Hizbulá perdió las elecciones en Líbano. La coalición pro-occidental ganó las elecciones en Líbano. El tsunami de Hizbulá se quedó en borrasca. Giro hacia occidente. Estos y otros titulares parecidos se han podido leer estos días en todo tipo de prensa, incluyendo la supuestamente analítica y alternativa. Algún medio, más audaz y también algo más […]
Hizbulá perdió las elecciones en Líbano. La coalición pro-occidental ganó las elecciones en Líbano. El tsunami de Hizbulá se quedó en borrasca. Giro hacia occidente. Estos y otros titulares parecidos se han podido leer estos días en todo tipo de prensa, incluyendo la supuestamente analítica y alternativa. Algún medio, más audaz y también algo más enterado, tituló diciendo que Hizbulá eligió perder y algún otro hizo lo que había que hacer: traducir lo que dicen los árabes y la visión es otra. Al mismo tiempo, un suspiro de alivio se ha oído desde Washington hasta El Cairo porque la coalición pro-occidental se hizo con la mayoría de escaños. Pero ¿de verdad perdió Hizbulá? O, para ser más exactos, ¿de verdad ganó la coalición pro-occidental? Si hay que atenerse a la representación parlamentaria, 71 (3 de ellos concurrían como «independientes», pero terminaron sumándose a los pro-occidentales) frente a 57, así parece.
Dice un aserto periodístico que el buen periodista es aquel que escribe (o habla) de todo y no sabe de nada. Y esto se puede aplicar en su sentido literal a Líbano y a las recientes elecciones. Líbano tiene una «democracia de consenso», es decir, un sistema político producto del colonialismo -la Constitución data de 1926, bajo dominio francés- y basado en la religión que establece -según un pacto no escrito alcanzado en 1943- que el presidente del país y el jefe del Ejército han de ser cristianos maronitas, el vicepresidente un cristiano ortodoxo, el primer ministro un musulmán suní, el presidente del parlamento un musulmán shií y así ha de seguir la representación para el resto de confesiones religiosas (hay 18) en todos los niveles de la administración pública. Aparentemente, tal fórmula pretende mantener el equilibrio entre las diferentes religiones existentes en Líbano. En la práctica, lo que se defiende de esta forma es el mantenimiento del control del país por Occidente bajo la siempre pendiente espada de Damocles del «derecho de injerencia» con la excusa de la «protección de las minorías».
El Parlamento libanés tiene 128 escaños con un reparto, aparentemente, igual para cristianos y musulmanes (64 para cada uno) -según se especifica en el Acuerdo de Taef que puso fin a la guerra civil en 1989- y la edad para ejercer el sufragio es de 21 años (la coalición pro-occidental se negó a rebajarla sabiendo que la demografía shií juega en su contra). Aquí termina la apariencia igualitaria porque la distribución es como sigue: 34 escaños para los cristianos maronitas, 15 para los cristianos ortodoxos, 10 para los cristianos católicos, 1 para los cristianos protestantes, 4 para los armenios ortodoxos, 27 para los musulmanes suníes, 27 para los musulmanes shiíes, 8 para los drusos y 2 para los musulmanes alauitas.
Volviendo a las apariencias, pareciese, valga la redundancia, que hay una representación igualitaria para todas las creencias religiosas. Pero no es así, ni mucho menos. Los maronitas con derecho a voto son menos de 700.000, los ortodoxos no llegan a los 250.000 y los católicos son 162.000, por mencionar sólo los mayores números según el censo utilizado para votar en las elecciones del pasado 7 de junio. En total, el número de cristianos sube algo más del millón de votantes. Por el contrario, los musulmanes suníes con derecho a voto son 842.000, los shiíes 874.000 y los drusos 187.000. Es decir, superan los dos millones. Luego la paridad de escaños entre unos y otros no se corresponde con la realidad demográfica del país.
En este contexto hay que entender el juego de alianzas políticas existente en Líbano. La coalición «14 de Marzo» agrupa organizaciones cristianas, a suníes y a drusos mientras que el «Bloque del Cambio», también llamado «8 de Marzo» engloba a shíies, cristianos, armenios y fuerzas aconfesionales de izquierda. En estas elecciones han sido los cristianos (después del llamamiento expreso del patriarca maronita para que se votase a los pro-occidentales) quienes han decidido el ganador en número de escaños, no en votos. El «Bloque del Cambio» logró 839.371 votos (el 50’4%) por 692.285 los pro-occidentales del «14 de Marzo» (46%). Otras candidaturas no encuadradas en unos u otros, como la del PCL, lograron el 3’6% de los votos. Por completar los datos, el Bloque del Cambio-«8 de Marzo» subió un 9% respecto a las anteriores elecciones, porcentaje que perdió la coalición pro-occidental (1).
De ahí que las primeras declaraciones de los supuestos ganadores hayan sido de concordia y moderadas pese a las presiones que se están haciendo sobre ellos desde EEUU, la UE, Arabia Saudí y Egipto para que como primera medida del nuevo gobierno se ponga, otra vez, encima de la mesa el desarme de Hizbulá, que ya ha advertido -pese a felicitar al «14 de Marzo»- que una cosa es tener más escaños y otra tener más votos (2) y que va a mantener su estructura armada mientras continúe la ocupación del territorio libanés por parte de Israel (la aldea de Ghajar, la colina de Kfar Shuba y las granjas de la Shebaa), así como las amenazas del régimen sionista como las puestas al descubierto con el desmantelamiento de una parte de la trama de espías israelíes en el sur del país y en el valle de la Bekaa.
Se está, por lo tanto, en una situación muy similar a la de las anteriores elecciones, en 2004, en las que la coalición pro-occidental tenía 70 escaños y el Bloque del Cambio 58. Es decir, se ha mantenido el status quo. Pero con una diferencia: ahora Líbano se rige por el Acuerdo de Doha, firmado el 16 de mayo de 2008 tras la toma de Beirut por los combatientes de Hizbulá y sus aliados políticos (3). En dicho acuerdo se acogen tres puntos esenciales: la elección de un presidente de consenso (fue así como se eligió a Michel Suleiman, aunque en estas elecciones se posicionó de forma indirecta por por pro-occidentales), la formación de un gobierno de unidad nacional en la que la oposición (liderada por Hizbulá) tiene derecho de veto y la realización de elecciones según la ley de 1960, que permite dividir el país en 28 distritos con un criterio religioso y con una sola excepción: Beirut, donde en un distrito -la segunda circunscripción, de siete en que está dividida la capital- se podrían presentar listas conjuntas. Por lo tanto, y dada la composición religiosa del país, para cualquier observador mínimamente avezado era evidente que se podían conocer, más o menos, los resultados de 100 de esos 128 escaños. Por poner un ejemplo, en Beirut sólo se pueden elegir dos diputados por los shíies. Ese era el «pequeño margen» que manejaban las encuestas y que supuestamente daban una ligera mayoría al Bloque del Cambio.
Lo que no mencionaban las encuestas era un factor que, a la postre, ha sido el decisivo: el retorno sufragado -así lo reconocieron expresamente los votantes del distrito beirutí de Zahle y la prensa libanesa cuantificó en 12.000 los votos de los retornados en este distrito (4)- de 120.000 ciudadanos libaneses residentes en el extranjero (Europa, EEUU y Australia, preferentemente) y que han vuelto para votar. De ellos, unos 90.000 lo han hecho por la coalición pro-occidental. Eso ha sido lo que ha decantado el resultado hacia una mayoría de escaños, que no de votos, para el «14 de Marzo», especialmente en Beirut, y eso es lo que ha hecho que la participación en estas elecciones haya sido un 7% superior a la de 2004. Y en los resultados ha jugado un papel, en absoluto desdeñable, la descarada injerencia exterior, desde los EEUU (el vicepresidente Joe Biden condicionó la ayuda estadounidense al triunfo del «14 de Marzo»), a Arabia Saudita (que ha invertido millones de dólares para comprar votos en el norte del país y lo ha intentado, también, en el sur, zona tradicional de Hizbulá), Egipto (con el episodio de la supuesta célula de Hizbulá que tenía previsto «desestabilizar» el país y atacar a ciudadanos israelíes en Egipto) e, incluso, Israel (que realizó unas importantes y masivas maniobras militares sólo cinco días antes de las elecciones libanesas y, con su chulería habitual, anunció que consideraría a Líbano «un país terrorista» si ganaba el Bloque del Cambio).
Hizbulá no hizo de la cuestión electoral ni de la ley de 1960 un caballo de batalla en Doha. Si hubiese querido cambiar la correlación de fuerzas electoral lo habría hecho sin problemas y no fue así. Por lo tanto, todas las versiones sobre que «ha preferido perder» no se corresponden con la realidad simplemente porque nunca pretendió «ganar» las elecciones aunque, como es obvio, las planteó para consolidar y aumentar sus posiciones. En ese sentido, objetivo logrado puesto que4 su hegemonía entre los shíes es incuestionable. Hizbulá es paciente y no quiere ir demasiado lejos en una batalla que puede conducir al colapso de la estabilidad en Líbano. De hecho, al igual que cedió casi todos los ministros a sus aliados tras su demostración de fuerza en mayo de 2008, cuando tomó Beirut en cuatro días, habría hecho lo mismo en el caso de que el «8 de Marzo» hubiese tenido mayoría de escaños.
Quien sí hizo campaña por el rechazo a la ley de 1960 fue el Partido Comunista Libanés. Es parte de su esencia puesto que desde su creación, en 1924, uno de sus objetivos es «combatir el sistema confesional» (…) «porque obstaculiza el desarrollo económico, social y humano» e, incluso, «lacera conceptos patrióticos fundamentales como la resistencia». El PCL fue la organización que en 1982 impulsó la creación del Frente Libanés de Resistencia Patriótica frente a los ocupantes israelíes y fue el pionero en la lucha armada contra los sionistas y sus agentes. Después se le sumaron otras organizaciones hasta llegar a la situación que hoy conocemos y es que Hizbulá se ha convertido en la fuerza hegemónica de la resistencia libanesa. Su relación con Hizbulá es excelente -aunque en estas elecciones se han distanciado-, tanto que en la guerra contra Israel del verano de 2006 un destacamento de élite de milicianos comunistas combatió junto a las fuerzas de Hizbulá, muriendo 12 de ellos.
El PCL siempre ha trabajado por una sociedad civil no religiosa y un sistema proporcional con la finalidad de eliminar el confesionalismo. Además, para estas elecciones propugnaba la eliminación de nuevos impuestos y la derogación de las medidas antisociales (privatizadoras) adoptadas en la Conferencia de París III (5). Pero el PCL cometió un error táctico grave: al no conseguir que el «Bloque del Cambio» se presentase con un programa común en estos aspectos económicos decidió presentarse sólo en cinco distritos. Y lo ha pagado caro.
El próximo gobierno libanés se formará a partir del 20 de junio y será entonces el momento de ver si opta por mantener el Acuerdo de Doha o no. En caso de que no sea así, y tanto el actual primer ministro, Fouad Siniora -tras un viaje relámpago a Egipto (6)- como la extrema derecha que representan las Fuerzas Libanesas considera que el «14 de Marzo» tiene que romper con él (lo que significa volver al debate sobre las armas de la Resistencia Islámica, es decir, de Hizbulá), se volverá a la situación frágil que caracteriza a Líbano. Y si se mantiene la línea económica seguida por Siniora al frente del gobierno, de corte abiertamente neoliberal y fondomoneratista, partidaria de la privatización de sector público y de los servicios básicos, la respuesta sindical se hará visible de nuevo. De hecho, los capitalistas libaneses están eufóricos: la semana posterior a las elecciones, del 8 al 14 de junio, la bolsa de valores subió un 10’9% (7). Aquí hay que hablar ya en términos de clase puesto que los grandes grupos burgueses, tanto del «14 de Marzo» como del «8 de Marzo», tienen unos planteamientos parecidos en política económica.
Y aún hay un aspecto a mencionar y que tiene que ver con la geopolítica en la zona y con el acercamiento de EEUU y Arabia Saudita con Siria. El diario libanés As Safir afirmaba el pasado 12 de junio (8) que tanto saudíes como sirios se han comprometido a impulsar el gobierno de unidad nacional tal como se recoge en el Acuerdo de Doha (pese a que Arabia Saudita no participó en su elaboración y no firmó el documento) en un reparto evidente de la influencia: los saudíes quieren reforzar la economía bajo premisas neoliberales mientras que los sirios quieren tener influencia en cuestiones de seguridad. Y como para reforzar este argumento, Saad Hariri, el multimillonario dirigente del Movimento al Futuro y posible nuevo primer ministro, estuvo los días 15 al 17 de junio en Riad, la capital saudí.
Además, tras las elecciones se han producido dos hechos al menos curiosos que pueden explicar por dónde va a transitar el nuevo gobierno: el ex presidente estadounidense James Carter se ha reunido con el ayatolá shií Mohammad Hussein Fadlallah, un hombre al que la CIA intentó asesinar al menos en una ocasión, y Javier Solana, el responsable de política exterior de la UE, ha hecho lo propio con responsables del Bloque de la Lealtad a la Resistencia, próximo a Hizbulá, y con el diputado de este movimiento político-militar Hussein Hajj Hassan. Un «gesto de buena voluntad» de Europa hacia Hizbulá, como ha dicho la propia organización y que puede indicar que algo se está moviendo en el escenario geopolítico.
Notas:
(1) Al Akhbar, 10 de junio de 2009.
(2) Al Manar, 8 de junio de 2009.
(3) Alberto Cruz, «Condolezza Rice tenía razón: nace un nuevo Oriente Medio» http://www.nodo50.org/ceprid/
(4) Citado por Habib C. Malik, un profesor de la Universidad Americana de Líbano en www.bitterlemons-
(5) Alberto Cruz, «Líbano, una guerra fría cada vez más caliente» http://www.nodo50.org/ceprid/
(6) AFP, 14 de junio de 2009.
(7) The Daily Star, 15 de junio de 2009.
(8) As Safir, 12 de junio de 2009
Alberto Cruz es periodista y politólogo.