Traducción del catalán para Rebelión de Carlos Riba García
En las charlas en institutos y escuelas me gusta hacer un juego. Pido a los alumnos y alumnas que cojan una hoja de papel y un bolígrafo y que escriban lo que ven en cada imagen que proyecto cambiándolas bastante rápidamente, sin darles mucho tiempo para pensar. Son imágenes alternadas de un alimento y del logotipo de una marca; en total unas 20. Cuando se acaban las imágenes, revisamos lo escrito en las hojas y contamos los aciertos y los errores. Casi siempre las respuestas aciertan el 100 por ciento de las marcas; no así los alimentos: cuando ven una coliflor es habitual que escriban col, a los nabos los confunden con los rábanos y cuando aparece un lenguado y un atún en la «forma natural», las equivocaciones nos hacen reír a todos. Cuando reflexionamos sobre su facilidad para reconocer las marcas y su ignorancia frente a los alimentos frescos, lo que más llama la atención a los jóvenes es darse cuenta de que en los logotipos no aparecen las letras que ellos conocen.
La charla continúa -con algunos ejemplos- desgranando las características de los alimentos procesados de estas marcas que «nos alimentan» -con demasía de azúcar y grasas junto con ingredientes desconocidos que llegan desde muy lejos, como la soja o el aceite de palma- y explicando las consecuencias ambientales y sociales de este modelo alimentario. Finalmente, siempre se llega a la pregunta: «¿Y qué podemos hacer?». Sin ánimo de pontificar, les explico la importancia de buscar alternativas a la compra en el supermercado, el santuario para estos productos que, proporcionalmente, ya son la mayor parte de nuestra alimentación. Para garantizar el acceso a los alimentos de proximidad, de temporada y frecuentemente ecológicos tenemos las cooperativas de consumo o los mercados de los propios productores campesinos, en los que el principio primordial es valorar el trabajo de quienes trabajan el campo pagando un precio justo por lo que compramos.
En el barrio de Brooklyn de la ciudad de Nueva York, desde hace algunos años funciona una propuesta diferente: un supermercado que es propiedad -con la forma legal de una cooperativa- de unas 17.000 personas asociadas, que son quienes tienen derecho a comprar en él. Sus estanterías están repletas de todo lo que se busca en una compra habitual, procurando que la mayor parte de lo que está a la venta sea de producción de proximidad y retribuido a precios justos. Pero quienes reponen las mercaderías en las estanterías, quienes hacen la limpieza y la contabilidad, quienes se ocupan de la compra a los proveedores son también asociados del súper y lo hacen a partir de una dedicación voluntaria de dos horas y media por mes. Como se cuenta en el vídeo documental que lleva el nombre del supermercado -FoodCoop-, con este trabajo de colaboración se democratiza el acceso a una alimentación sana y se permite en promedio un ahorro del 40 por ciento en relación con la compra hecha en un supermercado ‘convencional’.
FoodCoop es una exitosa experiencia empresarial y, sobre todo, como cuentan muchas entidades, una de las mejores experiencias sociales de Estados Unidos. A partir de un deseo compartido -la buena alimentación-, en las colas para pagar, en los corredores del súper o en la solución de los conflictos que surgen, se ha recuperado la vida en comunidad, un espíritu que escasea en el corazón mismo del capitalismo.
Los supermercados cooperativos ya están encontrando imitaciones en otros lugares, como en París con el supermercado de La Louve que, con un año de funcionamiento, ya tiene 5.000 asociados. Pienso que experiencias como ésta pueden ser muy interesantes también entre nosotros. Como sabemos, el cooperativismo tiene una dilatada tradición en la sociedad catalana. Además, la importancia de alimentarnos a partir de nuestros propios productores rurales es una idea que concita cada vez más apoyo de la gente; seguro que este tipo de iniciativa contribuirá a ampliar y complementar -no a competir- las otras formas de consumo responsable descritas más arriba. Y, seguramente, no será tan habitual confundir la acelga con el brócoli.
Fuente: https://gustavoduch.wordpress.com/2018/06/22/un-altre-tipus-de-supermercats/
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la misma.