Hace ya 13 años que Siria vio como el «líder hasta la eternidad», como nos obligaban a gritar en el colegio todas las mañanas antes de clase, también era mortal, un hecho poco fácil de asimilar para cuatro generaciones de sirios que no conocieron otro presidente que no fuera Hafez Al-Asad, y del que solo […]
Hace ya 13 años que Siria vio como el «líder hasta la eternidad», como nos obligaban a gritar en el colegio todas las mañanas antes de clase, también era mortal, un hecho poco fácil de asimilar para cuatro generaciones de sirios que no conocieron otro presidente que no fuera Hafez Al-Asad, y del que solo escuchaban maravillas sobrehumanas en la televisión y el colegio. Aquel 10 de junio fue el día de la intervención de la naturaleza en un proceso que empezó al menos década y pico antes: la sucesión en el Reino del Silencio.
A diferencia de otros tiranos árabes, los hijos de Hafez Al-Asad no estuvieron expuestos a la vida pública durante su infancia y temprana juventud. Este dato concuerda con la poca afición de su padre a aparecer en público; Hafez Al-Asad hablaba en público lo justo, y solo cuando el protocolo lo hacía necesario. Aun así, es uno de los tiranos que más ha ocupado el espacio público del país que gobernó. Las fotos de Hafez estaban en todas las paredes, sus cada vez más grandes estatuas estaban en las plazas de todo pueblo, y su nombre se escuchaba en por todo el país aun cuando no se habla de política: Hospital Al-Asad, Biblioteca Al-Asad, etc.. Incluso la red de escuelas coránicas del país tenía el nombre del líder que presumía de «laico».
Hafez estaba en todos lados, como sus espías, pero al mismo tiempo estaba ausente. Solo aparecía muy de vez en cuando para contar lo pronto que llegará la liberación de los Altos del Golán y de Palestina, de lo bien que va la lucha contra el imperialismo, y de que la unidad árabe está más cerca. Los asuntos internos del país, ya sea la política (inexistente), la economía o la administración eran temas menores en los que el «líder padre», como también era denominado Hafez, no perdía su valioso tiempo.
Ya a finales de los 90, y coincidiendo con el fallecimiento de los monarcas de Jordania y Marruecos, la administración Clinton no ocultaba su entusiasmo por una segunda generación de dirigentes árabes que decía que serían modernos, más familiarizados con occidente y menos influenciados por la lógica política árabe de mediados de siglo pasado. Bashar era citado como ejemplo junto a Mohammed VI de Marruecos y Abdallah II de Jordania pese a que Siria, oficialmente, era una República y no una monarquía con príncipes herederos. Nadie lo dudaba ni intentaba disimular su certeza… estaba pactado y acordado en el plano internacional: Era el heredero. Así quedó plasmado el 13 de junio del 2000 durante la asistencia de Madeleine Albright al funeral de Hafez Al- Asad, cuando presentó las condolencias oficiales a Bashar Al-Asad, en lugar de seguir el protocolo presentándolas al vicepresidente, y alabó la «transición tranquila de poderes» solo tres días después de uno de los días más vergonzosos de la historia de Siria, cuando se reunió la Asamblea del Pueblo (el supuesto parlamento, formado por miembros del Baath y partidos afines, burócratas y líderes tribales y religiosos) de urgencia a la hora de anunciar la muerte de Hafez Al-Asad y aprobó, por unanimidad, en escasos minutos, y entre ridículas competiciones entre los «parlamentarios» para salir más lloroso y triste en la tele, el cambio de la edad mínima que marca la constitución para el presidente de 40 a 34 años, que era la edad de Bashar en aquel momento, y el ascenso de este 6 rangos militares de golpe para nombrarlo Capitán General del Ejército y Fuerzas Armadas.
A nadie le interesó la voluntad de los sirios más allá de un ridículo «referéndum» que no era más que un festival de exaltación de la lealtad por parte del Ejército y las instituciones del Estado, y la movilización política era imposible en aquel momento con una oposición liquidada que, tras 3 décadas de clandestinidad, cárcel, ejecuciones y exilio solo le quedaba apostar, entre el entusiasmo de algunos y el pesimismo de otros, por que el heredero necesitara hacer algún gesto aperturista en lo político para acabar de darle forma a las facturas internacionales pagadas por su padre a cambio del apoyo a la sucesión. Esta «apertura» llegó en la ridícula forma de un discurso de investidura plagado de promesas inconcretas de cambio, habladurías sobre cambiar la «vieja guardia» por nuevas caras y el permiso oral para que los opositores e intelectuales se reúnan en recintos privados a debatir, con aforo controlado y sin tocar un montón de líneas rojas, sobre temas culturales y políticos, este breve periodo de cierto respiro fue bautizado como Primavera de Damasco. Duró un año y medio, y a mediados de 2001 volvieron las acusaciones de «traición» a los opositores, y la práctica totalidad de los opositores de la Primavera de Damasco, incluidos aquellos optimistas con la nueva era, volvió a poblar las cárceles.
Fuente original: http://networkedblogs.com/M3TZL