En la cabeza de varios misiles del ejército de Israel, un par de niñas pintan la frase «con amor, para los niños árabes». La secuencia fotográfica muestra a un bebé libanés sepultado entre escombros y a una niña libanesa que parece descansar en un prado. Tiene los ojos abiertos, pero está muerta. Posando ante una […]
En la cabeza de varios misiles del ejército de Israel, un par de niñas pintan la frase «con amor, para los niños árabes». La secuencia fotográfica muestra a un bebé libanés sepultado entre escombros y a una niña libanesa que parece descansar en un prado. Tiene los ojos abiertos, pero está muerta. Posando ante una bandera de la Organización de Naciones Unidas (sic, ONU), un hombre levanta su cuerpecito exangüe. La mata de cabellos cae de la cabeza colgante.
Las niñas judías son hermosas. Una guarda notable parecido con mi hija a su edad. Cuando mi hija tenía su edad, el ejército judío en el sur del Líbano dio luz verde a la masacre ejecutada por las milicias cristianas libanesas sobre cientos de niños, ancianos y mujeres palestinas refugiados en los campamentos de Sabra y Chatila (1982).
Un año después, Hollywood otorgó el Oscar al mejor documental: Genocidio. El de los judíos bajo los nazis… (¿hubo otros?). La hija de mi hija acaba de cumplir dos años. Quizá, algún día, preguntará por qué Israel borró a Líbano del mapa, así como a Palestina en el año que nació su abuelo.
El presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, dijo que Israel debía ser borrado del mapa. Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania condenaron sus palabras. Israel pidió la expulsión de Irán de la ONU. ¿Por qué todos callan ahora? La semana pasada, una comitiva de la ONU enviada a Líbano presentó un informe ante el «Consejo de Seguridad» (sic). Pero antes, como se debe, lo revisó Condoleezza. Y luego, como se debe, el nazi John Bolton (embajador de Washington en la ONU) habló de una fuerza multinacional a Líbano: «… quizás autorizada por la ONU (sic), pero no una fuerza de cascos azules de la ONU…»
Ehud Olmert, premier de Israel, explicó un mes atrás las causas del «nuevo desorden»: «Matar civiles palestinos es justificable; lo inmoral es atacar a Israel… no hay equivalencia moral entre ellos y los ataques contra Israel» (La Jornada, 23/6/06).
Retomemos la historia. Cuando el abuelo usaba pantalones cortos y tenía la edad de las pintorcitas de misiles, unos chicos de la escuela le dijeron «judío» con desdén. El relojero del barrio lo consoló:
-No les hagas caso. No eres judío. Eres goi.
¿Goi? El crucifijo bendecía la alcoba de sus padres. Pero la familia no concurría a misa ni a la sinagoga, ni a él le habían cortado el pito. El abuelo preguntó a su papá: «¿qué soy?» El padre respondió: «Cuando seas mayor podrás decidir. Por ahora, debes estudiar. Yo elegí a tu madre».
Por fin, en el cine del barrio, el abuelo creyó descubrir los alcances de la palabra «goi». En El juicio de Nüremberg (Stanley Kramer, 1961), uno de los fiscales del tribunal explicó que las leyes raciales de los nazis medían el grado de pertenencia al pueblo judío según la composición racial de los ascendientes de cada uno. «¡Igual que los judíos!», pensó.
De regreso a su casa, se detuvo a platicar con el relojero, quien sin despegar el lente de aumento clavado en el ojo, alzó la cabeza:
-No es igual. Nosotros somos diferentes.
-¿Y yo qué soy? -insistió el abuelo. Prudente, el relojero observó:
-Pregúntale a tu papá.
Hecho bolas, el abuelo se dirigió a otro amigo.
-¡Turco! Acabo de ver una película…
-¡Momento, brimo! Me llamo Mustafá.
-¿Y por qué todos te llaman turco?
-Me dicen turco porque cuando llegué a este país Líbano y Siria pertenecían al imperio turco. En realidad, soy palestino.
-¿Cómo?
-Sí. Palestina estaba ocupada por los turcos. Luego la ocuparon los ingleses y después los judíos, que ahora la llaman Israel.
-¡Dale, turco! ¿Cristiano, árabe o judío?
-Ah…eso. Mira: sin generalizar ni ofender a nadie, todos son hijos de puta.
-¿Y por qué todos son hijos de puta?
-Pregúntale a tu papá.
Por la noche, el abuelo se metió en la cama, abrió el Diario de Ana Frank (regalo de su padre) y se durmió después de leer: «Soy joven y aún poseo muchas cualidades ocultas (…) Muchas cosas me han sido dadas al nacer: un carácter feliz, mucha alegría y fuerza. Cada día me siento crecer por dentro, siento cómo se acerca la liberación, lo bella que es la naturaleza, lo buenos que son quienes me rodean (…) ¿Por qué habría de desesperar?» (3 de mayo de 1944).
El año pasado, en Amsterdam, después de recuperar aire tras la visita a la casa de Ana Frank convertida en shopping, el abuelo tomó asiento en una de las bancas situadas a la vera del canal, y en el diario leyó: «Me es absolutamente imposible construir cualquier cosa con base en la muerte, la desgracia y la confusión (…) Mientras tanto tendré que mantener bien altos mis ideales, tal vez en los tiempos venideros se puedan llevar a la práctica…» (15 de julio de 1944).
Ana Frank fue devorada por los piojos en el campo de Berger-Belsen. Los mismos piojos que están devorando a las Anas de Bagdad, Kabul, Palestina y Beirut. Dicen los piojos que por allá todos quieren matarse entre todos. Que ya no hay lucha entre opresores y oprimidos. Ana Frank… niña mía: ¿qué vientos están borrando los fundamentos y bases éticas de tu religión?