La relectura de clásicos como Martí, Fernando Protuondo, Ortiz, Joel James, Jesús Guanche, Moreno Fraginals, Hortensia Pichardo, Eduardo Torres Cuevas y otros historiadores de mi país, me obliga a reconceptualizar ideas en mi visión particular de hombre de este siglo en el tema de la esclavitud, sobre todo en el año que hemos dedicado a […]
La relectura de clásicos como Martí, Fernando Protuondo, Ortiz, Joel James, Jesús Guanche, Moreno Fraginals, Hortensia Pichardo, Eduardo Torres Cuevas y otros historiadores de mi país, me obliga a reconceptualizar ideas en mi visión particular de hombre de este siglo en el tema de la esclavitud, sobre todo en el año que hemos dedicado a los afrodescendientes. Un tema que sin dudas está ligado a la formación de la nacionalidad cubana.
Hablando, sin academicismos a ultranzas, de la formación de la nacionalidad cubana supongo no pueda concebirse el pensamiento de los prohombres del siglo XIX si no se advierte que, por razones de diversos contactos, su formación se dotó de definitorios elementos de la cultura popular tradicional de los negros esclavos. Las nanas o nodrizas negras que les amamantaron con sus leches, los esclavos domésticos, los ancianos con sus saberes mágicos y sus mitos desempeñaron un rol determinante en la cosmovisión de tales próceres.
El propio José Martí hubo de beber tales pócimas en las correrías por el Hanábana, en las canteras de su presidio político y más tarde en su confinamiento en El Abra donde dormía al lado del barracón de los esclavos de la casa de Sardá .
Entonces, la visión de la esclavitud en Cuba, se entronca desde su origen: el «motivo bondadoso» de aliviar las penurias de los aborígenes con las esencias socio- económicas de la nación en ciernes. No hubo proceso, corriente ideológica o acción armada contra el colonialismo que no transitara desde su concepción misma por el tema negro esclavo.
Resulta comprensible a la luz de los tiempos que algunos de nuestros brillantes maestros del siglo XIX no tuvieran posiciones radicales en cuanto al tema de la esclavitud, pero no cabe dudas que tales posiciones presupone adjudicarles limitaciones ideológicas si advertimos ya, en su entorno epocal, pensamientos más avanzados. Aunque nunca ello implicaría desdorar sus aportes en la oposición al colonialismo desde una posición de reformas.
Otra cosa es Narciso López y su posición hacia el tema esclavo lo que implica advertir que su adhesión al anexionismo -con el apoyo de los sureños estadounidenses- le condicionaba ideológicamente en su intentona. Y a pesar de que Fernando Portuondo lo ubique, de buena fe, como anexionista de buena fe, hemos de inclinarnos, sostengo, hacia el criterio de Martí que lo equipara al rapaz Walkeer.
En otro extremo Carlos Manuel de Cépedes , en el tema esclavo, nos acerca a la estatura visionara de un hombre que no solo advierte el potencial de rebeldes incondicionales que gana la causa sino la injusticia e inhumanidad de la esclavitud.
Ahí estaba el miedo al negro, fenómeno que introduce la clarinada haitiana de 1804 y se entroniza con los intereses de los más ricos hacendados -casualmente del occidente cubano – convertidos en agentes retrógrados del proceso emancipador.
Ahí están, también, las razones que compulsan en la penúltima década del siglo XIX a aprobar la abolición con un origen definidamente económico en el que Inglaterra incide tan solo por motivos de mercado.
Pero el independentismo en el siglo antepasado presuponía tangible y explícitamente la abolición de la esclavitud. Y ello, es la razón que con más fuerza, le ubica como la corriente ideológica de pensamiento más avanzado.
No cabe duda hoy de la aportación del negro africano a la conformación de nuestros procesos identitarios, que supera lo racial o lo cultural, viendo estos aspectos por separado. Ha de ubicarse en este caso el llamado fenómeno de transculturación como un proceso donde interviene una muy marcada carga de espiritualidad.
Es así que todo el proceso de conformación de la nacionalidad está signado por el tema del negro esclavo. El arraigo a la libertad de los bozales que huían hacia los palenques con su mpaka a cuestas abría con su punta de lanza una herida sempiterna en la panza del coloniaje.
De manera que, para suerte nuestra tenemos a Juan Francisco Manzano, el poeta esclavo, que se introduce con su soneto «Mis treinta años» en el panorama de la literatura cubana. Su posterior ostracismo pudiéramos catalogarlo como una expresión del «miedo al blanco». O el poeta Plácido, que es otra expresión de la incursión en la literatura de la época de los discriminados por motivo racial.
Antes, en Espejo de Paciencia, reconocida por muchos como prima obra de la Literatura cubana, Silvestre de Balboa recrea valores en la raza negra al montar el personaje de Salvador como héroe del rescate.
Otras obras como Sab de la Avellaneda -primera novela antiesclavista de las letras españolas- Cecilia Valdés de Villaverde, El Sol, novela casi desconocida de Jesús del Monte, publicada en París en 1852 y que da cuenta quizás por primera vez de la existencia de negros libres en la sociedad colonial cubana y que refleja el cruento proceso de La Escalera (Plácido y Manzano condenados: uno a muerte y el otro al ostracismo) y que consideran algunos la génesis de la novela antiesclavista, introducen el tema en sus aristas diversas con la impronta de la visión y postura ideológica de autor.
Por su parte la visión del negro a través de la plástica tiene como curioso exponente al más importante grabador «cubano» del siglo XIX Victor Patricio Landaluce, un tanto reaccionario y quien, curiosamente, reflejaba a los negros esclavos cargados de pintoresquismo, llenos de colorida alegría en la Habana mundana de la época. Pero el papel de los grabados se emborronaba de las lágrimas de los negros.
Ojo: el llamado sincretismo cultural ya se trajo de África. Recuérdese que muchas regiones de ese continente fueron sometidas unas a las otras, a veces, alternativamente: de tal manera que culturas como la Bantú, Dahomey, Yoruba, Congo, ya vinieron, en alguna medida fundidas en la espiritualidad del negro.
Pero no puede olvidarse tampoco , por mucho que se intente matizar como una raza endeble, al aborigen de la isla. Tres o cuatro hechos marcan de algún modo hitos en las aportaciones de esta otra raza al proceso de reconocimiento de lo cubano, son:
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La acción amenazante de un aborigen cubano, en actitud guerrera contra las naves españolas sucedido el 27 de noviembre de 1492, según recoge el Diario de Navegación de Cristóbal Colón. Este es el primer reconocido gesto de rebeldía de la isla.
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Los enigmáticos círculos concéntricos de las Cuevas de Punta del Este, primera gran expresión de la espiritualidad de nuestros aborígenes.
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La tenaz resistencia de Guamá en las montañas de Baracoa frente a un enemigo mucho más poderoso durante más de una década.
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La figura de Miguel Velásquez (mestizo de india y español) primer maestro de la isla. Canónigo, regidor, tañedor del órgano de la villa de Santiago de Cuba en el siglo XVI.
La criollez pues, es otro elemento que marca el inicio de un camino importante en la nacionalidad cubana. Ella presupone no solo el mestizaje étnico sino el cultural registrado a partir de posiciones ideológicas y concepciones insulares que van definiendo alejamientos con la metrópoli.
Mas lo verdaderamente cierto y no suficientemente reconocido aún es que la definición de nacionalidad cubana transita por el largo y tortuoso proceso de esclavitud.
El proceso de nacionalidad cubana cristaliza con la conclusión de la Guerra de los Diez Años por razones que se forjan, entre otras, con la propia participación de la negritud (esclava o descendiente) en la contienda. Pero no se puede establecer -salvo por razones estrictamente metodológicas- marcos de fechas rígidos para tal proceso sopena simplificar su carácter evolutivo.
La cultura cubana, como todo concepto de esta índole, es un proceso dinámico, cambiante, inacabado.
De manera que a los negros -aquellos y estos- les debemos más de un monumento, más de una reverencia, más de un saludo respetuoso.
Hagámoslo hoy que la cultura cubana aún está en formación.
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