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¿Alimentos o combustible?

Fuentes: Axis of Logic

Traducido por Diana de Horna


Parece que la comunidad científica se ha puesto ahora finalmente de acuerdo en que el calentamiento global es una realidad y que es urgente encontrar remedios contra los peligros inminentes que amenazan el planeta. La gran pregunta a la que se enfrenta pues la comunidad mundial es cómo contrarrestar este desastre global inminente.

Durante un corto viaje de nuestro oportunista presidente Bush por algunos países colaboradores de Latinoamérica, en marzo de 2007, se creó en Brasil una alianza del etanol (Sao Paulo, 8 de marzo) entre George W. Bush y el presidente de Brasil, Luiz Inacio «Lula» da Silva. «[Fue] celebrada por apologistas de ambos gobiernos como un avance en el desarrollo de fuentes alternativas de energía y una ganancia para la economía de ambos países». (véase WSWS: «Brasil: los planes bioenergéticos de Bush y Lula se basan en condiciones peores que la esclavitud»).

Sin embargo, los costes y beneficios relativos de los biocombustibles basados en etanol son objeto de serias dudas y de abiertas críticas por parte de la comunidad que lucha por lograr fuentes alternativas de combustible.

Un artículo en Le Monde Diplomatique de junio de 2007 («Les cinq mythes de la transition vers les agrocarburants» – «Los cinco mitos de la transición hacia los agrocarburantes» [1] ofrece poderosos argumentos contra el cultivo de maíz, caña de azúcar, trigo y habas de soja para la obtención de etanol en sustitución de las menguantes fuentes energéticas actuales.

Existe un suministro insuficiente de gas natural y de energías basadas en el petróleo que sencillamente debe reemplazarse hasta que las masas de consumidores de energía se vean forzadas a disminuir su dependencia del gas y del petróleo, así como de las diversas formas de petroquímicos por las que tenemos adicción.

Sin embargo, ¿cuáles son los argumentos a favor o en contra de la imaginaria panacea del etanol? ¿Cuán exhaustivos fueron la investigación y los cálculos realizados antes de ponerse en marcha esta descomunal empresa?

Los argumentos contra el biocombustible de etanol se escriben con letra grande y clara, tan clara que sorprende que incluso la industria que impulsa el etanol, por razones obvias, sea incapaz de leerlos. Los cultivos de los que se extrae el etanol son claramente una forma más de obtener beneficios. El beneficio instantáneo es el dios de nuestro tiempo, y los mega-cultivos de maíz, caña de azúcar, trigo y habas de soja añadirán gigantescos beneficios a las multinacionales. Si algún día el suministro de petróleo y gas ha de disminuir sus beneficios, lo que aún parece un futuro lejano, tal como se han disparado los precios de la gasolina y el gas natural, las grandes empresas se asegurarán, sin duda, de protegerse contra cualquier revés económico.

Los Estados Unidos, Brasil, la India y China están ya desarrollando estos cultivos. La industria avanza, y lleva haciéndolo al menos cinco años en lo que respecta a los Estados Unidos.

Hay dos argumentos que deben tomarse en consideración en este contexto:

Primero: ¿supondrá la producción de etanol una verdadera ganancia que se sume a la de otras fuentes energéticas ya existentes? Resulta que la producción de combustible a partir de etanol exige tanta energía en transporte y otros costes de producción que el uso de etanol ni siquiera supondría una ganancia neta sobre el uso de fuentes de energía tradicionales, ni un descenso de la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera.

Segundo: aparte de este inconveniente obvio, está el hecho aún más temible de que para producir cultivos que permitan la obtención de este combustible se retirarían enormes extensiones de tierra de su uso agro-comercial, lo que conduciría a hambrunas masivas en el planeta. Ya más de quinientos millones de personas mueren de hambre en el planeta [2]. ¿Es realmente el momento de convertir enormes tierras cultivables para alimentación en extensiones de producción de maíz, azúcar de caña, habas de soja y trigo para la obtención de etanol?

¿Cuáles serán las consecuencias si el mundo ignora la necesidad de distribuir equitativamente los alimentos que están disponibles actualmente (y que son más de los que se necesitan para alimentar a la población mundial) y se embarca en una carrera por privar a la gente de un derecho básico? [3] Ya hay una necesidad urgente de mejorar las políticas de alimentación de la población mundial, y parece una locura que, en lugar de eso, se esté privando de comida a las personas más expuestas al riesgo de morir de hambre.

Los precios de los alimentos (maíz, caña de azúcar, habas de soja, trigo) ya están subiendo debido a la competencia en la producción de etanol fabricado a partir de lo que podrían haber sido cultivos alimentarios. Cuando las familias gastan el 50-80% de sus ingresos para poder alimentarse, incluso un incremento relativamente pequeño en el precio del maíz, por ejemplo, tendrá consecuencias desastrosas. Hay una probabilidad evidente de que los precios de los alimentos se disparen debido a la tremenda inflación en los precios de estos productos. El precio de la tortilla, el alimento básico de todos los mexicanos, subió tan drásticamente en los últimos meses de 2006 que el Presidente Felipe Calderón tuvo que intervenir tras las protestas callejeras, y fijar un límite más razonable para el aumento del precio del maíz. [4]

Sin entrar en los graves efectos que tendría el creciente cultivo de Organismos Genéticamente Modificados (OGM), existen sobradas pruebas de que los gigantes de la biotecnología Monsanto, Cargill, Syngenta, y otros no han perdido una oportunidad como ésta de obtener enormes beneficios. Monsanto, la gigantesca y socialmente irresponsable empresa de biotecnología, es ya el mayor beneficiario mundial de la fiebre del etanol. [6]

Además de restar tierras a los cultivos alimentarios, se están dando también graves deforestaciones en lugares como la Amazonía e Indonesia, entre otros, donde la situación es muy precaria.

De «Los cinco mitos de la transición hacia los agrocarburantes» (Le Monde Diplomatique, junio de 2007):

«La introducción de cultivos destinados a la producción de agrocarburantes tendrá el efecto de empujar a estas comunidades (poblaciones indígenas) hacia la «frontera agrícola» de la Amazonía, donde son bien conocidas las prácticas devastadoras de desbroce de la tierra. La soja ya proporciona el 40% de los agrocarburantes en Brasil. Según la NASA, a medida que suba el precio de la soja, se acelerará la destrucción de la pluviselva amazónica, que actualmente se destruye a una tasa de 325 hectáreas al año.

En Indonesia, la palma de aceite destinada a la producción de biodiésel -llamado el «diésel de la deforestación» – es la principal causa de la retirada del bosque. En 2020, estas superficies se habrán triplicado y alcanzarán los 16 millones y medio de hectáreas (la superficie de Inglaterra y Gales juntas), lo que tendrá como resultado la pérdida del 98% de la tierra cubierta por masas forestales. La vecina Malaisia, primer productor mundial de aceite de palma, ha perdido ya el 87% de sus bosques tropicales y continúa talando a un ritmo del 7% anual».

A estos efectos desastrosos de la producción de etanol hay que añadir el hecho de que los campesinos pobres están perdiendo su modo de vida y sus tierras al ser expulsados por las grandes plantaciones de caña de azúcar y habas de soja que ocupan su tierra. Uno de los principales argumentos contra el etanol es, sin embargo, el que los 147 millones de toneladas de biocombustibles que el mundo puede generar en los próximos veintitrés años no sustituirán de ninguna manera la necesidad de petróleo. Sólo compensarán el incremento anual en la demanda global de petróleo.

«De hecho, el atractivo de estos agrocarburantes reside en que pueden prolongar la economía basada en el petróleo. […] Cuanto más elevado sea el precio del petróleo, más podrá incrementarse el de etanol y seguir siendo competitivo. […] La crisis energética mundial es una mina potencial de 80 a 100 billones de dólares para las empresas de alimentación y petróleo. No sorprende que no se nos anime a recortar nuestros hábitos de «sobre-consumo». («Los cinco mitos de la transición hacia los agrocombustibles», Le Monde Diplomatique, junio de 2007)

La última palabra en este enorme problema que amenaza nuestras vidas es que nadie parece ni siquiera mencionar la cuestión esencial que es, por supuesto, el sobre-consumo. No hay forma de que ningún político ni miembro de una gran empresa le diga al mundo abiertamente que debemos cambiar nuestro modo de vida, abandonar privilegios que hemos estado dando por sentado, apretarnos los cinturones y vivir nuestras vidas en un modo de bajo consumo, tan alejado del modo de vida de comprar-usar-y-tirar, viajar-por-todo-el-mundo, rápido-rápido, despilfarrando energía al que nos hemos acostumbrado.

Va a ser un golpe duro para los políticos cuando un día se den cuenta de que tienen que hablar claro y seriamente acerca del ahorro energético. Un golpe duro para las empresas petrolíferas, cuando se den cuenta de que la producción y el consumo tienen que reducirse. Un golpe duro para las empresas biotecnológicas y de cereales, cuando sea evidente que el etanol no es la respuesta a nuestro dilema actual.

[1] Resumen en inglés del artículo de Le Monde Diplomatique: «Los cinco mitos de la transición hacia los agrocarburantes»

[2] (Circle of Rights) Las estimaciones indican que más de 840 millones de personas en todo el mundo sufren desnutrición crónica, a pesar de la disponibilidad récord de alimentos per capita en la mayor parte de los países y a nivel global. Casi 40.000 niños mueren cada día debido a desnutrición y a enfermedades relacionadas. Son los pobres (tanto del norte como del sur) quienes son víctimas.

[3] La Cumbre Mundial de la Alimentación en noviembre de 2006 reafirmó el derecho de toda persona a tener acceso a comida segura y nutritiva, de acuerdo con el derecho a una alimentación adecuada y el derecho fundamental de toda persona a no sufrir hambre, y encomendó un mandato específico al Alto Comisionado de Derechos Humanos para una mejor definición de los derechos relativos a la alimentación y a proponer formas para ponerlos en práctica y materializarlos.

[4] México DF (AP), 31 de enero. Decenas de miles de sindicalistas, campesinos e izquierdistas marcharon por las calles de México DF el miércoles en protesta por el incremento en los precios de alimentos básicos como las tortillas -el alimento básico de los pobre mexicanos- y para exigir un cambio en la política económica.

[5] El precio internacional del maíz se disparó a lo largo de 2006, lo que condujo a la inflación de los precios de la tortilla en el primer mes de la Presidencia de Calderón. Dado que la tortilla es el principal producto alimenticio que consumen los más pobres del país, la inquietud nacional por el incremento de los precios inmediatamente generó presiones políticas para la administración de Calderón. El Presidente (Felipe Calderón) optó por fijar techos de precios para las tortillas, que protejan a los productores locales de maíz. Este control de precios se produjo en forma de un Pacto de Estabilización del Precio de la Tortilla entre el Gobierno y muchas de las principales empresas de fabricación de tortillas, entre ellas el Grupo Maseca y Bimbo, para poner un techo de 8.50 pesos por kilo de tortilla. La idea del acuerdo es que al fijarse un techo en el precio para estos productores, se daría el incentivo para que el mercado redujese los precios a nivel nacional.

Fuente: http://www.axisoflogic.com/artman/publish/article_24712.shtml

Diana de Horna es miembro de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala.