Traducido del inglés por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Al día siguiente de la Guerra de los Seis Días, Amos Kenan vino a mi redacción. Estaba en estado de shock. Como soldado de la reserva, acababa de ser testigo de la evacuación de tres aldeas en el área de Latrun. Hombres, mujeres, niños y ancianos habían sido expulsados bajo el sol abrasador de junio en una marcha a pie en dirección a Ramala, a docenas de kilómetros. La expulsión le recordó las imágenes del Holocausto.
Le dije que se sentara allí mismo y escribiera un relato de testigo presencial. Me dirigí rápidamente a la Knesset (de la que yo era miembro entonces) y entregué el informe al primer ministro, Levy Eshkol, y a varios ministros, incluidos Menajem Begin y Víctor Shem-Tov. Pero era demasiado tarde. Las aldeas ya habían sido arrasadas. En su lugar se erigió después el Parque de Canadá con la ayuda de ese país, para su eterna vergüenza.
(Por otra parte, otro relato de un testigo presencial de la destrucción del pueblo de Qalqiliya, sí ayudó. Después de que yo entregara el informe a los ministros, se paró la destrucción e incluso los barrios destruidos se reconstruyeron).
El informe de Kenan es un documento humano y literario. Dice mucho de su autor, que murió esta semana. Amos Kenan era una persona moral.
El país era el centro de su universo mental. Era el foco de su visión del mundo, su vida, su trabajo y sus actuaciones. No dudo al decir: amaba este país
En su juventud perteneció durante un tiempo al grupo «cananita» y adoptó algunas de sus ideas. Pero sacó de él conclusiones opuestas a las de su fundador, el poeta Yonatan Ratosh, que negaba la propia noción de la independencia nacional árabe, así como la existencia del pueblo árabe palestino. Kenan, como yo, estaba convencido de que el futuro de Israel estaba ligado al futuro de Palestina, porque la tierra común exigía una asociación de los dos pueblos.
(Un comentario personal: cuando una persona elogia a alguien, siempre se menciona sí mismo, y esto, con frecuencia, hace que se arqueen las cejas. Creo que es inevitable: el elogiador habla del elogiado como lo conoció y así la personalidad del elogiado se refleja en el espejo del elogiador. Por tanto perdónenme por favor, si pueden.)
Lo vi por primera vez durante la guerra de 1948, en uno de mis cortos permisos. En la localidad de un amigo me topé con el joven soldado (era cuatro años menor que yo) que también estaba de permiso.
Nació en el país y había sido miembro del movimiento izquierdista Hashomer Hatzair («La Joven Guardia»), cuya utópica moral e ideología seguramente ayudaron a formar su carácter. Como muchos jóvenes de izquierdas de la época, se unió al clandestino Lehi (Grupo Stern), que entonces tenía una orientación pro soviética. Con la fundación del Estado, todos los miembros del Lehi se enrolaron en el nuevo ejército israelí.
Antes tomó parte en las atroces acciones del Irgun y el Lehi en Deir Yassin. Tuvo un problema al enfrentarse con esto -siempre afirmó que la matanza no estaba planeada o que no tuvo lugar en absoluto-. Mantenía que mataron al comandante y la autoridad sobre los combatientes se perdió. Él mismo resultó herido al comienzo de la acción, afirmaba, y no vio lo que sucedió. Yo no estaba totalmente convencido.
Descubrimos que teníamos ideas similares sobre el futuro del Estado recién fundado. Ambos creíamos que no sólo habíamos creado un nuevo Estado, sino también una nueva nación, la nación hebrea, que no era simplemente otra parte de la diáspora judía, sino una entidad totalmente nueva con una nueva cultura y un nuevo carácter. Puesto que esta nación nació en el país, no pertenecía a Europa o a América, sino a la región de la que es parte, y todos los pueblos de esta región son nuestros aliados naturales.
Sobre esta base nosotros objetamos a la guerra de 1956, en la que Israel se puso a sí mismo al servicio de dos corruptos regímenes colonialistas, el francés y el británico. Mientras todavía seguía la guerra, se formó otro grupo que decidió plantear otra trayectoria para el Estado. Nos autodenominamos «Acción Semítica», y, aparte de Kenan y yo, nuestro grupo incluía al antiguo líder del Lehi, Nathan Yellin-Mor, Boaz Evron y otras buenas gentes. En un año publicamos un documento titulado «El Manifiesto Hebreo», con más de un centenar de puntos, que proponían un nuevo enfoque revolucionario para casi todos los problemas del Estado. Sus puntos principales: somos una nación nueva nacida en este país. Junto al Estado de Israel debe constituirse el Estado palestino. Los dos Estados deberían formar una confederación, que puede incluir también a Jordania. Los ciudadanos árabes de Israel deben ser socios plenos en el tejido del Estado, que se separará totalmente de la religión.
Puesto que entonces todos los territorios palestinos estaban bajo ocupación -jordana en Cisjordania y egipcia en la Franja de Gaza-, quisimos que Israel abasteciera a los palestinos con dinero, armas y una emisora de radio para ayudarlos a alzarse y liberarse. Israel se alió, por supuesto, con el régimen jordano.
Inmediatamente después de la Guerra de los Seis Días, en 1967, las personas del mismo grupo formamos una organización llamada «Confederación Israelí-Palestina», en la que Kenan también jugaba un papel. Abogamos por la fundación inmediata del Estado de Palestina en todos los territorios palestinos que acabábamos de conquistar y el establecimiento de una confederación de Israel y Palestina. Muchos de los que se opusieron entonces, ahora reconocen que era la idea correcta en el momento adecuado.
En 1974, cuando fui el primer «sionista» israelí que estableció contactos secretos con el liderazgo de la OLP traté, de acuerdo con ellos, de formar un cuerpo público en Israel para proseguir los contactos abiertamente. Tuvieron lugar varias reuniones y mucha discusión, pero no salió nada. Así que decidimos coger el toro por los cuernos: publicamos un llamamiento para la creación de una organización por la paz israelí-palestina. El llamamiento llevaba tres firmas: la de Yossi Amitai, Amos Kenan y la mía. (Realmente, Kenan estaba en Francia en aquel momento, pero antes de salir me había dado permiso para poner su firma en cualquier documento que me pareciese adecuado).
Ese llamamiento condujo a la creación del «Consejo Israelí para la Paz Israelí-Palestina», cuyo manifiesto fundacional fue firmado por unas cien personalidades, incluidos el general Matti Peled, Eliyahu Eliashar (presidente de la comunidad sefardí), Lova Eliav, David Shaham, Alex Massis, Amnon Zichroni y el coronel Meir Páil).
Entonces, Ariel Sharon también coqueteó con nosotros. Fue después de la guerra del Yom Kippur y de la «la Batalla de los Generales» (entre ellos mismos) y después de que Sharon dejase el Likud que él había creado. Quiso atraernos a Kenan, a mí, y creo que a Yossi Sarid. Organizó una exposición privada de las pinturas de Kenan en su casa y me pidió que concertara una reunión entre él y Yasser Arafat. Su idea era fundar un nuevo partido que atraería «a lo mejor tanto de la izquierda como de la derecha». Amos dio al partido el nombre de su hija mayor, Shlomtzion, pero al final Sharon fundó un partido de derechas y después de su pobre actuación en las elecciones de 1977 se volvió a unir al Likud
El aspecto político, importante como era, era solamente una de las muchas facetas de Kenan. Era humorista, escritor, poeta, pintor, escultor, jardinero, cocinero y quién sabe qué más, un auténtico hombre del Renacimiento. Pero todas estas facetas tenían un denominador común: el país.
En la terraza de su hogar cultivó docenas de condimentos y yerbas locales que usaba en su cocina, de la que estaba excesivamente orgulloso. Como escritor y poeta hizo una importante contribución al nacimiento del nuevo idioma hebreo: una lengua local, el Sabra, simple, preciso, lejos de la lengua del Mishna y de la del célebre escritor S. I. Agnon, que incluso escritores jóvenes como Moshe Shamir imitaban. Kenan escribió sus ensayos, libros y comedias en el dialecto local pero perfecto hebreo.
Su estrella comenzó a subir con su columna humorística en Haaretz, «Uzi y Co.» Era capaz de expresar las verdades más profundas en una sátira incisiva de unas líneas. Algunas ya son clásicos hebreos
En julio de 1952, el religioso ministro de Transporte David-Zvi Pinkas, emitió normas que prácticamente prohibían el uso de automóviles en el Shabbat. Muchos de nosotros unimos fuerzas para combatir esta coacción religiosa y nos manifestamos en el centro de Tel Aviv. Pero Amos fue más allá: colocó una bomba a la puerta del apartamento de Pinkas. Fue descubierto y atrapado con las manos en la masa, enjuiciado, tercamente rechazó hablar y finalmente lo absolvieron por «falta de pruebas».
Cuando el jefe de policía de Tel Aviv fue personalmente a interrogarle a la prisión y a ofrecerle una charla con él «de hombre a hombre», Kenan contestó serenamente «hoy hace bueno».
Como resultado de este asunto, Kenan fue obligado a dejar Haaretz y lo acogí con los brazos abiertos en Haolam Hazeh. Colaboró en nuestra revista con algunos de los mejores escritos que hemos publicado, algunos de ellos casi proféticos.
A petición suya lo enviamos a París. Allí encontró pronto su sitio entre la élite intelectual y se mudó a vivir con el joven escritor francés Christiane Rochefort, quien escribió su primer libro sobre él («Le Repose du Guerrier«), del que se hizo una película con Brigitte Bardot. También allí se enamoró de una visitante que procedía de Israel, una mujer joven que aceptó su oferta de quedarse en su sótano carbonera, y se casaron. Nurit Gertz era exactamente lo contrario que él, creo yo, el único ser humano en el mundo capaz de vivir con él durante mucho tiempo.
Cuando fui a Francia por primera vez, Kenan arregló una reunión con Jean-Paul Sartre, a quien le gustaron nuestras ideas sobre la paz israelí-palestina. Recuerdo sus palabras para mí (en francés): «Monsieur, usted hace rodar una piedra sobre mi corazón. Yo no puedo aprobar la política del gobierno israelí, pero tampoco quiero condenarla, porque no quiero encontrarme en el mismo campo que los antisemitas a los que detesto. Cuando usted viene desde Israel y propone una nueva trayectoria, me siento feliz».
Después de aquello, Amos y yo fuimos a una manifestación contra la guerra de Argelia y los polis nos golpearon a los dos indiscriminadamente.
Kenan era un hombre peleón y discutidor, perdía pronto el talante y llegaba a ser agresivo. Tenía una tendencia a hacer daño a los que le querían. «Sólo hay una manera de no reñir contigo», le dije una vez, «cortar cualquier relación y no hablarte».
La última vez que reñimos fue cuando Gush Shalom llamó a un boicot de los productos de los asentamientos. Kenan rechazó unirse, ostensiblemente, porque incluimos los asentamientos del Golán. «No quiero dejar el vino del Golán», dijo medio en broma. Pero odiaba los asentamientos, no sólo porque se construyeron para obstaculizar la paz con los palestinos, sino también porque desde su punto de vista simbolizaban el afeamiento general del país. Me contó una vez que cuando miraba desde la ventana de un avión se había dado cuenta de repente de que «el Estado de Israel ha destruido la tierra de Israel».
En el libro semibiográfico sobre su esposo, que apareció no hace mucho tiempo en hebreo, Nurit Gertz habla de su difícil niñez, cuando su padre estuvo en un sanatorio mental. Sospecho que a lo largo de su vida sufrió un oculto temor a heredar la enfermedad. Eso podría explicar sus temporadas de alcoholismo. Afortunadamente para él, él tuvo una madre extraordinaria, la señora Levin, una mujer bajita, enérgica y determinada que crío a Amos y a sus dos hermanos menores prácticamente sola.
Las únicas veces que vi ablandarse su rostro eran cuando miraba a Nurit o a sus dos hijas, Shlomtzion y Rona. Podía disculpar todos los ataques ofensivos e insultantes, porque su talento creativo era mucho más importante
Ya había desaparecido del paisaje hacía unos años cuando cayó víctima de la enfermedad del Alzheimer. En realidad desapareció con la cultura que había contribuido a crear.
La cultura hebrea que nació a principios de los cuarenta murió en los sesenta. Las graves pérdidas de nuestra generación en la guerra de 1948 y la inmigración masiva que inundó el Estado en sus primeros años significaron la muerte de aquella cultura única y su reemplazo por la banal cultura israelí tal como es ahora.
La muerte de Amos Kenan significa la desaparición de uno de los últimos exponentes que quedaban de la cultura hebrea.
En el funeral de Kenan no estuvo presente ni un solo representante del Israel oficial.
Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1249756750