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Bahrein, Libia y las intervenciones foráneas en la primavera revolucionaria árabe

Fuentes: Jadaliyya

«La elección a la que tenemos que enfrentarnos quienes queremos actuar en solidaridad con el pueblo libio no pasa por no hacer nada, abandonando al pueblo libio a su propio destino, o hacer algo, concediendo a poderosas fuerzas foráneas la determinación de lo que vaya a ser ese algo.» El foco de la «primavera árabe» […]

«La elección a la que tenemos que enfrentarnos quienes queremos actuar en solidaridad con el pueblo libio no pasa por no hacer nada, abandonando al pueblo libio a su propio destino, o hacer algo, concediendo a poderosas fuerzas foráneas la determinación de lo que vaya a ser ese algo.»

El foco de la «primavera árabe» se ha desplazado de los exitosos levantamientos populares en Túnez y Egipto al triste desarrollo de los acontecimientos en Bahrein y Libia. Mientras las fuerzas militares británicas, francesas y estadounidenses van tomando «todas las medidas necesarias» para derribar al régimen de Gadafi, tropas de la Fuerza del Escudo de la Península del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) siguen «estabilizando» al régimen de al-Khalifa, amenazado por un levantamiento democrático en Bahrein. Las discrepancias entre la intervención a favor de la estabilidad del régimen en Bahrein y la intervención para cambiar el régimen en Libia se ven subrayadas por el hecho de que quienes intervienen en ambos casos son los mismos. Los Estados miembros del CCG y de la Liga Árabe que han enviado sus tropas en apoyo de la monarquía de Bahrein son los mismos Estados que se han ofrecido a participar en una campaña militar contra la Jamahiriya en Libia. Análogamente, las potencias occidentales que han apelado al principio de la «responsabilidad de proteger» como justificación para intervenir en Libia son los mismos Estados que han llamado a la «abstención» en Bahrein. En ambos casos, y a despecho de las diferencias de naturaleza y contexto de los distintos levantamientos, los regímenes autoritarios están atacando brutalmente a la población civil por la vía del empleo de fuerza letal, arrestos, detenciones y desapariciones. En ambos casos, y a despecho de las diferentes justificaciones ofrecidas y de las distinta naturaleza de cada intervención, la lógica subyacente a las acciones de las potencias occidentales y árabes es una y la misma.

Cuando fuerzas extranjeras intervienen para ayudar a un régimen a sofocar por la fuerza las exigencias democráticas populares, poco más cabe decir para forjarse una idea del problema. Pero cuando los mismos poderes intervienen para derribar a otro régimen autoritario, no deberíamos dejar de estimar los peligros de la intervención. Muchos han sostenido convincentemente que las referencias a los legados históricos coloniales y autoritarios y las actuales hipocresías que cubren sus vergüenzas con la hoja de parra de la responsabilidad no bastan para justificar una abstención en el caso de Libia; abstenerse, montaría tanto como limitarse a promover agendas políticas puramente ideológicas y renunciar a posibilidades reales de prevenir una masacre o de ayudar al éxito de un levantamiento popular que, pacífico en su origen, trocó en una revuelta armada.

Las potencias occidentales y árabes llevan días interviniendo en Bahrein y Libia. Así pues, lo que está en cuestión no es si intervenir o no, sino la de la naturaleza de las intervenciones en curso. En Bahrein, la intervención ha consistido en armar y legitimar la dominación de al-Khalifa, primordialmente a causa de intereses energéticos y geoestratégicos; en Libia, en meter en vereda al régimen de Gadafi, primordialmente por intereses energéticos y migratorios. Subrayar la entrada de tropas del CCG -apoyada por la UE y los EEUU- en Bahrein o el asalto aéreo -apoyado por el CCG y la Liga Árabe- a las fuerzas de Gadafi como punto de partida de la intervención equivale a hacer invisible la miríada de vías por las que los regímenes autoritarios de Bahrein y de Libia fueron integrados -aun si de maneras distintas- en las estrategias locales y regionales de las potencias occidentales y árabes. Así pues, el debate sobre lo que debe hacerse en esta singular coyuntura no puede limitarse a partir del momento presente. Hacerlo, como hacen quienes pretenden justificar la continuación de la ocupación estadounidense de Irak en medio de una muy real amenaza de guerra civil, es ignorar algunas de las más decisivas razones que explican por qué hemos llegado a la actual situación. Las intervenciones extranjeras siempre actúan conforme a la lógica de sus propios intereses, y no hay razón para conjeturar que esa lógica pueda llegar a acomodarse a los intereses del sufrido pueblo allí emplazado. De modo y manera, así pues, que no sólo la intervención en Bahrein apunta a una contradicción entre los principios y la práctica. Ocurre también que tal actuación apunta a la necesidad de cuestionar el presupuesto de que la actual intervención en Libia lo es de facto en interés del pueblo libio.

La elección a la que tenemos que enfrentarnos quienes queremos actuar en solidaridad con el pueblo libio no pasa por no hacer nada, abandonando al pueblo libio a su propio destino, o hacer algo, concediendo a poderosas fuerzas foráneas la determinación de lo que vaya a ser ese algo. Llamar a una intervención directa en Libia no tendría que haberse equiparado a conceder carta blanca a las potencias occidentales y árabes en la determinación del mejor modo de lidiar con la situación en Libia. Tendríamos que haber puesto a debate todas y cada una de las posibles formas de intervención. Pero también deberíamos habernos limitado a abogar por tipos de intervención fundados en detallados análisis coste/beneficio exclusivamente atenidos a las necesidades y a las aspiraciones del pueblo libio. Lo que, en cambio, se ha autorizado y emprendido es el desarrollo de una amplia gama de tácticas sin clara estrategia y puestas por obra por poderosas fuerzas foráneas. Bahrein, por no hablar de Afganistán e Irak, ofrece algo más que un ejemplo contradictorio del modo en que se comportan las potencias occidentales y árabes. Lo que es más importante aún, ofrece una seria advertencia para que no hagamos dejación de nuestra responsabilidad de solidaridad, abandonándola en manos de los mismos poderes contra los que precisamente se forja nuestra solidaridad.

Los actuales procesos en curso en Bahrein y en Libia son formas de intervención que arrebatan el control a los actores políticos locales. Sin embargo, hay una diferencia: los que somos solidarios con el pueblo de Bahrein tenemos poco que decir explícitamente en punto a sustituir la agencia política local; mientras que, en Libia, nuestra solidaridad ha facilitado que el control de la situación les fuera arrebatado a los actores locales. Y no a causa de nuestras intenciones, sino a causa de que no supimos lidiar suficientemente con los matices ni poner coto, ni limitaciones, ni exigencias de rendición de cuentas a quienes hemos habilitado para actuar.

Ahora, quienes tienen capacidad para tomar decisiones tanto en Bahrein como en Libia son extranjeros; reprimiendo reivindicaciones democráticas, en un caso; infligiendo un daño potencial indecible en todo un país, en el otro. Temo por la violencia autoritaria que puedan sufrir los pueblos de Bahrein y de Libia. Temo también por esos pueblos a la vista de la intervención occidental y árabe. La historia ha demostrado que ambas cosas son catastróficas, tanto desde el punto de vista del bienestar humanitario como desde el punto de vista de las aspiraciones políticas de los pueblos de la región.

Ziad Abu-Rish es co-editor de la publicación digital Jadaliyya.

Este artículo fue publicado en bitterlemons-international.org

Fuente: http://www.jadaliyya.com/pages/index/994/all-sorts-of-interventions

Traducción para www.sinpermiso.info: Ricardo Timón