Muñoz Molina lo tiene todo atado y bien atado. Es un escritor que circula por la vía central de nuestro modelo de transición, un «intelectual», plenamente asimilable por los grandes medios, a ambas orillas del centro editorial (teniendo en cuenta que en España el centro ideológico está a la derecha). Extremadamente crítico con el nazismo, […]
Muñoz Molina lo tiene todo atado y bien atado. Es un escritor que circula por la vía central de nuestro modelo de transición, un «intelectual», plenamente asimilable por los grandes medios, a ambas orillas del centro editorial (teniendo en cuenta que en España el centro ideológico está a la derecha). Extremadamente crítico con el nazismo, acrítico en las entrevistas con la dictadura franquista, ha sabido construir una gran carrera profesional, quizá de mucho más alcance que la literaria.
Buena parte de su éxito se lo debe a la transición y al imperio de la impunidad como lo políticamente correcto, establecido por los herederos democratizados del régimen. Molina ha sido un escritor 100% asimilado, digerible. Tanta amabilidad con lo establecido le ha dado sus frutos. Joven académico de la lengua, predicador de amplias resonancias en grandes medios, Premio Planeta, descubridor de las lindas américas,…
Ante la disyuntiva de elegir entre defender a las víctimas del franquismo o a los herederos democratizados del régimen, lo ha tenido claro: el poder es el que premia, otorga, nombra, abre puertas, ofrece un destino en lo universal.
Y a veces se pone en evidencia. Le está ocurriendo con su defensa de la transición y su justificación de que fue suficiente para las víctimas de la dictadura. Sería como decir que dejar sin resolver el asesinato de 113.000 civiles es algo memorable. Por eso se empeña en que la sociedad deje de preocuparse y ocuparse de su propio pasado. Así de clarito lo ha dicho en la entrevista que ha aparecido publicada ayer en el diario italiano El corriere de la sera. Y se ha quedado agusto:
«Parece que aquí no se hace otra cosa que hablar de Guerra Civil y de toros, claro. Y así no se afrontan los problemas reales de un país que tiene un 20 por ciento de paro y un 30 por ciento de fracaso escolar».
Uno se cansa de leer frases como esa en los foros de los periódicos cada vez que una noticia sobre los crímenes del franquismo se publica en un medio. Militantes de la derecha acostumbran a pegarla una y otra vez, en diferentes versiones, tratando de obligarnos a hablar de lo que le interesa al PP o a no hablar de lo que no le interesa al PP. Pero dicha por un académico tiene mucho más peso, aunque parezca un joven militante antiPSOE que cumple sus compromisos de militancia intoxiacando foros.
Pero lo que llama clamorosamente la atención es la expresión «problemas reales». Será que los desaparecidos como yo somos imaginarios. Tenemos hijos, nietos, viudas, hermanos, estamos en cunetas reales y hay gente que nos busca, pero no somos un problema real, somos un empeño de nuestras rencorosas familias que se han imaginado unos crímenes para enturbiar el presente, para no hablar de lo importante.
Pero como Muñoz Molina tiene el verbo fluido ha continuado:
Según el escritor, «no se puede hablar de Guerra Civil» como si los españoles «estuviésemos divididos como entonces», ya que ha transcurrido «demasiado tiempo» y ello no corresponde, afirma, «ni a los políticos, ni a los jueces, sino a los historiadores».
El debate en la sociedad española tiene que ver con la dictadura franquista pero Molina prefiere llevarlo el marco de la guerra civil, porque mirar hacia ella le es más cómodo para su versión de los hechos y la explicación de su propio éxito. En sus últimas entrevistas no nombra la dictadura, ni la critica.
Es más. Miremos a su pasado y atendamos a su artículo publicado en el suplemento Babelia del diario El País el 4 de enero de 2010 titulado: El hombre del siglo. Dejemos que las palabras hablen de quien las ordena. En él habla de Arthur Koestler, dice que «En Sevilla consiguió una entrevista con el general Queipo de Llano». Y luego en una visita de Koestler a Madrid durante la guerra civil dice Molina así: «Recorría la ciudad bullanguera y sanguinaria»… Curioso no; Queipo de Llano, uno de los peores criminales de nuestra historia, responsable de numerosas matanzas de miliacianos y civiles, incitador radiofónico de crímenes y violaciones de mujeres es simplemente Queipo de Llano. Y la ciudad que resiste los ataques del fascismo es sanguinaria. Toda una autodefinición del escritor.
Llama la atención su capacidad de pontificar y de explicar quién puede hablar del pasado y quién no. Ni los jueces, ni los políticos; sólo los historiadores. Claro, los historiadores (respeto inmensamente a algunos y a algunas) no pueden acusar a los franquistas por sus graves delitos contra el derecho humanitario; no pueden investigar sus terribles crímenes, no pueden asustar a los descendientes que todavía disfrutan del botín de guerra, de los enormes privilegios y de su extensa corte.
Mejor cerremos los juzgados, que los crímenes ya los investigarán los historiadores. ¿Diría eso mismo Molina en Argentina, Alemania, en Israel, en una visita con supervivientes a un campo de concentración nazi o a un grupo de víctimas del terrorismo?
En otros países se llama colaboracionismo; aquí se conoce como sentido de Estado. Inmenso agradecimiento muestra el académico de la lengua por quienes construyeron una democracia tan sembrada de sus libros como de cunetas repletas de civiles asesinados por el fascismo patrio, al que es mejor que sólo se enfrenten los historiadores. Una forma de decir que las víctimas del franquismo tienen derecho a la verdad pero no a la justicia ni a la reparación, porque esas las otorgan los jueces y los políticos.
Pero lo que más muestra su agradecimiento intelectual es que mientras dice que el pasado deben tratarlo los historiadores, que está cansadode que sólo se hable de la guerra civil, tiene en la mano su última novela; ¿y de qué trata?….de la guerra civil. De esa forma se autonombra académico de la doble moral de pleno derecho. Acusa de guerracivilismo a quienes se ocupan y preocupan del pasado pero él, que está por encima del bien y del mal, puede hacerlo aunque no sea historiador. Acusar de lo que uno practica es la base del comportamiento de los inquisidores.
Todo eso me hace pensar en los libros que han debido quedar dormidos en los márgenes, en las cunetas de la historia reciente, rechazados por su «incorrección», escondidos para ocultar lo innombrable, lo terrible, lo que no es hablar del paro (como si las sociedades sólo pudieran ocuparse de una o dos cuestiones). ¡Qué suerte ha tenido Molina de ser escritor en una democracia a su medida! (¿o es él un escritor a la medida de este modelo de democracia?).
Blog del autor: http://diariodeundesaparecido.wordpress.com/2010/08/03/antonio-munoz-molina-hacia-el-ala-moderada-del-posfranquismo/
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