Traducido para Rebelión por J. M.
Sesenta y siete años después del final de la Segunda Guerra Mundial, un equipo de investigadores y camarógrafos de la Casa de Ana Frank en Holanda se presentó en el centro de retiro para jubilados Capitol Lakes de Madison, Wisconsin, para entrevistar a mi suegro, Fritz Loewenstein. Fritz es la única persona conocida que aún vive y que fue amigo de Peter Van Pels (conocido en el Diario como Peter van Damm) el amigo de la infancia de Ana en el «anexo secreto».
El relato oral histórico que Fritz dio duró más de dos horas. Los entrevistadores -incluyendo a Teresien da Silva, director de la colección en la Casa de Ana Frank en los Países Bajos, que viajó a Madison personalmente- hizo preguntas detalladas para sondear sobre cada aspecto de su vida antes de que su familia huyera de Alemania, sobre todo en aquéllos que se referían a su relación con Peter van Pels. Para Fritz esto significaba recordar muchos fantasmas no deseados de su propio pasado y lo que fue para él, como un escolar judío, crecer bajo la nube oscura del nazismo en Alemania de 1930. No hay duda de que la vida y la muerte de Ana Frank y de todos los que jugaron un papel en ella, todavía capturan la imaginación de millones de personas mucho después de su sistemática muerte sin sentido. El relato de Fritz sobre su amistad de la infancia con Peter cobrará un lugar destacado en las imágenes de nuevo documental sobre Ana Frank, que estará disponible en la Casa de Ana Frank a finales de este año. Más de un millón de personas visitan la Casa de Ana Frank anualmente para ver por sí mismas el lugar donde Ana vivía con su familia y los van Pels en la clandestinidad durante más de tres años.
El padre de Fritz Loewenstein era médico en Osnabrück en las décadas de 1920 y 1930. Alemania había sido el hogar de su familia por generaciones y su vida había sido exitosa, civilizada y se consideraban patriotas alemanes, durante décadas. Los Loewensteins tenían muchas esperanzas de que se desvaneciera lo peor de la gobernación nacional-socialista, pero a medida que el tiempo pasaba, se les hizo más claro al padre y madre de Fritz que tendían que sacar a su familia fuera de allí. Fritz recuerda su propia y personal campaña anti-Hitler: lavar las esvásticas de la puerta de la clínica de su padre todas las mañanas. Eso fue en la primavera de 1937, mientras iban creciendo las dificultades para los judíos para abandonar Alemania. La familia Loewenstein, al menos esa parte de ella, fue afortunada: pudieron salir con algunas de sus pertenencias y emigrar a los Estados Unidos, la primera opción de muchos judíos que huyeron de los horrores del régimen nazi. Terminaron en Binghamton, Nueva York, donde mi marido, David Loewenstein, creció.
A lo largo de la entrevista con el equipo de la Casa de Ana Frank, David se maravilló de la figura emblemática en la que se convirtió Ana Frank. Personas de todas las edades en todo el mundo siguen leyendo el notable Diario de Ana y visitan el lugar donde ella y su familia se escondieron de los nazis después de que los alemanes invadieron y ocuparon Holanda. Recuerdo haber leído el Diario de Ana Frank cuando tenía doce años, completamente absorta en el mundo de esta niña creativa y elocuente a pesar de que ella y su familia fueron capturadas y deportadas a campos de concentración donde todos fueron finalmente eliminados a excepción del padre de Ana, Otto. Ella, sin embargo, sigue siendo un faro de esperanza y perseverancia para las víctimas de todo el mundo que han sufrido persecución. Aunque algunos han tratado de proclamar que la vida y la muerte de Ana fueron experiencias exclusivamente judías, solamente comprensible sólo para otros judíos.
Yo creo que el llamado de Anne es universal. Tanto su vida como su muerte, ella encarna la voluntad humana y el deseo de vivir y resistir algunas de las peores pesadillas imaginables. Reconocemos en Ana a una niña luchando contra las peores circunstancias de la condición humana.
El 28 de agosto de este año, en Israel, el juez Oded Gershon emitió el veredicto en el juicio civil de Rachel Corrie. Como era de esperar, sin embargo, el Estado de Israel y la máquina militar se exoneraron de toda responsabilidad por la muerte de Rachel. Yo esperaba esto. En los nueve años transcurridos desde que murió aplastada por un bulldozer D-9 blindado Oruga que estaba haciendo su rutina -ilegal e inmoral- trabajando para destruir el paisaje y la vida de decenas de miles de personas de Rafah, Gaza, Rachel Corrie sigue siendo prácticamente desconocida para la gran mayoría del público educado de los EE.UU. A diferencia de Ana Frank, cuya vida ha sido inmortalizada por las circunstancias de su muerte, el nombre de Raquel, su vida y su muerte han sido virtualmente suprimidas de la historia oficial de EE.UU., como las noticias de Palestina en general. Ambas siguen siendo desconocidas, oscurecidas o distorsionada por la desinformación deliberada.
La causa por la cual Rachel murió defendiendo, y la gente por la cual luchó -personas cuyas voces aún no han recibido la validación de ser voces creíbles y legítimas para dar testimonio de su propio sufrimiento y ruina- están todavía a la espera de recibir el reconocimiento que se merecen largamente esperado como habitantes originarios de la Palestina histórica, contra quienes se cometió un delito de magnitud y brutalidad inimaginables. Hasta que Israel admita, ofrezca reparación y honre el Derecho Internacional y la Declaración Universal de Derechos Humanos; hasta que el Estado de Israel pueda pedir disculpas públicamente por la enorme injusticia histórica cometida contra el pueblo originario de Palestina, el daño que ha creado sigue aumentando y extendiéndose, como ya lo ha hecho, en todo el Oriente Medio y en los cuatro rincones del mundo y que lo condena a ser un Estado paria. Su estatus como tal, ha sido cada vez más reconocido, incluso por las potencias occidentales, que entienden que Israel puede seguir actuando con impunidad sólo mientras se encuentre bajo el paraguas protector del poder militar de EE.UU.
Rachel Corrie fue una resiliente, elocuente y desafiante estudiante universitaria de 23 años, que fue a Gaza con otros miembros del Movimiento de Solidaridad Internacional para dar testimonio de la destrucción despiadada y deliberada por parte de Israel de una coherente historia de vida nacional palestina con historia y cultura. Debido a que Rachel se levantó para dar voz a las víctimas sin voz que están en el lado equivocado de la política de Estados Unidos e Israel en Oriente Medio, su nombre y su legado han sido tachados de los registros históricos oficiales como información clasificada. Ella existe en susurros solamente; una sombra en los pasillos del poder y en los medios de comunicación donde solamente se autoriza la versión oficial de los acontecimientos políticos e histórico modernos, donde el apoyo y la complicidad de EE.UU. en el cumplimiento de los objetivos regionales hegemónicos de Israel ayudan a mantener la ilusión necesaria de que Israel observa una general benevolencia.
Si hasta ahora Estados Unidos ha hecho oficialmente el papel de basurero de la política exterior por la vida y la muerte de una heroína blanca y valiente que sin embargo optó por luchar por la justicia en el lado «equivocado» de la política estadounidense, ¿qué nos dice esto acerca de la situación general y la credibilidad de los palestinos y otros árabes y musulmanes tratando de hacer oír su voz y pidiendo que sus casos se reabran? ¿Cuántas «Rachel» palestinas han dejado diarios que nunca serán leídos? ¿Qué escuela va a exigir a sus estudiantes leer los cientos de narraciones personales y registros de los abusos que sus pueblos han sufrido a manos de las potencias coloniales e imperiales y sus adláteres durante el último siglo?
Las Ana Frank y Rachel Corrie que están atrapadas actualmente en las arenas militares de Estados Unidos deben ser silenciadas y puestas fuera de nuestra conciencia. Sus palabras amenazan con exponer las políticas abominables de los Estados Unidos y sus aliados. ¿Cuántas personas, jóvenes y viejas, morirán en ataques de aviones no tripulados contra la población civil, sin haber tenido la oportunidad de preguntar por qué han sido condenados a un infierno?
La ocupación, la limpieza étnica, el despojo, la fragmentación y colonización y la venta al mayoreo de Palestina han sido reclasificadas esencialmente en el lenguaje que sirve para hacer legítimas las tácticas y las metas del Israel moderno. Su encuadre y razón de ser abiertamente racista y las metodologías utilizadas para perpetuar las políticas que permitan mantener la mayoría judía del Estado, han sido cuidadosamente redefinidos en EE.UU. y en las narrativas israelíes como las condiciones sociales y políticas previas necesarias que todos los palestinos deben aceptar antes de que las negociaciones «de paz» puedan retomarse. En idioma llano, sólo una capitulación total de la soberanía sobre la tierra, incluyendo los sitios sagrados religiosos, y la renuncia a la nacionalidad palestina podrían satisfacer el liderazgo de Israel, que tiene la osadía de insistir en que el liderazgo palestino «se integre a la mesa de negociaciones sin condiciones previas». La oferta de Netanyahu consiste en un «villorrio» no viable «en el mejor de los casos».
Rachel vio por sí misma como se estaba diseñando e implementando la destrucción de Palestina en la Franja de Gaza. Con los ojos claros, la percepción aguda y una conciencia muy rara en el mundo de hoy, Rachel Corrie describiría en su diario y en sus cartas a su madre los miserables e inconfesables procedimientos rutinarios de Israel. Desde los más triviales hasta los aspectos más significativos de la vida Gaza: todo y cada uno de los habitantes de Gaza se vieron afectados por los puestos de control, asentamientos y carreteras de los colonos, los toques de queda y las clausuras.
Nadie -ni entonces ni hoy- puede vivir una vida libre de los soldados con sus armas, sus torres de vigilancia, muros y cercas; del alambre de púas, sensores de movimiento, y los futuristas «cruces» que chupan la humanidad de los seres que entran en ellos, y les dan órdenes con voces a control remoto, convirtiéndolos en piezas de repuesto sin vida en una nueva línea de ensamble. Nadie puede evitar las tecnologías de vigilancia orwelliana que se infiltran en la vida de los habitantes de Gaza, o que flotan cual dirigible blanco etéreo por encima de la Franja de Gaza haciendo «inteligencia» en todos los aspectos de la vida de abajo en curso, nadie puede predecir cuándo los tanques y transportes blindados de personal o los helicópteros de combate y F-16 van a invadir o aparecer de forma instantánea, como de la nada, para incinerar en cuestión de segundos a personas identificadas como «sospechosas». Nadie puede evitar las acciones sádicas y gratuitas que se derivan de estrategias cuidadosamente elaboradas destinadas a humillar, deshumanizar, infligir dolor, miedo y daño psicológico permanente en la vida de niños y adultos por igual. La escasez de agua y alimentos, los apagones de electricidad al día; las aguas residuales y la infraestructura peligrosamente inadecuada; la escasez de alimentos, las medicinas y los materiales para reconstruir el mundo que está, literalmente, deshaciéndose en polvo y los escombros a su alrededor definen un día normal para la no-gente de Gaza.
La muerte de Rachel Corrie se produjo en un momento de gran violencia, durante la segunda Intifada (levantamiento) Palestina, y -en los Estados Unidos- sólo unos días antes de que la administración de Bush II comenzara su guerra contra Irak. El momento y pretextos utilizados para justificar más el robo de tierras y la apropiación de los recursos naturales no podrían haber sido mejores. La «guerra contra el terror» de los Estados Unidos estaba a punto clímax con el inicio de la campaña de «conmoción y pavor» sobre Bagdad. El primer ministro israelí Ariel Sharon había vinculado con habilidad las políticas de su gobierno a la psicopática obsesión de EE.UU. con el «terrorismo» y los «terroristas», inicialmente inventadas por los políticos conservadores y neoconservadores y las empresas que buscaban la manera de ampliar y consolidar la hegemonía de EE.UU. en una región saturada de petróleo y recursos de gas natural.
El violento contexto de la Segunda Intifada exaltaba las afirmaciones más racistas y santurronas aseveraciones de quienes afirmaban que Israel se defendía del terrorismo de los infieles y esa cruzada de Sharon era un componente necesario y vital de la lucha de Estados Unidos contra el mal. Poco o casi ningún esfuerzo se puso en EE.UU. en las informaciones del lado palestino, ya que se entendía -como parte del canon aceptado- que Israel estaba luchando por su supervivencia. Dar vida a la causa palestina en su lucha justa y necesaria por la libertad, la independencia y la autodeterminación era tan insólito como desoír a Rachel cuando vivía en Gaza. Como lo es ahora, incitando a los ataques más crueles y las escandalosas acusaciones.
Igual que muchos de los que dan testimonio de regímenes criminales que oprimen, despojan y matan a la gente bajo su dominio, Rachel Corrie estaba profundamente preocupada por lo que había estado presenciando en Gaza, en un paisaje que desafía toda descripción. El día que murió aplastada, Rachel estaba entre una excavadora y una casa de familia para protestar por una de las infinitas vejaciones y crímenes lanzados como granadas en una población de refugiados abrumadoramente pobres e indefensos tratando cada día de encontrar nuevas maneras de sobrevivir sin volverse locos. De acuerdo con los tribunales israelíes, la muerte de Rachel fue un «lamentable accidente»; Rachel se puso en una situación peligrosa en el medio de una zona de guerra. Ella tenía la culpa. La víctima era responsable de su propia muerte, los apátridas y los desposeídos son los culpables de su condición de refugiados, de su implacable y miserable tratamiento; su encarcelamiento, deshumanización y ocupación.
Rachel dejó un diario, cartas y un legado de valentía y firmeza que refleja la valentía y la resolución de las personas a su alrededor. Ella se negó a moverse cuando la excavadora se acercó y, llegado cierto punto, se vio atrapada e incapaz de escapar. Su muerte, como su vida, refleja la indignación de una joven mujer que sabía que estaba demasiado débil para impedir la demolición de viviendas y la creación de una «zona militar cerrada», en un área destinada a la destrucción mucho antes de que ella hubiera llegado a Rafah.
En otra época, el diario de Rachel, Let Me Stand Alone, sería el clásico icono de una mujer joven que vive una gran aventura, decidida a sobrevivir y luchar por lo que creía que tenía razón. En otro tiempo la historia de Rachel sería leída por niños en edad escolar de todo el mundo y millones de personas visitarían el lugar donde se encontró sola frente a un bulldozer blindado para decir con su cuerpo «¡esto tiene que parar!» En nuestros días, ella es una mártir desconocida en los anales de la historia oficial. Su valor ha sido desacreditado y condenado, su nombre mancillado y vilipendiado.
Pero yo creo que Ana Frank habría admirado a Rachel Corrie. Ella habría reconocido el llamado universal por la justicia frente a la guerra y el terror, los peligros inherentes a la deshumanización de todo un pueblo y la ocupación brutal de su tierra. Ella habría confirmado la violencia que otorga un mundo silencioso e indiferente a las víctimas de las naciones henchidas de poder y con un sentido justo de su destino dado por Dios; naciones decididas a vengar su pasado, y con licencia para matar. Igualmente, creo que se habría mortificado por la forma en que su propio Diario y la muerte de la que fue objeto se utilizaron como justificaciones morales de las acciones de un Estado que se define por la sangre y el suelo, y por la forma en que su propia popularidad se vio impulsada por un ideología que muy probablemente habría de resultarle repugnante y contraria a las enseñanzas que ella misma había aprendido y el horror que experimentó. Creo que Ana Frank habría estado de acuerdo con la madre de Rachel, Cindy, que cuando se le preguntó si pensaba que Rachel se debería haber alejado de la excavadora respondió, «Yo no creo que Rachel hubiera debido alejarse. Creo que todos deberíamos haber estado allí con ella».
Jennifer Loewenstein es una profesora asociada en Estudios de Oriente Medio de la Universidad de Wisconsin-Madison, activista de los derechos humanos y periodista freelance. Contacto: [email protected]
Fuente original: http://www.counterpunch.org/2012/08/31/a-legacy-of-two-martyrs/
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