Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
[Nota del editor: Este artículo se publicó originalmente en lengua árabe el 29 de noviembre de 2017. El autor es un expreso político que vive actualmente en la zona este de la asediada Ghuta, donde es uno de los activistas de la sociedad civil por la no violencia. La ilustración es obra de Dima Nashawi.]
Este de Ghuta, provincia de Damasco.- Muchas son las ciudades y barriadas que han sufrido asedios en el pasado, en Siria y por todo el mundo, pero un buen número de ellas perpetúa tal condición hasta este mismo día. No es nuevo para nadie que el régimen de Asad ha utilizado el asedio como una de sus armas más eficaces contra las zonas fuera de su control, y con «fuera de su control» me refiero aquí sólo a la incapacidad del régimen para detener físicamente a los habitantes de esas áreas. Aunque, desde luego, el fuego del régimen puede alcanzar todavía cualquier zona que se le antoje, al igual que sus aviones de combate y, ciertamente, sus armas químicas. Asimismo, no hace falta decir que el régimen utiliza la detención y la tortura hasta la muerte contra sus opositores, al igual que otros instrumentos de sometimiento traídos de épocas pasadas.
Sin embargo, la situación en Ghuta es diferente. El asedio aquí no es como el asedio de Gaza, o Leningrado, o Viena, o Qatar. Y sin querer menospreciar ningún sufrimiento pasado o presente infligido a alguno de los pueblos perseguidos del mundo, la palabra «asedio» parece insuficiente para describir lo que está sucediendo en el este de Ghuta.
No es únicamente una barriada asediada, más bien se parece a un campo de concentración; una cárcel gigante en la que hay encerrados medio millón de seres humanos. Un campo de concentración listo para el genocidio con gas o incineración. Ghuta, al igual que otras áreas, ha sido atacada con gases químicos prohibidos múltiples veces, de las cuales la peor -hasta ahora- fue la del verano de 2013. Cerca de Ghuta, el régimen creó un crematorio dentro de la prisión de Saidnaya para quemar en él a cuantos morían torturados o de hambre, o de frío, o por falta de atención médica, o por cualquier otra causa no convencional de muerte inventada por mentes cuya creatividad se limita a la producción de muerte y fealdad.
A menudo se compara el asedio con la prisión y los expresos encuentran a menudo beneficios en las habilidades prácticas y psicológicas que aprendieron en la cárcel, pudiendo lidiar con las dificultades del asedio como gente con experiencia. Pero también puede suceder lo contrario: que su experiencia carcelaria aumente el sufrimiento causado por el asedio, especialmente cuando el carcelero de ayer es el mismo que el sitiador de hoy.
En la prisión estás en el interior de una celda (comunal). Si el carcelero te trae comida -cualquier comida-, te la comes, si no, el hambre te hará retorcerte, quizá hasta la muerte. Puede que esa comida llegue, pero las medicinas no, o que lleguen las medicinas pero no son las que necesitas para tu dolencia o puede que estén caducadas. No sabes cuándo van a libertarte o cuándo podrán mejorar tus circunstancias y no sabes qué puedes hacer, o dejar de hacer, para poder cambiar tu situación.
Te ves utilizando dispositivos que nunca antes se te hubiera ocurrido que existieran, y menos aún que pudieras usarlos. Entras en un mundo asombroso en sus inventos y alternativas: redes alternativas de electricidad y agua; un hospital alternativo; medicinas alternativas; transportes alternativos; combustibles alternativos; poder alternativo; comida alternativa; suelo agrícola alternativo; residencia alternativa; familia alternativa; barras de pan alternativas…
El asediado sueño de la apertura de la carretera, de la misma forma que el aprisionado sueño de vaciar las cárceles o la concesión de una amnistía.
Los sitiados viven el terror de los bombardeos, mientras el terror perenne de los encarcelados es ser convocados para someterles a interrogatorio.
Bajo asedio, al igual que en la prisión, el vocabulario se reduce y se abrevia, de forma que es suficiente con un grupo de palabras y términos esculpidos en su mayoría a nivel local, o un vocabulario que anteriormente existía adquiere nuevos significados locales. Así:
Herido: Devuelto de un interrogatorio.
Secuestrado: Estaba en nuestra celda y no sabemos qué ha sucedido con él
Sonido de un ataque aéreo: Golpeteo del cerrojo de hierro en la puerta de la celda.
Alto el fuego: Tiempo al aire libre.
Vocabulario del asedio: leña – pistón – generadores- 12 voltios – metralla – al manfush (vendedor exageradamente abusivo de productos lácteos en la asediada Duma) – túnel – ataque aéreo – mártir – wannana (el zumbido de los drones) – oficial de seguridad – ayuda humanitaria – bajo los escombros.
Vocabulario de la prisión: sufra (literalmente «mesa de comedor», pero en este caso es un trozo de tela colocado en el suelo debajo de la comida) – solitario – peine para piojos – kriza (ataque de locura) – insubordinación – Abu Haydar (nombre abreviado para el guardia de la prisión) – cuenco – carcelero – shawish (preso que se comunica con los guardias en nombre de los demás) – tasyif (incapaz, por razones de espacio, de dormir boca arriba, teniendo que hacerlo de lado) – respiradero – dulab (llanta de automóvil, en la que se coloca forzadamente a los presos como forma de tortura) – interpretación de los sueños.
En la prisión, y en el este de Ghuta, no te está permitido recibir visitas. Puede que tu familia y seres queridos estén a unos cuantos metros de ti, pero pueden pasar muchos años sin que les veas ni ellos te vean a ti.
Si eres estudiante, tus compañeros de clase se licenciarán o proseguirán otros estudios mientras tú sigues rumiando tus problemas y los recuerdos de los meses que pasaste con ellos en el campus, en los asientos de los anfiteatros, en la biblioteca y en la cafetería de la facultad. Si eres empleado, perderás tu empleo y tu salario y tu carrera y tus colegas. Si tienes padre o madre, no podrás asistir a sus funerales ni a los de nadie. Si eres padre, tus niños crecerán lejos de ti, lo mismo que tú de ellos. No conocerás a tus sobrinos y sobrinas, ni ellos a ti. Tu prometida se hará mayor y se marchitará, al igual que tú. Te verás privados de ciudades, países y lugares, y ellos de ti.
La madre que reside en Damasco puede ver a su hijo emigrado en la diáspora más a menudo que a otro hijo asediado/encarcelado a un tiro de piedra en el este de Ghuta. Cuando estás en la prisión, que uno de tus conocidos pregunte por tu paradero o tu destino le hace correr un riesgo que podría costarle caro. Y, asimismo, si un amigo te contacta desde una zona no asediada, está jugándose la vida.
En ambos casos, cada detalle de tu existencia está gobernado por lo que otros decidan para ti. Por eso te retiras a tu interior y te vas pudriendo. Tus mejores habilidades se limitan a contar, soñar y sufrir tortura.
Por buena o mala que sea tu situación en la prisión, no te marchas; de hecho, está prohibido hasta que cambies de celda. Trasladar a los presos de una prisión a otra es un asunto complicado, y en la mayor parte de los casos se utiliza como medida de castigo, como por ejemplo en el traslado de un preso de la prisión de Afra a Saidnaya, o la prisión del desierto, o de la prisión central de Hama a la de al-Baluna en Homs, o devolver a un prisionero a una de las ramas de torturadores que le había enviado allí anteriormente. Y, por analogía: transferir a los sitiados en Qudsaya, Daraya, este de Alepo o al-Wa’er a Idlib, o devolverles al «abrazo de la nación» (i.e., a las zonas controladas por el régimen).
Ninguna de las cosas obvias que se dan por hecho cumple esa condición en la prisión o bajo asedio: la comida, la bebida, el café, ir al aseo, ducharse, dormir, la luz, los colores, el aire, la caricia de una madre. Las enfermedades y epidemias que la medicina pensaba que estaban extinguidas vuelven a aparecer. Dolencias que normalmente no son fatales -y fácilmente tratables- pueden llevarse la vida de los asediados o encarcelados. Ya sea miasis, gangrena o polio en el este de Ghuta; sarna en Saidnaya; diarrea en la prisión de la inteligencia de la Fuerza Aérea; o un simple corte producido en una de las celdas de la Rama de la Seguridad Estatal; se agravará y supurará en el aire contaminado atestado de seres humanos y sus deshechos hasta resultar letal.
En el verano de 2003, en las instalaciones de detención de la «Rama Palestina» de la inteligencia militar en Damasco, un hombre de unos cincuenta años sufrió un ataque al corazón que precisaba de atención urgente hospitalaria. El shawish golpeó la puerta de la celda y cuando llegó el guardia, todos los que se encontraban en la celda -incluyendo los más depravados- le imploraron que llamara a un médico o al menos trajera una pastilla para el compañero moribundo. «Cuando se muera, llamad a la puerta para que saquemos el cadáver», fue la respuesta. Y eso fue precisamente lo que acabaron haciendo.
En el otoño de 2017, en el este de Ghuta, tras muchos esfuerzos, delegaciones de las Naciones Unidas, el Comité Internacional de la Cruz Roja, la Organización Mundial de la Salud, la Media Luna Roja y otros organismos inspeccionaron la lista de evacuaciones urgente preparada por los doctores de Ghuta. La lista comprendía los casos de 500 enfermos graves que necesitaban un tratamiento urgente que no se les podía facilitar en Ghuta. Vieron a los pacientes con sus propios ojos y manifestaron compasión y preocupación, prometiendo que actuarían en consecuencia. Pero volvieron a sus todoterrenos y dejaron que la lista y los necesitados de evacuación urgente se quedaran allí esperando la muerte. Y sí, en efecto, la muerte fue todo lo que obtuvieron.
Sólo la muerte pudo romper el asedio para el joven Nabil, enfermo de cáncer, convirtiéndose en la décima persona hasta ahora en liberarse de la lista. El niño Osama precedió a Nabil en esa lista, tan sólo necesitaba una caja de medicinas que podía comprarse en cualquier farmacia fuera del campo de concentración del este de Ghuta. Y antes de Osama y Nabil, la niña Aisha escupió sobre la lista y sobre este mundo miserable, liberándose de él. Y antes que ellos, y después de ellos, lo único que consigue levantar el asedio de Ghuta y elevarse por encima del sometimiento y la suciedad del mundo es la muerte.
En el 2000, en la prisión de la inteligencia de la Fuerza Aérea en la base aérea de Mazze, el guardia gritó al shawish: «¿Cuántos tienes?» El shawish contestó: «28», y le arrojó, en un cuenco, una única cucharada mezclada con halawa (sustancia dulce).
En 2017, tras una larga espera, un convoy de ayuda de la ONU, supuestamente «grande» llegó al este de Ghuta, con una única comida para cada uno del medio millón de seres humanos bajo asedio. No sabemos si el convoy llegó con la frase: «Ojalá que esté envenenada», como chilló el guardia de la prisión de la base aérea de Mazze mientras abofeteaba el rostro atónito del shawish que llevó la cucharada de halawa a los 28 presos muertos de hambre.
Los presos desconfían de cualquier mejora en el trato que los guardias les dan, como una reducción de las torturas, o una mejora en la comida, o una promesa de liberación. Han aprendido que esas cosas no auguran nada bueno; y que son susceptibles de ir seguidas de «partes de ejecución» o empeoramientos de cualquier tipo.
Asimismo, los asediados han ido acostumbrándose a «avances» como la apertura de la carretera o la entrada de ayuda, normalmente acompañados de escaladas en las masacres y castigos. La llegada de un convoy de ayuda de la ONU suele ir acompañada de interminables bombardeos previos y posteriores y, en ocasiones, durante la misma.
No se trata de casos únicos y aislados que quizá se conviertan en algo sobre lo que pensar para todos aquellos que buscan las causas del extremismo y el florecimiento del pensamiento nihilista en este mundo subyugante y subyugado.
Tanto en la prisión como bajo asedio, sale a la luz lo más alto y lo más bajo de lo que yace en el alma, para ti mismo y para quienes te rodean. Ves manifestaciones de amor, sagacidad y altruismo, así como odio, depravación, egoísmo y traición. Te pierdes en cuestiones existenciales sobre si reprender a los hambrientos o a los desnudos o a los presos cuando tratan de satisfacer las necesidades naturales del ser humano.
En la prisión, en todo momento eres un perdedor: los látigos te lastiman si te toca el turno en la fiesta de las torturas, y te duele también escuchar los latigazos que están destrozando a tu compañero de celda. Y bajo asedio, el hambre te muerde y te retuerces de dolor, y no eres más feliz si comes cuando el látigo de la inanición está azotando al pobre compañero que está contigo.
Tu productividad va unida al grado de tu convicción sobre la inmutabilidad de la situación; es decir, lo que los reclusos llaman tu istihbas, que es tu forma de lidiar con el encarcelamiento como una realidad permanente e inalterable. Tus pensamientos sobre la inminente apertura de la carretera, y otros «avances», aumentan tu sufrimiento e impiden tu aclimatación.
Te sientes asombrado por tu capacidad, o la capacidad de tus colegas encarcelados/asediados, para continuar; continuar con todo, incluso moviéndose y respirando y llevando a cabo el resto de funciones vitales.
Tus aspiraciones y sueños disminuyen de tamaño. Lo que más desea el preso en una de las sucursales dedicadas a la tortura es poder dormir boca arriba o poder estirar el cuerpo por completo. En uno de los calabozos, un joven confió a su compañero de celda su deseo: montar en el servicio de microbuses que hace la ruta Mazzat Jabal-Karajat de principio a fin. Y en una de las ciudades del este de Ghuta, una muchacha anhelaba una taza de café del mercado Saruya.
Si llegara a suceder que acabas saliendo de esta prisión/asedio, seguirás cargado de cicatrices, en el cuerpo y en el alma. Se supone que has conseguido las bendiciones del consuelo y la plenitud y, lo más importante, la bendición de la libertad. Sin embargo, la mala noticia es que no vas a disfrutar de ellas cuando las obtengas. Es cierto que llevarás tus cicatrices como medallas, que pueden proporcionarte una fuente de poder si logras sobrevivir, pero al mismo tiempo, la culpabilidad de los supervivientes te impedirá llevar una vida como los demás.
Por último, hay personas que comparten el encarcelamiento/asedio contigo y cuya misión fundamental es aumentar tu sufrimiento y el del resto de tus desafortunados compañeros. Puede que sea el carcelero quien les encomiende ejecutar esta tarea o que lo hagan voluntariamente. Y el carcelero estará realmente encantado cada vez que le liberan de la tarea de torturarte y de que te encarcelen por segunda vez dentro de tu prisión.
(Traducido del árabe al inglés por Alex Rowell)
Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/siege-versus-prison-assad%E2%80%99s-syria-comparison
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