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Arafat, el inmortal

Fuentes: Rebelión

Sólo podía terminar un día 11 del mes, el 11 de Noviembre de 2004. El once es ya una fecha fija en la trama entre Oriente Medio y Occidente. Con la muerte de Yasser Arafat se abre una página desconocida para el pueblo que más que ninguno personaliza las frustraciones y sufrimientos de los árabes, […]

Sólo podía terminar un día 11 del mes, el 11 de Noviembre de 2004. El once es ya una fecha fija en la trama entre Oriente Medio y Occidente. Con la muerte de Yasser Arafat se abre una página desconocida para el pueblo que más que ninguno personaliza las frustraciones y sufrimientos de los árabes, el pueblo palestino. El 11 de Noviembre de 2004 se superpone al 11 de Septiembre de 2001 para repetir que no habrá paz en el mundo, ni concluirá la cruzada antiterrorista, ni se agotará el combustible que dibuja a Occidente como profundamente ambiguo e hipócrita en los enfrentamientos con los pueblos árabes, hasta que no haya paz en Jerusalén. Si, la cuna de todos los rencores, ejemplo concreto de la duplicidad de la política internacional. Buscamos las raíces del terrorismo tras las montañas de Afganistán o junto al Eufrates, pero las raíces han prendido más en profundidad, tras las piedras milenarias de Palestina, donde una ocupación militar de extraordinarios significados goza de inmunidad internacional.

Esto lo he pensado entre jueves y viernes, el día en que Yasser Arafat moría en París y venía muerto a su última prisión, la Muqata de Ramallah. Su muerte es como su destino, el símbolo de un pueblo que no tiene patria. Ni siquiera el funeral lo ha podido celebrar en casa. También fuera, en El Cairo. No ha podido escoger el lugar de la sepultura. Y su gente no lo ha podido acompañar por las calles hasta la tumba : Ramallah permanece cerrada para los que viven en Belén, Hebrón, Gaza o Jericó. Muchos, muchísimos, pero siempre pocos para los millones de palestinos de la diáspora y de las ciudades bajo la ocupación militar. Porque Arafat ha podido ser un personaje discutible, que no ha sabido consolidar la Autoridad Palestina, que no ha sabido exigir desde los tiempos de Oslo el desmantelamiento de las colonias israelís en los Territorios Ocupados y una solución a la cuestión de los refugiados y de Jerusalén, que no ha sabido democratizar la sociedad palestina y sus instituciones, pero es aquel que ha dado toda su vida para que los palestinos se sintiesen un solo pueblo, en lucha por la libertad. Arafat para los palestinos es primero que nada Abu Ammar, el «padre fiel y devoto». También sus opositores lloraban cuando Abu Ammar dejaba la Muqata para volar a París, aquel triste día de Octubre….

Y en estos días llegaban al cielo en toda la región de Ramallah columnas de humo negro de viejos neumáticos quemados para que también el aire estuviese de luto. Y la foto de Arafat estaba sobre los cristales de los automóviles, en las ventanas, sobre las rejas de las tiendas cerradas. «Abu Ammar permanece inmortal en el alma de Palestina» titulaba la edición especial del diario Al-Ayyam («Los días») del 12 de Noviembre. El país entero está de penitencia, como si expiase por no haber creído en el fondo de sí mismo la causa que su «raís» ha encarnado. Todo está cerrado, y debemos racionar las provisiones.

Hoy estaban millares entorno y dentro de la Muqata. También yo he podido entrar. Las portaladas han estado abiertas después que los más ágiles hayan saltado los muros externos y los muchachitos hayan abierto las redes para ver a Abu Ammar de cerca, por última vez. La emoción era grande y todos eramos iguales. Diplomáticos, estudiantes, policías, periodistas, ancianos le esperaban, aspirados por el mismo remolino humano. Hay quien ha subido arriba de los escombros de los edificios y de las carcasas de los automóviles que permanecen en el recinto de la Muqata desde la incursión israelí de 2002. La Muqata es un lugar extraño, desvencijado, poco elegante, ha sido la última residencia forzada del raís, desde su condición de «presidente» en libertad vigilada. La Muqata como los Territorios Ocupados. Arafat no podía salir de casa como los palestinos no pueden salir de su propio barrio. ¿Y esto es un Gobierno?. ¿Y esto es un País?.

El día del entierro había viejos con bastón y niños con banderas; y había muchas mujeres, no sólo hombres, y muchas con los cabellos al viento. Y cuando los dos inmensos helicópteros egipcios aterrizaban en el asfalto viejo aspirando en el remolino de aire ascendente octavillas y mucho, mucho polvo, algunos gritaban: «Dios es grande». Como si Arafat descendiese del Cielo, y no se marchase hacia él.

Pero la multitud era demasiada, y el ataúd, y con él el primer ministro Abu Alá, el jefe de la OLP Abu Mazen, el iniciador del Acuerdo de Ginebra Abed Rabbo y los otros pasajeros, permanecieron a bordo tres cuartos de hora antes de encontrar un corredor entre la marea humana. Tras las banderas palestinas he visto dos o tres banderas francesas y también una bandera canadiense. ¡Qué solos están estos palestinos!. ¡ Y qué solos están los constructores de paz israelís que han venido a la Muqata en contra de las propias leyes, que prohíben a un ciudadano israelí ir a Ramallah!

Luego los fusiles apuntando a lo alto han disparado para vaciar la rabia y la tristeza en los cartuchos. El ataúd desciende a la tierra, bajo cuatro pinos, entre cuatrocientos brazos. Una sepultura temporal, confían muchos, en espera de alcanzar la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén, desautorizada para Arafat por Sharon. La muerte como la vida, una diáspora perenne.

Algunas mujeres lloraban y decían: «Abu Ammar, te seremos fieles». Pero hay quien tiene miedo. Sari, que está a mi lado con una cámara, dice: «Estamos inquietos. ¿Quién podrá llenar el vacío que ha dejado Arafat?¿Quién tendrá el carisma, la credibilidad y la fuerza de Arafat?». Arafat había sido descrito como un «obstáculo», pero ahora que está muerto la gente tiene aún más miedo de la ocupación israelí, y lo añora. ¿Será suficiente con tener los nombres de Abu Mazen o Abu Alá, o de Marwan Barghouti, que está en una cárcel israelí, para devolver el coraje y la esperanza a los palestinos, ya condenados a contentarse con estar dentro de un recinto de cemento, el «muro»?. Arafat, cuanto más los israelís y sus aliados lo pintaban como un terrorista en quién no puedes confiar, más se instalaba en el corazón de los palestinos.

Pasadas las cuatro comenzamos a irnos, a las cinco de la tarde era ya oscuro. Las colas de autobuses y furgonetas se hacen más largas, deberé caminar algunos km. antes de encontrar uno. Hay polvo en el aire, y suciedad amontonada, pero la gente sonríe y bromea. Al ponerse el sol, comerán y beberán, como requiere el tiempo de Ramadan. Mañana será otro día, el tercero sin Abu Ammar.