce un tasa de inequidad ecológica y social insoportable para la Tierra. La solución debe encontrarse en un nuevo paradigma de convivencia entre naturaleza, Tierra y Humanidad que otorgue centralidad a la vida, mantenga su diversidad natural y cultural y garantice el sustrato físico-químico-ecológico para su perpetuación y ulterior co-evolución.
Es aquí donde se entronca la cuestión de la ética. Hoy, como nunca antes en la historia del pensamiento la palabra ethos en su acepción original, ha adquirido actualidad. Ethos en griego significa morada humana, el espacio de la naturaleza que reservamos, organizamos y cuidamos para convertirlo en nuestro habitat. Pero hoy en día ethos no es solamente la morada en que habitamos, la ciudad en que vivimos o el país al que pertenecemos. Ethos es la Casa Común, el planeta Tierra. En consecuencia, necesitamos un ethos planetario.
El fundamento de este nueva ética está expuesto en dos documentos. El primero -la Carta de la Tierra- es internacional y fue asumido por la UNESCO en el 2000. El segundo fue aprobado en el 2002 por los ministros del Medio Ambiente latinoamericanos y se titula: Manifiesto por la Vida. Por una Etica para la sustentabilidad. Ambos documentos tienen mucho en común con los Objetivos para el Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas.
Utilizaré libremente las proposiciones de estos textos con una elaboración personal. El telón de fondo está bien expresado en la introducción de la Carta: «Las bases de la seguridad global están amenazadas.» Esta situación nos obliga a «vivir un sentido de responsabilidad universal, identificándonos con toda la comunidad de la vida terrestre así como con nuestras comunidades locales. La situación es tan urgente que obliga a la «humanidad a escoger su futuro. La opción es la de formar una alianza global para cuidar a la Tierra y los unos a los otros, o arriesgar nuestra destrucción y la devastación de la diversidad de la vida».
La nueva ética debe nacer de una nueva óptica, a saber: «La humanidad es parte de un vasto universo en evolución; la Tierra, nuestro hogar, es una comunidad de vida única; la Tierra proporciona las condiciones esenciales para la evolución de la vida; cada uno comparte la responsabilidad por el presente y el futuro, por el bienestar de la familia humana y de todo el mundo de los seres vivos; el espíritu de solidaridad humana y de parentesco con todas las vidas se fortalece cuando vivimos el misterio de la existencia con reverencia, el don de la vida con gratitud y el lugar que el ser humano ocupa en la naturaleza con humildad».
La Tierra, la vida y la Humanidad son expresiones de un mismo e inmenso proceso evolutivo que se inició hace trece mil millones de años y forman una única realidad compleja y diversa. La Tierra es Gaia, un superorganismo vivo. El ser humano (cuyo origen filológico viene de humus=tierra fértil y buena) es la propia Tierra que siente, que piensa, que ama, que cuida y que venera. La misión del ser humano, como portador de consciencia, inteligencia, voluntad y amor, es cuidar la Tierra, ser el jardinero de este espléndido jardín del Edén.
Esta misión debe ser hoy urgentemente despertada porque la Tierra, la vida y la Humanidad están enfermas y amenazadas en su integridad. Sucintamente la Carta de la Tierra postula «vivir un modo de vida sustentable». Este es el nuevo principio civilizatorio, un sueño promisorio para el futuro de la vida. Mas que hablar de Desarrollo Sustentable importa asegurar la sustentabilidad de la Tierra, de la vida, de la sociedad y de la Humanidad. Bien dice el Manifiesto por la vida: «La ética de la sustentabilidad coloca la vida por encima del interés económico-político o práctico-instrumental; la ética de la sustentabilidad es una ética para la renovación permanente de la vida, de la cual todo nace, crece, enferma, muere y renace.»
El resultado de esta ética es lo que más buscamos en estos tiempos: la paz. En la definición de la Carta, la paz es «la plenitud creada mediante relaciones correctas con uno mismo, con otras personas, con otras culturas, con otras vidas, con la Tierra y con el Todo mayor del que somos parte». La humanidad debe caminar hacia este nuevo tipo de futuro; la situación actual es de crisis y no de tragedia y seguramente, como otras veces, sabrá encontrar las nuevas condiciones para la realización de la vida y de su destino.
(*) Leonardo Boff, teólogo, escritor y miembro de la Comisión Internacional de la Carta de la Tierra.