Traducido para Rebelión por Nadia Hassan
Un corto artículo anunciado en la página Web del más popular periódico israelí, Yedoith Ahronot, describió el asesinato de un residente de Jerusalén. De acuerdo al artículo, la policía disparó a un hombre, un joven padre de dos niños, luego de que él tratara de abalanzarse hacia uno de los oficiales. Luego del asesinato, sus enfurecidos amigos y vecinos llenaron las calles, quemaron neumáticos e incendiaron un automóvil estacionado.
La reacción de los lectores de la noticia fue inmediata. Con las horas hubo más de 150 respuestas en la página Web, la mayoría de las cuales reiteraba un punto de vista similar: «Vamos policía, hazte cargo de ellos» (firmó Sionista); «Golpéalos sin demoras» (un israelí con alta presión arterial); «Sin piedad» (dice Sabra); «Bombardear a los alborotadores con unos cuantos misiles, esto no es Francia»; y finalmente, «Tengan cuidado árabes, esto no es Europa».
La reacción de los lectores no es una sorpresa, considerando que el nombre del hombre muerto es Samir Ribhi Dari, y no, por ejemplo, Joseph Cohen. El actual asesinato no justifica, incluso, una respuesta, desde que incidentes de este tipo se ha convertido en rutina. Fue solamente la protesta espontánea que provocó la atención de los lectores. ¿Árabes furiosos en las calles? Debemos responder rápidamente y con fuerza, «bombardéalos con unos cuantos misiles».
Los lectores, sin embargo, tuvieron razón en un punto crucial: Israel no es ni Francia ni Europa, desde que la violencia policíaca israelí hacia los árabes tiende a ser mucho más letal. De hecho, tanto el asesinato de Samir como la respuesta de los lectores reflejan uno de los más inquietantes y peligrosos aspectos de la cultura israelí contemporánea. Lo más prominente entre estos es el profundo y arraigado racismo que anima la violencia.
El racismo está inextricablemente vinculado a las repeticiones compulsivas israelíes, que transforman a la victima en el agresor. Un palestino es asesinado e inmediatamente es descrito como violento; la policía golpea a un palestino y él, no ellos, es retratado como brutal; Israel ocupa y reprime a la población palestina, pero ellos tiene la culpa. Por lo tanto, no es una sorpresa que luego de que a Samir Dari le dispararan por la espalda, desde sólo unos metros de la policía, instantáneamente se reclamara que él estaba intentando arrollarlos. Es casi como que las mentiras se han convertido en un reflejo involuntario para las autoridades.
Pero para que la cultura del engaño sea eficaz, se necesita la asistencia de la cultura de la disimulación y supresión. Si el pasado es un indicio del futuro, el policía que le disparó a Samir puede quedarse tranquilo. El Departamento de Asuntos Internos no acusó a ninguno de los policías que intervinieron en la matanza de 13 ciudadanos árabes en octubre de 2000, ni tampoco acusó a ninguno de los policías que dio evidencia falsa en relación a su comportamiento ilegal durante las protestas contra el Muro de Separación.
Las culturas de engaño y supresión avivan las llamas de violencia. El claro mensaje -que los Judíos son las eternas víctimas, por lo que no pueden ser encontrados culpables pese a los brutales medios que ellos emplean – deja en la indefensión la vida de los palestinos y anima una actitud de gatillo-feliz. Nosotros hemos alcanzado una fase en que podemos predecir que las fuerzas de seguridad israelí continuarán asesinando palestinos. La única variable desconocida es poder identificar a la próxima víctima. No podríamos saber, por ejemplo, que la policía dispararía a nuestro amigo Samir.
Samir amaba las noches. Sus días comenzaban al llegar la tarde, y en las noches él se sentaría en su automóvil, conduciendo a clientes, hablando por su teléfono móvil e instruyendo a los otros conductores de su compañía de taxis. Era un hombre paciente, y en los cuatro años que nosotros trabajamos con él – generalmente bajo condiciones extremadamente estresantes – lo encontramos incluso un poco tímido, pero siempre listo. Y más importante, él siempre estuvo dispuesto a ayudar a aquellos que lo necesitaran.
Nos gustaría creer que a la persona que le disparó a Samir se le hará un juicio justo. Nos gustaría creer que la muerte de Samir empezará a minar los modelos de engaño, supresión y racismo que han servido de fuerza propulsora para la cultura de la violencia. Nos gustaría creer que los hijos de Samir serán los últimos huérfanos producto de las fuerzas de seguridad israelí. Pero no. Nosotros no podemos engañarnos.
– Neve Gordon enseña derechos humanos en la Universidad Ben-Gurion en Israel y es editor de «Desde los Márgenes de la Globalización: Perspectiva Crítica a los Derechos Humanos». Lo pueden contactar en [email protected]. Yigal Bronner enseña en el Departamento de Lengua y Civilización del Sudeste Asiático de la Universidad de Chicago. Hasta este año, impartió clases en el Departamento de Estudios del Sudeste Asiático de la Universidad de Tel Aviv.