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La historia de una expulsión universitaria durante el franquismo. Entrevista con Pep Mercader Anglada.

«Aparte de los bien formados políticamente y los miembros de grupos clandestinos, a los demás nos unía un sentimiento de lucha contra el régimen«

Fuentes: Rebelión

Estudiante de Arquitectura y Económicas, licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona, Pep Mercader Anglada ha sido profesor de secundaria de ciencias sociales durante largos años en la educación pública de Catalunya. Germanista, poeta, reside actualmente en Lübeck (Alemania). El historiador Jordi Torrent Bestit ha escrito sobre él: «Excelente persona, leal -y […]


Estudiante de Arquitectura y Económicas, licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona, Pep Mercader Anglada ha sido profesor de secundaria de ciencias sociales durante largos años en la educación pública de Catalunya. Germanista, poeta, reside actualmente en Lübeck (Alemania). El historiador Jordi Torrent Bestit ha escrito sobre él: «Excelente persona, leal -y muy- amigo de sus amigos, y en posesión de una cultura vastísima que se despliega sobre intereses muy diversos. Participó activamente en las batallas vecinales de la tardo-dictadura y jamás ha desfallecido en la defensa de marxismo».

SLA: ¿Cuándo conociste a Manuel Sacristán? Creo que fuiste alumno suyo durante el curso 1964-65 en la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona.

PMA: Sí. Lo tuve de profesor en primer curso de Económicas, en el año 64. No lo había oído nombrar anteriormente ni lo volví a ver después.

SLA: ¿Qué asignatura impartía? ¿De qué os hablaba concretamente?

PMA: No recuerdo el nombre exacto de la asignatura. Nosotros la llamábamos simplemente «Filosofía». Sacristán nos informó claramente el primer día: dedicaría el curso a la Lógica Formal. A él le serviría para no complicarse la vida y a nosotros para activar el cerebro. Perdón, el no hablaba nunca así. Era muy meticuloso en el uso de las palabras, no era tan burdo. Sí que recuerdo, sin embargo, que de un modo u otro justificó la utilidad que podia tener el aprendizaje de la Lógica en nuestra formación, y que dijo que la lógica era un campo de la Filosofía poco susceptible de tendencias ideológicas y que, por tanto, esperaba no poder ser acusado por nadie de desvaríos en sus explicaciones en clase. No lo conocía de nada pero entendí que habría tenido problemas con lo que hubiera explicado en clase en cursos anteriores. A mi, aprender algo de Lógica me atraía suficientemente. Con un profesor con problemas con las autoridades aún más. En los últimos cursos de Bachillerato los que procedíamos de familias de tendencias antifranquistas nos habíamos ido reconociendo. En mi caso, se trataba de un antifranquismo con base en el catalanismo. Pero creo que, aparte de los bien formados en las distintas teorías políticas, y fuera de los integrados en grupos políticos y sindicales clandestinos, a los demás nos unía un único sentimiento de lucha contra «el régimen». Hay que haber vivido esta unión en la lucha antifranquista para entender en toda su amplitud la famosa boutade de Vázquez Montalbán «Contra Franco vivíamos mejor».

SLA: ¿Asistían muchos estudiantes a sus clases? ¿No resultaba extraño en aquellos años que un profesor de Filosofía impartiera una asignatura de ese tipo en la Facultad de Económicas?

JMA: La asignatura era obligatoria para todos los matriculados en primer curso, todas las asignaturas eran obligatorias, y éramos bastantes más de cien los matriculados. Primer Curso se daba en la planta baja de lo que después fue la Escuela de Altos Estudios Mercantiles, donde las aulas son mayores. Sus clases estaban siempre llenas a rebosar, a menudo con alumnos sentados en los escalones de los pasillos. Yo mismo, que me saltaba olímpicamente todas las clases (en el bar se aprendía más) y que colgué la carrera dos años después, no falté nunca a las clases de Sacristán. Y llegaba antes de la hora, para no tener de sentarme en los pasillos o en la misma tarima. Y, sin embargo, no había barullo: en las clases el silencio era total, la atención completa. Todos tomábamos apuntes como si nos fuera la vida en aquella asignatura.

Un día una alumna se mareó, quizá por el sofoco de tanta gente apretujada en la clase. Antes de enterarme de lo que realmente pasaba, lo primero que vi fue que Sacristán se interrumpía de repente, saltaba de la tarima al suelo por encima de los alumnos allí sentados y se acercaba a la segunda o tercera fila para interesarse por la chica. Entre él y algunos compañeros la acompañaron fuera del aula y aún, después, nos tuvo un buen rato aguardando hasta que regresó a la pizarra y nos comunicó que la chica estaba bien y que no había pasado nada. Yo ya conocía al Sacristán maestro, aquel día conocí a Sacristán como persona.

SLA: Fue entonces cuando te hizo aquel comentario sobre aquel examen parcial…

JMA: Sí, efecticamente. Aún lo conocí mejor cuando realizamos un examen parcial. A la siguiente clase, supongo que con un fin de semana de por medio, se presentó con todos los exámenes corregidos, y magnífica y concienzudamente corregidos. ¿De dónde habría sacado el tiempo? ¿No se dedicaba Sacristán a otra cosa que dar aquellas clases en Económicas?…

Antes de devolvernos los exámenes corregidos, comentó que la importancia de aquella prueba era la de que sirviera como un contacto entre lo que nosotros habíamos asimilado y su percepción de lo que deberíamos haber asimilado. Comentó lo que creía válido como repuesta a cada una de las cuestiones planteadas y, aún antes de repartir, nos hizo un breve comentario personal, en voz alta, ¡uno por uno! Si no queríamos que nos hiciera el comentario en voz alta, podíamos indicárselo con un simple gesto, pero nos pidió que fuéramos atendiendo a todos aquellos breves comentarios porque, aunque no fueran dirigidos a nosotros, también nos podían ser de utilidad.

Recuerdo muy bien el comentario que me correspondió:

  • ¿Usted escribe poesía, verdad?

  • Si – Hube de confesar. –

  • Se nota. Su examen está bien, pero adolece de una redacción torturada, como si tuviera de luchar para encontrar en cada frase la palabra exacta.

Comentario ajustadísimo. Sacristán, al instante, habia detectado mi talón de Aquiles. En los folios del examen había otros comentarios escritos y una nota que me supo a poco, un 8, pero que tuve de reconocer como la que seguramente me correspondía.

Me preguntas si no nos extrañaba que un profesor de Filosofía diera clases de Lógica en la facultad de Económicas. A mi no. Había empezado estudiando el primer curso de Arquitectura, en la Central, y la primera clase que tuve fue… ¡Biología!… Con un tal Doctor Coronas. Supongo que correspondía a una materia común de las carreras de Ciencias, pero es una buena muestra del alto nivel surrealista de los programas antes del plan Maluquer, en Letras. En todo caso, a las clases de Coronas dejé de asistir. Las de Sacristán me parecieron tan maravillosas para mi formación universitaria que ni me planteé si se correspondían o no con una atinada programación de los estudios de Ciencias Económicas.

SLA: ¿Recuerdas el nombre de algunos compañeros tuyos de aquel curso? Enrique Irazoqui, el que más tarde fuera el Cristo de Pasolini, fue uno de ellos si no estoy mal informado.

JMA: Il Vangelo secondo Matteo ya se había rodado, y ya se había estrenado en España con el título tendenciosamente cambiado: El Evangelio según San Mateo. En una de las primeras clases hubo un breve diálogo entre Irazoqui y Sacristán. Sí, a pesar del gran número de alumnos en clase, Sacristán promovía la intervención del alumnado: si nadie preguntaba nada, preguntaba él. Por el tono en que se entrecruzaron las palabras, me pareció entender que ya se conocían. En el examen del que te he hablado antes, Irazoqui sacó un 10. Desconozco las tendencias políticas de Irazoqui, y mucho menos sus tendencias sexuales, sólo sé que había tenido una importante relación con Pasolini. Y reconozco que a partir de este pequeño dato no puedo deducir nada consistente. Pero a mí, personalmente, este 10 siempre me sirvió para no dar crédito a lo que más tarde se divulgó: que Sacristán no había admitido a Gil de Biedma en las filas del PSUC debido a su homosexualidad, siguiendo la linea del PCI que había expulsado a Pasolini de sus filas. Hoy, la negativa de Sacristán a la afiliación de Gil de Biedma, podemos interpretarla mucho mejor reconociendo el evidente peligro que suponía para el partido la entrada de un personaje con una vida nocturna «alborotada», seguido siempre de cerca por la policía. Sin embargo, a partir de este episodio, muchos siguen atribuyendo a Sacristán una intransigente moralidad según las normas sociales tradicionales, incluída la homofobia 1 .

SLA: ¿Y qué pasó el curso siguiente, pocos meses después de que García Valdecasas fuera nombrado rector de la Universidad de Barcelona?

PMA: Éste señor sí tenía una intransigente moralidad según los principios del Movimento. Decano de la Facultad de Medicina en la inmediata posguerra, de él se cuenta que mandó quemar las tesis doctorales redactadas en catalán durante la República. No sé si es cierto. Sí sé que justificó en su «intransigente moralidad», en su fidelidad a los principios franquistas y en su propia conciencia, el no poder permitir que un reconocido comunista estuviera dando clases en «su» universidad.

SLA: ¿Qué hicisteis los estudiantes al conocer la expulsión de Sacristán, al saber que no se le renovaba el contrato?

PMA: Durante el mes de Octubre no se impartieron clases de «Filosofía» de Primero. Parecía que se estaba siguiendo una estrategia de no provocar al alumnado en caliente, en dejar pasar los días y nombrar a alguien cuando el ambiente estuviera más calmado. Mala estrategia, porque el primer día de clases los alumnos recién llegados del Preuniversitario ignoraban el tema, y fue precisamente durante este lapso que fueron informados por sus compañeros de los cursos superiores. Así que cuando finalmente se presentó un profesor con la intención de dar la clase, nadie entró en el aula.

SLA: Pero creo que a la cuarta o quinta oportunidad un estudiante entró en clase…

PMA: Si, sí. La consigna de no entrar se siguió en las clases siguientes, pero debía ser al cuarto o quinto día que un alumno entró en clase, y la clase se dio, para él solo. Entre clase y clase, este alumno terminó en el estanque de la entrada de la Facultad. Mucho después alguien me contó que el gilipollín de marras era [Juan José] Folchi, quien después destacaría en la UCD, de donde también lo echarían, aunque no a un estanque. Después se daría un garbeo por AP y, implicado en el caso KIO con De la Rosa, también se pasearía por la cárcel 2 . De todos modos, en la siguiente clase ya no sólo entró él, eran 6 ó 7, y había otro grupito a punto de entrar.

SLA: Cuando, finalmente, entrasteis en clase, ¿qué actitud tomasteis?

PMA: La idea del resto del alumnado era que si no se daban clases no podría haber suspensos por una asignatura no impartida, pero que si se daban, los no asistentes tenían el suspenso asegurado. Viendo que el profesor estaba dando clase, el grupo de indecisos entró… pero con ellos, media facultad. Las otras clases pararon. Todo el mundo se puso a hacer el mayor ruido posible en aquella aula para que el profesor resultara inaudible. Picábamos los asientos abatibles, pateábamos el suelo… El profesor intentó hacer la clase escribiéndola en la pizarra, pero alguien iba borrando todo lo que él iba escribiendo.

SLA: Creo que el decano quiso dialogar con vosotros…

PMA: El mismo follón se repitió en cada una de sus horas de clase de los días siguientes. Al segundo y tercer día se presentó el decano para negociar. Tampoco se le permitió hablar sinó era después de conocerse la versión que diera Sacristán de porqué no era él el titular de la asignatura. No sé qué día fue que, aunque el aula estaba llena de alumnos armando un ruido infernal, el decano consiguió calmar la masa. Nos dijo que volvía de inmediato, que aguardáramos a que hablara con otros miembros del claustro para constituir una comisión que negociaría con nuestros representantes allí mismo, en el aula.

SLA: ¿Intervino la policía franquista? ¿Llegó a entrar en la Universidad?

PMA: La policía ya estaba en el exterior del edificio y los que estábamos dentro del aula lo sabíamos perfectamente. Bastantes alumnos desaparecieron como por ensalmo, pero bastantes más decidimos quedarnos. En el edificio de la Plaza Universidad ya se había roto la regla de considerar poco menos que sacrílega la entrada de la fuerza pública en el recinto universitario, pero todavía seguía resultando una acción demasiado escandalosa. Los que estábamos dentro del aula no creíamos que llegaran a entrar en el edificio, aunque sí contábamos con alguna acción fuera de él, a la salida. Pero entraron. Nos hicieron ir saliendo de uno en uno por una única puerta (aquellas aulas se iluminan por claraboyas, no tienen ventanas) y nos fueron retirando el DNI. Para recuperarlo tuvimos de pasar al día siguiente por Secretaría donde, con el DNI, recibíamos la carta de expulsión de la universidad.

De la universidad me expulsaron en dos ocasiones por participar en movimentos de protesta, pero no lo llegué a notar. Era muy mal estudiante y a menudo terminaba no presentándome a los exámenes. En ambas ocasiones aquellas expulsiones acabaron siendo revocadas y cuando, años más tarde, me matriculé en Geografía e Historia no tuve ningún problema y mi expediente estaba limpio. Si en algun lugar guardo aquellas cartas de expulsión, será junto con las de mi afiliación al SEU y otros papeles oficiales, formularios, instancias….

SLA: ¿Recuerdas el nombre del profesor que sustituyó a Sacristán? ¿Siguió la línea de Sacristán o explicaba otros contenidos?

PMA: Ni la menor idea. Yo tenía ya aprobada aquella asignatura en el curso anterior, y si participé en los hechos no fué como alumno frustrado de Sacristán sino como ex-alumno. Sobre su nombre he oído ya tres versiones distintas: Alsina, Batlle y Canals 3 . Tampoco puedo confirmarte de si es cierto o no que en pleno abucheo exclamó: «También a Jesucristo lo crucuficaron» 4 . Yo estaba en las últimas filas y allí eran absolutamente inaudibles sus palabras. Puede ser interesante saber quien era y como ha evolucionado su carrera posterior. Lo único que te puedo decir, si quieres indagar su pista, es que me dijeron que procedía de un Instituto de Bachillerato del centro de Barcelona, del Maragall o del Ausias March, y que era «tomista», o sea progresista (!) dentro del submundo de la filosofía académica de aquellos años en España.

Gracias, Pep, gracias por tu tiempo, por tu generosidad… y por tu excelente memoria.

Notas:

1 Efectivamente. Tras su regreso de Alemania e incorporación al PSUC, y tal como Gil de Biedma explica en su Diario, éste le pidió a Sacristán su entrada en las filas de un PSUC duramente perseguido, solicitud que, finalmente, le fue denegada. Es prácticamente imposible que Sacristán tomara esa decisión sin consultar ni dialogar con nadie del Partido y es muy improbable a pesar de que Sacristán fue, como todos, un hombre de su tiempo, que la razón de la no admisión de Biedma residiera en una homosexualidad no escondida. Testimonios de otros amigos y compañeros homosexales de Sacristán parecen confirmar esa imposibilidad. Otra razón más para corroborar esa conjetura: Carlos Barral, amigo íntimo de Gil de Biedma, en sus Memorias (Península, Barcelona, 2001, 724 páginas) hace unas veinte referencias a Sacristán. Algunas se inician con cláusulas tan curiosas como la siguiente: «Yo no sé hasta qué punto es un falso recuerdo o un vago recuerdo que el propio Sacristán sancionó en alguna ocasión su reconocimiento pero el caso es, recuerdo o broma cultivada a lo largo de los años, que, desde hace mucho tiepo, tengo la idea…» (p. 223) y así siguiendo. Por lo demás, Barral acusa a Sacristán de darse pegotes lingüísticos en diversas ocasiones e insinúa que su tradución de El Banquete no fue una traducción directa del griego por desconocimiento real de la lengua. Aparte del testimonio contrario del propio Sacristán, baste acudir a Reserva de la BC de la UB, fondo Sacristán, y ver unas 1.000 fichas escritas en griego y papeles de discusión filológica con traducciones de García Bacca de aforitmos de Heráclito para refutar la alegre y singular sospecha del senador real que, desde luego, también recibió ecos y alabanzas en la sociedad barcelonesa. Pues bien, en esas Memorias que, en general, salvo alguna excepción que merece ser destacada, son poco amables con Sacristán, nada se dice de que fuera Sacristán quien negara por razones homofóbicas a Gil de Biedma la entrada en el Partido e, insisto, Barral fue amigo íntimo del poeta, cuya obra poética, por lo demás, siempre fue reconocido por Sacristán. De hecho, los primeros poemas de Gil de Biedma se editaron en Laye, revista en la que el autor de «Heine, la consciencia vencida» tenía una notable influencia editorial.

2 Juan José Folchi fue consejero de Grand Tibidabo, sociedad controlada por el financiero De la Rosa. De hecho, Folchi desempeñó las funciones de asesor y auténtica mano derecha de De la Rosa durante la época en que éste fue el responsable de KIO en España, a través de la vicepresidencia del Grupo Torras. Joan Piqué, el ministro de Aznar, y máximo responsable del PP en Catalunya, también fue abogado y socio de De la Rosa, que como es sabido fue consejero financiero de la Casa Real y más concretamente del Jefe del Reino de España.

Después de su marcha, tanto Maristany, cuñado de De la Rosa, como Folchi mantuvieron sus puestos en el consejo de administración de Grand Península, encargada de construir el parque de atracciones de Tarragona, participada en un 80% por Grand Tibidabo (De esta sociedad, De la Rosa poseía cerca del 30% del capital).

Juan José Folchi fue, pues, de los más destacados colaboradores del financiero encarcelado De la Rosa desde principios de los años ochenta, cuando dejó de ser consejero de Economía y Finanzas de la Generalitat provisional en la época de Tarradellas. Su protagonismo en los negocios de De la Rosa se puso de manifiesto al estallar el escándalo de las inversiones de KIO en España, ya que Folchi era el máximo conocedor de los entresijos y movimientos del Grupo Torras. Pareció gozar de la confianza de los inversores árabes que incluso le pidieron que continuara en el cargo de secretario del consejo. Finalmente, Folchi formó parte del grupo de siete querellados, en la acción judicial iniciada por KIO en España, y era uno de los 22 demandados en Londres.

3 Habría que añadir también el nombre de Quintana. En todo caso, años después, el profesor Canals, del tenebroso departamento de metafísica de la Facultad de Filosofía de la UB (algunos de cuyos componentes estaban muy próximos a las pandillas fascistas de los guerrilleros de Cristo Rey), solía contar la anécdota, falsa o verdadera, que él había sustituido al «marxista-comunista» Sacristán, caracterización político-filosófico que, para el tomista no reciclado Doctor Canals (que en paz descanse), representaba uno de los peores insultos que pudieran imaginarse o decirse.

4 Tras la colocación de una placa en recuerdo de Sacristán, atacada un día y medio después, en la calle Diagonal de Barcelona, lugar donde residió los últimos quince años de su vida y durante parte de su juventud, el filósofo y periodista Francesc Arroyo recordaba, muy recientemente, lo sucedido del modo siguiente: «Cuando a Manuel Sacristán lo echaron los franquistas de la Universidad, porque el franquismo no podía digerir la inteligencia y prefería el «viva la muerte» de Millán Astray, un colega (no confundir con compañero ni, menos, amigo), profesor también de Filosofía (tampoco habrá que confundir esto con filósofo), se ofreció a sustituirle. Los alumnos vieron claramente la impostura y recibieron al impostor con abucheos. Éste se arrodilló ante la turba y exclamó: «A Cristo también lo crucificaron». Así era la Universidad que no quiso a Sacristán y que le obligó a ejercer la docencia en casa, en las charlas, desde la traducción o el trabajo editorial, no siempre a la luz del día..»