Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Siria se halla en un momento decisivo respecto a sus dirigentes. Hay sólo dos opciones. Una implica una iniciativa política inmediata, e inevitablemente arriesgada, que podría convencer al pueblo sirio de que el régimen está dispuesto a emprender cambios drásticos. La otra implica una escalada de la represión, que tiene todas las posibilidades de provocar un final sangriento e ignominioso. La confrontación desplegada ya en la ciudad sureña de Deraa no da indicios de calmarse, a pesar de algunas concesiones del régimen, de las fuertes medidas de seguridad y del cada vez mayor número de víctimas. Por ahora, esta situación continúa siendo una tragedia geográficamente aislada. Pero también constituye un precedente nefasto de extendida resonancia popular que podría pronto repetirse en más lugares.
El régimen se enfrenta a tres desafíos interrelacionados. Primero, dentro de la sociedad en general existe un sentimiento de hartazgo difuso aunque profundo, combinado con una falta de voluntad, que es nueva, a seguir tolerando algo a lo que los sirios se habían acostumbrado, es decir, a la arrogancia del poder en sus múltiples facetas, incluyendo la supresión brutal de la disidencia, la burda propaganda oficial de los medios y las vagas promesas de futuras reformas. Como consecuencia de los acontecimientos en otras zonas de la región, en las últimas semanas se han materializado una conciencia y audacia nuevas concretadas en toda una miríada de formas de rebeldía, grandes y pequeñas, por toda la nación.
Segundo, en el corazón de prácticamente cualquier localidad de la nación existe una larga lista de quejas específicas. Estas incluyen habitualmente esta combinación: aumento del coste de la vida, carencia de servicios públicos, desempleo, corrupción y todo un legado de abusos por parte de los servicios de seguridad. En un conjunto de lugares, también forman parte de la mezcla el sectarismo y el fundamentalismo religioso o el nacionalismo kurdo. En otros, se añaden a las tensiones el agotamiento de los recursos hídricos y la devastación del sector agrícola.
El tercer desafío tiene que ver con los muchos y auténticos enemigos del régimen, todos los cuales tratarán sin duda de aprovechar esta oportunidad singular para precipitar su desaparición. Las autoridades han atribuido gran parte de los enfrentamientos a la oposición en el exilio, a elementos yihadistas de cosecha propia, a los «extranjeros» locales (especialmente a los residentes de ascendencia palestina y kurda) y a grupos extranjeros hostiles (en particular, estadounidenses, israelíes, libaneses y saudíes).
Como consecuencia, el régimen afirma que se está enfrentando a graves amenazas a la unidad nacional, tales como injerencia exterior, secesionismo étnico y represalias sectarias. También hace hincapié en la ilegitimidad de los sirios exiliados a quienes acusa de promover los disturbios, algunos de los cuales, en justicia, son sospechosos de delitos que merecen más investigación que los de las autoridades a las que tratan de sustituir.
Todo esto forma parte incuestionable del cuadro. Pero esos factores se entrelazan con otros que son mucho más difíciles de definir o controlar: el deseo popular, desde hace mucho tiempo, de un cambio en profundidad; la expresión simultánea de numerosas demandas legítimas; y una creciente creencia en que el régimen es incapaz de cambiar desde su lógica de supervivencia al creer que posee todos los derechos frente a la lógica de la responsabilidad. La mezcla actual de represión creciente, desinformación flagrante, escasas concesiones y silencio presidencial está afianzando las percepciones negativas.
Todavía queda una ventana de oportunidad para poder cambiar esas dinámicas, aunque se está cerrando a toda velocidad. A diferencia de la mayoría de sus homólogos en la región, el Presidente Bashar al-Asad ha acumulado un importante capital político, y hay muchos sirios dispuestos, por ahora, a concederle el beneficio de la duda. De hecho, un amplio abanico de ciudadanos -incluidos los miembros de los servicios de seguridad- están esperando desesperadamente a que tome la iniciativa y proponga, antes de que sea demasiado tarde, una alternativa a la espiral de confrontaciones. Aunque ha mantenido numerosas consultas y enviado algunas señales de reformas inminentes a través de los medios de comunicación extranjeros y de algunos funcionarios, tiene que asumir ya un liderazgo claro y palpable.
En vez de esto, enfrentado a un desafío sin precedentes, de múltiples facetas, de ritmos veloces y críticos, el aparato del poder está dando, en el mejor de los casos, una serie de pasos que transmiten sensación de confusión y, en el peor, está reaccionando siguiendo unos hábitos bien arraigados. Como continúe permitiendo que las cosas marchen a su aire, enviará precisamente mensajes equivocados a una población que no va a esperar mucho tiempo más para que el régimen se ponga las pilas y ofrezca una visión creíble y global. En este punto, sólo hay un aspecto que puede cambiar rápida, radical y eficazmente para mejor, y ese aspecto es la propia actitud del presidente.
El Presidente Asad debe mostrar un liderazgo visible y hacerlo ya. Su capital político actual depende menos de sus pasados éxitos en política exterior que de su capacidad para estar a la altura de las expectativas populares en un momento de peligrosa crisis interna. Mientras tanto, la represión perpetrada bajo su responsabilidad está saliéndole muy cara. Sólo él puede demostrar que el cambio es posible y puestos a ello, devolver algún sentido de claridad y dirección a un desconcertado aparato de poder, presentando un marco detallado para un cambio estructural. Este debería incluir varios pasos:
- El Presidente debería hablar abierta y directamente a su pueblo, reconocer los desafíos descritos arriba, hacer hincapié en la naturaleza inaceptable y contraproducente de la represión, ofrecer condolencias a las familias de las víctimas, ordenar una investigación seria y transparente de la violencia en Deraa, presentar un paquete de medidas de inmediata realización y sugerir un mecanismo integrador para debatir las reformas de mayor alcance.
- Debería anunciar las siguientes medidas inmediatas: liberación de todos los prisioneros políticos; levantamiento de la ley de emergencia; autorización de las manifestaciones pacíficas; apertura de nuevos canales para expresar los motivos de queja, dada la falta de confianza en los funcionales locales; y actuar en los muchos casos de corrupción recopilados ya por el aparato de seguridad pero que duermen el sueño de los justos debido a intervenciones de nepotismo.
- Las próximas elecciones parlamentarias deberían posponerse en espera de un referéndum sobre las necesarias y radicales reformas constitucionales que deberían discutirse a un nivel amplio e integrador de todos los sirios. Los cambios más profundos requieren de amplia consulta y no pueden imponerse de forma arbitraria.
Hay muchos en el régimen presentando argumentos en contra de ese procedimiento radical. Sus puntos de vista podrían resultar lógicos, pero no deberían acabar llevándose el gato al agua:
El régimen no ha respondido nunca ante las presiones, y este principio, consagrado por el tiempo, ha funcionado bien con el paso de los años, en particular en tiempos de crisis.
Aunque esto pueda haber sido así en el pasado, la situación actual implica un tipo de presiones completamente diferentes y sin precedentes, implacables y basadas en sentimientos populares profundamente arraigados. Si se reprimieran, no harían sino aumentar. No es un buen momento para la lírica ni para quedarse quietos cuando todo alrededor se está moviendo.
Es probable que consideren inadecuada cualquier concesión y que ésta sirva sólo para atizar nuevas demandas.
Este será casi con seguridad el caso. Y es por eso por lo que cualquier iniciativa debe colmar las expectativas desde el principio. Sólo haciendo eso podría el presidente convencer al pueblo de que el cambio es real. La cuestión, en otras palabras, es si el régimen es capaz de aceptar cambios fundamentales. Si no puede, va de cabeza hacia una confrontación sangrienta.
La gente no sabe lo que realmente quiere y manifiesta un sinfín de demandas, algunas de las cuales son inaceptables.
De nuevo, es probable que eso sea verdad y, tras años de represión, las aspiraciones no pueden expresarse fácilmente. Pero la ausencia de una visión popular clara acerca de un cambio ordenado ofrece al presidente la oportunidad de convencer a los ciudadanos de sus propios méritos.
Los enemigos del régimen están agitando la situación y hay que someterles antes de que puedan hacer más daño.
En realidad, ninguno de los enemigos del régimen posee apoyos suficientes o influencia en Siria para representar una amenaza grave. Como mucho, pueden intentar utilizar la amplia ira popular y conducirla a su favor. Pero al centrarse en los «enemigos», el régimen está dándoles más espacio para que el descontento popular se haga más profundo.
En pocas palabras, hay razones para poner en duda que pueda imponerse un enfoque radical. Pero es la única forma realista de evitar una confrontación peligrosa.
Tras décadas de colonialismo seguidas de gobierno autoritario, el Oriente Medio y el Norte de África se enfrentan a un fenómeno nuevo: la exigencia de que los gobiernos se basen en la legitimidad popular. Los gobernantes de Siria o de cualquier otro lugar pueden aprobar esta prueba de liderazgo o pueden suspenderla. Bashar Asad tiene importantes activos; retiene un importante capital político medido en estándares regionales, y es hora ya de que lo gaste. Con cada día que pase, la represión hará que ese capital se vaya esfumando y vayan aumentando las demandas populares, dificultando cada vez más una actuación constructiva. Puede que al régimen le haya servido en el pasado mantenerse en sus trece y esperar a que la tormenta escampe. Pero ahora debe combatir esos instintos si quiere preservar la posibilidad de un desenlace pacífico.
Fuente: http://www.crisisgroup.org/en/