Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Tras el violento desalojo de la sentada de Rabaa al-Adwiya en 2013, diez presos siguen aún languideciendo en la cárcel por cargos sin fundamento alguno.
Una mujer egipcia abraza a un joven liberado de la prisión de Tora, El Cairo, 18 de noviembre de 2016 (AFP)
Diaa Ahmed, de 33 años, lleva preso más de 1.200 días en una de las cárceles egipcias. Se enfrenta a una posible sentencia de muerte, y todo ello, según relata, por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Su calvario comenzó cuando le arrestaron el 14 de agosto de 2013 cerca de la plaza de Rabaa al-Adawiya, donde cientos de manifestantes murieron asesinados cuando las fuerzas de seguridad se dedicaron a masacrar a quienes apoyaban al depuesto presidente Mohamed Morsi.
«He perdido la esperanza. Me siento atrapado en un agujero negro, mi vida se ha detenido y no sé cómo voy a salir de aquí», decía Ahmed desde la prisión.
Middle East Eye entrevistó a Ahmed y a otros dos presos a través de sus familias, que les visitan una vez a la semana.
Aquel día, más de mil manifestantes murieron mientras las fuerzas de seguridad despejaban la plaza de Rabaa de los opositores que apoyaban al depuesto presidente Mohamed Morsi, el primer presidente civil electo de Egipto, que era un destacado miembro de la Hermandad Musulmana.
El baño de sangre que se produjo esa jornada se describió como la » peor matanza de manifestantes de la historia moderna en un único día». Cientos de manifestantes fueron detenidos y otros transeúntes inocentes que pasaban por allí fueron también arrestados durante la represión; desde entonces siguen encerrados en la cárcel.
Ahmed y nueve detenidos más hacen hincapié en que no «tienen relación alguna» con Morsi ni con la Hermandad Musulmana.
«No soy en absoluto islámico, incluso rechazo a la Hermandad», dijo Ahmed.
Ahmed, que solía promocionar libros y escribir reseñas bibliográficas antes de su arresto, dijo que ese día había estado visitando una agencia de viajes de la zona preparando un documento para empezar una nueva vida en Australia.
Ciudadanos egipcios intentan escapar de los gases lacrimógenos lanzados por la policía en una calle cercana a la protesta que se llevaba a cabo en Rabaa al-Adawiya, El Cairo, 14 agosto 2013 (AFP)
A las siete de la mañana, Ahmed vio una nube de humo y escuchó ruido de disparos. Temió quedarse atrapado en el tiroteo si intentaba escapar de la zona. Por ello, buscó un lugar donde esconderse dentro del edificio de la autoridad encargada del tráfico, situado junto a la plaza de Rabaa al-Adawiya.
«Me quedé atrapado entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes. Temí que si me ponía a correr para escapar de las fuerzas de seguridad, iban a pensar que era un manifestante en huida», dijo.
Pero, finalmente, las fuerzas de seguridad registraron el edificio y encontraron a Ahmed escondido en una de las habitaciones, y allí le arrestaron.
Ahora será procesado junto a otros 738 acusados en un caso conocido como «el desalojo de la sentada de Rabaa». Los cargos contra ellos incluyen asesinato, intento de asesinato, disturbios, posesión de armas y vandalismo de la propiedad pública.
El juicio empezó en diciembre de 2015, dos años después de su arresto, pero fue aplazado hasta febrero de 2017 para ampliar el banquillo y poder procesar a un mayor número de acusados, todos los cuales están obligados a asistir a su juicio, de acuerdo con las leyes egipcias.
El líder espiritual egipcio de la Hermandad Musulmana, Mohamed Badie, y otros acusados tras los barrotes durante un juicio celebrado en El Cairo el 22 de agosto de 2015 (AFP)
Entre los acusados en el mismo juicio figuran altos dirigentes de la Hermandad Musulmana, entre ellos Mohamed Badie, el líder espiritual de la ahora prohibida organización, y el galardonado fotoperiodista Mahmud Abu Zeid, conocido como Shawkan.
Ahmed fue encarcelado inicialmente en la prisión de Abu Zaabal, donde apenas se tenía acceso a agua potable y alimento. Su familia no supo nada sobre su paradero a lo largo de un mes. Después fue trasladado a la prisión de Torrah, al sur de El Cairo, donde sigue actualmente.
«Mi familia lo intentó todo para demostrar que no estoy relacionado con la Hermandad Musulmana, pero todos sus esfuerzos fueron en vano», dijo.
Su familia pidió a los amigos y vecinos de Ahmed que atestiguaran sobre sus opiniones y afiliaciones políticas y pidieron que la Agencia Nacional de Seguridad investigara sus antecedentes.
«Al principio, estaba seguro que era sólo cuestión de tiempo que me liberaran, pero después empecé a perder todas las esperanzas», dijo.
«Cuando el tiempo de las visitas se termina, siento como si el alma abandonara mi cuerpo», decía Nafisa Abdel Shay, de 60 años, madre de Ahmed, sentada sobre la cama de Ahmed.
La familia visita a Ahmed en la prisión todos los jueves y le lleva su comida favorita, kofta
(carne picada condimentada con hierbas típicas de Oriente Medio), e hígado.
«Juro que no ha hecho nada malo, apenas reza, ¿cómo pueden decir que es miembro de la Hermandad Musulmana?», dice su madre, que tiene otros cinco hijos.
«Estamos pagando el precio de ser pobres y no tener nadie que nos apoye. Aquí está perdiendo su vida», añadió.
Nafisa Abdel Shafy sostiene una foto de su hijo, Diaa Ahmed, en su casa, situada al oeste de El Cairo (MEE/Mohamed Mahmoud)
El padre de Ahmed, el contable Ahmed Abdel Rahman, dice que se quedó paralizado.
«Es muy doloroso sentir que no puedes ayudar a tu hijo, tener que quedarte ahí sin poder hacer nada para salvarle», dijo, mientras se secaba las lágrimas.
«Todo lo que necesito antes de morir es ver a Diaa en esta casa al menos una noche», añadió su madre.
Carta conjunta
En abril de 2016, los diez presos escribieron una carta conjunta solicitando al tribunal su liberación, en la que explicaban que agentes de la seguridad nacional les habían dicho repetidamente que las investigaciones demostraban que no tenían vínculos con ningún «grupo» ni «creencias extremistas».
«Ya es suficiente con 970 días de muerte lenta», escribían los presos en la carta. «Estamos enterrados en vida y pagando el precio de una guerra por la que no hemos apostado». Sin embargo, su detención se amplió de nuevo en junio de 2016.
Escribieron otra nueva carta al tribunal, advirtiendo que estaban pensando en suicidarse.
«Creo que es lógico que pensemos en poner fin a nuestra vida. En realidad, esto no es vida», declaró el programador informático Mohamed Abdo, justificando la carta que escribió con los otros presos.
Abdo, de 26 años, comparte una estrecha celda, de tres metros de ancho por cuatro de largo, con otros doce prisioneros.
Terminó el servicio militar obligatorio en febrero de 2013 y volvía a casa del trabajo cuando los indignados manifestantes cortaron la calle Mostafa al-Nahas, cerca de la sentada de Rabaa, y pararon su autobús a las ocho y media de la mañana. Contó que se vio atrapado en medio de la violencia y que las fuerzas del ejército detuvieron aleatoriamente a todos los que se encontraban en la zona.
«Sólo llevaba seis meses trabajando y de repente mi vida se oscureció», dijo.
Abdo, que disfruta mucho con su trabajo, añadió: «Sólo sueño con tocar un teclado, aunque sea sin pantalla».
Ahmed Abdel-Latif, abogado de la Red Árabe de Información sobre los Derechos Humanos ( ANHRI , por sus siglas en inglés) que representa a los acusados, dijo que los «cargos carecen de base, no hay ni una sola prueba en contra de ninguno de ellos».
«Aunque les absuelvan, ¿quién va a pagar por los tres años y medio que han pasado en la cárcel?», dijo. «Nadie».
Un funcionario de la judicatura, que pidió permanecer en el anonimato porque no le está permitido hablar con los medios, dijo a MEE que no podía hacer comentarios sobre un caso que está siendo revisado por el tribunal.
Acusaciones infundadas
Desde que el ejército derrocó a Morsi el 3 de julio de 2013, más de 40.000 personas han sido detenidas y cientos de sus seguidores han sido sentenciados a muerte en rápidos juicios masivos, actuaciones calificadas por Naciones Unidas como » sin precedentes » en la historia reciente.
La víspera del 13 de agosto de 2013, el vendedor Ahmed Ali, de 35 años, fue al cine con su novia Sara en City Stars, un centro comercial que estaba a unos cinco kilómetros del escenario de protesta en apoyo de Morsi en la plaza Rabaa.
Como acabaron tarde y al día siguiente tenía que viajar temprano, a las siete de la mañana, para visitar a su familia en al-Arish, Ali decidió esperar en un café cerca del centro comercial Teba, a pocos metros de la plaza Rabaa, y tomar un refresco hasta que llegara la hora de coger el microbús hacia al-Arish.
A las seis, cuando se inició el sonido de los disparos, echó a correr pero un policía le detuvo en una calle cercana a Teba y le exigió que le enseñara su documento de identidad.
Cuando el policía averiguó que era originario del norte del Sinaí, donde muchos beduinos están siendo acusados de apoyar a la Hermandad Musulmana y a grupos que combaten al gobierno , procedió rápidamente a detenerle.
«Sólo tardaron un segundo pero ya llevó aquí 1.265 días», dijo, añadiendo que ahora cuenta el tiempo que pasa en la prisión en días, no en meses.
Ahmed Ali, 35 años, descansa en una playa en su ciudad de al-Arish pocos meses antes de su arresto (Foto cortesía de su familia)
Ali, que era un vendedor muy optimista de una empresa textil, comparte ahora la misma celda con Ahmed.
«Me sentí olvidado y oprimido. Todo lo que nos rodea hace que pensemos que la humanidad y la ley no tienen sentido. La vida se ha detenido desde que me arrestaron.»
Ali relató que cinco de sus hermanas se han casado mientras permanecía en prisión y que ha perdido la oportunidad de estar junto a ellas en uno de los días más importantes de sus vidas.
«Todo lo que quiero es respirar aire limpio y tener libertad para abrir la puerta cuando quiera.»
Sin embargo, el amor y el apoyo de su novia le dan fuerzas y paciencia.
Aunque su fiesta de compromiso se celebró sólo cuatro días antes de su detención, su novia, Sara Zaki, de 30 años, le prometió que permanecería a su lado.
Sara Zaki, con una pequeña foto de su novio, Ahmed, en prisión desde hace más de 1.200 días (MEE/Mohamed Mahmoud)
Sara, que es veterinaria, estuvo visitando cada semana a su futuro marido durante un año hasta que las autoridades le informaron que no podía seguir visitándole porque todavía no formaba parte oficialmente de la familia.
«Estaré a su lado en cualquier circunstancia. Ahmed es toda mi vida y no estoy dispuesta a perderle», dijo Zaki. «Mucha gente me dijo que no malgastara mi tiempo con un hombre con un futuro incierto, pero estoy decidida a permanecer al lado del único hombre que he amado.»
Su apoyo le da a Ali alguna esperanza en el futuro.
«Lo primero que voy a hacer cuando consiga que me liberen es ver al mismo tiempo a mi madre y a mi prometida y, después, casarme», dijo.
«Elijo la esperanza frente a la desesperación, siempre hay esperanza», concluyó.
Mohamed Mahmoud es un periodista freelance que trabaja en Egipto. Utiliza un seudónimo por razones de seguridad.
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.