Jalazoun está a unos 7 kilómetros al norte de Ramallah, en la Cisjordania ocupada por Israel. Es un campo de refugiadas y refugiados creado en 1949 para alojar a personas que fueron expulsadas de sus hogares durante la Nakba, la limpieza étnica de Palestina. La mayoría provenían de Bayt Nabala [1], un municipio cercano a […]
Jalazoun está a unos 7 kilómetros al norte de Ramallah, en la Cisjordania ocupada por Israel. Es un campo de refugiadas y refugiados creado en 1949 para alojar a personas que fueron expulsadas de sus hogares durante la Nakba, la limpieza étnica de Palestina. La mayoría provenían de Bayt Nabala [1], un municipio cercano a Ramla que fue borrado del mapa por los israelíes el 13 de septiembre de 1948. En las faldas de las colinas de Jalazoun, ante el ocaso y las fauces del tiempo, habitan hoy en un estado de sitio permanente más de 10.000 palestinas y palestinos.
Visité Jalazoun en agosto de 2008. Está situado cerca del pueblo donde vivíamos, Birzeit. Lo que solo pretendía ser un paseo se convirtió en una experiencia muy emotiva que estos días se agita con fuerza. Aquel día, mientras recorríamos el campo, observábamos los tejados rojizos de las viviendas de la colonia judía de Beit El, justo al lado de Jalazoun. Muy cerca del asentamiento preguntamos a una anciana palestina sobre el mismo. Nos invitó a pasar a su casa para que tomásemos un café árabe y un té elaborado con hierbas que había cogido de su pequeño huerto. Nadie le conocía anteriormente, pero compartimos varias horas conmovedoras. Rodeada de nietas y nietos muy jóvenes, nos alertó de que nos habíamos acercado demasiado a Beit El y que era algo muy peligroso (solo un día después, varios niños de Qalqilya nos impidieron que nos acercásemos a una zona del muro donde solían abrir fuego los soldados israelíes). Entre otras vivencias cotidianas relacionadas con la ocupación, aquella mujer nos explicó que uno de los entretenimientos habituales de los colonos de Beit El era disparar; disparar a los depósitos de agua, disparar a las casas palestinas, disparar a las personas que allí se refugian, provisional a la vez que indefinidamente, de los colonos que les expulsaron hace 65 años y que hoy se apostan en los umbrales de Jalazoun.
La hospitalidad y las palabras de aquella mujer me dejaron una huella imborrable. Había sido una experiencia fortuita, pero el estado de sitio que se había asentado en su cotidianidad no tenía nada de casual ni de pasajero. Si era muy peligroso aproximarse simplemente a Beit El, ¿cómo sería residir y levantarse cada mañana con la colonia justo enfrente? ¿Cómo sería ser refugiada y estar sometida a un interminable intento de deshumanización? Mientras ella se quedó allí visiblemente emocionada cuando nos despedimos y nos dispusimos a abandonar el campo, me era imposible afrontar la posibilidad de entrar y salir de aquel estado de excepción continuo simplemente por ser europeo. No podía encajar el tener la capacidad de volver tan fácilmente a aquella Europa; aquella Europa de donde salieron quienes desde hace décadas han entrado en las vidas de los habitantes de Jalazoun sin haber sido nunca invitados.
El 10 de diciembre de 2013 se conmemoran 65 años de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General de la ONU. Un día después, el 11 de diciembre, se cumple el 65º aniversario de la aprobación de la resolución 194 por la misma Asamblea [2], que recogió el derecho al retorno de las refugiadas y los refugiados expulsados durante la Nakba. Un derecho a volver a sus hogares o a recibir una compensación que ha sido negado año tras año por el Estado de Israel desde el mismo 1948, cuando ya alegaba «cuestiones de seguridad» para condenar a la mayoría de la población de un país al desarraigo y a la pérdida de todo lo que había envuelto sus vidas. Para quienes habitan en Jalazoun, como en otros lugares de la Palestina ocupada en 1948, en 1967 y después, los Derechos Humanos y la resolución 194 solo son papel mojado. Son palabras huecas que se apostan en ningún lugar mientras los israelíes calculan la distancia entre el ser y la nada. En Jalazoun vivir sin Derechos Humanos es la forma de vida. Allí, frente a Beit El y ante el ocaso y las fauces del tiempo, viven desterradas miles de personas sin derecho al retorno. Fuera de allí, son millones.
El 21 de mayo de 2013, los apostados en el umbral de Jalazoun calcularon que la distancia entre permitir caminar a un niño e impedírselo de por vida solo era una bala. Atta Muhammad Atta Sabah, un niño del campo de 12 años de edad que estaba buscando su mochila, recibió un disparo de un soldado israelí que dañó sus pulmones, su hígado, su páncreas y su bazo, dejándole paralítico de cintura para abajo. Ni él ni su madre tienen ninguna esperanza de justicia [3].
El pasado fin de semana, los militares israelíes volvieron a entretenerse en Jalazoun como hacen habitualmente ellos y los colonos, de la misma manera que nos explicó aquella mujer en su casa. Calcularon que la distancia entre el ser y la nada era un disparo por la espalda a un niño de 14 años [4]. Su nombre era Wajih al-Ramhi. Después de que llevemos 65 años repitiendo y ensalzando los Derechos Humanos, un Estado que practica el apartheid, que incumple sistemáticamente la legalidad internacional y que controla cada detalle de la vida de las personas colonizadas es quien decide que las niñas y los niños de Palestina ni siquiera tengan derecho a la vida.
Mientras medio mundo honra hipócritamente a Madiba (quien hasta hace poco era tachado de terrorista), intenta hacer creer con su catecismo que el apartheid se ha acabado en los CIEs europeos o en Palestina/Israel y Netanyahu no acude al funeral a Sudáfrica por vergüenza y por repudio a quien dijo que «nuestra libertad seguirá siendo incompleta sin la libertad de los palestinos», el recuerdo de Jalazoun y de aquella mujer se estremece con fuerza y con rabia estos días. No sé si Atta Muhammad Atta Sabah o Wajih al-Ramhi fueron alguno de los chicos que estuvieron en agosto de 2008 con nosotros, seguramente no. Pero si de algo estoy seguro es de recuperar unos versos de Mahmud Darwish, quien nos dejó el día anterior a nuestra visita al campo, para deciros a vosotros, los apostados en el umbral de Jalazoun, que os marchéis, que os marchéis de sus mañanas. Necesitan creerse seres humanos como vosotros.
*Diversas frases de este texto proceden de la poesía de Mahmud Darwish «Estado de sitio» (en Mahmud DARWISH: Estado de sitio, edición y traducción de Luz GÓMEZ GARCÍA, Madrid, Cátedra, 2002).
Jorge Ramos Tolosa es investigador del Departamento de Historia Contemporánea de la Universitat de València y especialista en Palestina e Israel. @JorgeRTolosa
Notas:
[1] Adel YAHYA: A story of a Camp: al-Jalazone, Ramallah, Pace, 2006, p. 192.
[2] Punto 11 de la resolución 194 (III) de la Asamblea General de las Naciones Unidas: http://daccess-dds-ny.un.org/doc/RESOLUTION/GEN/NR0/043/65/IMG/NR004365.pdf?OpenElement
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