Izquierda Unida somos tú y yoVersos del nuevo himno de IU En este período electoral, igual que el resto de los partidos políticos, IU ha presentado su vídeo promocional. Muchos dirán -tras complejos estudios y estadísticas- que el modelo de campaña electoral de las democracias de mercado no le importa a nadie y que influye […]
Versos del nuevo himno de IU
En este período electoral, igual que el resto de los partidos políticos, IU ha presentado su vídeo promocional. Muchos dirán -tras complejos estudios y estadísticas- que el modelo de campaña electoral de las democracias de mercado no le importa a nadie y que influye poco en el resultado final. No les faltará razón. Como media, alrededor de un 80% de los votantes ha decidido a quién apoyará tres meses antes de las elecciones. El resto de los electores, en general, no reflexiona sobre los diferentes partidos y sus programas; reflexiona, más bien, sobre si acudirá a votar o se abstendrá.
Visto este panorama, ¿para qué sirven las campañas electorales? ¿Por qué los partidos invierten enormes cantidades de dinero, esfuerzos y recursos? Las campañas electorales de IU -o de cualquier formación- repercuten poco en el llamado cuerpo electoral, pero influyen. En elecciones en la que ganar o perder depende de porcentajes que varían entre un 5 y un 10% del voto válido, poco puede convertirse en mucho, y los que compiten lo saben, son conscientes de esta cuestión. Nada, por tanto, se suele dejar al azar. Aunque en IU lo parezca.
El PSOE compite en estas elecciones generales por reducir una distancia que oscila entre 6 y 8 puntos porcentuales con el Partido Popular. El PP se presenta con la idea de mantener sus resultados o, en el peor de los casos, no caer más de 2-3 puntos. IU compite por preservar, como mínimo, un 5% y, en el mejor de los casos, crecer hasta un 7% del voto válido. Teniendo en cuenta la distribución desigual de la abstención, el PSOE e IU compiten -mucho más que el PP- contra la abstención, ideológicamente sesgada -es costumbre- hacia la izquierda. Sólo en situaciones excepcionales, las campañas electorales logran un efecto de conversión, es decir, que un porcentaje significativo de votantes del partido A se vaya al partido B. En su mayoría, y es el caso de estas importantes elecciones, las campañas se centran en la movilización de un electorado potencial que se encuentra cansado o aburrido y, por otro lado, se dirigen hacia el reforzamiento de los votantes menos firmes (indecisos), proporcionándoles argumentos para apoyar a la formación hacia la que, en principio, perciba o sienta una mayor proximidad (Lazarsfeld/Berelson/Gaudet The people´s choice, CUP, EE.UU., 1944).
Desde esta perspectiva -teniendo en cuenta estas cuestiones previas- las campañas electorales dejan de ser algo intrascendente para convertirse en un momento estratégico decisivo y, aunque su influencia sea pequeña en términos directos y absolutos, la escasa distancia que separa el éxito del fracaso las transforman -agitación y propaganda en estado puro- en una herramienta básica para la acción político-parlamentaria y electoral. En este sentido, resulta importante destacar que los electores susceptibles de modificar su predisposición a votar durante los 3 meses anteriores al día de los comicios suelen ser los menos expuestos al influjo de los medios de comunicación y los menos interesados en la política, es decir, los que se encuentran más alejados de los circuitos en los que los partidos formulan sus propuestas o sus (increíbles) concepciones de la realidad. Por esta razón, tratando de llegar a este tipo particular de elector, es fácil encontrar durante las campañas a los diferentes candidatos acudiendo a programas deportivos, apareciendo en la prensa femenina o en otros lugares estrambóticos o pintorescos. Todo por el clima ya que el objetivo final es influir en lo que se palpa en el ambiente, hasta alcanzar un espectro favorable de política de sensaciones y sensibilidades que diría algún suplemento dominical o algún iluminado asesor de IU en un arranque de empacho terminológico. Los desmovilizados o desinteresados, los que no saben si votarán o no, o por quién lo harán, pueden ser poco accesibles al discurso articulado de los partidos, pero sí son permeables al clima, al ambiente que se crea durante las pre-campañas y las campañas. Es aquí donde entra con fuerza la cuestión del análisis de los pequeños elementos que configuran los epicentros de la campaña: los mítines, discursos, variadas visitas, carteles, vídeos publicitarios, eslóganes, etc. La chatarrería, por tanto, influye. Y lo hace sobre un grupo de votantes que puede decidir, por increíble que parezca, el futuro gobierno.
Todas estas cosas pueden ser más o menos nimias en sí mismas. No se pude creer, en serio, que alguien esté dispuesto a cambiar el signo de su voto por tener una farola decorada con una pancarta frente a la puerta de su casa o una octavilla en su buzón. De hecho, nadie lo cree. Sin embargo, las personas interesadas en este tipo de representaciones simbólicas de la política, los periodistas, los cuadros profesionales, los autodenominados analistas y toda la elegante fauna que vegeta alrededor -especialistas en generalidades y oraciones subordinadas- sí prestan atención -mucha- a todos estos elementos. En principio, la mayoría de estos grupúsculos –creadores de opinión común– no modificará su comportamiento electoral en función de la campaña, salvo situaciones excepcionales. Sin embargo, serán elementos centrales, determinantes, en la construcción social y colectiva del comentado clima -impresiones generales de difícil definición- de la propia campaña. Un factor insignificante en términos de influencia directa, pero esencial en términos de mediación. Estos grupos verán los anuncios publicitarios de las principales fuerzas políticas y se harán -en dos minutos, sin reflexión, a pelo– una composición de lugar sobre el estilo y la capacidad, de los partidos basándose, al menos en parte, en esa pequeña unidad de discurso. Es, por tanto, importante -como se ha mencionado- que estas mínimas unidades discursivas sean coherentes con el contenido general del partido político en cuestión. En IU, como es norma, reina -como veremos a continuación- el desconcierto. Y así, claro está, no hay manera de ganar una guerra (electoral).
El vídeo elaborado por Izquierda Unida para la campaña electoral 2004 responde a una estructura narrativa similar a los del PP y PSOE. Todos se parecen. Juegan en el mismo campo semántico y reproducen una estructura narrativa (formal) similar. En una primera parte, voces distintas al cabeza de lista, definen la realidad y, en una segunda, el principal responsable de la formación apuntala esa representación de lo real, la confirma y plantea sus propuestas programáticas. Tanto el PSOE como el PP se han encargado de que ambas partes estén equilibradas en cuanto al tiempo se refiere. Los dos partidos mayoritarios han adjudicado 1 minuto a las supuestas voces de la gente y otro minuto al representante visible de la formación. Los publicitarios saben -y es sabido por todos menos por aquellos que trabajan en/para IU- que los políticos profesionales aburren al personal y que una secuencia de un candidato hablando más de un minuto en plano fijo a la cámara es excesiva -en esta sociedad de capital espectacular– para cualquier persona sensata. Los medios de transmisión se han construido de esta manera; así es el escenario y con estos arquetipos se tejen los juncos -con permiso de Mao- con los que, visto el contexto hostil, se pueden hacer los cestos. Que este modo de abordar lo real deba cambiarse de raíz es indiscutible, pero mientras la revolución esté a las puertas, éste es el hostil territorio. Conocer el funcionamiento de las herramientas y los mecanismos resulta, a priori, determinante.
Así las cosas, mientras Rajoy y Rodríguez Z. utilizan su minuto para repetir, apuntalando, lo que las gentes representadas en la primera parte exponen, Llamazares rompe (¡valiente!) con este conocido esquema, llenando su intervención de novedosas palabras, palabras y más palabras. Todas esas palabras (vacías) no duran 1 minuto, como en el caso de los contrincantes. El candidato de IU se recrea en 1 minuto y 30 segundos. ¿Por qué Gaspar Llamazares no para de hablar? La respuesta es sencilla: no le queda más remedio. Durante los interminables 30 primeros segundos del vídeo de IU -repetidos al final del anuncio como si no hubiéramos tenido bastante con atragantarnos con la estupidez mediática una vez- decir, decir, lo que se podría definir como contenido ideológico, no se dice nada. Nada. Con este planteamiento comunicativo -propio de los publicistas contratados por IU- el portavoz de la formación está obligado a decirlo todo después, sea esto lo que sea. Conclusión preliminar: un caos.
Pero vayamos por partes. El anuncio de IU dura 2 minutos y 30 segundos, es decir, 30 segundos más que el tiempo utilizado por el PP o el PSOE. Es cosa vista que los osados publicitarios de IU han decidido utilizar 2’30» más allá de cualquier otra consideración relativa a la oportunidad, adecuación o idoneidad narrativa. Y, ¿qué han hecho con ese tiempo? Primero, lo reparten de forma desequilibrada: 1 minuto para la representación de la voz de la gente, y 1’30» para el portavoz de la formación. El primer problema (grave) proviene de la utilización de ese minuto en el que, desde el punto de vista publicitario, se le da la voz y el protagonismo al personal. Ese minuto se divide en dos unidades idénticas de 30 segundos, que han sido colocadas al principio y final del vídeo. ¿Qué ocurre en esos 30 segundos? Los publicitarios de IU han decidido convertir la voz colectiva en un himno de la alegre pandilla. En una representación -un breve musical postconciliar- del sentir de los eventuales votantes de IU. El caso es cantar. Dar la nota.
El arranque del engendro de IU es un video-clip. El nuevo himno de IU protagoniza el mensaje, visualmente construido sobre -increíble pero cierto- 16 cambios de plano en apenas 30 segundos, más de 10 planos distintos y un escenario con protagonistas sublimados en su individualidad (ella y él, modelos tipo moderno) que se integran con alegría en una masa coreográfica de figurantes. Los publicistas de IU creen hacer Noveccento y les sale -sin querer- un clásico de Ozores con un poco de Jarcha; de una manifestación con banderas blancas y el logotipo de IU (difuminado) a Mocedades y a la exaltación -tradición siempre respetable- de la vieja y cristianísima HOAC. Todo blanco, virginal, religioso. La estructura del discurso visual es dinámica y juvenil, cargada de planos atrevidos, oblicuos, vistosos y muy caros (travelings y planos aéreos forzosamente realizados con un helicóptero o con algo que vuele).
Se trata de construir un relato de espaldas al sentido referencial de las cosas. En su clasificación de las ideologías de la publicidad, es lo que Jean-Marie Floch (Semiótica, marketing y comunicación. Bajo los signos, las estrategias. Paidós, 1993) denomina publicidad mítica. Es decir, un estilo publicitario en el cual lo que se pretende vender no son valores (más o menos) objetivos de lo ofertado -en este caso serían las propuestas políticas programáticas- ni los componentes críticos de la oferta (una descripción del estado en el que el PP está dejando el país), si no que se intenta edificar una realidad mítica, basada en la negación de los valores pragmáticos o críticos, una realidad en la que los sujetos se subliman a si mismos. Es decir, se busca una idea de felicidad basada en la construcción visual (travelings) y oral (coplilla) de un mito, todo resumido en la sentencia Vota IU, serás feliz. En el ámbito del consumo, el mejor ejemplo de este tipo de publicidad es el jinete de Marlboro. Ningún partido político -por torpes que parezcan- utiliza esta forma ideológica de planteamiento publicitario para sus anuncios ya que la publicidad mítica se encuentra en una relación de contradicción directa con la publicidad referencial, ya sea con los valores positivos (utilizados por las formaciones en el poder) o con los valores críticos (utilizados por los partidos de la oposición) Esta visto que la ignorancia (técnica e ideológica) de los responsables de comunicación de IU y sus atrevidos publicistas no tiene límite.
La construcción de verosimilitud, objetivo último de toda campaña publicitaria, necesita de postulados coherentes y compatibles entre sí. La convención aceptada dentro del universo de la publicidad de los partidos políticos indica que resulta adecuado, útil, la aparición del candidato explicando el programa de la formación o definiendo la realidad social en la que estamos. Por fuerza, ese tipo de secuencia se apoya (siempre) en la presentación de cuestiones que el electorado real o potencial considera más o menos objetivas (el paro, la precariedad laboral, la situación de la sanidad, la guerra, etc.), ya sean positivas (si se está en el gobierno) o negativas (si se está en la oposición). Algo así como compre este detergente porque mire qué limpio está esto frente a ¡Fíjese qué manchas! Sólo Mr.Proper/don Limpio puede con ellas.
Por tanto, si se sostiene la necesidad de que aparezca el candidato definiendo la realidad y haciendo propuestas, no se puede construir un bloque complementario que se apoye en valores narrativos contradictorios con la forma de relato que, forzosamente, caracterizará la secuencia del portavoz del partido. Aunque los publicistas de IU no lo sepan y los responsables de la comunicación lo ignoren, la publicidad mítica -que busca la construcción de una identidad- y la publicidad referencial -que busca convencer con argumentos- son incompatibles entre sí. Si se mezclan, el discurso pierde verosimilitud. O bien te compras los pantalones vaqueros porque así formarás parte del grupo exclusivo y estupendo que lleva esa ropa y veranea en la Costa Azul o en algún pueblo gaditano o almeriense (poco frecuentado, se entiende), o bien te los compras porque son los que más resisten a la lavadora o los que tienen una mejor relación calidad- precio en el mercado. Transmitir los dos mensajes a la vez y tratar de generar credibilidad en un solo acto comunicativo de 2 minutos y 30 segundos es imposible. No hace falta ser un lince para conocer estos asuntos. Basta con repasar un manual de estilo publicitario. Pero claro, eso supondría leer.
En realidad el problema es sencillo. Desde un punto de vista narrativo-formal este anuncio publicitario es, en resumen, de derechas -como la mayoría de los video-clips– ya que reproduce un mundo inexistente con planos engañosos, trampas narrativas y una puesta en escena más propia de un anuncio de prendas deportivas que busca sublimar la imagen del mundo construida por el imperio del capital -el pensamiento dominante es el pensamiento de la clase dominante, escribía Marx- alejándolo de la realidad. Unos personajes inexistentes -por imposibles- van al encuentro de una falsa manifestación en un páramo que recuerda el terrible paisaje, con olivos, de la película de Wim Wenders, Paris-Texas. Otra conclusión rápida: los responsables directos de tal estropicio visual y los dirigentes políticos que refrendan esta imagen de IU son de derechas. Su pensamiento es reaccionario. El drama, como siempre en estos casos, es que no lo saben.
Dicho esto, consideremos ahora lo que dice el portavoz de IU en su singular minuto y medio de intervención. La alocución del candidato puede dividirse entre tres grandes campos semánticos. Un primer bloque, de 1 minuto de duración, en el que el portavoz de IU construye la realidad, arrancando con Frente al periodo negro de la derecha… concluyendo con la necesidad de transformar la realidad. Un segundo bloque, de 10 segundos de duración (sí, han leído bien sólo 10 segundos), en el que Llamazares (mal iluminado) explica sus propuestas: empleo con derechos, bienestar, una España plural y otra política exterior de diálogo y paz. Por último, un tercer bloque de 20 segundos en el que se pide el voto. Fin de la intervención de Llamazares y vuelta otra vez con el video- clip, recordemos, apoyado únicamente en valores míticos alejados de la realidad social ¿Qué propone IU en su programa electoral? Apenas tenemos tiempo para saberlo: sólo 10 segundos han sido utilizados (de dos minutos, treinta segundos) para enumerar, al galope, cuatro (4) cuestiones genéricas. En el vídeo electoral del PP se enumeran once (11) cuestiones genéricas y en el del PSOE, doce (12). En el de IU sólo cuatro (4) y todas ellas en boca exclusiva del candidato Llamazares.
La publicidad de IU no se centra en la presentación de su programa, que casi está escondido; se basa -más bien- en su capacidad para resultar verosímil en la descripción de la realidad social española, más allá de lo que, en caso de ganar las elecciones, quisiera hacer con ella. Teniendo en cuenta que uno de los puntos más débiles de la identidad de IU entre sus potenciales votantes es su falta de credibilidad como partido preparado para gobernar, con ideas claras y capacidad para ejecutarlas, la elaboración de un spot publicitario que no presta la más mínima atención a las propuestas programáticas no puede ser considerado otra cosa que un gran desatino, propio de gentes -cuando menos- con escasa capacidad para la gestión de los recursos económicos de la Organización. Vamos, tirar el dinero -o dárselo a algún amigo- que se dice.
Al resto del tiempo hay que restar los 20 segundos dedicados a pedir el voto, una convención que los publicistas de IU han querido respetar. Queda, por tanto, un minuto, que se ha consagrado ha describir el catastrófico escenario que ha dejado el gobierno de la derecha. Cierto: el escenario es catastrófico. Ahora bien, en el discurso oral, Llamazares presenta a IU una y otra vez como principal partido representante de los movimientos de contestación social articulados en los últimos dos años frente a la Guerra en Iraq y la gestión de la catástrofe del Prestige. IU se dice a sí misma orgullosa de haber representado ese universo plural en las instituciones y otros foros. Eso esta bien, aunque esta atribución, a modo de brindis al sol, tenga un pequeño problema.
La construcción ideológica y discursiva de lo que ha ocurrido en las calles españolas en los últimos dos años está muy lejos de ser unívoca o mayoritaria. Es más, un amplio número de personas participantes en las movilizaciones contra el desastre social y ecológico del Prestige o frente a la Guerra de Iraq está muy lejos de sentirse representada por IU y, en consecuencia, lejos de darle a IU su apoyo electoral. En realidad, la inmensa mayoría de la sociedad española ha interpretado esas manifestaciones como una cuestión transversal. Algo así como lo ocurrido con la masiva respuesta frente al secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco. Esta inmensa mayoría, incluidos los votantes de IU, entiende que las protestas colectivas contra la Guerra y la crisis desencadenada tras el hundimiento del Prestige no fueron lideradas por ningún partido y, por tanto, ninguno de ellos puede presentarse como único/principal representante de las mismas sin generar un cierto rechazo, sin que se produzca un cierto olor a manipulación de los hechos vividos comparable a lo que trató de hacer el PP cuando -cuatro meses después del asesinato de Miguel Ángel Blanco- organizó aquel memorable espectáculo musical en el Plaza de las Ventas, infantas incluidas. En realidad, los publicistas de IU y los responsables políticos de tamaño despropósito no saben lo que hacen, ni lo que dicen, ni el mensaje que desean transmitir. En dos palabras, no saben. Y así nos luce el pelo.
El análisis podría proseguir con cuestiones menores aunque no menos significativas. Basta enumerar el vestuario de los modelos, el arranque con un plano sobre unas zapatillas deportivas, la incoherencia de mostrar un cruce de caminos desértico, la mirada de la protagonista femenina, la burda imitación de planos de anuncios conocidos, el pelo al viento del joven, el logotipo de IU difuminado en las banderas, la ausencia -inimaginable en una formación que se reclama parte de la izquierda- del color rojo, la colorista metáfora de Llamazares, repetida dos veces, millones de ciudadanos han pintado (¿monas?) el escenario político con los colores de la solidaridad, de la paz y de la defensa del medioambiente para terminar con podemos y debemos transformar los colores de la contestación en una alternativa de gobierno o el magnífico fin de fiesta Palabra -de dios-. Para qué ahondar. Da pena.
La propaganda electoral, hemos repetido, busca generar confianza y para eso necesita producir lo que se denomina verosimilitud. El vídeo de IU no genera credibilidad por su (im)propia estructura narrativa, ya que no explica su programa político y le dice a la gente, a los receptores y potenciales votantes, cosas que la inmensa mayoría no está dispuesta a creer. El vídeo está mal planteado y mal realizado. La imagen proyectada por IU es un inmenso error. Un dislate -uno más de la cadena- que parece, a tenor de los medios materiales empleados, que no ha resultado barato.
Dice la ecuménica habanera: Izquierda Unida somos tú y yo. Y como sigas así te vas a quedar tú sólo, compañero del alma, camarada. Sólo o formando un club de fans con una página web, por decir algo.