Hemos venido, con frecuencia, aquí a la Habana, a testimoniar nuestra solidaridad con Cuba. Lo hacemos con un sentimiento fraternal, hablamos de las condiciones duras que impone a este pueblo cubano el ilegal y criminal bloqueo de los Estados Unidos Un bloqueo que repudia año tras otro -aunque es incapaz de evitar- la comunidad internacional […]
Hemos venido, con frecuencia, aquí a la Habana, a testimoniar nuestra solidaridad con Cuba. Lo hacemos con un sentimiento fraternal, hablamos de las condiciones duras que impone a este pueblo cubano el ilegal y criminal bloqueo de los Estados Unidos Un bloqueo que repudia año tras otro -aunque es incapaz de evitar- la comunidad internacional desde la Asamblea General de la ONU.
Hasta ahí, hasta el repudio del bloqueo, llegamos en nuestro discurso de solidaridad, y ayudamos a Cuba con el envío de medicamentos, de algunos alimentos, de materiales diversos, de algunos pequeños proyectos que financian nuestros ayuntamientos. Es importante nuestro trabajo en ayuda de Cuba porque engrosamos, desde las instituciones, la multitud de amigos que hacen que Cuba no se sienta sola, una parte de la humanidad que se identifica con este pueblo perseverante y bravo que contra vientos y mareas, huracanes y maremotos, mantiene una revolución para alcanzar otro mundo más justo y más digno. Una revolución para todos los pueblos del mundo, para todos los hambrientos del mundo, para todos los explotados de manera inmisericorde, para todos los excluidos, los marginados, los seres humanos que no tienen valor en el mercado. Una revolución, sin embargo, que no es sólo para los pobres, es para todos: como la dignidad humana deseable, la que no es creada o negada por el mercado; como la humanidad poseída y compartida entre hombres y mujeres precisamente porque pueden vivir y relacionarse dignamente. Una revolución para todos los seres humanos del planeta.
Nuestros amigos cubanos nos agradecen nuestra solidaridad y nuestra simpatía, llegue hasta donde llegue, aunque no alcance a denunciar las causas profundas y los hechos cotidianos de una política, la de los Estados Unidos, que niega frontalmente la soberanía y la dignidad de Cuba.
Sin embargo la simple denuncia del bloqueo es insuficiente. La solidaridad con Cuba tiene que ir mucho más allá, tan allá como van los injustos ataques a Cuba, tan allá como van los proyectos de intervención en Cuba. El bloqueo con todo lo que significa de dolor, de frustraciones, de imposibilidades, no es más que una parte de un proyecto imperial. No es más que un criminal instrumento de ablandamiento, un mecanismo para debilitar a Cuba, para rendir a su población, para engrosar esa cohorte escuálida de «disidentes-mercenarios» que forman la ridícula «sociedad civil» que ha creado Washington para darle aire local a su proyecto de conquista de Cuba.
Los disidentes-mercenarios no son otra cosa que los muñecos creados por Washington en el preciso molde que ha fijado la ley Helms Burton y que ha reproducido, en los últimos meses, el «Comité para la Asistencia a una Cuba Libre» que preside el maestro del cinismo Colin Powell.
El bloqueo es un instrumento para preparar, llegado el caso, una intervención militar. Así pues, el bloqueo no es sólo un terrible mecanismo de empobrecimiento que ha sido aplicado durante cuarenta y cinco años, es parte de una estrategia finalista cuyo objetivo es la desaparición de la Cuba revolucionaria e independiente, la transformación de Cuba en una colonia norteamericana, el sacrificio de una parte importante de la población cubana en una guerra sin duda catastrófica, la condena a la miseria -eso sí en un «mercado libre»- de la inmensa mayoría de los cubanos.
Durante los cuarenta y cinco años de bloqueo los Estados Unidos emplearon siempre otros medios de intervención que han recorrido todos los procedimientos criminales imaginables: lanzamiento de operaciones militares, actos de sabotaje, la formación y adiestramiento de grupos armados para operar dentro de Cuba, y toda clase de acciones terroristas: intentos de asesinato del presidente de la República, Fidel Castro, derribo de un avión de Cubana de Aviación, secuestros de buques y aeronaves, bombas en lugares públicos.
Nosotros, representantes de los poderes locales en el Estado Español, alcaldes, tenemos que afrontar de una manera más intensa -aquí en la Habana, allá en España- un compromiso de solidaridad que alcance la defensa de Cuba allí donde Cuba es injustamente atacada.
Porque no me he referido todavía, al mencionar los distintos instrumentos de agresión a Cuba, a uno de los más importantes, la difamación, la manipulación informativa, el empleo del conjunto de los medios de comunicación para deformar la situación de Cuba, para deformar, hasta la caricatura más terrible, una realidad fraternal y solidaria. Nosotros, amigos de Cuba, no podemos permanecer silenciosos, el silencio es cobardía o es complicidad.
No podemos permanecer silenciosos cuando se acusa a una Cuba empeñada en garantizar los derechos sociales básicos y avanzados a toda la población: alimentación, salud, enseñanza, cultura, trabajo, de violar los derechos humanos. La injuria anual de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, manipulada por los EEUU, no puede dejarnos indiferentes. Aquí en la Habana, allá en España, tenemos que proclamar que en un mundo disciplinado por el neoliberalismo, en el que no se reconoce, por designio del Imperio, otro derecho humano que la libertad de negocio y el oligopolio de la información y de la creación de la opinión en manos privadas, Cuba niega que la providencia del Dios Mercado tenga el derecho de hambrear y de reducir a escoria humana a una enorme parte de la población del planeta.
Nosotros que conocemos Cuba, que hemos sido testigos del funcionamiento de sus poderes populares municipales, que sabemos de los procesos de libre presentación de candidatos en las asambleas de base, el gran dinamismo de la política cubana, la enorme participación social en los procesos de discusión y decisión, la riqueza y la concreción del discurso político en Cuba, las enormes sugerencias que ofrece la democracia participativa y protagónica de Cuba, su democracia popular, para revitalizar una democracia convertida en nuestro país en puro mercado, no podemos permitir esa agresión mediática de Cuba, tenemos que intervenir en los procesos de formación de la opinión pública.
Tenemos que exigir del gobierno que como estricta obligación de respeto a la justicia y a la verdad, inicie relaciones amistosas plenas con el gobierno y el pueblo de Cuba, demande de los Estados Unidos la finalización de las agresiones y la liberación de los Cinco cubanos presos por luchar contra el terrorismo, y requiera de las élites que gobiernan la Unión Europea como si todos fuésemos mercancías del gran Mercado mundial, el término de la colaboración colonial con el gobierno de Washington, y el respeto absoluto a un modelo económico -el de Cuba- centrado en la dignidad y la igualdad fundamental de los seres humanos.
Nuestra solidaridad tiene que llegar a la verdad, a toda la verdad sobre Cuba. En un mundo sometido a un proceso de ruptura del orden internacional, atormentado por la guerra que tiene ya el carácter de un instrumento cotidiano de brutalidad ilimitada y de impunidad asegurada, Cuba representa una esperanza que han decidido eliminar las élites que están dispuestas a dominar el mundo a cualquier coste.
El futuro de la humanidad exige una solidaridad activa, total, vinculada a la verdad, de los que no siendo cubanos nos sentimos Cuba.
Aquí en La Habana tenemos que proclamar que compartimos la esperanza de Cuba.
Allá en España tenemos que entrar en el terreno vedado, monopolizado por las grandes empresas de la información y la creación de la opinión pública. No podemos permitir el engaño y la manipulación de los ciudadanos. Es allí, en nuestros municipios, en presencia de nuestros ciudadanos, donde la solidaridad con Cuba se convierte en un compromiso firme, en un acto con valor político, en un hecho educativo. Es allí donde hay que dar la batalla.
Yo vengo aquí para transmitir las exigencias del movimiento de solidaridad que allá en Cádiz realizó las Jornadas «Cultura y libertad en Cuba» el pasado mes de octubre. Ellos, el movimiento social, nos exige a nosotros participantes de este encuentro por la cooperación y la solidaridad que no abramos el mar en dos mitades y nos olvidemos de Cuba al volver a nuestros lugares.
Solidaridad con Cuba, oposición al imperio, lucha contra la barbarie, defensa, ahora sí, de los derechos humanos, defensa de la paz y de la soberanía de los pueblos, defensa radical de las posibilidades de que las generaciones futuras puedan habitar este mundo y puedan hacerlo con dignidad.
Ese es, sin duda, nuestro trabajo.
José Antonio Barroso es alcalde de Puerto Real