Traducido para Rebelión por Loles Oliván
El de Bahréin es un levantamiento olvidado. No parece figurar en la agenda de ningún Estado ni partido. Pocos recuerdan ya que el régimen sirio también apoyó la represión del levantamiento de Bahréin: incluso apoyó la intervención militar saudí-estadounidense (Siria esperaba ganarse el favor de Arabia Saudí y de los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo y contar con su respaldo en una futura represión dentro de sus propias fronteras).
Otros gobiernos árabes no expresaron simpatía alguna ni respaldo al pueblo bahreiní: la región sigue padeciendo el impacto de la intensa campaña de agitación anti-chií patrocinada por los saudíes. El régimen saudí ha conseguido devolvernos a los tiempos en que los chiíes no eran aceptados como legítimos musulmanes. Al-Azhar, fácilmente controlable y comprable, parece haber olvidado que ya había aceptado oficialmente a los chiíes duodecimanos como musulmanes «legítimos».
Bahréin es un caso especial en muchos aspectos. Siempre ha estado por delante de otros miembros del CCG en la actividad política. Ciertamente, no se ha debido a la gentileza de la Casa de los Jalifa sino a la población de Bahréin que, durante décadas, ha dado muestras de una aguda conciencia política. Durante décadas fue un escenario de militancia política árabe nacionalista y de izquierdas. Su prensa estaba más vivas que cualquiera de los diferentes boletines de los príncipes saudíes. Los sindicatos en Bahréin eran modelos ejemplares de una valiente actividad política.
Sin embargo, la Cada de los Jalifa se aprovechó de la erupción de la guerra civil libanesa en 1975 para imponer un gobierno rígido y represivo y para hacer retroceder los avances políticos y sociales anteriores. La Casa de los Jalifa, al igual que los diversos países del CCG, asumió la fórmula de reemplazar el patrocinio colonial británico por el patrocinio imperial estadounidense. Una vez que Estados Unidos recibe los servicios financieros, militares y de inteligencia de las monarquías reaccionarias, se compromete a defender firmemente a sus regímenes contra todos los enemigos internos. Estados Unidos ha defendido a muchos de esos regímenes no del islamismo extremista de los últimos años, sino de los grupos progresistas y liberales. Estados Unidos rara vez levanta su voz contra la represión por parte de los países del Golfo. El gobierno de Obama ni siquiera pudo fingir indignación ante la represión en Bahréin.
Los países del CCG calcularon asimismo que la retribución de Estados Unidos aumentaría una vez que abandonasen a los palestinos y tejieran relaciones abiertas y encubiertas con Israel (¿qué hubieran hecho los Hijos de Zayid si Hizbolá o Irán hubieran enviado, como hizo el Mosad, equipos de asesinos a sus ciudades? ¿Y cómo hubiera reaccionado el mundo? Ya podemos imaginar los apasionados discursos del embajador de Estados Unidos ante la ONU y la falsa representación humanitaria de quien quiera que fuera el ministro de Asuntos Exteriores francés).
En todo caso, Estados Unidos ha encubierto a la familia real de Bahréin. No sólo hizo todo lo posible para minimizar la severidad de la represión y la violencia sino que ha seguido invocando argumentos para hacer de Bahréin un caso especial. De alguna manera, por lo que respecta a Estados Unidos, la mal llamada «Primavera árabe» no tiene que ver con Bahréin. Lo más probable es que fuese a los estadounidenses a quienes se les ocurriera la idea de formar una comisión monárquica especial, y lo más probable es que fuera Estados Unidos quien designase a Cherif Bassiuni, quien ya ha demostrado anteriormente su lealtad a la política estadounidense.
El informe básicamente otorga legitimidad a la represión por parte de la monarquía de Bahréin y [establece] que la familia real y su sistema político no son responsables de ella. La comisión, de haber sido verdaderamente independiente -financiera y políticamente- habría concluido que el responsable es el rey y hubiera dependido menos de la noción de enfrentamientos entre «buenos y malos» en el seno de familia. La comisión debería haber señalado asimismo que la represión de Bahréin no habría sido posible sin la cobertura de Estados Unidos y de la UE (que parece amar y cuidar a unos árabes mientras contempla con alegría la matanza de otros).
El gobernante de Bahréin y su patrocinador estadounidense se servirá de la comisión para sugerir que el gobierno bahréin es abierto y transparente. Probablemente se castigue y expulse a unos cuantos mercenarios extranjeros y se contrate a otros nuevos. La Quinta Flota no se verá afectada. La familia real seguirá promoviendo el mito del príncipe heredero moderado y simpático. Tal es el material clásico en la política de las monarquías de la región.
Pero la oposición de Bahréin tiene una oportunidad de revivir un levantamiento que es inevitable. Al-Wifaq ha fracasado claramente: no puede contrarrestar la aguda propaganda sectaria del régimen y, a menudo, se pone a la defensiva. Nunca toma posiciones decisivas. La oposición laica ha sido siempre dinámica y creativa en Bahréin. Puede que reviva siempre y cuando el programa no comprometa lo que constituye la única solución a los problemas de Bahréin: el derrocamiento de la familia real. Las profundas divisiones en Bahréin las crea y las expande la familia real. La unidad nacional es imposible en presencia de la Casa de los Jalifa.
Fuente: http://english.al-akhbar.com/
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