Recomiendo:
0

¡Aznar… y cierra España!

Fuentes: Rebelión

A Aznar yo le perdono esa infancia que se asoma a su sonrisa o carcajeo cada vez que, ilusamente, se complace en haber sido más listo; las maneras de niño consentido que nunca ha abandonado y que se las perdono porque todos fuimos niños algún día, incluso malcriados. Le perdono los imperiales aires de campeador […]

A Aznar yo le perdono esa infancia que se asoma a su sonrisa o carcajeo cada vez que, ilusamente, se complace en haber sido más listo; las maneras de niño consentido que nunca ha abandonado y que se las perdono porque todos fuimos niños algún día, incluso malcriados.

Le perdono los imperiales aires de campeador que arrastra, aunque ya que no con laurel coronara sus augustas sienes con perejil, porque todos hemos sido, alguna vez, piratas a bordo de un bajel.

Le perdono esa fascinación por el Oeste, esa pena pendiente de no haber sido nunca el sheriff del condado para, con las espuelas encima de la mesa, disparar la última palabra o pronunciar el último disparo y soplar, después, el cañón de su amenaza. Y se la perdono porque también nosotros hemos sido el corneta del Séptimo de Caballería.

Le perdono a Aznar que, entre todos los sabios que en el mundo han sido, él fuera a reparar en Bush, que quedara hasta tal punto encandilado ante el «glamour» del «americano» que ya sólo el caballo debajo de las ancas los separe. Y lo perdono porque tampoco es el único que ya ha sido clonado.

A Aznar le perdono su irremediable fobia hacia todo lo vasco, la secular y propia intolerancia de prohibir la tolerancia ajena, la misma que condujera a Bush a ordenar talar los árboles para no tolerar nuevos incendios, porque Aznar nunca va a poder escapar de su apellido.

Le perdono que por su cuenta y riesgo se aventure a la guerra contra los infieles y mande por delante a sus cruzados, porque a los cruzados les cabe la gloria de negarse.

Le perdono, también, sus aireadas hazañas deportivas con que impresionar audiencias que no siempre se creen que pueda correr a 200 kilómetros por hora, virtual velocidad que desafía las leyes de la Física por más que las incluya Garzón en el sumario, pero le perdono, en cualquier caso que, como niño al fin, la vanidad lo ponga en evidencia.

Le perdono que, como todos en su cargo, disfrute su palabra del don de la ubicuidad, y que mientras negociaba la paz en Colombia, mediaba en Kosovo u ofrecía sus dialogantes oficios en Palestina o Irlanda, fuera incapaz, al menos, de no entorpecer una salida pacífica al conflicto en el País Vasco, porque sólo su torpeza es mayor que su arrogancia.

Lo único que bajo ninguna condición, ni pretexto, ni excusa, le perdono a Aznar es que se parezca tanto a Chaplin; lo único que, de verdad, yo no le absuelvo es que su bigote, inevitablemente, evoque el de mi entrañable y genial judío, aunque me consta que Aznar nunca va a disfrutar la ternura de la mirada de aquel, pero no le perdono el parecido, que por su culpa yo deba vivir condenado a suponerlo siempre alrededor de Chaplin, como si fuera Aznar, que ya nunca más vuelva a ser Chaplin, sino Aznar… aunque sea Chaplin.. y se parezca a Aznar.