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Asombros que no asombran

Fuentes: Rebelión

Hace un año aproximadamente una noticia recorría el mundo: los cubanos residentes en la isla finalmente podían acceder a hoteles turísticos y comprar celulares, computadoras, microwaves y otros artículos de uso común en nuestros días. En términos noticiosos, el conocimiento de las prohibiciones que limitaban estos accesos, fue un escándalo global que los medios presentaron […]

Hace un año aproximadamente una noticia recorría el mundo: los cubanos residentes en la isla finalmente podían acceder a hoteles turísticos y comprar celulares, computadoras, microwaves y otros artículos de uso común en nuestros días. En términos noticiosos, el conocimiento de las prohibiciones que limitaban estos accesos, fue un escándalo global que los medios presentaron como una de las evidencias más elocuentes de las restricciones que los llamados sistemas socialistas, y en particular la Revolución Cubana, imponen a sus ciudadanos.

En todos aquellos que me escribieron, llamaron o preguntaron directamente había un denominador común: el asombro. Y tal asombro era compresible por la naturaleza misma de las prohibiciones, pero sobre todo por el desconocimiento del objetivo de esas medidas y del contexto en que se tomaron. Casi nadie tenía la más mínima idea de lo uno o de lo otro, y era razonable porque la propaganda en contra del sistema cubano se ha basado, fundamentalmente, en manipular la opinión pública internacional a través de la descontextualización de procesos y decisiones y el énfasis en sus efectos negativos.

Sin pretender abordar el tema en toda su dimensión cabe señalar que tales restricciones, resultaron de la intención de preservar uno de los consensos sociales de más larga data en la historia de la Revolución Cubana: la igualdad en su máxima expresión tanto en la dicha como en la desgracia. La inédita crisis económica que arrancó a finales de los ochenta en la isla, generó una desigualdad inmediata sobre todo en términos de ingresos. A partir de ese momento, quienes comenzaron a tener más dinero y, por tanto, más acceso al consumo, no eran precisamente quienes aportaban más desde el punto de vista social, lo que entonces e incluso hoy sigue siendo el principio rector de la retribución salarial en Cuba. ¡Que «exceso» de dignidad, verdad!

Tampoco era un ingreso que provenía del salario en la inmensa mayoría de los casos. Muchos lo obtenían a través de remesas de familiares residentes en el exterior o por medio de actividades ilícitas. Cuán difícil resultaba aceptar que alguien que ni siquiera trabajaba, pudiera pasarse una semana en un hotel, tener un celular o disfrutar de otras comodidades; mientras que un pediatra malamente podía satisfacer las necesidades básicas de su familia. Fue en esas circunstancias que el estado implementó las medidas que tanto asombro causaron y que a ojos vista no comprometían ningún acceso a bienes o servicios básicos.

Algunos han dicho que tales medidas fueron un error porque el estado se hubiera beneficiado económicamente de tales ventas o servicios, y no lo dudo, pero las decisiones adoptadas prueban hasta qué punto se intentó preservar un consenso social que al pasar de los años ha adquirido otros matices.

Entonces y ahora lo que más me asombra es lo que no asombra y se acepta como mandamiento natural o como respuesta última a los problemas que como individuos y especie enfrentamos. No asombra, que la superpotencia global aspire a una cobertura médica y educativa que Cuba alcanzó varias décadas atrás. No asombra, que en la actual crisis económica, los trabajadores paguen con desempleo lo que las elites hicieron especulando, malversando y explotando recursos y personas. No asombra, que mientras más alimento per cápita se produce en el planeta, más pobres existen. No asombra, nuestro tránsito evolutivo de seres humanos a recursos humanos y, más recientemente, a capital humano que es la manera en que técnicamente se define nuestra condición de mercancía en los mercados laborales. No asombra, que las personas en medio de sus angustias cotidianas cada vez tienen menos tiempo para ejercer el llamado principio fundacional de las «democracias» modernas – la libertad de expresión- y que este, cada vez tiene menos efecto en las decisiones fundamentales relacionadas con sus condiciones de vida. No asombra, que se afirme y gane popularidad el principio de la competencia desigual y descarnada por sobre el de la cooperación en función de intereses comunes y diferentes. Tampoco asombra, la persistencia en un sistema basado en el consumo y la ganancia, mientras los recursos del planeta se agotan aceleradamente. En fin, no asombra o al parecer no mucho, la anestesia mediática y premeditada de la capacidad de asombro justo cuando más falta hace.

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