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Arik, recalcitrante y brutal

Fuentes: Haaretz

Traducido para Rebelión por J. M.

Los líderes de las instituciones judías estadounidenses han estado respondiendo a las noticias de la muerte de Ariel Sharon con tristeza, admiración y el ocasional «No siempre estábamos de acuerdo, pero…» Esto era de esperar y en cierto modo es como deben ser las cosas. El período inmediatamente posterior a la muerte de una persona es normalmente de alguna alabanza, o de estar en silencio.

Pero como han testimoniado los líderes, Arik no era una persona común y corriente. Él era más voluminoso que la vida, sus acciones militares y las decisiones políticas que tomó estaban entre las más determinantes del carácter de Israel de hoy. La sombra de Sharon afectará por mucho tiempo sobre cualquier judío, en cualquier lugar, que ama al Estado judío. Algunas personas no regresan al mero polvo cuando mueren.

Los elogios están llenos de referencias al amor que muchos israelíes sentían por Sharon, pero poco se dice acerca de la rabia que indujo entre otros. Yo vivo en Chicago, pero durante mucho tiempo viví en Tel Aviv y puedo incluirme en este último grupo.

De hecho, el legado de Arik es una gran parte de por qué no vivo en Israel, de por qué mi marido jerosolimitano y yo elegimos la diáspora para criar a nuestros hijos. Para mí, Sharon representa todo lo  más doloroso de la historia de Israel, todo lo que salía terriblemente mal. Su calidez, su no desdeñable carisma y su inquebrantable dedicación a su visión de la seguridad del país no son suficientes para revertir las consecuencias de sus acciones políticas ni para deshacer el daño que forjó.

Como joven militar, Sharon era recalcitrante y brutal, y realmente nunca tuvo que rendir cuentas por ninguna de esas cualidades. Como político de mediana edad mintió a su Gobierno y a su pueblo para lanzar una guerra espantosa de criminal despilfarro, donde se salió con la suya también. Provocó e hizo explotar la violencia palestina en 2000 y luego cuando fue elegido primer ministro tomó medidas con la misma crueldad que siempre había llevado al conflicto. Como líder del Likud, Sharon ignoró los resultados de un referéndum al que él había llamado y se comprometió a respetar, en cambio formó un nuevo partido que le permitiría hacer lo que ya había decidido hacer: retirarse de Gaza unilateralmente utilizando la desconexión como «formaldehido» para el proceso diplomático.

Sharon implementaba una visión del mundo de la guerra sin fin, en la que los enemigos contra los cuales lucha Israel son poco más que animales, la responsabilidad es para los tontos y una democracia fuerte es para los débiles. Esta es la misma visión del mundo que vemos reflejada en cada momento en que un soldado israelí golpea a un palestino, de los colonos cuando establecen un nuevo puesto de avanzada, cuando los encargados de proteger y servir el futuro de Israel como una democracia judía viable rompen las propias leyes del país y hacen caso omiso de los instrumentos internacionales de los que es parte.

Cuando estalló la segunda intifada, mi marido y yo estábamos viviendo temporalmente en los Estados Unidos. En 2001 volé de regreso para emitir un voto (ineficaz) contra Sharon. Mientras la violencia continuaba, llegamos a entender que el país que gobernaba no era el lugar donde podíamos llevar a nuestra familia, porque la guerra sin fin nunca llevaría a la paz, tampoco a la seguridad.

Sé que como alguien de izquierda, se suponía que debía emocionarse por la retirada de Gaza, pero no podía creer que fuera el valiente movimiento que el pueblo quería. Sharon había visto el creciente apoyo que tenía entre los israelíes la idea de una solución de dos estados sugerida por la Iniciativa de Ginebra, sabía lo que reclamaba la hoja de ruta sugerida por los EE.UU., entendió que ambas darían lugar a una Palestina independiente en Cisjordania y Gaza y decidió en el ínterín hacer todo lo posible para fortalecer la posición de Israel en la Ribera Occidental.

De manera que decidió seguir demoliendo como había hecho en cada etapa de la vida. Su negativa a negociar incluso acuerdos de seguridad con el presidente palestino Mahmoud Abbas desmiente la idea de que estaba buscando un camino de conciliación, y no por casualidad esa negativa permitió a Hamás reclamar el crédito por la retirada de Israel, lo que contribuyó de manera significativa a su posterior éxito electoral y en última instancia al lanzamiento de misiles contra Israel de los años desde entonces.

No podemos saber qué habría pasado si un joven Sharon se hubiera enfrentado a una verdadera disciplina, si su exilio político posterior al Líbano hubiera continuado, si no hubiera ascendido al Monte del Templo. No podemos saber lo que podría haber pasado si la política y la cultura israelíes no se hubieran apegado tanto al movimiento de los colonos que él apadrinó o si alguien, en algún lugar, hubiera insistido en que el Estado de derecho importaba más que las visiones del Gran Israel.

Pero en un momento la vida institucional judía se agrieta por los intentos virulentos para reducir los límites del pensamiento digno de aceptación, los jóvenes judíos estadounidenses se sienten divididos entre apoyar de hecho la ocupación militar y la defensa de los derechos humanos, y la «solución» de un solo Estado sobrevuela sobre nuestras cabezas, podemos querer reconsiderar el legado de Arik.

Espero que después de su larga pesadilla física, Ariel Sharon se encuentra ahora en la paz , pero me temo que el Israel que dejó atrás no puede estar así. Y si amamos a Israel, sin importar el lugar donde vivimos, eso debería importar.

Emily L. Hauser es una escritora americana-israelí que actualmente vive en Chicago. Ha estudiado e informado sobre el Oriente Próximo contemporáneo desde principios de 1990 para una variedad de publicaciones, incluyendo The Chicago Tribune y The Daily Beast. Se le puede seguir en Twitter: @ emilylhauser

Fuente: http://www.haaretz.com/opinion/.premium-1.568379