Ahora que la muerte de Arafat es un hecho confirmado, la incógnita ante el futuro político de Palestina, una vez que hayan pasado los honores al difunto y su enterramiento en la Mukata, consiste en saber qué grado de fidelidad a su memoria y a sus designios le guardan sus sucesores. Es o tiende a […]
Ahora que la muerte de Arafat es un hecho confirmado, la incógnita ante el futuro político de Palestina, una vez que hayan pasado los honores al difunto y su enterramiento en la Mukata, consiste en saber qué grado de fidelidad a su memoria y a sus designios le guardan sus sucesores. Es o tiende a ser significativo que la hoy viuda del rais haya hecho exhibición de sus diferencias con la cúpula de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Diferencias que incluyen el concepto esencial de la desconfianza.
El caos informativo desarrollado en torno al estado de salud de Arafat acabó transformándose en un tremendo hermetismo, que pasaba por no revelar la naturaleza de su enfermedad, con sistemática negación de que padeciera leucemia pese a que había sido ingresado en el servicio de hematología del hospital militar parisino de Percy. Es posible que la mujer del presidente agonizante temiera su envenamiento cuando al citado centro se acercaron los máximos representantes de la cúpula dirigente palestina, pero esa versión puede formar parte de la fantasía. El caso es que Arafat, en sus últimos días, ha recordado el escenario de los líderes, jefes de Estado o reyes sometidos en su lecho de muerte a toda clase de acercamientos conspirativos. Por otra parte, han circulado críticas sobre la imagen que el entorno del enfermo proporcionó de su persona cuando fue trasladado a París, vía Jordania. Fue un espectáculo grotesco el que se montó en torno al rais, con un deteriorado pijama azul y un gorro impresentable, y todo ello difundido a través de la televisión palestina, como si se quisiera desmitificar al personaje ante sus incondicionales partidarios y admiradores. En efecto, el marco parecía estudiado por sus peores enemigos. Ni Sharon lo habría preparado con mayor crueldad.
Otra humillación, ésta póstuma, ha venido dada por la negociación que los ya herederos del poder del rais han sostenido con las autoridades israelíes respecto a su enterramiento fuera de Jerusalén. Es decir, han tenido que pedir a Sharon permiso para depositar sus restos en una tumba dentro de la Mukata, como perpetuando su condición de cárcel post mortem.
Mientras tanto, algunos sectores cercanos a la influencia judía procuraban en Europa difundir el descrédito sobre el historial de Arafat, diciendo que deja una fortuna calculada en no menos de mil millones de dólares. La condición guerrillera del líder palestino en el tiempo de la lucha inicial contra los entonces ocupantes de Palestina, los británicos, y por supuesto los onnipresentes hebreos que aguardaban su oportunidad histórica antes y despues de la primera guerra árabe-judía, se ofrecía a la opinión como una deshonra. Jean Claude de Juncker, primer ministro Luxemburgués, aprovechaba la oportunidad para emitir una crítica innecesaria cuando dijo el mismo día de la hospitalización de Arafat que éste «tenía más lados oscuros que buenos».
Lo que a los plañideros palestinos, sinceros en su dolor, les espere con personajes como «Abu Ala», sobrenombre del primer ministro palestino, Ahmed Qureia; el secretario de la OLP, Mahmoud Abbas, alias «Abu Mazen», o Nabil Shatt, canciller, sin olvidar al presidente del Parlamento palestino, Rawhi Fattuh, parece ahora mismo una auténtica nebulosa política, que Sharon observa con olímpica tranquilidad y Simon Peres alaba como modelo de interlocutores posibles.