Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Imágenes de cadáveres depositados sobre el suelo envueltos en telas blancas sin manchas de sangre ni herida aparente alguna circularon por todos los medios de comunicación y medios sociales la pasada semana, marcando otra horrenda etapa de la guerra siria. Desde el 24 de agosto, Médicos Sin Fronteras ha venido informando que muchos de los pacientes tratados como consecuencia del ataque en el este de Ghuta presentaban «síntomas neurotóxicos», aunque subrayaron que no podían confirmarlo científicamente ni establecer la causalidad. Desde entonces, varios grupos más -incluido The Violation Documentation Center – han dejado claro que se produjo, en efecto, algún tipo de ataque químico. La escala masiva del sufrimiento soportado en Siria, con más de 100.000 muertos y millones de desplazados, no debería insensibilizarnos ante el hecho de que este ha sido un delito muy grave que, al igual que otras matanzas perpetradas dentro de Siria, debería ser investigado de forma imparcial e independiente.
El gobierno acusó a los rebeldes de una operación de falsa bandera, al igual que otros observadores, argumentando la inverosimilitud de un ataque del gobierno cuando los inspectores de la ONU se encontraban en Siria por vez primera desde hacía más de un año y alojados a solo varios kilómetros del lugar atacado. ¿Por qué iba el gobierno a atacar ahora cuando parece estar ganando la guerra con armas convencionales? De confirmarse, sería el único escenario que podría desencadenar una intervención armada estadounidense y/o europea más contundente. Un ataque de los rebeldes parece igualmente inverosímil. Si los rebeldes han podido en efecto llevar a cabo un ataque químico a tan gran escala y son tan asesinos como para utilizar esas armas contra los civiles, ¿por qué no atacan a las fuerzas del gobierno y cambian el rumbo de la guerra, en vez de elegir un territorio que simpatiza con el levantamiento y que está fuera del control del régimen? La lógica y la razón no son por tanto medios suficientes para investigar esas acciones o atribuir culpabilidades. Hay otras interpretaciones que pueden ser también verosímiles: que el régimen iniciara el ataque en respuesta a la actual (percibida) escalada de los rebeldes (incluyendo las informaciones ofrecidas sobre unidades de operaciones especiales entrenadas por EEUU avanzando hacia Damasco); que desertores conectados con la oposición lanzaran el ataque para espolear la intervención internacional al implicar al régimen; o, finalmente, que la estructura de mando dentro del gobierno sirio esté desintegrándose, un tema al que se refieren muchas de las más recientes informaciones.
¿Cuál debería ser la respuesta ante esos sucesos? La respuesta de los que se preocupan por el destino de los sirios es la misma que se ha ofrecido anteriormente frente a la violencia desencadenada: presionar por un acuerdo político y por el cese inmediato de la violencia junto con la ayuda humanitaria a los sirios.
Un ataque dirigido por EEUU o la OTAN, que parecer ser inminente, es probable que sea un desastre para los sirios (también para los libaneses y los palestinos). Si el ataque es lo suficientemente intenso como para acabar completamente con el régimen sirio, destruirá todo lo que aún queda de Siria. Si no lo es, dejará al régimen en su sitio dispuesto a vengarse de sus enemigos internos allá donde sea fuerte, apareciendo además investido de reforzadas credenciales nacionalistas al haber repelido la agresión estadounidense.
De cualquier forma, el ataque resultará devastador para los millones de seres que siguen dentro de Siria, por no mencionar los millones de refugiados y las poblaciones internamente desplazadas que están viviendo a salto de mata y que dependen de la ayuda humanitaria diaria que seguramente se verá afectada o se interrumpirá. No existen los ataques quirúrgicos y no hay posibilidad, en un país tan densamente poblado como Siria, de que un ataque no provoque víctimas civiles. Esto pasando por alto el hecho de que la política exterior estadounidense en Oriente Medio, pasada y presente, incluyendo su propia complicidad en los ataques con armas químicas, hace que sea imposible no ser cínico acerca de los motivos existentes detrás de este ataque. Además, en los últimos dos años, la gente de la región se convenció de que la política de EEUU hacia Siria está dictada -como siempre- por todo aquello que beneficie a Israel, que no deseaba el colapso total del régimen pero que sacaba provecho de un conflicto perpetuo en su frontera norte siempre que permaneciera bajo control.
En los dos últimos años, tras cada nueva escalada del conflicto, he oído siempre la misma frase: «las cosas no pueden ir a peor». Parcialmente en función de esa idea, se justificó primero nerviosamente el giro hacia la militarización, aceptándolo después de buena gana e imponiendo devastadoras sanciones económicas. En cada momento, las tasas de mortalidad y sufrimiento se fueron intensificando dramáticamente y la situación empeoró mucho, pero no para el régimen sino para los sirios normales y corrientes.
Un acuerdo político sería el principio, no el fin de la lucha. En estos momentos, la lucha está ahogada por una guerra de aniquilación que es también una guerra por poderes de algunos países de la región a costa de los sirios. No hay duda de que el régimen sirio ha emprendido una guerra de destrucción contra su propio pueblo con material decisivo y el apoyo político de Irán y Rusia, y de que es el principal responsable de la violencia. No ha mostrado inclinación auténtica alguna por nada que no sea la victoria total. Sin embargo, desde el comienzo del levantamiento, los países del Golfo vieron de inmediato la oportunidad de derrotar a Irán en Siria y han utilizado su dinero y sus armas para secuestrar el levantamiento y el lenguaje de la revolución en beneficio de una sórdida agenda contrarrevolucionaria. Esto ha llevado a Irán a implicarse más estrechamente aún en su apoyo al régimen sirio y a aumentar ese respaldo en todo momento. EEUU y sus aliados se preparaban para una inacabable guerra civil. El hecho de que ahora EEUU esté amenazando con intervenir no tiene nada que ver con el bienestar de los sirios y todo que ver con que EEUU mantenga su propia «credibilidad», su posición como potencia hegemónica.
Es difícil evitar la desesperada sensación de que los sirios han perdido casi toda la capacidad de acción sobre su futuro colectivo. La Unión Europea, los países del Golfo y Estados Unidos pueden muy bien incrementar sus envíos de armas a los rebeldes, EEUU puede lanzar misiles de crucero hacia Siria, la OTAN puede imponer una zona de exclusión aérea o invadir parte o todo el territorio sirio. Pero cualquiera que sean las acciones que se lleven a cabo, continuar afirmando que lo hacen en interés del pueblo sirio es sencillamente un descarado ejercicio de relaciones públicas y de engaño.
Tanto los partidarios del gobierno como los rebeldes continúan formulando los posibles resultados del conflicto en una victoria para el gobierno o para los rebeldes, una forma para no ponerse de acuerdo en una tercera posibilidad: que ambas partes han perdido ya. La única opción que les queda a los sirios que sigan interesados en detener una caída más profunda hacia el abismo es exigir un acuerdo político y una ayuda masiva que ayude a contener la catástrofe masiva humanitaria dentro de Siria y de los países vecinos. Sería el principio de la política y de las posibilidades, muy sombrías según están las cosas, pero eso es lo único que hay en estos momentos.
Omar S. Dahi enseña Economía en el Hampshire College. Se licenció y doctoró en Ciencias Económicas por la Universidad de Notre Dame. Sus investigaciones y enseñanzas se centran sobre todo en la economía política de Oriente Medio y África del Norte y en la cooperación económica Sur-Sur. Suele publicar sus artículos en el Journal of Development Economics, The Middle East Report y la Review of Radical Political Economics. Es coeditor de la sección de Siria en Jadaliyya.
Fuente original: http://www.jadaliyya.com/pages/index/13852/chemical-attacks-and-military-interventions